El origen bajomedieval de las celebraciones pasionistas
El origen de las cofradías y las celebraciones pasionistas en América debe rastrearse en la Baja Edad Media europea. Si bien es cierto que desde el establecimiento de la fecha de la Semana Santa en el Concilio de Nicea su celebración se llevó a cabo de forma ininterrumpida, esta conmemoración sufrió transformaciones. Así, del recuerdo a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que los primeros cristianos celebraban de forma privada y en comunidades reducidas, se pasó progresivamente a ceremonias de carácter público.
En esta transformación y en el devenir de la religiosidad popular se yergue una figura clave: San Francisco de Asís. En su reforma de la Iglesia por medio de los frailes menores, su fundador estimuló la celebración pública de la Pasión mediante una procesión en la cual los participantes conmemoraban los hechos que llevaron a Cristo hasta el sepulcro: el via crucis. Desde la Umbría, esta práctica piadosa se extendió por toda Europa, alcanzando su mayor grado de popularidad tras el desastre de la peste negra de 1349. Para entonces, no había población de cierta consideración que no celebrase su via crucis, al menos en Cuaresma, y la mejor manera de organizarlo fue la erección de instituciones responsables: las cofradías.
Estas corporaciones bajomedievales formadas por laicos experimentaron un crecimiento notable durante la segunda mitad del siglo XIV y todo el XV. No en vano, a su labor como canalizadores de la religiosidad popular, se le unieron otras funciones de peso. Nos referimos a la obligación de las cofradías de prestar auxilio social frente a las necesidades terrenales y garantizar un entierro cristiano a todos sus cofrades. Es decir, cuestiones espirituales y mundanas -desde la ayuda ante una enfermedad hasta el espacio de sepultura- que una institución como las cofradías comenzaron a cubrir en una sociedad en tránsito hacia la Edad Moderna.
La primera Semana Santa en América y las primeras cofradías
Si bien es cierto que las cofradías nacidas en el paso de la Edad Media a la Moderna no sólo dieron culto a la Pasión de Cristo, la celebración más importante en que estas agrupaciones de laicos participaron sí fue la Semana Santa; y esto incluye, en el caso americano, a las corporaciones que rindieron culto a advocaciones letíficas marianas o de diferentes santos. Así, con la estructura de las cofradías que en Andalucía se estaban asentando (siendo la primigenia la cofradía de negros del Hospital de Nuestra Señora de los Ángeles de Sevilla, erigida en 1393, y seguida en la misma ciudad por la cofradía de la Vera Cruz del convento de San Francisco en 1448) y su forma de conmemorar la Semana Santa, pasaron a las Indias unas maneras concretas de rendir culto a la Pasión.
Aunque aún no existieran cofradías en América, sabemos que la primera Semana Santa que se celebró en el Nuevo Mundo tuvo lugar en 1493 en la ciudad de Isabela, al norte de la isla de la Española. En esta localidad, el fraile mínimo Bernardino de Boyl y el fraile jerónimo Ramón Pané organizaron los oficios litúrgicos propios de la Semana Santa y, con mucha seguridad, un via crucis para los numerosos colonos que habían formado parte del segundo viaje de Colón.
Esta religiosidad popular iría trasladándose de la plataforma caribeña al resto del continente a la par que las diferentes conquistas. Así, tanto en México como en Perú, las celebraciones católicas dirigidas por la jerarquía eclesiástica, encontrarían su eco popular en la organización de diferentes cofradías. Para el caso novohispano, nos encontramos que la primera de estas asociaciones de laicos fue fundada en 1519 en la propia ciudad de México por Hernán Cortes: la cofradía de la Limpia Concepción de Nuestra Señora. Este ejemplo fue reproducido por los frailes evangelizadores allí donde se desplegaron, pues rápidamente comprendieron que era una buena herramienta para la conversión de los indígenas y su inserción en el modelo social castellano. En el espacio peruano tradicionalmente se ha sostenido que la primera corporación fue la de la Vera Cruz de Lima, erigida por Francisco Pizarro en 1540 y adoptando las constituciones de su homóloga sevillana. Sin embargo, la primera noticia documental que tenemos de esta corporación data de 1544, por lo que el decanato de las cofradías peruanas debe establecerse en la Sacramental del convento de Santo Domingo.
En cualquier caso, todas estas cofradías fundadas en suelo americano tuvieron un triple sustrato andaluz: en primer lugar, el pase a las Indias, vía cofradía de la Vera Cruz de Sevilla, del Vivae vocis oraculo de Paulo III que daba validez espiritual a los actos de piedad popular organizados por los laicos; en segundo término, que las constituciones de la citada corporación sevillana, aprobadas en 1501, sirvieron como modelo organizativo para muchas cofradías indianas; y, por último, un esquema de celebraciones pasionistas que siguió el establecido por el marqués de Tarifa en 1521 para el via crucis de Sevilla.
El modelo de cofradía americana: objetivo, reglamentos, cultos y fiestas
Con esta raigambre andaluza y la implantación progresiva en las Indias de asociaciones de laicos, fue configurándose un mapa extensivo de cofradías por todo el territorio. En este sentido, las disposiciones emanadas del Concilio de Trento sirvieron como impulso a la erección de corporaciones, pues daban validez definitiva al culto a través de las imágenes. Con ello, las cofradías comenzaron a fundarse exponencialmente y agruparon a toda la sociedad americana, pues no sólo se crearon corporaciones de carácter penitencial, letífico o sacramental, sino que también se erigieron aquellas que reunían a españoles, criollos, indios, mestizos, negros o mulatos. La cofradía americana no fue más que un reflejo certero de la sociedad configurada en las Indias.
De importancia para entender este crecimiento y su pervivencia hasta el periodo contemporáneo, resultó ser sus objetivos fundacionales. Las cofradías indianas nacieron como instrumento para evangelizar a los indígenas de zonas rurales, pero también de áreas urbanas; para agrupar a los españoles que habían dejado atrás la Península Ibérica y para dar cohesión a los criollos que tenían como único marco de referencia el Nuevo Mundo; o para dotar de unión espiritual a los esclavos que sólo tuvieron un espacio de libertad en el espacio cofradiero. Pero mucho más importante que ello fue que las cofradías americanas garantizaron a sus miembros un auxilio social ante cualquier eventualidad y especialmente una “buena muerte”, es decir, un entierro con velatorio, misa y sepultura. Las cofradías fueron la única institución que aseguraron estas importantes cuestiones a sus miembros y de ahí su éxito y subsistencia en el tiempo.
Pero estas obligaciones además se hallaban recogidas en el mismo cuerpo normativo que su primera actividad: el culto a la Pasión, la Virgen o un santo. Las reglas, ordenanzas o constituciones de las cofradías siempre fueron un requisito obligatorio para su fundación y aprobación por el ordinario de la diócesis de establecimiento. Así, en este texto encontramos el marco de referencia funcionarial de las asociaciones de laicos y su estudio siempre arroja cuestiones de interés. El origen de estos reglamentos se encuentra en las constituciones de cofradías andaluzas de finales del siglo XV y la primera mitad del XVI, por lo que no es de extrañar que las corporaciones americanas adoptasen las ordenanzas de otras del Viejo Mundo. Por ejemplo, sabemos que la cofradía de la Soledad de Lima se regía por las reglas de la cofradía de la Soledad del convento del Carmen de Sevilla. Pero conforme fueron pasando las décadas, las cofradías adaptaron las normativas andaluzas para cubrir sus necesidades americanas. De esta manera, nos encontramos que al crecer la devoción a Santa Rosa de Lima entre los indígenas peruanos, se fundaron muchas cofradías en los pueblos andinos, rigiéndose por sus propios y personalísimos reglamentos; o que a raíz de las instrucciones del Consejo de Castilla y la Secretaría de Indias de mediados del XVIII, las cofradías americanas reelaborasen sus ordenanzas tomando conciencia de su contexto alejado de la matriz andaluza del Quinientos.
Con estas reglas como marco de comportamiento, las cofradías americanas articularon su culto y fiestas. En el caso de las penitenciales siguieron el modelo bajo andaluz y organizaron unos cultos anuales a su devoción o pasaje pasionista fundacional. Junto a ellos, como culmen de las actividades, se celebraba una procesión en Semana Santa, con participación obligatoria de los cofrades y presididos las imágenes de la corporación entronizadas en andas. Si hacemos referencia a cofradías letíficas, sus cultos siguieron el mismo esquema, pero la procesión tenía lugar en la festividad de su advocación mariana o santoral. Además, muchas corporaciones “de gloria” también participaban en desfiles penitenciales, incorporándose a instituciones de este carácter. En cualquier caso, ambos tipos de cofradías tenían obligación de desfilar en las procesiones generales de la diócesis, especialmente en el Corpus Christi, por lo que analizar esta fiesta siempre servirá como radiografía de la religiosidad popular del territorio.
En definitiva, la religiosidad popular americana de raíz andaluza fue configurándose durante los siglos de permanencia hispánica, pero adquiriendo características propias y personales. Así, los modelos originales fueron evolucionando para dar respuesta a las necesidades de los cofrades que étnicamente se agruparon y dieron continuidad a unas instituciones que, en algunos casos, han llegado hasta nuestros días.
Autor: Ismael Jiménez Jiménez
Bibliografía
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