La explotación de las minas de Riotinto en la Edad Moderna ha suscitado un escaso interés por parte de los investigadores. El limitado peso del sector en la economía nacional durante este periodo contrasta vivamente, por un lado, con el brillante y mítico pasado minero de la cuenca, vinculado a la civilización tartésica y a los intercambios con los pueblos procedentes del Mediterráneo; y, por otro, con la segunda edad dorada de las minas en la Belle Epoque, cuando se convierte este yacimiento, y con él toda la Faja Pirítica Ibérica, en un nodo del comercio internacional de materias primas estratégicas (cobre, azufre, etc.). Es significativo que sean precisamente ingenieros mineros (Rúa Figueroa, L. Aldana, Gonzalo y Tarín, etc.), algunos de ellos relacionados con el gran negocio minero, los que aborden desde entonces ese periodo en sus investigaciones. Una labor de recuperación histórica que tiene que ver con la creación del “mito de la California de Cobre” que tan útil fue en la segunda mitad del siglo XIX para atraer a las redes de inversión internacionales que hicieron posible el boom minero.

Como en tantas otras ocasiones, el redescubrimiento de las minas en el siglo XVI estuvo relacionado con la delicada situación de la hacienda nacional cuando accede al trono Felipe II. El rey va a promover las primeras investigaciones con el objetivo de allegar fondos para paliar la bancarrota del Estado. Con ese objeto, se comisiona en 1556 a D. Francisco de Mendoza, del Consejo de Hacienda, para que reconozca las minas de Guadalcanal (Sevilla) y las de los distritos de Aracena, Zalamea la Real y Valverde del Camino (Huelva). Sus investigaciones se centraron, sobre todo, en el de Zalamea, en donde se localizaba la mina de Riotinto. Allí pudo comprobar que existían restos de las antiguas instalaciones romanas y, especialmente, enormes montañas de escoria. Su informe, en el que se hacían también referencias a las especiales características del río Tinto, fue enviado al rey que lo invitó a continuar sus investigaciones. Sin embargo, Mendoza fue enviado a Flandes en misión especial, quedando sus ayudantes, Diego Delgado y Pedro de Aguilar, en Huelva. Se hicieron más investigaciones en torno al Cerro Salomón y se enviaron muestras a Madrid. Pese a ello, ni los entusiastas informes de Delgado ni la vuelta de Mendoza a Riotinto al año siguiente surtieron efecto. En 1559 fueron revocadas todas las concesiones realizadas, entre ellas las sevillanas y onubenses. Diez años después se registraron hasta tres concesiones nuevas en terrenos del distrito de Zalamea, pero nunca entraron en explotación.

En el reinado de Felipe IV se trató de impulsar el ramo minero con medidas como la creación del Consejo de Minas. Teniendo presentes los antecedentes, se comisionó a uno de sus miembros, Gregorio López Madera, para que realizara una nueva visita a las minas de Riotinto. En su informe se señalaba que el metal extraído de las escorias de la mina podía surtir tanto a la Casa de la Moneda como a la Fábrica de Artillería de Sevilla. Sin embargo, se encontró con la dura oposición de distintos miembros del Consejo y su proyecto cayó en el olvido. Hubo posteriormente varias concesiones en 1637, 1661 o 1695 sin resultados prácticos.

La llegada de los Borbones al poder coincidió con un más decidido impulso a las actividades mineras que se centró, otra vez, en Riotinto. En 1724 Liberto Wolters consigue la concesión de la explotación de Guadalcanal y de las minas onubenses por un periodo de treinta años. Su propuesta incluía interesantes novedades. Este empresario sueco, que se establecería en Riotinto, prometía atraer trabajadores especializados y tecnología minera (bombas de desagüe, fundamentalmente) de su país. Pero, además, con el objeto de reunir fondos suficientes para acometer con garantías la explotación de la mina, fundó una sociedad anónima, una forma de organización comercial pionera en el sector. Sin embargo, desde el principio surgieron desavenencias entre los accionistas que impidieron iniciar los trabajos antes de la muerte de Wolters, acaecida en 1727. Su sobrino, Samuel Tiquet, fue nombrado como su sustituto al frente de la compañía no sin la oposición de los otros accionistas. La presión de éstos ante las autoridades dio lugar, de hecho, a la creación de dos compañías surgidas de la primera sociedad y a la pérdida momentánea de la concesión de Riotinto a manos de la aristócrata inglesa y empresaria María Herbert (1740-1746). Una vez recuperada la concesión, Samuel Tiquet pondrá en marcha una serie de iniciativas que sentarán las bases del progreso del establecimiento minero. Apoyado en una nueva compañía con un mayor capital social y en su hombre de confianza, Francisco Tomás Sanz, logrará incrementar la producción de cobre procedente del tradicional método de precipitación y, sobre todo, introducirá algunas mejoras tecnológicas en la fundición y el refinado de ese metal. A pesar de ello, cuando Tiquet muere en 1758, las grandes inversiones realizadas apenas habían sido compensadas por los ingresos procedentes de las ventas de cobre a la fundición de artillería y la Casa de la Moneda sevillanas. Va a ser su sucesor al frente de la compañía, Francisco Tomás Sanz, quien definitivamente alcance el éxito en la explotación de la mina. 

Sanz acometió una profunda reorganización del proceso productivo con la construcción de instalaciones (nuevos hornos de fundición y de refino, apertura de pozos y galerías, etc.), infraestructuras viarias y replantaciones con excelentes resultados: la cantidad de cobre producido va a alcanzar las 8.300 arrobas anuales en los años ochenta, triplicando las cifras del último año de explotación de Tiquet. El asentamiento inicial, denominado La Mina, se consolidó, creciendo en extensión y en servicios comunitarios (hornos, matadero, tienda, cuartel, etc.). En 1776 caducaba la concesión de Tiquet, pero Sanz maniobró para que el gobierno le nombrara administrador de las minas, puesto en el que se mantuvo hasta 1783. La exitosa gestión económica del yacimiento hasta esas fechas no le evitó diversos contenciosos. La familia de Samuel Tiquet reclamó a la Corona y al propio Sanz la titularidad de la mina, así como una parte de los beneficios obtenidos. El pueblo de Zalamea, en donde se ubicaba la mina, también mostró una contumaz oposición, ya desde la muerte de Wolters, al establecimiento minero que se reactiva en 1763: en esta ocasión acusan a Sanz de deforestar los terrenos públicos, una denuncia que esconde, en realidad, el enfrentamiento entre los intereses agro-ganaderos en declive que defiende el ayuntamiento de Zalamea y unas actividades mineras en expansión. Pero si de ambos pleitos salió bien parado, en cambio, las fundadas sospechas de fraude al estado le persiguieron hasta el fin de sus días: de hecho, dos años después de su muerte en 1800, el estado condenó a pagar a sus sucesores, a la vista del registro de los inventarios presentados por Sanz, la suma de 630.000 reales.

Todavía se sucederían, hasta el siglo XIX, tres administradores nombrados por el estado. El primero, Miguel Aguirre (1783-1786), aplicó una rígida disciplina de trabajo y una política de austeridad que redujo considerablemente los gastos, pero a costa de la disminución de la producción y la enemiga de los trabajadores. Le sucedió en el cargo el director general de minas, Francisco Angulo (1786-1798), un profesional capaz que impulsó de forma decidida una serie de innovaciones dirigidas a incrementar la producción y a mejorar la seguridad y el bienestar de los trabajadores pero que se vieron obstaculizadas por los problemas presupuestarios derivados de las guerras europeas en las que se involucró el gobierno español en los años noventa. Finalmente, Vicente Letona (1798-1818), desarrolla su labor en un periodo complejo marcado por la inestabilidad política que derivó en la desastrosa Guerra de Independencia y que se abrió precisamente con el cierre de la fábrica de artillería de Sevilla en 1799, a la que se dirige una parte de la producción de cobre de Riotinto.

 

Autor: Juan Diego Pérez Cebada


Fuentes

RUA FIGUEROA, Ramón, Ensayo sobre la historia de las minas de Rio-Tinto, Madrid, Imprenta Vda. de D. Antonio Yenes, 1859.  En Biblioteca Nacional de España, 2/16983.

WOLTERS VONSIOHIELM, Lieberto, Manifiesto por D. Lieberto Wolters Vonsiohielm, caballero de nación sueco, en que se hace público el asiento y contrata que ha hecho con su magestad por el tiempo de treinta años de las minas de oro y plata d Gaudalcanal, Río Tinto, Cazalla, Arace y Galarosa en las provincias de Andalucía y Extremadura; y el proyecto y compañía que se establece para cuantos quisieren entrar en ella a beneficiar sus intereses con las calidades y condicones que se expresan, Madrid, 1725. En British Library.

Bibliografía

ALDANA, Lucas de, Las minas de Rio-Tinto en el transcurso de siglo y medio, desde su restauración por Wolters en 1725 hasta su venta por el Estado en 1873, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Pedro Núñez, 1875.

AVERY, David, Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria, Historia de las minas de Río Tinto, Labor, Barcelona, 1985.

FLORES CABALLERO, Manuel, La rehabilitación borbónica de las minas de Riotinto, Huelva, Diputación de Huelva, 1983.

GONZALO Y TARIN, Joaquín, Descripción física, geológica y minera de la provincia de Huelva. Memorias de la comisión del Mapa Geológico de España, Madrid, Imprenta y Fundición de Manuel Tello, 1886-1888.

PÉREZ CEBADA, Juan Diego y GARCÍA VÁZQUEZ, Cinta Concepción, “El mito de la California del Cobre: el impacto del boom minero en el tejido empresarial onubense”, Revista de Historia Industrial, 76, pp. 11-47, 2019.

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