La figura del sargento mayor de milicias apareció en Andalucía a principios del Seiscientos y tuvo un papel crucial en el desarrollo de la milicia territorial. El cargo ya tenía presencia en los ejércitos de la Monarquía Hispánica y, aunque no podemos asimilar ambos tipos de sargentos mayores, sí hay similitud entre algunas de sus características, como su experiencia en el ámbito castrense y sus funciones de control de la tropa. De hecho, esto último hacía que su persona fuese frecuentemente impopular tanto en el ejército profesional como en la milicia.

Sus orígenes son anteriores a 1609. Ya en 1598, en uno de los intentos por impulsar la milicia general, se enviaron 13 comisarios reales que tenían unas funciones muy similares para supervisar la puesta en marcha del proyecto. En un principio, estos comisarios tenían la misión de entenderse con la justicia local para alistar hombres en la milicia, pero los sargentos mayores no solo se limitaron a eso, sino que, al tratarse de un cargo permanente, quedaron como nexo de unión entre los partidos militares en los que se dividió Castilla y el Consejo de Guerra. Los 21 sargentos mayores de milicias del plan de milicia general de 1609 se eligieron a partir de una selección de 52 capitanes experimentados por parte del Consejo de Guerra. Esto suponía que, a diferencia de las capitanías de compañía –controladas por la oligarquía local y a menudo sin experiencia militar–, se introducía un cargo con dilatada experiencia en los campos de batalla europeos, designado por la Corona y sin raíces previas en el territorio al que se le enviaba. El hecho de que sus titulares ostentasen el cargo hasta su muerte en la mayoría de los casos nos muestra lo provechoso que era. Al fin y al cabo, lo recibían como entretenimiento y recompensa por su historial de servicios prestados.

Eran responsables de que los milicianos estuviesen «a punto de guerra». Así pues, se ocupaban de adiestrarlos militarmente, para lo que se disponían ejercicios en días festivos. Salvo en las muestras generales los milicianos no se sacaban fuera de la ciudad, por lo que el sargento mayor era el encargado de desplazarse a los municipios. Ahora bien, generalmente solo supervisaban la tarea y eran los capitanes –a menudo sin experiencia militar– y sus alféreces los encargados de la instrucción. Su papel ha sido definido como el de unos militares-burócratas, ya que también eran responsables de llevar el registro de los milicianos, capitanes y subalternos de las compañías y de dar cuenta del estado de salud de la milicia al Consejo de Guerra. Como pieza clave en su distrito, de su desempeño, carisma y medios dependía el éxito en el reclutamiento y la continuidad en los adiestramientos de los milicianos o, por el contrario, que debido al absentismo y su desinterés el partido de milicias quedase prácticamente deshecho.

En el cuadro de mando estaban por encima de los capitanes de milicias –aunque sin ninguna compañía a su mando– y por debajo del corregidor. Esta posición contribuyó a que se desencadenasen sendos conflictos entre corregidores, regidores-capitanes y el sargento mayor de milicias. En ninguno de los partidos andaluces se recibió de buen grado a un nuevo cargo que personificaba uno de los mayores recelos de las elites municipales para con los planes de milicia: el temor a perder la potestad de designar la oficialidad de la milicia, que utilizaban para sí mismos o premiar a su propia familia y clientela. Si bien en la práctica pronto fue evidente que las capitanías de compañía seguirían dominadas por esta elite local, hubo verdadero temor por cómo iba a supervisar el sargento mayor su partido y, sobre todo, por cómo respondería el Consejo de Guerra ante sus informes. Y es que, en definitiva, la puesta en marcha de los planes de milicia general y la llegada de los sargentos mayores ponía en riesgo el control total sobre la milicia que la oligarquía local había tenido durante más de un siglo y, por supuesto, el aprovechamiento del modelo de milicias locales para sus propios fines.

Aun cuando desde la Corona se recomendaba el buen entendimiento entre los sargentos mayores y el gobierno local, la aversión por el cargo fue tal que, por ejemplo, en Granada se llegó a pleitear contra el sargento mayor de milicias y a tener un puesto que replicaba sus funciones en la ciudad y villas aledañas, de manera que el sargento mayor de milicias solo ejercía sus labores fuera de la ciudad. Este cargo es el de «sargento mayor de milicias de la ciudad», que data de tiempos pretéritos en la propia Granada y otras ciudades como Jerez de la Frontera o Cádiz. Pedro de los Reyes Barahona, regidor, ostentó este cargo en Granada, en lo que supuso una cesión por parte de la Corona en pos de la puesta en marcha del plan de milicia general. Se dieron casos en los que, a petición del corregidor, se creó este cargo para coordinar la milicia local de una ciudad. Ahora bien, que fuese el corregidor quien lo solicitase no era sinónimo de buen entendimiento con la regiduría. Por ejemplo, en Gibraltar se protestó enérgicamente ya que se seguía percibiendo como un intruso que alteraba el tradicional sistema defensivo de la ciudad. A diferencia de los sargentos mayores de milicias de los partidos de milicia general, sus honorarios corrían a cargo del cabildo municipal.

Alonso Vázquez, sargento mayor de la milicia del partido de Jaén, fue muy mal recibido por las autoridades locales. Las justicias jiennenses entorpecieron su labor y la tónica general de sus relaciones fue nefasta. Varias veces pidieron al rey la eliminación del cargo bajo la premisa de que no era necesario al haber varios caballeros en Jaén que podían adiestrar a su milicia –cuestión que, si bien era cierta, también lo era que dicho adiestramiento nunca se había producido anteriormente–. Los motivos que agravaron de sobremanera el entendimiento entre el cabildo y el sargento mayor no están del todo claros y difieren en función de las fuentes. Tenemos documentados casos en los que el cabildo obstruía su trabajo y evitaba asistirlo, así como otros en los que el sargento mayor se valía de medios violentos para imponerse.

Los conflictos entre las ciudades y el Consejo de Guerra continuaron a lo largo de la centuria, de manera que lo que se concibió como un cargo para homogeneizar una milicia atomizada acabó también con muchísimas particularidades a lo largo del territorio. Y es que, en función de los privilegios de distintas ciudades y sus quejas, veremos sargentos mayores de milicias nombrados directamente por el Consejo de Guerra, otros elegidos a través de una selección previamente hecha por la justicia local, percibiendo distinto salario, etc. Así, aunque se seguía teniendo muy en cuenta el currículum militar del cargo, también las redes clientelares jugaron un papel importante en algunos casos y hubo conflictos entre las propias justicias locales por la designación de sustitutos en el cargo. El cargo de sargento mayor de milicias de la ciudad, al estar bajo control del cabildo, fue patrimonializado en casos como el de Cádiz, donde la familia genovesa de los Sopranis lo ostentó desde 1551 hasta el siglo XVIII.

Conforme avanzó el Seiscientos encontramos una serie de cambios en sus funciones. Ante la necesidad de hombres de la Monarquía para la guerra en Europa, era frecuente que los sargentos mayores de milicias colaborasen en los reclutamientos como viejos militares que conocían tanto el oficio como su propia jurisdicción militar. Además, esta asistencia podía ser vista con buenos ojos desde la Corona y suponer algún tipo de beneficio para el sargento. Así, incluso con la milicia territorial en un estado pésimo, el cargo pervive dirigiendo las reclutas municipales y colaborando en la creación de los nuevos tercios provinciales. En el ecuador de la centuria su papel fue capital para conseguir movilizar efectivos rápidamente. Al fin y al cabo, aunque la milicia territorial estuviese estancada seguían disponiendo de los listados de los milicianos y conocían el territorio. Así, por ejemplo, se celebró mucho la actuación de los sargentos mayores de milicias en 1652, cuando se movilizaron 750 milicianos para servir en la Armada del Mar Océano. A finales de siglo llegó a discutirse la idoneidad de su existencia y su posible sustitución por la oficialidad de los tercios provinciales, cosa que no llegó a producirse.

Con la milicia provincial del siglo XVIII, la designación del cargo quedó reservada para el rey, mientras que las capitales de los regimientos proponían la gran mayoría del resto de cargos. Su perfil siguió siendo el de un militar centrado en la organización, instrucción y control de los regimientos provinciales, con medios muy similares a los de la centuria anterior (libros de milicias, organización de muestras y ejercicios periódicos, etc.). El cargo no desapareció hasta principios del siglo XIX.

 

Autor: José Antonio Cano Arjona


Fuentes

VÁZQUEZ, Alonso, Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, Madrid, 1879. En Biblioteca Digital Floridablanca, fondo antiguo de la Universidad de Murcia. Disponible en línea.

Bibliografía

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CONTRERAS GAY, José, Las milicias provinciales en el siglo XVIII. Estudio sobre los regimientos de Andalucía, Granada, Instituto de Estudios Almerienses, 1993.

RUIZ IBÁÑEZ, José Javier, Las dos caras de Jano: monarquía, ciudad e individuo, Murcia, Universidad de Murcia, 1995.

TORAL Y FERNÁNDEZ DE PEÑARANDA, Enrique “El capitán-gobernador Alonso Vázquez, sargento mayor de la milicia de Jaén y su distrito”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 161, 1996, pp. 61-158.

RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José, Los tambores de Marte: el reclutamiento en Castilla durante la segunda mitad del siglo XVII, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2011.

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