Tras la llegada de los Borbones al trono español, un objetivo prioritario fue reformar la Marina de guerra. De las numerosas flotas y armadas que había hasta ese momento -por ejemplo, la del Mar Océano, Averías, Galeras del Mediterráneo, etcétera- se pasó a un modelo centralizado y único. Pero además de la nueva estructura y la construcción de nuevos barcos, fue necesario crear un cuerpo de oficiales verdaderamente preparado para las funciones que tenía la nueva Marina de guerra. Hasta entonces, los oficiales navales provenían de varios destinos, como la Carrera de Indias, el Ejército o la Orden de Malta. Por ello, e inspirándose en las experiencias francesa e inglesa, se creó la figura del cadete naval o guardiamarina.
En 1717 se fundó la denominada Real Academia de Guardias Marinas, un centro formativo que tenía como propósito instruir a los futuros oficiales navales y, al mismo tiempo, puso las bases del nuevo modelo de servicio. Sus principales impulsores, Guilio Alberoni y José Patiño, idearon una escuela que aplicaba una fórmula mixta: por un lado, los guardiamarinas se instruirían en cuestiones científicas en la misma Academia; y por otro lado, tendrían una educación práctica militar formando una compañía. Durante los primeros años solo se impusieron tres requisitos para aquellos jóvenes que quisieran ingresar: tener entre 14 y 16 años, ser parte del estamento noble -gozar del privilegio de hidalguía- y saber leer y escribir.
La Real Academia se alojó en la ciudad de Cádiz, el puerto mercantil y militar más importante de la Monarquía. El lugar escogido fue el antiguo castillo medieval de la villa, en cuya torre se instalaría el observatorio astronómico, y más tarde se utilizó un caserón anexo a las casas consistoriales para impartir las clases teóricas. El primer plan de estudios, aunque rudimentario en muchos aspectos, establecía una formación matemática básica -aritmética, trigonometría y geometría- y se completaba con materias esenciales para la navegación, como cosmografía náutica, maniobra, artillería y construcción de navíos. Algunas obras de referencia de aquellos años fueron el Compendio del arte de la navegación, de Cedillo, Elementos de geometría de Euclides, o el Compendio matemático de Tosca.
Es posible establecer un primer periodo de la Real Academia, que abarcaría entre 1717 y 1748. Durante estos años sobresale el carácter experimental y provisional de este proyecto educativo. Así lo decía el máximo responsable del centro, el mariscal de campo José Marín, quien envío numerosos informes a la Corte para dar cuenta de los avances y problemas de la Academia. Apenas 1.000 cadetes ingresaron durante la primera mitad del siglo, de los cuales muchos pidieron el traslado al Ejército o simplemente no terminaron sus estudios. Tanto los maestros de la escuela como los oficiales responsables de la compañía estuvieron de acuerdo en señalar cuál fue el principal problema: la insubordinación y falta de disciplina de los cadetes. A pesar de los vaivenes internos y externos, fue un modelo relativamente exitoso y se convirtió en un referente a seguir dentro de la Monarquía.
A mediados de siglo el marqués de la Ensenada incentivó un nuevo plan naval de grandes proporciones. Además del aumento considerable de los buques de guerra, las nuevas directrices buscaban la profesionalización del cuerpo de oficiales, de modo que se acometieron sendas reformas y se estableció un nuevo sistema formativo. Las Ordenanzas Generales de la Armada de 1748 dejaron por escrito todo lo relativo a los guardiamarinas y a la Real Academia. Las líneas maestras de aquellos años fueron: mejorar la disciplina de los cadetes, reestructurar la instrucción de los conocimientos científicos e incentivar la formación práctica a bordo.
El nuevo sistema establecía tres fases de formación. Una teórica e introductoria, en la que los guardiamarinas se instruían como militares y como oficiales navales cursando materias como aritmética, geometría, trigonometría, cosmografía, náutica, mecánica, astronomía, teoría y práctica de la artillería, construcción de navíos, maniobra de navíos, fortificación y dibujo, esgrima, danza y lenguas extranjeras. La segunda fase era teórico-práctica y debía realizarse en una fragata, donde los cadetes serían aleccionados en maniobra y construcción de bajeles. Y por último, una fase totalmente práctica a bordo de un buque de guerra.
A pesar de la idoneidad de este plan, nunca se implementó con exactitud. Durante la segunda mitad del siglo XVIII la creciente demanda de nuevos oficiales obligó a simplificar el modelo formativo, y de hecho ya en 1752 se pidió que el número de plazas en la Academia pasara de ciento cincuenta a trescientas. Durante los años siguientes, personajes tan relevantes como Jorge Juan, Vicente Tofiño o José Mazarredo estuvieron al frente de la Academia e intentaron poner en marcha una serie de mejoras que buscaban la profesionalización del cuerpo. Se propusieron fórmulas para implementar la aplicación de los alumnos, se promocionaron a los mejores guardiamarinas y se actualizaron los conocimientos científicos impartidos. Dentro de este marco se desarrollaron los nuevos planes de estudio de 1752 y 1783, así como el Curso de Estudios Mayores. En aquellos años los cadetes contaban con manuales actualizados y originales, como el Compendio de matemáticas para uso de los Guardias Marinas, de Luis Godin, el Compendio de navegación de Jorge Juan, el Tratado instructivo y práctico de maniobras navales de Zuloaga o el Tratado de artillería de Francisco Javier Rovira.
En paralelo a todo ello se produjeron otros cambios importantes. En 1769 la Academia se trasladó desde Cádiz a Isla de León, en donde se estaba construyendo una ciudad naval anexa al arsenal de La Carraca. Años más tarde, en 1776, la urgente necesidad de nuevos oficiales hizo que se fundaran dos nuevas academias, una en Ferrol y otra en Cartagena. De este modo, cada Departamento Marítimo contaría con una escuela naval de oficiales, aunque las tres siguieron la misma estructura y un plan formativo idéntico. Entre 1750 y 1800 ingresaron 2.970 aspirantes, aunque esta cifra se concentró en el periodo 1776-1800, cuando se contabilizaron 1.954 cadetes.
Más allá de los problemas que pudiera haber, la segunda mitad del siglo XVIII fue el periodo de esplendor de la Real Academia. Se convirtió en un referente educativo dentro y fuera de la Monarquía española, y gracias a ella la Real Armada contó con un cuerpo de oficiales preparado y diligente. De este modo, los guardiamarinas tuvieron que instruirse en numerosas materias científicas y técnicas, y además se formaron en numerosas expediciones por Europa, América y Asia.
Pese a este reluciente retrato, la situación cambió drásticamente nada más comenzar el siglo XIX. La reducción del presupuesto asignado a la Marina, la crítica situación que vivió la Monarquía española y el cada vez más inestable contexto político internacional provocaron que en pocos años las Academias de Guardias Marinas entraran en una fase de crisis y decadencia. El número de aspirantes decreció rápidamente, e incluso hubo años de superávit de oficiales. La situación no hizo más que empeorar durante la Guerra de Independencia, cuando las academias cerraron de facto y no se admitieron nuevos alumnos.
Una vez concluido el conflicto contra los franceses, la situación no mejoró. La decadencia de la Armada cronificó los problemas de las Academias y provocó la casi inactividad de las mismas. Los criterios educativos y profesionales comenzaron a relajarse y la menor necesidad de oficiales hizo que las promociones fueran casi automáticas. Tras varios años de inestabilidad, el Ministerio de Marina tomó una decisión drástica y contundente: cerrar las Academias de Guardias Marinas. La medida se hizo efectiva en 1824, y a partir de entonces la educación de los cadetes navales experimentó numerosos cambios. Sin embargo, el modelo creado en 1717 perduró en el recuerdo como un ejemplo de instrucción y formación científica y militar.
Autor: Pablo Ortega del Cerro
Bibliografía
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