Las misiones populares son un fenómeno típicamente “moderno”, cuya difusión está intrínsecamente relacionada con la evolución del catolicismo renovado en Trento por un lado y la expansión de las nuevas órdenes religiosas por el otro. En efecto, si bien algunos de sus antecedentes se remontan a la Edad Media, sería solamente a partir del final del siglo XVI, y sobre todo en los siglos XVII y XVIII cuando la actividad misionera se desarrollaría con fuerza convirtiéndose en uno de los rasgos más incuestionables de lo que se suele denominar como “Contrarreforma”.

Los protagonistas del ejercicio misionero fueron casi exclusivamente las órdenes religiosas, destacando sobre todo la Compañía de Jesús y la Orden Capuchina, cuyo nivel de compromiso en esta tarea fue tan elevado que de hecho se convirtió en el signo mismo de su apostolado.

Por lo que respecta a los reinos hispánicos, asistimos al despliegue a caballo entre los siglos XVI y XVII de una gran actividad misionera que conllevaría intensos ciclos de misión en las zonas rurales de la península, sugestivamente indicadas en el lenguaje de la época como “Indias de aquí”, para diferenciarlas frente a las “Indias de allá”, esto es, las tierras de evangelización en el Nuevo Mundo.

En Andalucía el ardor misionero fue principalmente de cuño jesuítico. Las campos, las aldeas y los pueblos andaluces fueron recorridos por los grandes misioneros de la Compañía, como por ejemplo los padres Tirso González de Santalla (1624-1705) y Juan Gabriel Guillén (1627-1675), o el padre Pedro de León (1545-1632), quienes dejaron unos sugestivos testimonios de sus actividades. Además, gracias a su tupida red de colegios, la Compañía de Jesús pudo articular cíclicamente precisas y bien planificadas campañas misionales, normalmente en primavera y otoño.

Si a los jesuitas se debe innegablemente la gran difusión de las misiones populares en toda España, las tierras de Andalucía, en particular las de Granada, también se beneficiaron de las actividades misioneras de otra institución: la Abadía del Sacromonte de Granada.

Fundada en 1609 por el arzobispo Pedro de Castro y Quiñones (1534-1623), la Abadía del Sacromonte -una iglesia colegiata secular que estaba integrada por un abad y veinte canónigos seculares- tenía entre los deberes asentados en sus Constituciones precisamente el de misionar con frecuencia bienal en los territorios del arzobispado de Granada y también en el de Sevilla.

La primera misión se remonta al año 1612, mientras que la última que se efectuó en el siglo XVII data de 1666. En este periodo de tiempo relativamente breve, poco más de cincuenta años, fueron llevadas a cabo 59 misiones, lo cual indica una intensa y acelerada actividad misionera por parte de los canónigos de la Abadía. De éstas, solo dos tuvieron lugar en los territorios de Sevilla, la de 1617 a Estepa y la misión general de 1620-1621 en los lugares de la archidiócesis hispalense. Las misiones populares del Sacromonte se realizaron también a lo largo del siglo XVIII, aunque probablemente con menos frecuencia que en el siglo anterior, según consta en el Libro de Misiones en el que se anotaban las relaciones.

Las misiones sacromontanas presentan muchas analogías y alguna que otra disconformidad en comparación con las demás misiones populares realizadas por las órdenes religiosas. En primer lugar, tal y como dictaban las Constituciones de la Abadía, toda misión, para emprenderse, precisaba la autorización del arzobispo de Granada, quien otorgaba a los misioneros las credenciales para misionar en los lugares del arzobispado y concedía frecuentemente las licencias de confesión para los pecados reservados de competencia obispal. En segundo lugar, al terminar la misión los canónigos tenían la obligación de informar no sólo al abad y al cabildo del Sacromonte sino también al mismo arzobispo de Granada dando cuenta de las actividades desempeñadas.

A diferencia de las misiones jesuíticas o capuchinas, las cuales contaban normalmente con un escaso número de misioneros, las misiones sacromontanas se distinguen por un abundante número de canónigos enviados, y por valerse a menudo del auxilio de otros clérigos no pertenecientes a la Abadía, ya sea seculares ya sea regulares. Con todo, la metodología misional sacromontana se inspiraba en sus líneas fundamentales en el modelo de misión ya perfeccionado por la Compañía de Jesús.

Los misioneros, al llegar al partido que se exigía visitar, se encargaban de anunciar la misión mediante un aviso “puerta por puerta”. Contextualmente, se hacían tañer las campanas de las iglesias para que toda la comunidad estuviese al corriente de la llegada de los canónigos del Sacromonte y para que todos los vecinos acudieran a oír el sermón.

La predicación de estas misiones se caracterizaba por un estilo llano, popular, asequible a todos, muy distinto de la contemporánea retórica panegírica barroca. El objetivo principal que se quería alcanzar con los copiosos sermones que se proferían a lo largo de la misión consistía en adoctrinar, por un lado, y en promover la reforma de las costumbres por el otro, de ahí que se insistiera mucho –mediante una oratoria a menudo aterradora- en los temas de la muerte y de las penas del infierno.

Durante la misión se administraban indefectiblemente los sacramentos de la confesión y de la eucaristía. En particular, el número de confesiones, generalmente muy elevado, representaba para los misioneros el indicador más certero del éxito de sus labores, el signo más tangible de la compunción originada por las palabras del predicador. En los pocos días que solía demorarse la misión en cada lugar, los canónigos del Sacromonte se ocupaban de confesar, de día y de noche, comunidades enteras de fieles.

Particular preeminencia se confería a los momentos de piedad colectiva: procesiones, doctrina general en las calles dirigida a enseñar los rudimentos de la fe y, si bien más esporádicamente, incluso la práctica de la “disciplina”, esto es, la automortificación corporal, de la que tenemos varios testimonios, especialmente durante la misión general al arzobispado de Sevilla de 1620 y 1621.

Una de las tareas más destacables consistía en procurar pacificar las disensiones internas de las comunidades locales que se visitaban. Los misioneros, desde este punto de vista, ejercían una función de conciliadores entre facciones o partes en litigios. A tal fin se solían proferir muchos sermones dirigidos explícitamente al apaciguamiento de las tensiones y al “perdón de los enemigos”. La celebración de las paces alcanzadas se realizaba de forma pública y solemne, y constituía un momento sumamente emotivo en el curso de la misión.

Además de esta importante labor de mediación, los canónigos sacromontanos desempeñaban otras tareas de disciplinamiento social, como por ejemplo la averiguación y sucesiva represión de los “pecados públicos”, entre ellos sobre todo los casos de amancebamiento y de prostitución. En particular, por lo que respecta a las meretrices era bastante común que los misioneros interviniesen remitiéndolas a instituciones especiales como los conventos de recogidas.

Las misiones sacromontanas, al igual que las misiones jesuíticas, contribuyeron a la difusión, dentro del mundo rural de la época, de una gran cantidad de pequeños impresos o manuscritos piadosos. Los misioneros, de hecho, solían distribuir entre los fieles obritas de carácter devocional, estampas devotas y coronas del rosario. A este propósito, cabe destacar que los misioneros del Sacromonte tuvieron un papel importante para la difusión del fervor mariano, no solo a través de sermones dirigidos a enaltecer la figura de la Virgen sino también a través del rezo colectivo y repetido del rosario que proponían varias veces en el curso de la misión.

El afán para la implantación de prácticas devotas colectivas a menudo respondía a una estrategia más amplia puesta en marcha por los misioneros a fin de debilitar otras prácticas consideradas impías y escandalosas. La “lucha” contra las amenidades del carnaval, por ejemplo, es un elemento constante de las misiones populares y de la labor de los misioneros sacromontanos. Conscientes de los resultados transitorios de la misión, los canónigos favorecían la creación de congregaciones y hermandades que tratasen de prolongar los efectos de su labor manteniendo, por ejemplo, la costumbre de la oración comunitaria del rosario, de hacer romerías o determinadas procesiones.

Las misiones populares impulsadas por la Abadía del Sacromonte se insertan, por tanto, en una vasta operación de evangelización de los “rústicos” por un lado -mediante intensos ciclos de predicación y confesión- y de arraigo de concretas devociones populares por otro, representando de hecho una pieza más de la Contrarreforma y de la política de disciplinamiento católico desplegada en Andalucía.

 

Autor: Andrea Arcuri


Bibliografía

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BARRIOS AGUILERA, Manuel, “Las misiones en la sociedad posrepobladora: las del Sacromonte de Granada”, en BARRIOS AGUILERA, Manuel y GALÁN SÁNCHEZ, Ángel (eds.), La historia del Reino de Granada a debate: viejos y nuevos temas. Perspectivas de estudio, Málaga, CEDMA, 2004, pp. 551-593.

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