Pedro de Castro Vaca y Quiñones es uno de los religiosos más influyentes de la Edad Moderna en Andalucía. Férreo seguidor de la doctrina católica, fue defensor de los postulados de la Reforma tridentina. Ardiente partidario de un modo de vida recto y austero, en contrapartida a los excesos de la Iglesia que le precedió, fue coetáneo de ilustres religiosos como san Juan de la Cruz, con quien coincidió en varias etapas. Su vida estuvo íntimamente marcada por los descubrimientos de Valparaíso, en Granada, ciudad de la que fue arzobispo entre 1589 y 1610, y en la que dejó su principal legado: la Abadía del Sacro Monte. Por lo reducido de este artículo, sería osado pensar entrar en una valoración detallada de su biografía, por lo que a lo largo de estas líneas intentaremos acercarnos a los rasgos generales y definitorios de su figura.

Nacido en Roa (Burgos), en 1534, fue hijo del gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, y de María Magdalena Quiñones. Cuando contaba con dos años se trasladó a Valladolid. Sus estudios fueron completados en la Universidad de Salamanca, donde obtuvo el grado de licenciado en las facultades de cánones y leyes. Su principal biógrafo, Diego Nicolás Heredia Barnuevo, resalta su vocación, desde niño, por la oración y la penitencia. Además de la Teología, dominó el mundo del derecho, protegiendo a ultranza la jurisdicción eclesiástica frente a la civil. Así lo demostró triunfando en la defensa de su padre, procesado en los Consejos de Indias y Real de Castilla, acusado de haber excedido sus atribuciones en el ejercicio del gobierno y de incursión en actividades ilícitas, entre otros cargos. En 1570 fue nombrado oidor de la Chancillería de Valladolid (la que más adelante presidió) y, desde 1578, fue presidente de la Chancillería de Granada, cargo que ostentó hasta 1583.

De religioso, se inició en la desaparecida Cartuja de Aniago (Valladolid), donde hizo los ejercicios para sacerdote. La espiritualidad que allí conoció debió dejar huella en él, como demuestran los asiduos retiros que tuvo en la Cartuja de Granada a lo largo de su vida. En su trayectoria eclesiástica, contó con el beneplácito y la distinción del monarca Felipe II, quien le concedió diversos cargos. En el caso de Granada, se iniciaron con el nombramiento de visitador de la Capilla Real, el 30 de abril de 1562, siendo posteriormente visitador del Hospital y del Colegio Real. Tras renunciar a varias mitras (Calahorra, Tarragona y Plasencia), fue nombrado arzobispo granadino en 1589 (tomó posesión el 15 de abril de 1590) y posteriormente de Sevilla, en 1610, hasta su fallecimiento, en 1623.

Según afirma el profesor Cárdenas Bunsen, Pedro de Castro se tomó con reticencia su nueva ocupación en la diócesis granadina, debido a las problemáticas que acarreaba, especialmente por el tema morisco y los estragos que había ocasionado la rebelión de las Alpujarras. Sin embargo, pronto cambió su postura. A propósito de ello, fue muy activo en la recuperación del patrimonio cristiano, maltrecho por los rebeldes, luchando por la conservación de su culto. Junto a la dotación patrimonial, donde siempre primó su preocupación por el decoro frente a los aspectos estéticos, Pedro de Castro se ocupó durante toda su vida de la formación e instrucción cristiana, como demostró en la Universidad de Granada. Esta identidad quedó reflejada en el Sacro Monte, donde, según el canónigo y profesor Rodríguez Ratia, “la creación del Colegio de San Dionisio se inscribe en el conjunto general de la labor educativa de don Pedro de Castro en Granada, que fue muy intensa”. También fue valedor, dotándolas de constituciones, de las facultades de filosofía, leyes y teología del Colegio de San Miguel, y del Colegio de Santa Catalina.

En esta misma línea situamos que uno de sus principales empeños, en Granada, fuera la lucha por el estricto cumplimiento de la moralidad católica y la rectitud de todos los estamentos de la iglesia, y, en general, de toda la sociedad. Hizo evidente su filosofía y su modus operandi mediante la redacción de numerosas instrucciones y decretos. Un ejemplo de ello es un impreso, conservado en el Archivo del Sacro Monte, dirigido a la “Instrucción para remediar y asegurar, quanto con la divina gracia fuere posible, que ninguno de los negros que vienen de Guinea, Angola, y otras provincias de aquella costa de África carezca del sagrado baptismo”. Esto también lo expresó en el sometimiento a examen a los confesores, la prohibición de celebrar misas y confesiones en casas particulares (con la excepción de las personas enfermas), la lucha por el cierre de la casa pública, y el control a la entrada de niñas menores de 12 años en los conventos de clausura. Además, persiguió las comedias, prohibiendo la asistencia de los clérigos, y logrando, posteriormente, su suspensión. Tampoco permitió acudir a los religiosos a los juegos de cañas o las corridas de toros y, en 1597, redujo las hermandades de Semana Santa, motivado “por la mala praxis de los disciplinantes”, según el profesor Miguel Luis López-Guadalupe, algo que también dictó en la diócesis de Sevilla, a través de un decreto de 5 de abril de 1623. Para asegurar el cumplimiento de sus designios, además de los escritos referidos, se ocupó de la fundación de numerosos centros asistenciales, como el Colegio de Niñas Nobles, destinado a doncellas y pobres.

En el ideario de Pedro de Castro será fundamental, como en la mayoría de sus coetáneos, la influencia del obispo de Milán, Carlos Borromeo (1538-1584), cuyos edictos conoció. Además de en su doctrina, esto se vio reflejado en su predilección por el Sacro Monte (recordemos que san Carlos fue un gran reformador del Sacro Monte de Varallo, a donde subió con gran asiduidad). Sin embargo, Pedro de Castro hizo de la Abadía granadina una fundación única y singular. Prueba de su interés es que la dotó con todos aquellos bienes que tuvo a su alcance, y puso en ella sus mayores esfuerzos. Constituida en 1610, fue una iglesia colegial conformada por un cabildo secular presidido por un abad. Surgió a raíz de los hallazgos de reliquias, libros de plomo y restos martiriales, sucedidos en el monte de Valparaíso, entre 1595 y 1599. Lugar para el estudio y la formación de sacerdotes, fue seminario tridentino y, posteriormente, colegio de teólogos y juristas. Espacio de acogida de peregrinos, de adoración eucarística, de veneración martirial y de devoción jacobea y mariana (con especial exaltación de la Inmaculada Concepción), también fue un punto de partida. Y es que las misiones de los canónigos ilipulitanos se convirtieron en uno de los principales pilares de sus constituciones. Unas misiones que se desarrollaron principalmente en las provincias de Granada y Sevilla, donde se ponía especial esfuerzo en el control de las parroquias rurales. Para la materialización de todo ello, Pedro de Castro escogió un exclusivo cabildo, formado por clérigos de renombre como su secretario personal, Cristóbal de Aybar, su provisor y primer abad, Justino Antolínez de Burgos (1610-1617), el gran mecenas de arte y primer abad electo Pedro de Ávila (1617-1651), y el canónigo obrero, Francisco de Barahona.

Pedro de Castro falleció en Sevilla el 20 de noviembre de 1623 y, en cumplimiento de su propia voluntad, meses después su cuerpo fue trasladado a Granada, emplazándose en la actualidad en una cripta en la iglesia de la Abadía. Tanto en vida, como post mortem, se preocupó por dejar bien dotada su fundación, a través de numeras donaciones, quedando entre su principal legado los bienes procedentes del mayorazgo de su padre y del que da fe, entre otras, la magnífica serie de tapices flamencos de la vida del rey Ezequías. La defunción del arzobispo afectó profundamente a los cimientos de la Abadía, por haber perdido a su gran ideólogo y defensor, haciendo evidentes sus virtudes y errores. Sin embargo, no cabe duda, de que a pesar de sus sombras, Pedro de Castro demostró a lo largo de su longeva vida ser un personaje enormemente carismático, cuyo nivel como político y eclesiástico hoy en día es reconocido.

 

Autor: José María Valverde Tercedor


Fuentes

GONZÁLEZ DE MENDOZA, Pedro, Historia del Monte Celia de Nuestra Señora de la Salceda, Granada, Juan Muñoz, 1616. Disponible en línea.

HEREDIA BARNUEVO, Diego Nicolás, Místico Ramillete histórico, cronológico panegírico…, Granada, Imprenta real, 1741. En Biblioteca Virtual de Andalucía. Disponible en línea.

Bibliografía

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GARCÍA VALVERDE, María Luisa, “La donación del arzobispo don Pedro de Castro al Sacromonte, el inventario de sus bienes”, en Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 27, 1996, pp. 283-295.

LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, Miguel Luis y Juan Jesús, Historia viva de la Semana Santa de Granada. Arte y devoción, Granada, Editorial de la Universidad de Granada, 2002.

LÓPEZ, Miguel Ángel, Los arzobispos de Granada: retratos y semblanzas, Granada, Santa Rita, 1993.

RODRÍGUEZ RATIA, Federico, El Sacro-Monte, cuatro siglos de historia educativa en Granada, Granada, Granada, Ave María, 2006.

RUIZ RODRÍGUEZ, Antonio Ángel, La Real Chancillería de Granada en el siglo XVI, Granada, Diputación Provincial, 1987.

VALVERDE TERCEDOR, José María, El arte como legado. Patrocinio y mecenazgo en la Abadía del Sacro Monte, siglos XVII y XVIII (Tesis doctoral), Granada, Universidad de Granada, 2019.

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