Extramuros de la ciudad de Granada, en un lugar inhóspito, asentado sobre el valle del Darro, tuvieron lugar, entre los años 1595 y 1599, unos misteriosos descubrimientos por unos buscadores de tesoros. Aunque no contamos con testimonios certeros, según Bermúdez de Pedraza, allí se emplazó un antiguo castillo romano, conocido como Ilípula. No obstante, en pleno siglo XVI, había sido prácticamente olvidado, y su interés no iba mucho más allá del que emana del nombre de “Valparaíso”, con el que era conocido, en alusión a la belleza de su paisaje. Los hallazgos, a los que hemos hecho referencia, fueron un conjunto de láminas sepulcrales, conocidas como los “Libros plúmbeos” y unas reliquias asociadas a los discípulos del apóstol Santiago, los varones apostólicos, san Cecilio (junto a sus discípulos Septentrio y Patricio), san Hiscio (con sus discípulos Turilo, Panuncio, Maronio y Centulio), san Tesifón (y sus discípulos Maximino y Lupario) y san Mesitón. Estos restos aparecidos junto a unos hornos de cal pronto cambiaron la historia de este espacio natural, siendo conocido desde entonces como Monte Santo, Santo Monte, Monte Sacro o Sacro Monte.

Bien es sabido que los descubrimientos (especialmente la aparición de las reliquias de san Cecilio, primer arzobispo y patrón de Granada) produjeron una profunda conmoción en una ciudad a la que el tiempo había penalizado despojándola del esplendor de su pasado y sumiéndola en un profundo letargo. El efecto catártico de lo hallado indujo a la población granadina, y de provincias limítrofes, a acudir a este monte a colocar cruces, a modo de exvotos, o a celebrar espontáneos vía crucis. El pueblo llano subió en solitario al Sacro Monte, aunque también lo hizo agrupado en cofradías, corporaciones y asociaciones, cumpliendo con este ritual personalidades ilustres como la duquesa de Sessa. De todas las cruces que poblaron el monte, todavía hoy en día se conservan la de los “ganapanes” de Plaza Nueva, la de los hiladores de seda, la de los soldados de la Alhambra y la del pueblo de Iznalloz. Las reliquias fueron aprobadas en un concilio local celebrado en el 1600. Éstas, junto a los “libros plúmbeos”, en los que a continuación nos centraremos, fueron la base sobre la que en el año 1610 se fundó, con naturaleza de seminario tridentino, ligado al culto martirial, la Abadía del Sacro Monte. La nueva institución nació gracias al impulso de Pedro de Castro, arzobispo de Granada entre 1589 y 1610, que hizo de ella su gran fundación. Desde entonces, la ruta al monte desde la ciudad pervivió como un camino ascético, de peregrinación, regulándose en 1633 con la creación de una Vía Sacra, gracias al cabildo de la Abadía y al impulso de los terceros de san Francisco Casa Grande.

Como se ha dicho, los “libros plúmbeos” fueron localizados en el monte de Valparaíso en el mismo periodo de los hallazgos relatados. Consistieron en un total de 21 libros de plomo, formados por planchas incisas a buril, escritas en castellano y árabe antiguos y agrupados por contenido doctrinal. La tradición dice que la Virgen María y Santiago, protagonistas principales de éstos, se los revelaron a los hermanos árabes Cecilio y Tesifón, quienes los escribieron. Los plúmbeos, junto a los demás restos señalados, fueron pronto vinculados con los hallazgos sucedidos en 1588 al derribar la torre Turpiana, de la antigua mezquita mayor, y colocaban a Granada en el centro de la evangelización de la Bética. Asimismo, por la carga teológico-doctrinal de su contenido, versaban atrevidas aspiraciones a convertirse en un quinto evangelio, situando a la ciudad de la Alhambra al nivel de los grandes centros de la cristiandad, como son Jerusalén o Roma, y superando con creces, en el ámbito nacional, a Santiago o Zaragoza.

En cuanto a su trama argumental, corroboraban la venida de Santiago a Hispania, situando su primera misa en el propio Monte Santo, y ratificaban la Pureza de María a través del lema: “A María no tocó el pecado primero”, que los ilustraba, y que, según su propio relato, confesaron los apóstoles como verdad católica en un concilio celebrado en Éfeso, como indica el profesor Martínez Medina. Éste se convirtió en el emblema de la Abadía y del arzobispo fundador, llegando a cubrir buena parte de su arquitectura y bienes muebles. Así pues, estaban enmarcados por el sigilo de Salomón, o de la Sabiduría, y, según se ha defendido, haciendo gala de un marcado sincretismo, estrechaban lazos entre el Cristianismo y el Islam. A propósito del patrimonio del Sacro Monte, muchas de las pinturas y retablos del periodo fundacional también reprodujeron directamente el contenido de los plúmbeos, cuya evocación generó unos temas inéditos y propiamente granadinos. Son un ejemplo de ello el primitivo retablo mayor y los colaterales de la Inmaculada y el Sagrario. Al igual que la arquitectura, numerosas obras eran ilustradas por inscripciones, principalmente concepcionistas, donde se combinaban las lenguas castellana y árabe, implicándose en ello varios artistas de renombre, como Girolamo Lucenti o el pintor alcalaíno Pedro de Raxis. Sin embargo, a diferencia de las reliquias, mucho más amables, los plúmbeos fueron sometidos a examen y generaron un intrincado debate, siendo conducidos a Madrid en el siglo XVII y finalmente condenados por Inocencio XI, en Roma, en 1682. La condena provocó la revisión de la iconografía sacromontana, buscando un acercamiento hacia temas mucho más ortodoxos. No obstante, en el siglo XVIII dicha temática será recuperada, como veremos ut infra.

Con respecto a su carácter concepcionista, culminaban el debate maculista e inmaculista, especialmente vigente en la época, haciendo de Pedro de Castro su principal defensor. Según el profesor Francisco Javier Martínez Medina, sobresalen por su carácter mariano el Libro de los galardones de los creyentes, el Libro del coloquio de María, el Libro de las sentencias, el Libro de la historia del sello de Salomón, el Libro del don del lugar y el Libro de la naturaleza del Ángel. En ellos, además de la pureza, se exaltaba a María como Madre de Jesús. Los libros del Sacro Monte también aportaron biografías inéditas sobre los mártires sacromontanos. Un ejemplo destacado, por su significado y proyección en el arte, será la curación del Señor, en la ciudad de Jerusalén, de los hermanos Cecilio y Tesifón, correspondiente al Libro de los Actos de Nuestro Señor.

En cuanto al arzobispo Pedro de Castro, al principio fue reservado e incluso algo reticente con los plúmbeos, por lo arriesgado de su mensaje, pero pronto se convirtió en su principal valedor. Castro puso tanto interés en su defensa que llegó a hipotecar gran parte de su patrimonio en ello, implicando en la causa al cabildo del Sacro Monte. Los primeros canónigos sacromontanos lucharon por los plúmbeos a través de tratados, siendo el caso más conocido el del abad Justino Antolínez de Burgos, autor de la Historia Eclesiástica de Granada, ilustrada por Francisco Heylan. Por su parte, el sucesor de Antolínez y primer abad electo, Pedro de Ávila, acudió a Roma en varias ocasiones, en defensa de la causa plúmbea. Por último, por citar un ejemplo más, Francisco de Barahona falleció en Génova en 1642, cuando se dirigía a la ciudad eterna encargado de portarlos, con otros canónigos. Igualmente, con objeto de la difusión y defensa de las planchas de plomo, se hicieron numerosas copias y traducciones, siendo las más célebres las de los médicos moriscos Miguel de Luna y Alonso del Castillo, hasta el punto de que se ha barajado la posibilidad de que sean sus verdaderos autores. Entre sus reproducciones son célebres las de Adán Centurión, marqués de Estepa, y las traducciones del canónigo Alonso González de Arandillas.

Al debate sobre la autenticidad de los libros plúmbeos se conoce como las “Guerras católicas granatenses” y tuvo una gran relevancia en la España del siglo XVII, formando parte de él ilustres personajes, como es el caso del jesuita Ignacio de las Casas y el propio Francisco de Quevedo. Se podría pensar que el debate concluyó con la condena papal, sin embargo, poco tiempo después, a finales del siglo XVII y especialmente gracias al arzobispo de Granada Martín de Ascargorta, surgió una nueva corriente implicada en la defensa de la causa ilipulitana. Ésta se centró en “Los Defensorios”, un conjunto de textos que coparán buena parte del siglo XVIII. Fueron iniciados por las Vindicias Católicas de Diego Laserna Cantoral y en ellos estuvo implicado el propio Fernando VI, como demuestra su encargo de la Historia auténtica del Sacro Monte, a los canónigos Laboraria y Luis Francisco de Viana y Bustos. El monarca borbón también defendió los hallazgos de la Alcazaba Qadima, del Albaicín, los cuales fueron capitaneados por el racionero de la Catedral Juan de Flores, e impulsados por el cabildo del Sacro Monte. Este asunto condujo al profesor Manuel Barrios Aguilera, gran estudioso de este tema, a considerar todo lo acaecido desde los primeros descubrimientos de 1595 hasta estos sucesos del siglo XVIII una misma historia. Las excavaciones, dieron como fruto la aparición de unas ruinas de un edificio, vestigios del concilio de Elvira y unas planchas de plomo, siendo la principal en 1763, con el descubrimiento de restos ligados al dogma de la Inmaculada. Esta nueva defensa entusiasta de los plúmbeos hizo que en el siglo XVIII se recuperase la primitiva temática granadina, desplazada a raíz de la condena. El principal ejemplo de ello es el nuevo retablo mayor, levantado en 1746 y cuya iconografía hacía un atrevido alegato a la causa plúmbea, situando una reproducción de ellos en las manos de Santiago y de los hermanos san Cecilio y san Tesifón, quienes aparecían como sus autores.

No obstante, como había pasado con sus predecesoras en Valparaíso, las excavaciones del Albaicín contaron con la oposición de personalidades ilustradas, como Francisco Pérez Bayer, y fueron también condenadas en 1774. Esta situación hizo que la Abadía se sometiese de nuevo a una compleja revisión, optando en este caso por una apuesta decidida por su colegio de Teólogos y Juristas, cuyo prestigio en este periodo había sido consolidado, situándose, entre otros méritos, como la primera universidad privada del país.

 

Autor: José María Valverde Tercedor


Fuentes

BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco, Antigüedad y excelencias de Granada, Madrid, Luis Sánchez, 1608. En Biblioteca Virtual de Andalucía. Disponible en línea.

ANTOLÍNEZ DE BURGOS, Justino, Historia Eclesiástica de Granada, 1623. En DIGIBUG: Repositorio Institucional de la Universidad de Granada. Disponible en línea.

Bibliografía

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MARTÍNEZ MEDINA, Francisco Javier, Cristianos y musulmanes en la Granada del siglo XVI, una ciudad intercultural: invenciones de reliquias y libros plúmbeos: El Sacromonte, Granada, Facultad de Teología, 2016.

VALVERDE TERCEDOR, José María, El arte como legado. Patrocinio y mecenazgo en la Abadía del Sacro Monte, siglos XVII y XVIII (Tesis doctoral), Granada, Universidad de Granada, 2019.

RICO GARCÍA, José Manuel y AZAUSTRE GALIANA, Antonio, “Un texto inédito de Quevedo: «Memorial de don Francisco de Quevedo Villegas dado a la Inquisición General sobre los libros del Monte Santo de Granada»”, en La Perinola, 24, 2020, pp. 71-179.

BARRIOS AGUILERA, Manuel, El ciclo falsario de Granada: de los Libros plúmbeos a los fraudes de la Alcazaba, Granada, Comares, 2021.

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