Los privilegios comerciales conseguidos por Inglaterra en el Tratado de Utrecht (asiento de negros y navío de permiso), que puso fin a la Guerra de Sucesión española, sirvieron de tapadera para que comerciantes, corsarios y autoridades coloniales inglesas incrementaran en el Golfo de México y en el Caribe exponencialmente un ya endémico contrabando a través de las factorías que establecieron para la trata de esclavos en los distintos puertos de este gran espacio marítimo, donde Jamaica sirvió de base de apoyo para el tráfico marítimo, el comercio y la actividad corsaria a los ingleses, y Curaçao a los holandeses. Para combatirlo España solo contaba con la decadente Armada de Barlovento, que dependía directamente del virrey mexicano y había demostrado su poca efectividad defensiva, al no efectuar patrullajes ni sistemáticos, ni regulares, sino sólo ocasionales, después de haber repartido los situados por los distintos presidios. Para combatir el comercio ilícito la Corona fomentó la actividad corsaria de particulares, como se había hecho durante el siglo XVII. Las numerosas presas legales e ilegales realizadas por los corsarios españoles y el clima de violencia en el mar derivaron en una situación de guerra latente, que desembocó en varias guerras con enfrentamientos en el Golfo de México y el Caribe: la guerra de la Cuádruple Alianza (1717-1721), la Guerra Anglo-española (1727-1729) y la del Asiento (1739-1748).

El contrabando y su persecución produjeron un clima de violencia en el mar muy perjudicial para el comercio de la Carrera de Indias. En 1724 el Consulado de Cádiz pidió formalmente al intendente general de Marina, José Patiño, que la Corona hiciera un esfuerzo mayor en la lucha contra el contrabando. Felipe V autorizó entonces la creación de la primera Escuadra Guardacostas de la Real Armada con sede permanente en La Habana. Los buques se enviaron desde Cádiz con la misión de patrullar el Caribe, especialmente Tierra Firme, entre Cartagena de Indias y Portobello. Los comerciantes de la Carrera de Indias estuvieron de acuerdo en financiar la escuadra pagando un impuesto del 4% sobre la plata americana importada. La escuadra se formó inicialmente con dos navíos de línea y una fragata, que zarparon desde Cádiz bajo el mando del capitán de navío de la Armada, Miguel de Sada, conde de Clavijo. Pronto se hizo evidente que la actividad de la Escuadra Guardacostas del conde de Clavijo no era suficiente para cubrir el enorme espacio marítimo que tenía confiado y contener el creciente contrabando, alentado por la progresiva demanda de las burguesías coloniales de bienes europeos. En este contexto Patiño promovió la creación de compañías de comercio privilegiadas para incorporar al comercio metropolitano los territorios coloniales insuficientemente abastecidos por el sistema de convoyes, que eran donde más proliferaba el contrabando. También buscaba facilitar a las emergentes burguesías periféricas metropolitanas un acceso más directo a los beneficios del comercio colonial, sin la intermediación de los comerciantes de la Carrera. En contrapartida las compañías debían colaborar en la represión del contrabando, destinando para ello embarcaciones y tripulaciones. Bajo estos parámetros se creó en 1728 la Compañía Guipuzcoana de Caracas, que a cambio del monopolio del comercio del cacao debía armar y mantener una escuadrilla corsaria para patrullar las aguas de Tierra Firme. Los gobernadores de las plazas coloniales no sólo otorgaron patentes de corso a armadores y corsarios particulares, tambiém promovieron la creación de agrupaciones guardacostas para perseguir el contrabando formadas por embarcaciones menores de poco calado, como ocurrió en los puertos de la Capitanía General de Guatemala, o en Yucatán, Campeche, Santo Domingo, Cuba y Tierra Firme. Otra alternativa fue involucrar a las élites locales para la creación de compañías mercantiles destinadas a hacer el corso, con el apoyo de las autoridades militares y de la Armada. Este fue el caso de la Compañía de Armadores en Corso de Cartagena de Indias, creada en 1737 por iniciativa del gobernador de la plaza y con el apoyo logístico de la escuadra de Blas de Lezo, una vez cumplida su misión de escoltar la flota de Galeones que llegó a Cartagena ese año. En las mismas fechas, ante la escalada de tensión en todo el ámbito del Caribe y del Golfo de México el Almirantazgo español reforzó la Escuadra Guardacostas de La Habana enviando seis navíos de línea al mando del teniente de navío Benito Antonio de Spínola, promoviendo, además, la creación de otra compañía corsaria particular, la Compañía de La Habana, semejante a la de Cartagena, pero destinada a patrullar el Golfo de México apoyada por la Escuadra Guardacostas de La Habana.

El Tratado de Paz de Aquisgrán de 1748 sancionó el final de la Guerra del Asiento sin solucionar ni la fuerte rivalidad entre las monarquías europeas, ni su determinación por acceder legal o ilegalmente a los mercados coloniales españoles, que había sido el origen de la declaración de guerra de Inglaterra a España en noviembre de 1739. Inglaterra salió de la guerra reforzada, convertida en la primera potencia naval europea y decidida a controlar los mercados coloniales españoles y las rutas marítimas. El marqués de la Ensenada al frente de los Ministerios de Guerra, Hacienda, Marina e Indias desde 1746, cuando Fernando VI sucedió a Felipe V en el trono español, estaba convencido de que un futuro enfrentamiento con Inglaterra era inevitable. Aprovechó que Fernando VI había decretado la neutralidad durante su reinado para poner en marcha un proyecto global de reformas y de rearme naval para reforzar la Administración y el sistema defensivo. Asesorado por marinos del Cuerpo General de la Armada decidió desplegar escuadras de la Armada para que patrullaran sistemáticamente las zonas más conflictivas del imperio, entre ellas Tierra Firme, y en las plazas donde ya existían escuadras guardacostas, como en La Habana, se reforzaron con más buques.

El final de la Guerra del Asiento coincidió con el levantamiento de la población de Caracas contra la Guipuzcoana. Ensenada envió una escuadra de dos navíos de 70 cañones al mando del jefe de escuadra Julián de Arriaga para someter la rebelión y tranquilizar la provincia. En cuanto llegó a La Guaira Arriaga pidió al comandante de la Escuadra Guardacostas de La Habana, el capitán de navío José Montero de Espinosa que incluyera regularmente la costa de Tierra Firme en sus cruceros, tocando el puerto de La Guaira para contener el contrabando e intimidar a los naturales que se habían alzado. Estos patrullajes de la escuadra de La Habana recorriendo las costas de Tierra Firme dificultaron el comercio ilegal, hasta el punto de que los comerciantes holandeses se quejaron a sus autoridades de las nuevas dificultades para comerciar, quejas que el consul español hizo llegar a la Corte española. Sometida la revuelta, los navíos de la escuadra de Arriaga regresaron a Cádiz a principio de 1750, pero los de la escuadra de La Habana siguieron patrullando Tierra Firme regularmente, hasta que a principios de 1752 el marqués de la Ensenada decidió reforzar la defensa de Tierra Firme, destacando permanentemente una nueva escuadra de la Armada en Cartagena de Indias, que en adelante se denominó la Escuadra Guardacostas de Tierra Firme. El 29 de julio de 1752 el jefe de escuadra Pedro Messía de la Cerda recibió una instrucción secreta de Ensenada con las órdenes para dirigirse a Cartagena de Indias para hacer el corso en las costas de Tierra Firme contra los holandeses, franceses e ingleses, con una división naval formada inicialmente por un navío de 70 cañones, una fragata, un paquebote y cuatro jabeques. Debía patrullar la jurisdicción de Cumaná, siguiendo por las costas de Caracas, poniendo especial cuidado en la ensenada de Giguerote hasta el cabo Codera, por ser los lugares que más frecuentaban los contrabandistas holandeses. Se previó que Messía de la Cerda destacara en La Guaira una división formada por un paquebote y dos jabeques y otra división de dos jabeques en Puerto Cabello para patrullar junto a las embarcaciones corsarias de la Guipuzcoana, que después de la revuelta volvieron a combatir el corso. Los navíos que quedaban en Veracruz de la extinta escuadra de Barlovento se incorporaron a la escuadra Guardacostas de Messía de la Cerda. El mensaje de la Corona era claro, a partir de ese momento reforzaba ostentosamente la defensa de Tierra Firme mediante el corso estatal realizado por buques de la Real Armada, de forma paralela se mantenía el corso de particuales, que actuarían coordinándose con los buques de la Armada.  

Ensenada tuvo en cuenta las dificultades que habían tenido los buques de la Armada para proveerse de harinas y bastimentos durante la Guerra del Asiento, por lo que ordenó al intendente de Marina el envío regular de estos productos desde Cádiz a Cartagena de Indias en los barcos de la Guipuzcoana. Mientras que los pagamentos de la escuadra y lo necesario para su mantenimiento se financiaría con un situado con cargo a las cajas de Nueva España. También previó Ensenada mudar las dotaciones y repasar y carenar los navíos cada dos años en el arsenal de Cádiz. El primer relevo se produjo en marzo de 1754, cuando entregó al teniente de navío Luís de Córdoba el mando de dos fragatas  que debían sustirruir a los navíos de Messía, y le ordenó zarpar hacia Cartagena con dotaciones de reemplazo. Siendo ya ministro de Marina Julián de Arriaga, a partir de julio de 1754, prosiguió con los relevos regulares de tripulaciones y buques, envíos de harinas, bastimentos y pertrechos desde Cádiz, y reclamó a los virreyes novohispanos que enviaran puntualmente los caudales para el mantenimiento de las escuadras guardacostas de La Habana y de Cartagena que le solicitaran los ministros de las escuadras mediante un presupuesto firmado por sus respectivos comandantes. La experiencia demostró que las embarcaciones de gran porte con palos y antenas muy altos eran poco operativas para el corso en aguas caribeñas, por la fuerza de los vientos y los numerosos bajíos, que demandaban embarcaciones de poco calado. Julián de Arriaga nombró en 1760 a Messía de la Cerda virrey de Nueva Granada. Una de sus primeras propuestas basada en su experiencia fue prescindir de los buques de gran porte para sustituirlos por balandras y bergantines para hacer la escuadra de corso más operativa. Arriaga aprobó la propuesta, pero insistió en mantener una fragata armada para la defensa del virreinato. La Guerra de los Siete Años, supuso un antes y un después en el diseño del sistema defensivo, que también influiría en la configuración de las escuadras guardacostas que la Armada destinó a las Indias, porque la persecución del corso se intensificó y demandó una mayor profesionalización y militarización, que quedó regulada en una nueva Ordenanza de Corso, promulgada en 1762.      

 

Autora: María Baudot Monroy


Bibliografía

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