La España del siglo XVI vivió intensamente el Renacimiento literario y artístico, la gran expansión por América y Extremo Oriente y, al mismo tiempo, un intenso movimiento reformador de la Iglesia. Son unos años admirables. Todo esto lo hicieron innumerables hombres y mujeres que son lo mejor de nuestra historia. Aquí vamos a situar a Juan de Ávila, sacerdote de la diócesis de Córdoba, que llevó su palabra y su tarea educadora por toda Andalucía y el influjo de sus escritos por toda España y fuera de ella.
Fue llamado El Apóstol de Andalucía, pero era manchego, nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1499 o 1500. Había en España muchos cristianos “nuevos”, es decir convertidos del judaísmo. Juan de Ávila también tenía ascendencia judía por parte de su padre Alonso de Ávila. Con su mujer Catalina Gijón tuvo un solo hijo, Juan. Una familia muy religiosa y acomodada, poseía una mina de plata en Sierra Morena.
Cuando Juan tuvo catorce años marchó a estudiar leyes en la Universidad de Salamanca, pero descubrió que el derecho no era su vocación. Volvió a Almodóvar y durante unos años vivió una etapa de ascetismo y oración aislado en casa de sus padres. Busca y encuentra una nueva orientación en su vida. Estudiará artes y teología en Alcalá de Henares, decidido a hacerse sacerdote. Pero antes de serlo, murieron sus padres, vendió toda su herencia, repartió el dinero entre los necesitados, recibió el orden sacerdotal y celebró su primera misa en Almodóvar, y como fiesta invitó y sirvió la mesa a doce pobres. Comienza así su estilo de vida sacerdotal.
Predicador en Andalucía
El joven sacerdote bajó a Sevilla de donde salían las expediciones para América. También él quería marchar al nuevo mundo como misionero. Pero el arzobispo de Sevilla, don Alonso Manrique, le dijo que su campo de misión estaba en Andalucía y le hizo permanecer aquí. Comenzó su vida sacerdotal en Écija. Su predicación ardiente, sus nuevas maneras de evangelizar, su insistencia en la oración y la vida interior pareció a algunos que eran indicios de cierta influencia de los movimientos religiosos europeos, en concreto del reformador Erasmo. El tribunal de la Inquisición lo sometió a un proceso, estuvo unos dos años en prisión y fue absuelto. Esa persecución y los meses de soledad en prisión le hicieron profundizar en el misterio de Cristo crucificado. Ese será para siempre el centro de su vida espiritual: la Cruz de Cristo.
Dejó Sevilla y se trasladó a Córdoba, que será en adelante su diócesis. Allí conoció a fray Luis de Granada, que será su amigo y, después, su primer biógrafo. Pero su acción evangelizadora le llevará más allá. Muy pronto marcha a Granada adonde volvió con frecuencia. Acompañó en Granada a dos arzobispos: Gaspar de Ávalos y Pedro Guerrero, al que había conocido en Alcalá durante sus estudios. En Granada el espíritu de Juan se mostró con toda su fuerza y originalidad. Dos encuentros muy importantes tuvo en esta ciudad. Dos encuentros de donde vinieron dos santos. Predica a los comerciantes granadinos en la fiesta de su patrón San Sebastián el 20 de enero de 1537 en la ermita de los Mártires, junto a la Alhambra. Ha subido a oír al predicador Juan Ciudad, portugués aventurero, que es tocado por la gracia de Dios oyendo la palabra encendida del sacerdote. La conversión de Juan Ciudad, en adelante Juan de Dios, dio a Juan de Ávila un discípulo permanente y a los numerosos pobres de la ciudad un padre providente, creando un hospital y ofreciendo a los granadinos un ejemplo heroico de caridad.
Otro encuentro fecundo en Granada será con el duque de Gandía, que en mayo de 1539 llega a Granada acompañando los restos mortales de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, fallecida en Toledo. Debe entregar el cadáver al cabildo de la Capilla Real. Predicó en las exequias Juan de Ávila y su palabra, junto con la contemplación de los deteriorados restos de la Emperatriz, llevarán al duque a iniciar un camino de conversión que le llevará con el tiempo a entrar en la Compañía de Jesús, de la que será Superior General: es San Francisco de Borja. Siempre conservó la relación con Juan de Ávila.
Pronto comenzó a ser llamado maestro, el Maestro Juan de Ávila. Se vio rodeado de discípulos, singularmente sacerdotes, que le siguieron en su estilo evangélico, su espíritu misionero y su programa educativo. Estos sacerdotes formaron un movimiento sacerdotal reformado parecido a un nuevo instituto. Ellos llevaron la acción misionera y educadora de Juan de Ávila a toda Andalucía y fuera de ella. Después se integraron en otras congregaciones como los jesuitas, con los que tuvo Juan de Ávila una estrecha relación.
Gran predicador, era escuchado con gusto por el pueblo durante horas. Pero además se ocupa en la catequesis de niños y jóvenes, y su educación integral con la creación de colegios, la atención a los pobres, la formación de los sacerdotes, la dirección espiritual…
Colegios
Para desarrollar la reforma de la Iglesia también pensó en la educación de niños y jóvenes que se materializó en la creación de colegios menores y mayores. Entre todos ellos destaca la Universidad de Baeza. Creó también los colegios mayores de Jerez y Córdoba y los menores de Baeza, Úbeda, Beas, Huelma, Cazorla, Andújar, Priego, Sevilla, Jerez, Cádiz y Écija. Puso en marcha los convictorios sacerdotales de Granada, Córdoba y Évora (Portugal) y el colegio del Corpus Christi de Alcalá de Henares. En Granada animó a Gaspar de Ávalos a crear el Colegio de Santa Catalina para teólogos.
Formación de sacerdotes
Puso mucho interés en la formación y reforma de los sacerdotes. El arzobispo granadino don Pedro Guerrero quiso que le acompañara al Concilio de Trento pero no aceptó. Pero hizo llegar al Concilio dos memoriales en que pedía una atención preferente de la Iglesia a la formación del clero.
Cuando terminó el Concilio animó la aplicación de la doctrina y normas conciliares. En Toledo y en Granada se tuvieron Concilios de las diócesis de las respectivas provincias eclesiásticas para tratar de la aplicación de Concilio de Trento. El de Toledo estuvo presidido por el obispo de Córdoba don Cristóbal de Rojas, a quien Juan de Ávila entregó un memorial con su aportación. Lo mismo hizo en el Concilio de Granada de 1565, presidido por don Pedro Guerrero.
Sus escritos
Estando en la cárcel sevillana comenzó Juan de Ávila a escribir la que sería su obra más conocida e influyente. No la terminaría hasta el final de su vida. Se llama Audi, filia (Oye, hija), palabras del salmo 44. La comenzó por unos escritos dirigidos a la joven Sancha Carrillo para ayudarla en su vida cristiana. El interés de estos escritos hizo que se multiplicaran las copias manuscritas, a veces con añadidos ajenos al autor. También se imprimió sin su conocimiento y el libro fue prohibido por algún tiempo. A lo largo de su vida lo fue completando y corrigiendo, para lograr mayor claridad en algunas expresiones que pudieran inducir a error, amplió algunos pasajes e introdujo nuevos capítulos. Esta nueva edición se publicó en 1574, muerto ya el autor.
Juan explica el contenido del libro con estas palabras: “El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su deseo. Y estas reglas quise más fuesen seguras que altas, porque, según la soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos, y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de nuestra miseria y poquedad, y el conocimiento de nuestro bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más provechosa y seguramente podemos pensar”.
Conservamos también centenares de cartas suyas. Con ellas ayudó espiritualmente a todo tipo de personas: arzobispos, obispos, religiosos y religiosas, sacerdotes y laicos. Entre sus destinatarios están San Ignacio de Loyola, San Juan de Ribera y Santa Teresa de Jesús. Y a nosotros nos ayudan a descubrir lo que era la vida social y religiosa de su tiempo.
También se conservan algunos de sus sermones y pláticas espirituales. Descubrimos en ellos la claridad y la fuerza con que aborda los problemas sociales y religiosos de la sociedad andaluza de aquel tiempo.
Su espiritualidad
Para Juan de Ávila el centro de la vida cristiana es el amor. El amor de Dios y el amor a Dios. El amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo. Como respuesta a este amor de Dios el hombre debe responder con el amor a Dios que tiene diversas manifestaciones: la dedicación total a la gloria de Dios, a que Dios sea conocido y amado, el amor al prójimo en el que amamos al mismo Cristo. En fin, el centro de toda su vida es Cristo, especialmente en su pasión y muerte, y en la Eucaristía. Resumen de esta espiritualidad es el famoso soneto “No me mueve, mi Dios, para quererte” que suele adjudicarse a Juan de Ávila.
Fray Luis de Granada nos habla de la devoción que tenia à nuestra Señora: “como era tan amigo del Hijo, assi lo era de la Madre. Porque es tan grande la unión y liga que ay entre Hijo y Madre, que quien ama mucho al uno ha de amar mucho al otro”.
Su muerte
Vivió en Montilla los últimos dieciocho años de su vida en una casa modesta cedida por una familia amiga. En estos años acompañó mediante cartas la vida espiritual y los problemas de muchas personas y preparó la edición definitiva del Audi, filia. Murió el 10 de mayo de 1569. En 1894 fue beatificado por León XIII, en 1946 el papa Pío XII lo declaró patrono de los sacerdotes españoles y en 1970 fue canonizado por Pablo VI. Benedicto XVI en 2012 lo declaró como Doctor de la Iglesia.
Juan de Ávila por sus escritos, su vida apostólica, los centros educativos que creó y la amplísima red de discípulos, las relaciones que mantuvo con personas representativas de su época, es una figura central de la profunda reforma que vivió la Iglesia en España en el siglo XVI.
Autor: Manuel Reyes Ruiz
Bibliografía
FERNÁNDEZ CORDERO, María Jesús, Juan de Ávila (1499?-1569). Tiempo, vida y espiritualidad, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2017.
GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Fidel, «San Juan de Ávila: una gracia oportuna en una época de crisis y conflictos», en Anuario de Historia de la Iglesia, vol. 21, 2012, pp. 103-132. Disponible en línea.
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SALA BALUST, Luis y MARTÍN HERNÁNDEZ, Francisco, Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970.