La mayoría de los estudios sobre planos y plantas urbanas se centran en los siglos XVIII-XX, principalmente relacionándolos con los diferentes catastros llevados a cabo durante esos siglos en muchos países europeos. En el caso español estos estudios comienzan, evidentemente, haciendo referencia a los catastros de José Patiño y Antonio Sartine de 1716 y el de Marqués de Ensenada de 1749. Son pocos los que han analizado los planos urbanos que se ejecutaron en el XVII, salvo los escritos concernientes a las vistas de ciudades, más relacionadas con el enfoque artístico y monumental de las localidades que con la geometría y topografía urbana. Es así, desde la perspectiva de la planimetría, cuando prosperan los geómetras, cuyo significado deja de tener esas connotaciones clásicas de personas con grandes conocimientos de geografía, matemáticas y astronomía como lo entendía Eratóstenes; sino que se renuevan y se definen como científicos que desempeñan operaciones de medición y gestión de las propiedades inmobiliarias, tanto en edificaciones como en suelos.

Desde entonces surge una doble tipología de geómetras: por un lado, los maestros de obras y arquitectos y, por otro, los topógrafos, agrimensores o jueces medidores. En ocasiones una misma persona podía ejercer esta doble funcionalidad, pero en la mayoría de las ocasiones los geómetras se especializaban en una de ellas. Son de éstos últimos, los geómetras topógrafos o agrimensores los encargados de llevar a cabo los planos de numerosas villas españolas a lo largo del XVII y en los siglos posteriores, como por ejemplo Antonio Martínez, Alonso de las Infantas, Jorge Pozo y Meneses o Nicolás Bueno. Incluso podría ascender en esta profesión y llegar a ser geómetra del rey como le sucedió al alférez Miguel de Obando o a Isidro Comas. En cambio, otros, como Francisco de Ruesta llegó a ser Piloto Mayor de la Casa de Contratación.

Muchos de estos geómetras realizaron planos de villas andaluzas cuya planimetría se cuidaba al detalle y cuyos precedentes estaban en los diseños de medidas tomadas a dehesas, amojonamientos o plantas de distintas jurisdicciones y fortificaciones que se llevaron a cabo a lo largo del siglo XVI. En el XVII se perfeccionó el modus operandis de estos profesionales, cartografiando y midiendo villas por todo el territorio andaluz, entre estos planos destacan:

Estos geómetras también trabajaron en otras urbes andaluzas, aunque en muchos casos estos planos se han perdido o no se llevaron a cabo, aunque sí recibieron el encargo de hacerlos. Por ejemplo, se sabe que Pedro de Vilarte recibió el compromiso para la medición del término de Coín cuando esta urbe quedó eximida de la jurisdicción de ciudad de Málaga. En el caso del alférez Miguel de Obando, quien llegó a sustituir a Gabriel de Santa Ana cuando éste falleció para colaborar en el Atlas de Texeira, cartografió las villas madrileñas de Leganés y Velilla de San Antonio, aunque ninguno de estos planos ha perdurado. Al igual que Miguel de Obando, estos cosmógrafos no se limitaban a villas andaluzas, sino que también trabajaron en otros desempeños cartográficos más allá de nuestra región. Así, Antonio Galeano cartografió Rioseco (Cantabria); Antonio Martínez fue más prolífero, dibujando los planos de Olivares de Duero (Valladolid), Aldeanueva de Ebro (La Rioja), Almendralejos (Badajoz) y la Villa de los Patos (actual San Esteban de los Patos, Ávila). Más productivo aún fue el matemático e ingeniero italiano Luis Carducci que no se limitó a cartografiar villas, sino que también fue el autor de algunos libros entre los que destaca “Chorographia del rio Tajo” (1641) o una versión castellana de “Elementos geometricos de Euclides philosopho Megarense sus seys primeros libros” (1637). Entre sus planos, además de La Rambla antes mencionada, se conservan, entre otros, el de Matalebreras (Soria), Yuncler (Toledo), Osornillo (Palencia), Chozas de Canales (Toledo), Padilla de Abajo (Burgos) o Tortola (Valdetórtola, Cuenca).

La característica principal de estos manuscritos era la exactitud, para la tecnología de la época, de la medición de todas las parcelas y distancias entre los elementos representados.  Estos cartógrafos levantaban los planos a un gran nivel de detalle y precisión. Pero, además, relacionaban registros de cada una de las parcelas cartografiadas. Algunos de estas relaciones numéricas de los polígonos representados se colocaban sobre el mismo plano, normalmente distancias, perímetros y áreas, pero por regla general estos planos iban acompañados de uno o varios documentos donde se describían de forma minuciosa todas las medidas llevadas a cabo, denominados cuadernos de testimonios. En algunos casos la documentación asociada al plano se ha perdido, como la “Planta del termino y jurisdicción y el Cortijo del Alloçar…” o la “Planta de el termino de la villa de Espartinas…”

Desde un punto de vista planimétrico, suelen recurrir a las escalas gráficas y la rosa de los vientos. Estas escalas o, como mayoritariamente se recogen en estos planos, el pitipié, confieren a estos planos un nivel de relación entre los elementos cartografiados y la realidad muy preciso. Esta palabra procede del francés “petit pied”, es decir pie pequeño. En otras ocasiones, especialmente con otros tipos de mapas, recibe el nombre de tronco de legua. De este modo, aparecen pitipié de 1000 varas, pitipié de 3000 varas… Estas varas son, en los planos analizados, varas castellanas que equivalen a 83,59 cm. También podían tomar otras unidades de longitud para las subdivisiones de los pitipiés, aunque en menos ocasiones, como el pie, fundamentalmente pie castellano, también conocido como pie de Burgos, que equivalía a un tercio de la vara, aunque en algunos casos se toman como referencia el pie romano o pes (29,57 cm), 1,71 cm mayor que el castellano.

El otro elemento planimétrico empleado, aunque no en todos los planos, es la rosa de los vientos. Ésta varía desde los 16 puntos como la que aparece en la “Planta original del término de la villa de Montoro…” a la más simple, limitándose exclusivamente a los 4 puntos cardinales. En algunas ocasiones el norte queda representado con la flor de lis, pero debemos advertir que no siempre el norte está en la parte superior del plano, ya que depende de la forma de la villa cartografiada. Así, el autor tenía la opción de rotar el plano según él creía conveniente para adaptarlo a la hoja sobre la que se cartografia. Otro punto cardinal relevante es el este (levante u oriente, según el plano). Está simbolizado mediante una cruz, ya que esta dirección señala donde se encuentra la Tierra Santa, como ocurre en la “Description y Planta del termino Jurisdiccional de la Villa de Salteras”. Como sustitución a la rosa de los vientos, en algunos casos, emplean los puntos cardinales rotulados en los cuatro lados del mapa, es el caso de la “Planta del Término de Benamaurel de Baza”. La simplificación llega hasta el extremo cuando sustituyen los puntos cardinales por simplemente sus iniciales: S, L, M y P (Septentrión, Levante, Mediodía y Poniente), como sucede en el “Plano y medida del lugar de Coria del Rio”.

Por otro lado, queremos puntualizar que todos los planos son manuscritos y dibujados sobre papel. Normalmente este papel tiene forma regular, pero en ocasiones su aspecto es irregular, adaptándose a la forma de la villa cartografiada. La mayoría de los geómetras emplean tinta y colores a la aguada. En ocasiones se utiliza únicamente la tinta, principalmente negra y, en menor medida, roja, como es el caso de la “Planta de el termino de la villa de Espartinas…” Pero en muchos de los planos usan la aguada, puesto que esta técnica permite la transparencia de las capas frente a otras técnicas pictóricas opacas, facultando la percepción todo tipo de anotaciones que los cartógrafos realizan en estos planos a pesar del uso superpuesto de estas tonalidades. Sin embargo, y en general, las iluminaciones están muy limitadas a determinados elementos como los núcleos urbanos, edificaciones singulares aisladas, límites parcelarios o cursos fluviales, en el caso de que los hubieran; quedando casi todo el territorio representado sobre un fondo blanco que refuerza el contraste de lo simbolizado.

 

Autor: José Carlos Posada Simeón


Bibliografía

BUISSERET, David, “Spanish Peninsular Cartography, 1500-1700”, en Woodward, David (ed.), The History of Cartography, Vol. 3: Cartography in the European Renaissance, Chicago, University of Chicago Press, 2007.

CABRERA ESPINOSA, Manuel y LÓPEZ CORDERO, Juan A., “La población y el paisaje de Cabra del Santo Cristo según el expediente de privilegio real de señorío jurisdiccional, 1659-61”, en Sumuntán, 30, 2012, pp. 121-142.

CHÍAS NAVARRO, Pilar, “La cartografía histórica en el estudio de la construcción del territorio y del paisaje. Mapas y dibujos de los pleitos civiles en la baja edad media y en el renacimiento (1)”, en EGA. Revista de Expresión Gráfica Arquitectónica, 14, 2009, pp. 50-59.

ARÉVALO RODRÍGUEZ, Federico, La representación de la ciudad en el Renacimiento: levantamiento urbano y territorial. Tesis doctoral, Sevilla, Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Sevilla, 2000. Disponible en línea.

PLO Y CAMIN, Antonio, El Arquitecto Práctico, Civil, Militar, y Agrimensor, dividido en tres libros, Madrid, Imprenta de Pantaleón Aznar, 1767. Disponible en línea.