La Real Maestranza de Caballería de Ronda es la tercera maestranza que tuvo funcionamiento efectivo en Andalucía durante el Setecientos, tras los ejemplos suscitados por las corporaciones creadas en Sevilla (1670) y Granada (1686). Tiene como antecedente la hermandad nobiliaria del Espíritu Santo, nacida a raíz de la real cédula de 6 de septiembre de 1572 en que Felipe II instaba a las ciudades del reino a fundar hermandades que mantuvieran a la nobleza adiestrada militarmente, tras la sublevación morisca de las Alpujarras. En Ronda esta hermandad se mantuvo relativamente activa durante la centuria siguiente, en una zona de frontera especialmente sensible frente al islam y puede ser considerada como un precedente cuya tradición y experiencia recoge la fundación malagueña. 

La Maestranza de Caballería de Ronda realmente se fundó como tal en octubre de 1707, cuando la hermandad del Espíritu Santo, en una reunión celebrada en la ermita de nuestra señora de Gracia, acordó titularse Maestranza, reformar sus ordenanzas y proceder a la elección de los cargos directivos de hermano mayor, maestro fiscal y  diputados,  inspirándose en los ejemplos de las maestranzas surgidas en Sevilla y Granada. Poco se sabe de las actividades de la corporación rondeña en sus primeros años de vida, aunque es de suponer que continuase con las funciones de caballos que eran fundamental objeto de su instituto.

En 1725 Felipe V creó la Junta de Caballería del Reino y pensó en convertir a las maestranzas en fuerzas de caballería de reserva, por lo que otorgó a las más prestigiosas privilegios que avalaban su carácter paramilitar. Así les dio  permiso para utilizar pistolas de arzón en los ejercicios ecuestres, pese a las prohibiciones vigentes (Sevilla en  1725 y Granada en 1726) y concedió a estos  institutos y a sus miembros jurisdicción privativa, nombrando jueces conservadores de las Maestranzas de Sevilla y Granada al asistente y corregidor de ambas ciudades respectivamente, con apelaciones ante la Junta de Caballería del Reino (Sevilla, 1730; Granada, 1739). En 1748 el fuero militar se restringió  a los maestrantes residentes en las ciudades sede. Más tarde concedería a estas maestranzas el privilegio de poder celebrar corridas de toros para financiarse con sus fondos (Sevilla, 1730; Granada, 1739), el título de Real y el nombramiento de un infante como Hermano Mayor de la corporación (Sevilla, 1730; Granada 1741).

No es de extrañar que la Maestranza de Ronda aspirara a obtener también estos privilegios que disfrutaban sus corporaciones hermanas. Los solicitó ante el Consejo de Castilla el 15 de julio de 1752, acompañando su petición de un informe muy favorable del corregidor de Ronda, conde de la Jarosa, en el que se hacía un largo memorándum de las actuaciones de la nobleza rondeña en defensa de su territorio y de los servicios a la corona en épocas anteriores. Como consecuencia de ello, Fernando VI despachó la real cédula firmada en El Escorial el 24 de noviembre de 1753 donde disponía que la Maestranza de Ronda “goce, por ahora, de los mismos fueros y privilegios que los de las Maestranzas de Sevilla y Granada, y se gobierne por sus ordenanzas entretanto que se aprueben las particulares que debe tener”.

A partir de entonces, la corporación rondeña se rigió –como ya lo hacía la de Granada-, por los estatutos de la Maestranza sevillana, que habían sido aprobados en 1731 y editados al año siguiente, que estaban adaptados a los privilegios. Estas ordenanzas estuvieron en vigor durante toda la centuria del Setecientos, pues la Maestranza de Ronda no aprobó unos estatutos propios hasta 1817. En el momento de concesión de los privilegios, las apelaciones de los dictámenes del juez conservador de la corporación, que era el corregidor de la ciudad de Ronda, se realizaban ante la Secretaria del Despacho de Guerra, al haber desaparecido años antes la Junta de Caballería del Reino.

El único privilegio que no le fue concedido de momento a la Maestranza de Ronda fue el de nombrar un infante para que presidiese la corporación. Lo obtendría más tarde, por medio de la real cédula de 20 de diciembre de 1763 en la que Carlos III nombraba a su hijo el infante don Gabriel, de once años de edad, como Hermano Mayor de la corporación.  Tras su prematura muerte en 1789, le sucedería su hijo, el infante don Pedro de Borbón y Braganza, de tres años de edad, que ostentó el cargo hasta su muerte en 1812, residiendo en Portugal prácticamente toda su vida. Se comprueba así que el oficio de hermano mayor desempeñado por los infantes eran un cargo meramente honorífico, que muy poco intervenía en la vida de la institución. La verdadera dirección del cuerpo era desempeñada por el teniente de hermano mayor.

Como en el resto de las maestranzas, los ejercicios ecuestres eran la principal actividad de los maestrantes rondeños. El ayuntamiento desde 1725 mantenía un picador que adiestraba los caballos e instruía a los caballeros en los ejercicios ecuestres, de gran tradición en Ronda, que solían tener como escenario la alameda de San Francisco, así como la carrera del mismo nombre. Para ser admitido como maestrante era imprescindible, además de ser noble, conocer el arte de la equitación y poseer el menos un caballo y una serie de pertrechos ecuestres, requisito que era rigurosamente comprobado antes de la admisión y revisado anualmente en la visita general de guarnés.  Los maestrantes debían asistir al picadero al menos dos veces al mes y participar en los ejercicios públicos con los que se celebraban las festividades de su patrona, la Virgen de Gracia, onomástica del rey, cumpleaños y onomásticas de los hermanos mayores y  acontecimientos venturosos de la familia real (bodas reales, nacimiento de herederos o infantes). Solían participar también en los festejos ecuestres realizados por la ciudad.

Así, los días 3 y 4 de noviembre de 1769, se celebró la onomástica de Carlos III, siendo teniente de hermano mayor don Francisco de Salvatierra Tavares y Ahumada, caballero de la orden de Alcántara. La víspera de san Carlos los maestrantes realizaron unas  escaramuzas en la alameda de San Francisco y por la noche el teniente de hermano mayor ofreció en su residencia un espléndido banquete con baile. El día 4 se lidió un toro en la plaza de Santa María y se ejecutaron cabo cañas y alcancías. A partir de los años noventa  del siglo XVIII y hasta la invasión napoleónica se publicaron detalladas crónicas de estos festejos en la Gaceta de Madrid, periódico oficial ligado a la Secretaría de Estado.

Los ejercicios ecuestres no tenían propiamente carácter de un entrenamiento militar ni dieron lugar a actuaciones militares de los maestrantes. A lo largo del tiempo se habían ido convirtiendo en meros ejercicios de habilidad y adiestramiento, que solo servían para la celebración de lujosos y barrocos espectáculos que proporcionaban a la nobleza ocasión para hacer ostentación de sus hermosos caballos,  lujosos trajes y poder económico, poniendo de manifiesto su situación preponderante en la escala y espacio social. Los estatutos de las maestranzas prestan mucha atención a reglamentaros y eran muy variados. Los más solemnes eran las funciones de cañas, combates incruentos entre dos bandos de caballeros que se alanceaban con varas y cañas; solían estar asociadas a las corridas de toros, pero, al abandonar la nobleza el toreo a caballo a principios del siglo XVIII, se separaron ambos festejos. Otros ejercicios eran menos solemnes: los había colectivos, como las escaramuzas o manejos, combate simulado menos reglamentado que las cañas, o las alcancías, donde los jinetes se lanzaban bolas de barro huecas; otros manejos mostraban la destreza individual, como las cabezas, prueba de puntería con lanza y caballo al galope, las sortijas, ejercicio de puntería, o el estafermo, especie de torneo contra una figura de madera en movimiento. Todos ellos solían terminar corriendo parejas ante los retratos reales o del infante hermano mayor, que solemnizaban los espacios elegidos para la ocasión: la plaza de Santa María, la alameda de San Francisco y la plaza de toros, una vez construida. Todos estos manejos de gran vistosidad se realizaban unos a la jineta y otros a la brida, dos diferentes formas de equitación.

En cuanto a las corridas de toros, obtenido el privilegio de celebrar dos corridas anuales para su mantenimiento, no parece que la Maestranza de Ronda las celebrara hasta la construcción de su plaza de toros estable. En 1769 el ayuntamiento concedió al instituto un terreno en el barrio del mercadillo para la construcción de dicha plaza. En principio se trataba de una construcción de madera desmontable, pero después dio su autorización para erigir una estable y permanente. No se sabe con exactitud cuando empezaron las obras, pero debió ser a finales de los setenta. En 1780 asumió la dirección de la obra José Martín de la Aldehuela, que entonces trabajaba en la construcción del Puente Nuevo. El coste de la obra fue asumido por los maestrantes mediante derramas extraordinarias.

En 1782, con media plaza construida, se iniciaron los espectáculos taurinos; al año siguiente en la feria de mayo se celebraron dos corridas, en cada una se lidiaron quince toros en funciones de mañana y tarde. En 1784 una avalancha de gente durante un espectáculo provocó una catástrofe que ocasionó diez muertos y varias decenas de heridos; las obras fueron suspendidas. Se reanudaron al año siguiente, concluyéndose este mismo año, aunque después se construirían algunas dependencias como los chiqueros. El coso circular, está rodeado de una doble arquería de columnas toscanas y arcos rebajados, con claves resaltadas con placas recortadas. En él destaca el palco principal, destinado al hermano mayor, situado encima de los chiqueros y en eje con la noble fachada principal. Los días de espectáculos en este palco se colocaba el retrato del infante hermano mayor sobre una silla cubierta de damasco. El palco de la derecha se reservaba a la maestranza y el de la izquierda al ayuntamiento. La plaza de la Maestranza de Ronda, la más antigua de las conservadas en la actualidad, fue uno de los primeros ruedos donde tuvo lugar la transformación del toreo según las premisas modernas en un toreo a pie muy reglamentado y con matadores profesionales. Por el coso rondeño en los años finales del Antiguo Régimen desfilaron figuras tan reputadas como el gran Pedro Romero, miembro destacado de una importante dinastía de toreros de esta ciudad, su principal rival, el sevillano Pepe Hillo, creador de la tauromaquia moderna, o el también sevillano Joaquín Rodríguez “Costillares”, junto a otras figuras menos conocidas como Jerónimo José Cándido “El Chiclanero”, Francisco Garcés o Francisco García Perucho. En la plaza de toros no sólo celebraba sus funciones la Maestranza, sino que también era cedida al Ayuntamiento de Ronda  para celebrar espectáculos taurinos con fines benéficos.  

Por último, cabe destacar algunas actuaciones de la Maestranza de Ronda en diversas coyunturas bélicas. Entre 1779 y 1783 algunos maestrantes participaron en el famoso asedio de Gibraltar, que concluyó con un fracaso. Más tarde, durante la Guerra contra la Convención, la Maestranza contribuyó con 12.000 pesos a los gastos militares de la Monarquía y finalmente durante la Guerra de  la Independencia costeó el reclutamiento de una unidad, el llamado “Batallón de la Maestranza”, que luchó valientemente en Almonacid y Villamanrique, antes de ser diezmado en la derrota de Ocaña (noviembre de 1809). Como puede observarse, estas actuaciones fueron más de carácter  económico que de participación militar activa de los maestrantes.

 

Autora: Inmaculada Arias de Saavedra Alías


Fuentes

Ordenanzas de la Real Maestranza de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Ronda, aprobadas por el Rei Nuestro Señor, siendo Hermano Mayor de este real cuerpo el Serenísimo Señor Infante Don Carlos María, Madrid, Imprenta de D. Fermín Villalpando, 1817. En Biblioteca del Banco de España.

Regla de la Real Maestranza de la mui ilustre y siempre mui noble y leal ciudad de Sevilla, tomando por patrona y abogada a la siempre Virgen María, Nuestra Señora del Rosario, dedicada al Serenísimo Señor Infante Don Felipe, Hermano Mayor de dicha Real Maestranza, Sevilla, por Juan Francisco Blas de Quesada, 1732. En Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

Bibliografía

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ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, Inmaculada, “Toros y cañas: las fiestas de las maestranzas en el siglo XVIII”, en Identidades y redes culturales. V Congreso Internacional de Barroco Iberoamericano, Granada, Universidad de Granada, 2021, pp. 33-42.

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