Una de las figuras más importantes de la mística española del siglo XVI fue Juan de Yepes Álvarez, más conocido como san Juan de la Cruz. Nació en 1542 en la localidad abulense de Fontiveros, hijo de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. Cuando tenía tres años murió su padre, y su madre, el propio Juan y sus hermanos Francisco y Luis, el cual falleció al poco tiempo, emigraron para salir de la situación de pobreza en la que habían caído. Se dirigieron primero a Arévalo, y aquí vivieron durante tres años. Al no encontrar los medios adecuados para mejorar su situación, se trasladaron a Medina del Campo en 1551, donde pudieron instalarse definitivamente.

Su madre consiguió sustentar a la familia y Juan pudo entrar en el colegio de los niños de la doctrina. Esto le permitió trabajar en el Hospital de la Concepción y recibir una buena educación en el colegio de los jesuitas. Mientras tanto, Juan continuó cultivando una profunda inclinación religiosa que tenía desde niño. Por eso, con veintiún años decidió abrazar la vida religiosa en la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Tomó el hábito carmelita en el convento de Santa Ana de Medina en 1563 y adoptó el nombre de Juan de Santo Matía.

Después de cumplir su noviciado y profesar, fue enviado a estudiar al colegio de los carmelitas en Salamanca durante varios años. El fraile aspiraba a una vida más austera, y se llegó a plantear seriamente entrar en la Cartuja. Así hubiera sucedido de no ser por un encuentro que tuvo en Medina del Campo en 1567. Tras haber sido ordenado sacerdote en Salamanca, se había traslado a esta localidad para cantar su primera misa delante de su familia. Aquí conoció por primera vez a santa Teresa de Jesús.

La carmelita estaba en plena actividad fundacional de conventos de monjas que quisieran vivir según la considerada Regla primitiva de la orden. Hacía poco que el general de los carmelitas, el padre Rubeo, le había concedido licencia para fundar dos conventos de frailes carmelitas «contemplativos» que también buscaran vivir según esa regla. Teresa convenció a Juan y éste se sumó a su proyecto. Con él y el entonces prior del convento de Medina fray Antonio de Heredia, tenía los primeros frailes para poder sacar adelante su primera fundación masculina. Sin embargo, los preparativos para el nuevo convento tardaron un año, por lo que Juan hizo un curso más en Salamanca mientras seguía en contacto con la carmelita.

El 28 de noviembre de 1568 se inauguró el primer convento de frailes del Carmelo Descalzo en el pequeño pueblo abulense de Duruelo. Los religiosos se cambiaron de nombre al abrazar la Regla primitiva y Juan de Santo Matía adoptó el de Juan de la Cruz. De esta manera empezaba su vida dentro del Carmelo Descalzo.

La comunidad de Duruelo, incluido Juan, se trasladó en 1570 a una localidad más grande, Mancera de Abajo. El religioso no estuvo mucho tiempo aquí pues fue designado primer rector del nuevo colegio de San Cirilo que los carmelitas descalzos habían fundado en Alcalá de Henares. Su posición y el prestigio que ya gozaba por sus virtudes y conocimientos le permitieron ganar a numerosos estudiantes de la universidad complutense para la orden. Desde aquí también podía vigilar el noviciado de Pastrana, uno de los primeros conventos carmelitas descalzos, pues se había dejado llevar por un excesivo fervor penitencial que no era acorde con las directrices que marcaba santa Teresa para sus monjas y frailes.

No estuvo en Alcalá más de un año porque en 1572 Teresa, nombrada priora de su antiguo convento de la Encarnación, lo quiso como confesor de la comunidad. Permaneció en este cargo cinco años, donde siguió creciendo su buena fama. Durante ese periodo crecieron las tensiones dentro de la orden porque los carmelitas de la antigua observancia no veían con buenos ojos el nuevo estilo de vida de los descalzos y temían que fueran todos obligados a abrazar esa Regla primitiva. Los enfrentamientos llegaron hasta el punto que en diciembre de 1577 fray Juan fue prácticamente secuestrado de Ávila y llevado al convento carmelita de Toledo.

Estuvo en la cárcel conventual durante ocho meses con tanto secretismo que los descalzos no sabían a dónde se lo habían llevado. A mediados de agosto de 1578 el religioso pudo escapar de su prisión y ser acogido por un benefactor de la orden para reponerse. Con el fin de evitar a los carmelitas observantes de Castilla, los descalzos reunidos en Almodóvar del Campo decidieron alejarlo de ellos y lo mandaron al sur.

De esta manera entró por primera vez en Andalucía. La primera parada que hizo fue el convento de El Calvario, fundado en 1575 y donde se quedó a vivir como superior de esa comunidad. Sin embargo, el místico necesitaba reponer fuerzas y se trasladó al poco tiempo a Beas del Segura. En esta localidad había un convento de monjas carmelitas descalzas fundado por la propia santa Teresa de Jesús y cuya priora era la madre Ana de Jesús Lobera. Tras esta breve estancia, se hizo cargo de El Calvario y los ermitaños que querían vivir como carmelitas descalzos. Para lograrlo moderó algunas de las prácticas que allí se hacían. Mientras estuvo al frente de esta comunidad, siguió atendiendo a las descalzas de Beas al ser su confesor durante todo el tiempo que estuvo en El Calvario.

Al llegar el mes de julio de 1579, los superiores le encargaron la fundación del nuevo colegio de San Basilio en Baeza, pues esta localidad contaba con su propia universidad. Muy pronto empezaron a llegar religiosos recién salidos de los noviciados de la orden para formarse aquí bajo la guía de su rector Juan.

En 1581 se convocó un importante capítulo en Alcalá de Henares pues los carmelitas descalzos habían conseguido convertirse en provincia independiente dentro todavía de la Orden del Carmelo. Allí acudió el carmelita descalzo al ser rector de Baeza. Se aprovechó su estancia en Castilla para encargarle que llevara a santa Teresa a fundar un nuevo convento femenino en Granada. Sin embargo, la mística se había comprometido a acudir a Burgos en persona para establecer una nueva comunidad. Se decidió entonces mandar con san Juan a un grupo de monjas capitaneadas por la madre Ana de Jesús Lobera. Estas religiosas fundaron el convento en la capital granadina el 20 de enero de 1582.

Ese mismo año san Juan de la Cruz pasó a residir en el convento de los Santos Mártires de la ciudad al haber sido nombrado prior de la comunidad. El místico ocupó este puesto tres veces: en 1582, de 1583 a 1585 y de 1587 a 1588. Mientras estuvo en esta casa dio el impulso definitivo a la comunidad y a la construcción del convento al mandar levantar, entre otras estructuras, el claustro principal, el cual fue admirado e imitado dentro y fuera de la orden. Tampoco se olvidó de asentar las buenas relaciones entre la comunidad y el resto de la ciudad gracias al prestigio que traía. Además, Granada se convirtió en su escritorio pues pudo terminar de redactar «Subida del Monte Carmelo», «Noche oscura del alma» y «Cántico espiritual» y escribir «Llama de amor viva», sus obras más importantes en las que condensó sus enseñanzas sobre la ascética y la mística.

Durante su segundo priorato granadino tuvo que ejercer como vicario de Andalucía y recibió el encargo de llevar a un grupo de monjas para fundar en Málaga. Así lo hizo y el 17 de febrero de 1585 se inauguraba el nuevo convento.

Ese año acudió al capítulo de Lisboa, durante el cual fue nombrado uno de los definidores de los carmelitas descalzos. Sin embargo, como también se eligió provincial al padre Nicolás Doria, que estaba en Italia, se tuvo que suspender hasta que llegara. Cuando lo hizo, se reanudó el capítulo en Pastrana y recibió el cargo de vicario provincial de Andalucía. Esto le permitió viajar por toda la región para visitar las diferentes casas y asegurar la observancia regular sin que él descuidara en ningún momento el cumplimiento de la Regla y las constituciones.

En 1586 fue a visitar Guadalcázar. Los carmelitas descalzos habían fundado hacía poco tiempo un convento para dar culto a una imagen de la Virgen María con la advocación de la Caridad. Sin embargo, todavía era necesaria la presencia del vicario provincial para hacer las escrituras que aseguraran la nueva casa.

Ese mismo año viajó a Córdoba para encargarse de la fundación de un nuevo convento de frailes el 18 de mayo. Toda la ciudad se volcó con la comunidad y le cedió una ermita dedicada a san Roque situada cerca de la catedral. Sin embargo, debido a la estrechez del lugar y a la cantidad de frailes y novicios que había, el convento se trasladó extramuros de la ciudad y fue puesto bajo la advocación de San José, aunque actualmente es conocido con el nombre de San Cayetano.

Días después de fundar en Córdoba, el místico viajó a Sevilla para formalizar el traslado de las monjas a un nuevo convento más apto para la vida religiosa que el lugar donde se habían instalado con santa Teresa. También tenía intención de establecer dos nuevos conventos de frailes, uno en la propia ciudad y otro también masculino en Écija. Sin embargo, solo se pudo establecer el nuevo convento hispalense dedicado al Santo Ángel en 1588 y el astigitano en 1591. Mientras estuvo en Sevilla, amonestó a dos frailes que residían en el convento que ya tenían de los Remedios, Diego Evangelista y Francisco Crisóstomo. Los dos se convirtieron en sus enemigos y marcaron los últimos meses de vida del místico con sus actuaciones.

Después de reponerse de una dolencia que le impidió dirigirse a tiempo al Definitorio celebrado en Madrid en 1586, el místico volvió a Granada para acompañar a un nuevo grupo de religiosas, dirigidas por la ya mencionada madre Ana de Jesús, para realizar la fundación de un convento femenino en la capital. Su presencia en Madrid fue aprovechada por el Definitorio de la orden para mandarle que fundara una nueva comunidad masculina en Mancha Real. El fraile cumplió con la orden y el convento quedó inaugurado el 12 de octubre de 1586.

Después de concluir con esto, se encargó de velar por la elección de la nueva priora de Granada y de dar licencia a las monjas de Málaga para comprar nuevas casas donde instalarse mejor. Además, a él le correspondió sacar adelante la fundación de un convento de frailes en Caravaca de la Cruz en ese mismo año, aunque la localidad no estuviera en Andalucía.

Estuvo en el cargo de visitador durante dos años, y en el capítulo de Valladolid de 1587, a pesar de que se consideraba ya poco apto para seguir de prelado, fue nombrado por última vez prior de Granada. La comunidad granadina recibió con alegría su nombramiento pero no le duró mucho. Al año siguiente, el místico recibió nuevos cargos y tuvo que abandonar la ciudad definitivamente para ponerse al frente del convento de Segovia.

Durante los últimos años de vida el Carmelo Descalzo se vio envuelto en las luchas internas acerca de cuál era el tipo de vida propio de un carmelita descalzo, si era prácticamente un monje de clausura o un fraile que podía llevar un apostolado más intenso fuera del convento. Al final triunfó la primera visión y los partidarios de la segunda sufrieron las consecuencias de verse relegados o, incluso, expulsados, como le sucedió al padre Jerónimo Gracián, una de las figuras más importantes de los primeros años de la orden.

San Juan se encontraba dentro de este segundo grupo y en 1591 fue despojado de todos sus cargos. Se planteó mandarlo a México, donde ya se estaban instalando los carmelitas descalzos, pero su mermada salud hizo inviable el intento. Por su parte, el místico quiso prepararse para su cercana muerte y pidió retirarse a La Peñuela, donde ya había estado cuando entró en Andalucía por primera vez. La cercanía de su muerte no impidió que se abriera un proceso para expulsarlo de la orden. Las investigaciones estuvieron dirigidas por el padre Diego Evangelista, su rival declarado después de que el santo lo hubiera amonestado en Sevilla.

Debido a sus enfermedades, el 28 de septiembre de 1591 Juan llegó al convento de San Miguel de Úbeda, cuyo prior era el otro fraile al que había amonestado en Sevilla, el padre Francisco Crisóstomo. El prior no guardaba ninguna simpatía por fray Juan aunque no le quedó más remedio que aceptar su presencia en el convento, e incluso terminó por arrepentirse del trato tan poco caritativo que le dio al principio. En esta casa le llegó su hora a san Juan, y en la medianoche del 13 al 14 de diciembre de 1591 se fue a «cantar maitines al cielo».

En un primer momento fue enterrado en el mismo convento, y se convirtió en un centro de peregrinación pues la fama de santidad que había tenido en vida creció aun más después de su muerte. Sin embargo, Ana de Peñalosa, una devota y dirigida suya desde hacía años, consiguió que en 1593 se trasladara el cuerpo del místico al convento de Segovia, cerca del cual vivía la mujer. Los ubetenses quisieron que les fueran devueltos los restos, e incluso consiguieron un breve de parte de Clemente VIII en 1596 a su favor, pero lo máximo que consiguieron fue algunas reliquias. El resto del cuerpo continuó con la comunidad segoviana que había presidido en sus últimos años.

No obstante, en Andalucía pervivió el recuerdo de su presencia y la huella que dejaron sus enseñanzas. Un ejemplo de esto se encuentra en el mundo cofrade, donde la influencia del santo fue muy bien acogida en un nuevo tipo de cofradías penitenciales que apareció a finales del s. XVI. Estaban dedicadas a Jesús Nazareno, es decir, a Jesús con la cruz a cuestas, y en ellas se primaba más la abnegación de la persona, la imitación de Cristo y una práctica piadosa más interior que la realización de grandes penitencias públicas, como era normal en las cofradías de Semana Santa de aquella época.

 

Autor: Fermín Valenzuela Sánchez


Bibliografía

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