Al albor de los preceptos ilustrados que se desarrollaron en el conjunto de la Monarquía hispánica, durante preferentemente la segunda mitad del siglo XVIII, se fundó la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Nacida en 1751, se concibió con el claro propósito de constituirse en un establecimiento del que “irradiase la luz del saber, en honra y provecho de las ciencias y de las letras patrias”, así como que contribuyese “a ilustrar la historia de Sevilla y de la región andaluza”. De esta manera, la Real Academia Sevillana de Buenas Letras fue fundada por el capellán real don Luis Germán y Ribón, llegando a desarrollarse su acto fundacional en su propia residencia sevillana de la calle Abades.
El primer encuentro tras el cual se instituyó la Academia de Buenas Letras, como se menciona en las Memorias Literarias publicadas por la institución en el año 1773, reunió al propio Luis Germán Ribón, a Francisco Laso de la Vega, presbítero y beneficiado de la parroquia de San Pedro; José de Narbona, presbítero; José de Cevallos, presbítero; Diego Alejandro de Gálvez, presbítero y bibliotecario de la Catedral; Alonso Carrillo y Aguilar, caballerizo de campo de S. M.; Livino Ignacio Leyrens y Peellart, anticuario, coleccionista y Director de la Real Compañía de San Fernando; Francisco de Paula Baquero, revisor del Santo Oficio de la Inquisición; Felipe Fernando O´conry y Keating, diplomático, intendente y Secretario del Rey y a Fernando Salvador de Narbona, presbítero y abogado de los reales consejos.
Además de estos individuos, formaron parte del cuerpo de fundadores de la Academia agentes como Diego Alejandro de Gálvez Calzado, bibliotecario mayor de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Sevilla; Francisco de Paula Baquero, sacerdote y compañero de estudios de Luis Germán y Ribón; Lorenzo del Río Estrada, capellán mayor de los Reales Alcázares; Miguel Sánchez López, sacerdote de la localidad de Chucena; Francisco Buendía Ponce, médico de Cámara de S. M.; Sebastián Antonio de Cortés, abogado de los Reales Consejos; Gaspar Rivero de Torres, contador de Superintendencia General y de la Real Audiencia y, finalmente, Juan Sánchez Reciente, matemático y sacerdote, siendo además titular de la Cátedra de Navegación y Artillería en el Real Colegio Seminario de San Telmo.
Al año de su fundación, Fernando VI concedió a la institución la protección real, así como su emblema, un olivo cargado de frutos, que iría acompañado del lema Minervae Baeticae. Tradicionalmente, los miembros de esta Academia de Buenas Letras se reunían semanalmente, siendo la mayor parte de sus miembros académicos ilustrados e innovadores, respetuosos de las tradiciones y los sentimientos religiosos que buscaban la precisión histórica. No en vano, reconocían, entre sus principales objetivos, que “no pretenden destruir nada, sino construir la auténtica historia de España”.
En este sentido, las personas que se congregaron, durante las primeras décadas, en torno a la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla lo hicieron posteriormente en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la ciudad, fundada en 1775, reafirmando de este modo su interés por los espacios de sociabilidad ilustrados. Así, desde la Sociedad Económica de Sevilla se emitió un manifiesto en el que se incitaba a “que se le dé cuenta a la Real Academia de Bellas Letras de esta ciudad de la aprobación de los estatutos, y se le manifieste, que cualquier individuo suyo, que quiera serlo de este Cuerpo, será admitido en él”. De este modo, la Academia de Buenas Letras se insertaba en un contexto intelectual sevillano en el que emergerían más instituciones durante la segunda mitad del siglo XVIII, siendo el caso de la Real Escuela de las Tres Nobles Artes (1775), la Academia de los Horacianos (1788-1791) o la Academia de las Letras Humanas (1793-1801).
En este contexto intelectual, apenas dos años más tarde de la fundación de la Real Academia de Buenas Letras se produjo el solemne acto de presentación de la institución en los Reales Alcázares sevillanos mediante la celebración de una disertación del Director, el mencionado Luis Germán y Ribón, titulada: “Las utilidades que resultan de los cuerpos académicos”, en clara alocución a una realidad latente en el seno de la sociedad sevillana.
En relación con la composición social de la institución, los Estatutos recogían que la Real Academia Sevillana de Buenas Letras podía contar con treinta académicos de Número, una figura en el cuerpo de miembros que recogían igualmente otras instituciones societarias creadas en la época. Asimismo, existían otras posibles figuras para completar el cuerpo de socios, caso de los académicos de Honor, vinculados con relevantes méritos, o Correspondientes, figura destinada a quienes residían fuera de Sevilla pero que realizaban labores científicas y culturales para la institución.
En este contexto, algunas de las personalidades que formaron, durante los primeros años de existencia, la Real Academia fueron clérigos como José Cevallos, Domingo Morico, Cándido María Trigueros o el mencionado Luis Germán y Ribón; juristas como Bartolomé Romero González o Sebastián Antonio de Cortes, médicos como Cristóbal Nieto de Piña o Bonifacio Ximénez de Lorite, literatos como Cándido María Trigueros, José Blanco White, Pablo Forner, Manuel María del Mármol o eruditos de otras disciplinas como Alberto Lista, José de Cevallos, Tomás Antonio de Gúseme, Antonio Jacobo del Barco y Juan Antonio Lorente.
En el primer artículo de los Estatutos fundacionales de la institución se estableció cómo el objetivo preferente de la Academia sevillana sería el de “facilitar los medios de una instrucción general” que, a su vez, se concretaría en habilitar “a sus individuos para que adquieran las correspondientes luces, comunicándola también a otros a su tiempo y aspirando a una Enciclopedia universal”. Destacaron, entre sus principales publicaciones, la edición en 1773, por José Padrino, de las Memorias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Sin embargo, como consecuencia de problemas económicos de la institución, ésta no pudo hacer frente a nuevas publicaciones durante las primeras décadas de vida.
Los ejes centrales que estructuraron la producción de la Academia Sevillana de Buenas Letras fueron, preferentemente, la historia, derivada probablemente por su excelente relación con la Real Academia de la Historia. Especialmente en sus orígenes, la institución estuvo destinada particularmente al conocimiento del pasado de la ciudad de Sevilla y del territorio andaluz, así como de la historia eclesiástica, habida cuenta del notable número de miembros del clero que componían la Academia. Con todo, progresivamente se fueron abordando otras temáticas más amplias, vinculadas a la filología, la literatura, el arte, la antropología o las ciencias.
Los inicios del siglo XIX dentro de la Academia están jalonados por los intentos de reactivación de las actividades literarias a través de “conferencias”, así como de premios destinados a jóvenes escritores. Pese a los esfuerzos, la propia Academia reconoció el 18 de enero de 1805 que no hubo respuesta al llamamiento de la convocatoria. Unas actividades, con escaso resultado en opinión de la propia Academia, que cierran un periodo de la institución que estuvo, además, determinado por varios acontecimientos traumáticos, caso del incendio acaecido en 1807 en la sede de la misma y, más particularmente, por las consecuencias de la invasión francesa de 1808 de las cuales la institución no estuvo ajena.
Unos acontecimientos bélicos que, definitivamente, provocaron, entre otros efectos, la dispersión de sus miembros en otros espacios geográficos lo que, a su vez, traería consigo un debilitamiento de la actividad cultural de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras que no reanudaría sus actos con cierta normalidad hasta 1820.
Autor: Álvaro Chaparro Sainz
Bibliografía
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