Antes de Trento, el matrimonio podía darse por hecho desde el momento en que dos personas se comprometían de palabra, pero muchos hombres faltaban a la palabra dada. Pero, en todo caso, después de que se concertase el matrimonio de palabra, la unión habría de hacerse bajo dos condiciones: “a la faz de la Santa Madre Iglesia”, es decir en un recinto sagrado y ante el sacerdote; y “por palabras de presente”, es decir en una ceremonia pública que permitiese la presencia de los contrayentes y los testigos y a cuyo término se entendería que se había hecho “verdadero matrimonio” y no una parodia. Sin embargo, la bigamia estaba muy extendida en los siglos XVI y XVII sobre todo en los grandes núcleos urbanos españoles, pues, aunque la Iglesia mantenía que el matrimonio era una institución perpetua e indisoluble, muchos hombres lo daban por acabado con un simple abandono del hogar conyugal. O bien ocultando el hecho de estar casado, o arguyendo que sus esposas habían muerto utilizando testimonios falsos, volvían a casarse sin pudor ante el altar.

La bigamia era lesiva para la Iglesia porque atacaba el sacramento y por esa razón fue perseguida y castigada severamente por la Inquisición. Y también era castigada por el Estado porque provocaba desórdenes sociales. El tribunal de Sevilla condenó a 286 personas por este delito entre 1559 y 1699, es decir, que cada año por término medio se conocían dos casos y en la mayoría de ellos, las tres cuartas partes, el hombre era acusado de abandonar a la mujer, mientras que esta era denunciada por lo mismo en un porcentaje mucho más pequeño. En su mayoría eran jóvenes, entre 20 y 45 años, aunque también se encontraban algunos viejos, como ocurrió en 1628 cuando al auto de fe que tuvo lugar en la iglesia de San Marcos salieron un renegado, un judío, un blasfemo y una pobre vieja casada dos veces, todo un repertorio lastimoso de delitos contra la religión.

Entre los bígamos sevillanos de ese tiempo, se contaban muchos hombres dedicados al campo, jornaleros que iban de aquí para allá en busca de trabajo, artesanos y transportistas cuya movilidad geográfica y la facilidad para cambiar de nombre les permitía cambiar también de vida y de mujer. La mayoría de los bígamos que acababa sus aventuras ante los inquisidores declaraba en los interrogatorios no haberlo hecho por desprecio al sacramento sino por no disponer de suficiente dinero para mantener un matrimonio, aunque algunos dijeran que lo habían hecho justamente por lo contrario, es decir, porque entendían que casándose y conviviendo con varias personas disponían de tantas alternativas para subsistir o para cumplir mejor con uno de los fines del matrimonio como era el mutuo auxilio.

En su mayoría, las confesiones de los reos por bigamia no eran verosímiles, pero revelan los pormenores de las difíciles circunstancias de sus vidas. María Rodríguez acusada de bigamia dijo que su marido la había dejado después de trece años de matrimonio, sin que se supieran las causas. Dos hombres llegaron a decir que se habían casado con sus primeras mujeres para ayudarlas a dejar el burdel de Madrid y sus vidas de pecado; como era de suponer, confesaron a continuación que, una vez fuera de allí, las mujeres desaparecieron y ellos volvieron a casarse. Un tal Miguel de Robledo testificó que su primera mujer lo había dejado, aunque no sabemos si por otro; la buscó por Sevilla durante dos meses al cabo de los cuales emigró a otra ciudad, pero siguió buscándola a su vuelta y, pasados cinco años, volvió a desposarse, ocultando tal vez el hecho. Al cabo del tiempo llegó esta noticia a oídos de su primera mujer y esta, ni corta ni perezosa, le recordó quién era la legítima. Miguel contestó que ella no era sino su “amiga” ante lo cual la mujer lo denunció a la Inquisición y fue detenido. Más literario parece aún el relato de María González, que confesó haber huido de su primer marido porque era un ladrón. Para evitar males mayores, ella se trasladó a otra ciudad viviendo como concubina de un negro con el que se casó después de nueve años de convivencia. Sin embargo, como todo se sabe, María fue denunciada por varios testigos, tal vez un ajuste de cuentas instigado por el ladrón, que juraron que tenía otro marido residente en otra ciudad, siendo detenida, acusada de bigamia y procesada.

Los bígamos, en fin, eran condenados -una vez que se probaba el cargo que pesaba contra ellos- a aparecer en un auto de fe vestidos con capirote y sambenito marcado con las señales que lo delataban públicamente de los mismos; su castigo consistía, o bien en un destierro de Sevilla o de la collación donde tenía el domicilio el reo, cuya duración oscilaba entre uno y veinte años, combinado con azotes públicos de cien a doscientos latigazos o bien, y esto se reservaba a los hombres, a galeras sin sueldo y a remo de tal manera que se favorecían los intereses de la Corona que aliviaba así sus gastos de defensa. A pesar del número de casos de bigamia hallados, no parece que se tratara de una práctica habitual en la sociedad sevillana y, además, fue perdiéndose con el tiempo, sobre todo a raíz de la intervención del Estado en la regulación del matrimonio. Así pues, se puede concluir que la gente acudía al altar para sancionar los tratos y aceptaba la doctrina de la indisolubilidad del sacramento pese a las dudas de los propios contrayentes sobre su idoneidad.

 

Autor: Francisco Núñez Roldán


Bibliografía

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CANDAU CHACÓN, María Luisa, “Mujeres ante la Justicia: bígamas en la Sevilla Moderna”, en Historia et ius. Rivista di Storia Guridica dell’età medievale e moderna, 9, 2016.

GONZALEZ DE CALDAS MENDEZ, María Victoria, Proceso de fe y judeoconversos. Tribunal de la Inquisición, Sevilla, siglos XVII-XVIII, Tesis doctoral inédita, Universidad de Sevilla, 1995.

GONZALEZ DE CALDAS, María Victoria, “El Santo Oficio en Sevilla” en Melanges de la Casa de Velázquez, 27, 2, 1991, pp.59-114.

MARTINEZ MILLAN, José, “La Inquisición contra la bigamia: en defensa del orden social”, en Edad de Oro, 38, 2019, pp. 173-196

NÚÑEZ ROLDÁN,  Francisco, La vida cotidiana en la Sevilla del siglo de Oro, Madrid, Sílex, 2004.

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