En la Edad Moderna podemos encontrar diferentes formas de acceso a la financiación. El crédito se manifestaba a través de diversos instrumentos de crédito. Grosso modo, podemos decir que existían de dos tipos: formal e informal, aquellos ofertados por las instituciones y aquellos que realizaban agentes financieros a título personal, siendo estos últimos los más frecuentes. El Real Giro de España fue un primer proyecto para estudiar la creación de la primera entidad bancaria española. Su fundación se dio con la monarquía de Fernando VI en 1748. Le continuaron el Banco Nacional y el Banco de San Carlos. Pero ¿cómo accedía a la financiación el común de la sociedad? Principalmente, a través de Montepíos y prestamistas. Los primeros eran entidades que realizaban pequeños préstamos sin interés, pudiendo distinguir entre los Montepíos de Piedad y aquellos creados como fondos para los trabajadores de un determinado sector, como el de los cosecheros. Fueron creados para paliar la situación de desamparo legal en la que muchos agricultores se encontraban cuando se veían obligados a solicitar un préstamo a un agente particular. No obstante, esta institución no supo dar respuesta a los problemas crediticios que se presentaban en las sociedades modernas, pues las cantidades prestadas fueron escasas e insuficientes.
La segunda opción se materializaba a través de personas que prestaban dinero a título personal. Estos individuos podían dedicarse al solo ejercicio de la financiación o complementarlo con otros oficios. Un trabajo muy ligado al de prestamista era el de comerciante, pues disponían de una solvencia crediticia mayor al tener su dinero en constante movimiento debido al giro del comercio.
La tipología del préstamo iría variando en función de los contextos económicos. Al inicio de la Edad Moderna encontramos un mercado de crédito donde imperaba el préstamo censal. Los censos, aunque son una tipología de compleja definición, podían definirse, a grandes rasgos, como un crédito hipotecario a largo plazo por cantidades generalmente grandes. Por ende, estaban reservados para la parte alta de la pirámide social. Actualmente podrían asimilarse a las hipotecas inmobiliarias. Este tipo de financiación entra en crisis a finales del Antiguo Régimen y emerge otra forma de crédito, que aunque ya existía su demanda no se incrementó hasta el siglo XVIII: las obligaciones. Estas se definían por presentar una forma de crédito a corto plazo por cantidades pequeñas en comparación con los censos. Solían devolverse en muy pocos años o incluso meses, y eran más accesible para el común de la población.
En Andalucía (y casi igual que en el resto de las regiones), estos empréstitos estaban muy ligados a la tierra. Su finalidad era utilizarlos para las labores del campo y solían solicitarlo los agricultores. Curiosamente, en la mayoría de estos contratos financieros (llamados contratos/escrituras de obligación u obligaciones-préstamos) no suele haber referencia alguna al tipo de interés. La Iglesia condenaba la usura y estos contratos presentaban un conflicto si en ellos aparecía algún beneficio. Entonces, ¿eran filántropos estos prestamistas? En los contratos suele aparecer la famosa fórmula: “que le ha prestado para las labores de sus haciendas por hacerle merced e buena obra”, no indicando ningún tipo de ganancia para el prestamista y poniendo como garantía hipotecaria algún bien, como una casa o determinadas obradas de viña. A este respecto, el profesor Eiras Roel arrojó luz al tema cuando señaló que, frente a la impopular visión que se tenía sobre los censos –que sí estipulaban un tipo de interés oficial–, las verdaderas máquinas de expropiar fueron las obligaciones, pues el interés iba oculto en la cantidad prestada y su verdadera función, en la mayoría de los casos, fueron los adelantos sobre la cosecha. ¿Y era esto algo malo? Si tenemos en cuenta la dinámica observada en Andalucía Oriental, los prestamistas fueron principalmente comerciantes que pedían adelantos de la cosecha a los agricultores. ¿Y qué hacían con todo este excedente estos prestamistas-comerciantes? Obtener los productos de mejor calidad y venderlos a través de sus compañías. ¿Y si ese año había una mala cosecha? El agricultor quedaba a merced del prestamista, que podía reclamarle legalmente su bien más preciado y medio de subsistencia: la tierra que trabajaba y habitaba.
Las ciudades portuarias andaluzas eran el caldo de cultivo ideal para llevar a cabo este oligopsonio comercial. Tras la implantación del Reglamento de Libre Comercio con América en 1778 muchas ciudades pudieron beneficiarse de los negocios indianos. Las exportaciones hacia el otro lado del Atlántico y el norte de Europa estaban a la orden del día. En Málaga, por ejemplo, la ruptura de la vendeja marcaba el precio de salida de los frutos durante el mes de septiembre. De especial interés fue la pasa que, junto a los cítricos y otros frutos secos, solía ser utilizada para hacer dulces y bebidas espirituosas. No es raro encontrar en las Actas de Cabildo y la literatura de viajes que el mercado estaba dominado por los extranjeros. Cada mes de septiembre llegaban a la costa malagueña barcos foráneos que cargaban los frutos que les vendían las compañías comerciales afincadas en la provincia malacitana. Para fines del siglo XVIII el Almanak Mercantil registraba un total de siete compañías en Vélez-Málaga, gran competidora de la capital por su producción y calidad de pasas, y 48 en Málaga, teniendo esta última el monopolio comercial. Muchas de ellas quedaron registradas en los protocolos notariales como entidades financieras que suministraban dinero a los cosecheros y estipulaban la devolución del préstamo en especies. Los análisis estadísticos muestran cómo los meses con mayor número de solicitudes eran octubre y noviembre, coincidiendo con el inicio del nuevo ciclo agrario.
¿Y qué hay de las mujeres? ¿Participaban en este tipo de transacciones económicas? Contra todo pronóstico sobre lo que pudiese pensarse, la respuesta es afirmativa. En la Andalucía Oriental del setecientos podemos confirmar una representación significativa dentro de las finanzas. Concretamente, en Antequera, Vélez-Málaga y Málaga han sido analizadas cuantitativamente, llegando a representar el 18,25 % de acreedoras en los casos analizados en Antequera, el 9 % en Málaga y el 10,71 % en Vélez-Málaga. Datos similares se han obtenido en Galicia, y aún mayores en Francia.
¿Cómo podía una mujer ejercer funciones de prestamistas en la Edad Moderna? Desmintiendo el tópico de la dependencia legal de las mujeres (labor iniciada por Rey Castelao y Rial García), las leyes establecían que la soltera emancipada y la viuda disponían de total autonomía legal. Caso aparte eran las casadas, que podían administrar sus bienes e igualarse a sus maridos dentro del régimen económico del matrimonio a través de una licencia marital. Incluso en el caso de maridos ausentes los jueces podían autorizarlas a gestionar sus bienes y pagar y conceder préstamos.
En la Axarquía malagueña encontramos a una prestamista llamada Cathalina Lynch y Bourman que, según la documentación conservada, fue la financiera de referencia de la zona. Aunque su nombre haga pensar que era extranjera, como buena parte de los comerciantes que mercadeaban en la Málaga moderna, nació y se crio en Vélez-Málaga durante la segunda mitad del siglo XVIII. Ejerció la profesión de prestamista y comercianta desde que fue soltera emancipada. Más tarde se casó y mercaba a través de una licencia marital, llegando a fundar su propia compañía. Como a muchas de las mujeres del Antiguo Régimen, le sobrevino la viudedad y siguió trabajando y ejerciendo su profesión hasta llegada su senectud. Pero no fue la única, encontramos muchas otras que, o bien continuaron los negocios de sus difuntos maridos, como fue el caso de Mariana Gil Duarte, con la Compañía Viuda de Córdoba, o bien la dirigían junto a sus maridos, como las mujeres de la Casa Murphy de Málaga. También encontramos mujeres tenderas que realizaban pequeños préstamos. La documentación –especialmente la de los protocolos notariales– vuelve a desmentir el tópico de la invisibilidad de las mujeres en las fuentes documentales, dejando claro que participaron activamente en las finanzas, ya fuese en solitario o junto a sus maridos. En este último caso, su posición se situaba principalmente en el lado de las deudoras, pues su relación con el dinero y la propiedad hacían que su dote actuase como aval hipotecario.
En definitiva, la participación de la sociedad en las finanzas, tanto en el lado de acreedores como en el de deudores, fue común durante la Edad Moderna. Respecto a su visión, una difusa línea entre la usura y el préstamo se cierne sobre los financieros de casi cualquier época que tratemos. La escena de Los Medici: Señores de Florencia referencia la postura de los financieros cuando Giovanni de Medici le dice a su hijo Cosme: “Los usureros se enriquecen cobrando intereses a los desesperados. Nuestro beneficio viene del crédito. Nosotros damos oportunidades”. (ver aquí, minuto 0:40).
Autora: Elizabeth García Gil
Bibliografía
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