Comenzando con las siempre convenientes definiciones -y quizás más aún en un tema como este-, diremos que, aparte de la acepción que se refiere a la dignidad de obispo, se denomina obispado al territorio o dominio asignado a aquél para que ejerza las funciones y la autoridad propias de su cargo; de ahí que también se asocie a diócesis, término procedente de la organización administrativa romana que, a partir del siglo III, se aplicará al ámbito eclesiástico para definir el espacio que se halla bajo jurisdicción de un obispo diocesano con sede en una catedral, y que ésta no se entienda sin aquél. Como continente y contenido van aquí íntimamente unidos -de hecho, las personas son las que dan significado a las instituciones-, tres puntos trataré sobre el obispado de Córdoba: demarcación -extensión y límites, fundación y breve trayectoria, estructura organizativa-, patrimonio -recursos y rentas- y responsables -prelados u Ordinarios-.

En cuanto a lo geohistórico, aunque reino y obispado de Córdoba son bastante asimilables espacialmente -y el último, con alto grado de uniformidad a mediados del XVIII, prácticamente el mismo que ha llegado a nuestros días salvo la incorporación de Chillón a Ciudad Real y de Priego y Carcabuey a Córdoba-, es difícil calibrar la superficie de la jurisdicción diocesana del obispado cordobés, dependiente durante la época moderna del arzobispado de Toledo, con el que limita al norte completando sus fronteras al este con el obispado de Baeza-Jaén, al sur con el arzobispado de Granada y obispado de Málaga y al oeste con el arzobispado de Sevilla, ya que ha sufrido cambios a lo largo del tiempo. No obstante, algunos obispos han precisado sus dimensiones indicando que comprende, en longitud, unas 28 leguas españolas y en amplitud sobre 18, esto es, una superficie de 156 kilómetros de longitud por algo más de 100 kilómetros de ancho, teniendo en cuenta que la legua española equivale a 5.572,70 metros, excepción hecha de las ya mencionadas Priego de Córdoba y Carcabuey que dependen en los siglos modernos de la abadía nullius -es decir, exenta de la jurisdicción episcopal- de la localidad jiennense de Alcalá la Real. Esta extensión justifica su división en tres arcedianatos -ámbitos de jurisdicción del arcediano, cuya específica función es encargarse de los asuntos temporales junto al obispo-, los de Pedroche, Castro del Río y la misma ciudad de Córdoba (aunque en 1506 la Santa Sede aprueba la creación de otro más con el título de Palma del Río, la bula no se ejecutó), no correspondidos, empero, con las cuatros ciudades más importantes de la diócesis que, según relaciones ad limina de los obispos, eran Bujalance, Lucena, Montilla y obviamente la propia capital. La misma fuente informa que en 1783 comprende 65 localidades, porque se han creado en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía La Carlota y San Sebastián de los Ballesteros, confirmándose así el empuje demográfico del sector meridional del obispado; compuestas por, al menos, una parroquia, excepto Luque y Baena, que cuentan con 2 y 6, respectivamente -el último caso, verdaderamente excepcional en el conjunto del obispado-; y se trata de una diócesis razonablemente llena, pues aglutina, según el número de “almas” que reciben comunión o son oídas en confesión, una población variable, que, de nuevo, lideran, con el 32,1%, los lugares más populosos de la diócesis -Lucena, Montilla, Cabra y Bujalance- y la misma capital, aunque sin olvidar no pocos “grandes pueblos” -17-, que cobijan entre 1.000 y 2.000 habitantes, esto es, el 13,96% de la población.

Junto a las indicadas indispensables parroquias, agrupadas en 25 vicarías a fines del siglo XV y cuyos titulares -vicarios episcopales- ejercen primordialmente funciones de jurisdicción decimal y espiritual, ermitas intra y extramuros, basílicas, oratorios y santuarios, cenobios de distintas órdenes religiosas y de ambos sexos, institutos benéfico-asistenciales, asociacionismo religioso asimismo de distinto número y entidad, y una colegiata -la de San Hipólito, con cabildo de 1 prior y 9 canónigos, pero que, al ser fundación de patronazgo real erigida en la capital en 1340 por Alfonso XI, queda fuera de la responsabilidad episcopal-, atienden la acción pastoral del obispado, que administrativamente sostienen el cabildo catedralicio -cogobernante de aquél con el prelado, y que, en el de Córdoba, integran 58 beneficios desdoblados en 8 dignidades (deán, arcedianos de Córdoba, Pedroche y Castro, maestrescuela, chantre, tesorero y prior), 20 canonjías (entre las que se hallan los canónigos de officiis: penitenciario, teologal, doctoral y magistral), 10 raciones y 20 medias raciones, más 12 capellanes de veintena encargados del coro- y los otros sacerdotes de la “familia episcopal”, compuesta por todos los clérigos que sirven a la catedral, desde los canónigos a los capellanes, pasando por músicos, cantores y, en suma, todo el personal religioso en su conjunto. Históricamente, recoge, en los tiempos modernos, toda una tradición que se remonta al siglo III, con Osio, su primer prelado, y centra Fernando III, con la reconquista de la ciudad en 1236, en la delimitación, constitución y organización ya indicadas, y que prácticamente alcanzan el final del Antiguo Régimen.

Por lo que concierne al plano económico, como otros obispados, asimismo el de Córdoba, al auténtico poder jurisdiccional del que dispone su titular, acrecentado y reforzado después del concilio tridentino, suma el crematístico, pues también aquél es de naturaleza económica y estamentaria, ya que la sede episcopal de Córdoba no es precisamente secundaria en España. Antes al contrario, Hermann la considera “rica”; Domínguez Ortiz, asimismo por sus rentas, obispado interesante y cabildo poderoso; y Flament, según las visitas ad limina del Antiguo Régimen, entre los 10 obispados más ricos de la corona de Castilla. Nutren ese patrimonio episcopal o pontifical, como lo denomina Nieto Cumplido, desde la restauración del obispado en el siglo XIII, un buen número de distintas piezas rústicas y urbanas, obtenidas primordialmente por donación real o particular en forma de legados, mandas pías y fundaciones, como las huertas de Lucena y Aliaxar, las viñas de Bella, las heredades de Carchena, Palma y torre de Abenhance, o las mitades del cortijo del Tejedor y de los molinos y aceñas que la catedral poseía en Córdoba, entre otras muchas propiedades, sin duda mantenidas y ampliadas a lo largo del tiempo hasta llegar al muy considerable patrimonio inmobiliario, en número, calidades y valor, que asigna el catastro de Ensenada a la mesa episcopal, segregada de la capitular en 1249 por el obispo Gutierre Ruiz de Olea; y, sobre todo, los diezmos -de pan, vino, aceite, menudo-, con cifras muy elevadas, como muestra, de nuevo, aquella fuente. De ahí que las rentas del obispado rocen, en plena época moderna y como promedio, los 40.000-50.000 ducados anuales, según muchos testimonios archivísticos y literarios, como los de los viajeros que llegan a Córdoba en aquel tiempo; cifra superable generosamente, como sucede con el obispo y tío de Carlos I, Leopoldo de Austria, cuyos ingresos, al terminar en 1557 su trienio de mandato por defunción, ascienden a 192.500 ducados, ingresos pagados aparte en concepto de pensiones impuestas sobre la mitra; y desde luego muy inferior a los 75.000-85.000 ducados anuales de media en el último siglo del Antiguo Régimen, importe cuya envergadura se calibra mejor si, contextualizando, tenemos en cuenta el promedio de 2 reales de vellón diarios que cobra un trabajador manual, como así sucede, a mediados del XVIII, según el catastro ensenadista, los 3-4 reales que vale una misa -rezada o cantada-, respectivamente, o los 44 reales que vale una mortaja franciscana simple y sencilla. En dicho cómputo patrimonial tienen principal peso los ya citados diezmos, de donde proceden los mayores ingresos, así como las numerosas y jugosas rentas de las propiedades rústicas y urbanas de la mesa episcopal. Obviamente todo no es “neto”, deben descontarse los gastos en forma de limosnas, cuidado y mantenimiento de lugares de culto, contribuciones a la hacienda real, o impacto de la misma coyuntura económica, tantos, tan frecuentes y cuantiosos que, a veces, han de asumirse, al menos en parte, por el propio peculio personal de los prelados, pero el balance casi siempre es positivo.

En el ámbito personal, finalmente -y hablamos ya de los responsables del obispado cordobés, sus prelados u Ordinarios-, a lo largo del Antiguo Régimen, desde la segunda mitad del siglo XV y hasta la muerte de Fernando VII, se suceden en la sede de Osio un total de 48 obispos, de los que prácticamente todos tomaron posesión. Sociológicamente, según los numerosos y jugosos datos al respecto del episcopologio de Gómez Bravo, se observan los siguientes rasgos según su extracción eclesial, territorial, socio-familiar, y curricular:

  • Predominio del clero secular frente al regular, en la clara proporción que va del 70 al 30%, respectivamente, aunque, en el clero regular, se detectan marcados contrastes entre órdenes, porque copan los dominicos por encima de franciscanos y mercedarios.
  • De la España septentrional (Castilla la Vieja-León, concretamente) frente a otras áreas, si bien, en la meridional, lógicamente Andalucía precede a Castilla la Nueva u otras zonas como Vascongadas, Galicia o Extremadura.
  • Del estamento nobiliario, como avala su más del 65%, frente a otros segmentos sociales, aun cuando tampoco es despreciable el número de hijos de funcionarios y juristas que llegan al obispado cordobés, más del 25%, como lo eran los progenitores de los obispos Alarcón o Valdés, oidor en la Real Chancillería de Valladolid y alcalde de Casa y Corte, respectivamente; quedando ya muy atrás la presencia de familias modestas, situación en la que en el Seiscientos solo están los dos únicos casos de Fresneda y Mardones.
  • Y de aceptable preparación profesional ad hoc -doctrinal, cultural-, por lo general contrastada en otros obispados antes de llegar al cordobés, igualmente casi siempre desempeñada en exclusividad, sentido del deber y brillantez, y concluida en Córdoba, que además era sede diocesana de término en el cursus honorum Efectivamente, la trayectoria de algunos prelados del obispado cordobés se desarrolla por entero en el ámbito eclesiástico y la formación disciplinar recibida suele ser en Teología o en Derecho Canónico –Rojas y Sandoval cursó estudios en la Universidad de Alcalá, donde se gradúa de doctor en la primera materia indicada y ocupa las sillas episcopales de Oviedo y Badajoz-; otros aportan méritos casi exclusivamente en altos organismos de la administración y todos se hallan graduados a la vez en Derecho Canónico y Civil -Vega Fonseca fue inquisidor en el tribunal de Zaragoza, oidor en Valladolid y presidente de su Chancillería y en la de Granada, terminando como presidente de los Consejos de Hacienda e Indias antes de ocupar la mitra cordobesa-; otro reducido grupo alterna cargos en la administración de justicia con el desempeño de varios obispados, como hizo Álava y Esquivel, quien graduado en Salamanca, fue presidente de la Chancillería de Granada y después rigió los destinos de los obispados de Astorga y Ávila. Asimismo, gran parte de los titulares de la diócesis cordobesa tiene un curriculum solvente, lo que explica que un alto porcentaje supere la cincuentena cuando ocupan la sede de Osio, cuyas pingües rentas la hacen meta y culminación para la mayoría de sus carreras eclesiásticas episcopales, como lo prueba el que casi el 70% acaben sus días al frente de aquélla, las dos terceras partes pasan a regir archidiócesis, e incluso consta el caso de fray Pedro de Salazar quien, a fines del Seiscientos, fue cardenal antes que obispo de la antigua capital del Califato.

Y aunque ciertamente con resultado dispar en el balance de la labor episcopal -económica, jurisdiccional y espiritual- desarrollada en la diócesis, la mayoría tuvo meritorias acciones en distintos campos, desde mejoras en su funcionamiento organizativo y pastoral al interés por la formación cultural y moral de clero y fieles –sínodos diocesanos de 1496, 1520 y 1662-, pasando por la atención a pobres y necesitados. Así lo prueban la creación del seminario de San Pelagio por Pazos en 1583, uno de los primeros en la corona de Castilla y a veinte años justos de terminar Trento; la posición favorable a los amotinados por Tapia en las alteraciones de 1652; o la fundación de un hospital general para la ciudad que ha funcionado hasta el siglo XX, por el ya mentado Salazar en 1704. Tres botones de muestra, pero entre muchos otros de timbre que podrían citarse en la historia del obispado cordobés durante la época moderna.

 

Autora: María Soledad Gómez Navarro


Bibliografía

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