La importancia de puntos luminosos para el auxilio de la navegación, ya sea como referencia o punto de recalada, ha sido una constante a lo largo de la historia. Hoy día, los restos arqueológicos del antiguo faro gaditano que conocemos se encuentran en la denominada peña de San Sebastián, en uno de los extremos de la actual playa de la Caleta, en concreto, en la zona de la punta del sur, como avanzada del Castillo. Uno de los principales propósitos por los que fue concebida esta torre, era el control de la Caleta que por sus características era un excelente fondeadero para embarcaciones de pequeño calado en la Edad Moderna; asimismo, vigilaba el acceso a la bahía gaditana y avisaba del posible peligro que suponía entrar en aquellas aguas antes los numerosos escollos y lajas existentes.

Las primeras noticias que hemos localizado documentadas de la existencia de una construcción elevada en la peña de San Sebastián se remontan a 1475. No sabemos si este  dato lo extrajo el ingeniero director Antonio Gaver de la obra de fray Jerónimo de la Concepción, Emporio del Orbe, impreso en Ámsterdam en 1690, en concreto del capítulo XIV del libro septimo, titulado Torre y Ermita de San Sebastián, pero en dicho capítulo se relata que unos navegantes venecianos encontraron asilo en la isla estando afectados de la muerte negra y, en agradecimiento, erigieron una ermita con la advocación del patrón de la peste en el lugar y repararon la atalaya que con anterioridad existía.

Posiblemente, esta atalaya, aislada de la ciudad de la época, tendría como propósito prioritario advertir de la proximidad de un enemigo mediantes señales luminosas o de humo, más que el de indicar a las naves la existencia de un puerto o avisar de los posibles peligros naturales que acechaban la entrada de barcos en la zona. Sospechamos que la atalaya estaría conectada como sistema de aviso a un entramado de otras torres existente entre la Sierra de Cádiz y la de San Cristobál, en el Puerto de Santa María, similar a lo que ya se uso en la antigüedad.

Pero no es hasta 1500, una vez descubierta América y siendo la bahía gaditana el epicentro del comercio con las nuevas tierras, que encontramos una petición del Consejo de Cádiz a los Reyes Católicos para la construcción de un faro en la ciudad, con el argumento que de noche muchas naos se habían perdido. El faro acabó instalándose en la torre de la Iglesia de San Sebastián con el fin de señalizar la costa, orientar a los navegantes y avisar de la llegada de navíos a la ciudad. La llegada de barcos cargados de riquezas americanas y el incremento de la actividad comercial implicaron un apoyo en el auxilio de la navegación, similar al que ocurrió en otros puertos de la Carrera de Indias, como el de La Habana,  pero al mismo tiempo convirtió a la provincia gaditana en  uno de los principales objetivos de los ataques berberiscos y, posteriormente, de otras potencias europeas que vieron en la Bahía no sólo un centro comercial sino también un lugar clave en la logística del expansionismo de las naciones marítimas del momento.

La corona hispánica, como respuesta, fortificó la ciudad y entre otras zonas la Caleta, dotándola de un nuevo presidio denominado Santa Catalina. Siguiendo con la política de fortificaciones costeras en el reinado de Felipe III, en 1611, Juan Fernández Hurtado, juez de comisión de las torres de Andalucía, inició las obras del sistema de torres. En 1614 se terminó de levantar la torre de Santi Petri y la nueva de San Sebastián, “…colocándose  un farol en esta última para señalar la entrada de la bahía de Cádiz”, ayudando principalmente en noches tormentosas, como se demostró en 1612,  cuando la flota de D. Luis Fajardo se orientó con un farol que había puesto en la torre de la ciudad el maestre de campo Fernando de Añasco.

Siguiendo el nuevo plan de Fuentes Hurtado, la nueva torre erigida en la Caleta estaría exenta de la iglesia, y tendría una planta circular con un perfil levemente troncocónico al que se accedía al primer nivel por una rampa de entrada que en subida bordeaba la torre. A continuación, se subía por una escalera de mano hasta otro nivel que daba acceso a la escalera de caracol y que conectaba con el piso superior que alcanzaba unos 15,5 metros de altura. En dicho piso se hallaba la terraza sobre la que se hacían las humaradas y donde se levantaba la linterna. Creemos que lo que se conserva hoy en día tiene que ver con esta estructura tronco cónica de unos 10 metros de altura al que se accede por un talud de tierra que da a la puerta de entrada.

Cádiz y su bahía, al terminar el siglo XVII, se había convertido de facto en cabecera del comercio con América y la planificación de sus murallas y castillos la habían transformado en una plaza plaza fuerte prácticamente inexpugnable, lo que posibilitó unos años más tarde el traslado de la sede de la Casa de Contratación y el Consulado de Sevilla. Así, la nueva dinastía borbónica no cejará en el empeño defensivo y el “frente de la Caleta” sufrirá nuevas modificaciones. En 1706, se comenzó un nuevo fuerte formado por un polígono de nueve lados con dos puentes levadizos, estando avanzado sobre el fuerte, en el ángulo noroeste, la torre y la ermita de San Sebastián. Sin embargo, hemos de esperar hasta 1768 para ver como se encendían las lámparas de la linterna del nuevo faro que se mantuvo con modificaciones hasta 1898, año en que el Duque de Nájera decidió cercenarlo ante la posibilidad que su luz sirviera de guía a la armada estadounidense en el conflicto que se sostenía por la Guerra de Cuba.

La modificación de la torre respondió al incremento del tráfico comercial que llevó aparejado naufragios y encallamientos de barcos en la entrada y salida de la Bahía; para evitar en parte dichos problemas era necesario aumentar la intensidad lumínica de la linterna, por lo que se planificó instalar un mayor número de lámparas, y construir un faro de mayor altura. No en vano, el brigadier e ingeniero director Antonio de Gaver explicaba que los oficiales de la marina le advertían que era frecuente que desde el mar tan solo se viese la luz del farol a una distancia de poco más de una legua, lo que hacía imposible determinadas maniobras de acercamiento a la entrada de la Bahía.

Ante tales circunstancias, Carlos III,  decidió  hacer una nueva torre aprovechando el faro existente.  El 20 de octubre se firmó el asiento de su construcción en subasta pública para el aumento de la linterna del Castillo de San Sebastián, que se pretendía llegara a unos 37 metros de altura, dejando como base parte del faro que ya existía y subiendo otro cuerpo y la linterna, siendo concluido el 7 de diciembre de 1768.

En el asiento que se firma con Raymundo Ramón Ravaza se le indica que podrá traer sillares, piedras de manpostear y arena de toda la península y peñas de las inmediaciones de la Caleta y del Castillo, indicándose que si se ve conveniente se usen los sillares de las mejores canteras de Puerto Real.

La tercera y última parte del faro estaba compuesta por una linterna en donde se ubicaban las lámparas protegidas por un armazón de bronce acristalado, proyecto de Fermín Rueda. El 4 de noviembre de 1768 se encendieron las 48 lámparas suministradas por la fundición de bronces de Sevilla y alimentadas con aceite de oliva. La luz de la nueva linterna se podía ver a una distancia de entre seis y siete leguas “…habiéndose conseguido el fin de su importancia…” que no era otra que la seguridad de las embarcaciones en este puerto.

El 29 de agosto de 1791 encontramos que D. Joaquín de Fondesviela informaba sobre la ruina del fanal de la torre; ante tal situación se va a optar por instalar una nueva linterna con barrotes y ligazones de bronce, con aparatos giratorios.  El 4 de noviembre de 1794 la nueva luz del faro estaba funcionando. Es ahora el momento en que podríamos hablar de un faro “moderno”; aparecen mecanismos y dispositivos mecánicos, con resortes, lentes y lámparas, con el fin de dar un mayor alcance a la luminaria, siguiendo los sistemas de eclipses y destellos o de luz y ocultación, que duraría al menos hasta 1826. El sistema instalado se intentó exportar al otro lado del atlántico, en concreto al faro situado en el Castillo del Morro. Así, el capitán de navío José de Mendoza de los Ríos trató de convencer al Consulado de la Habana de las bondades de la maquinaria instalada en Cádiz, y logró que se aprobara el proyecto en 1795; sin embargo, en 1816, se seguía discutiendo sobre la máquina y su instalación en las juntas del Consulado.

Autor: Alberto José Gullón Abao


Bibliografía

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