La Orden de la Cartuja es un instituto monástico de vida contemplativa, cuyos orígenes se remontan al retiro eremítico encabezado por el presbítero y diplomático Bruno de Colonia que, en el año 1084 y en plena crisis del milenarismo altomedieval, se estableció en unos terrenos cedidos por el obispo Hugo de Grenoble en un yermo montañoso de su obispado, conocido como la Chartreuse. El reconocimiento pontificio llegó dos años más tarde, confirmando a los seguidores de san Bruno en una forma de vida que se extendería de forma muy notable por toda Europa durante la Edad Moderna y que, aún en la actualidad, pervive incluso en otros continentes, siendo la única orden religiosa que permanece fiel a sus fórmulas primitivas, estipuladas en las denominadas como Consuetudines Cartusiae del año 1124, que se mantienen vigentes con muy leves cambios.

En lo que se refiere al territorio español, la Orden de la Cartuja ha contado a lo largo de la historia con un total de 23 fundaciones, una cifra que no dista demasiado del total de cartujas activas a finales del siglo XVIII que eran 21. La considerada como decana de todas ellas es la Cartuja de Escaladei, cuya actividad se dilató entre los años 1285 y 1835 en la comarca del Priorato tarraconense, y cuya fundación partió de la voluntad del rey Alfonso II de Aragón el Casto. Sin lugar a dudas, el reino de Aragón fue el territorio hispánico donde esta orden gozó de mayor consolidación de modo que, cuando en 1390 se efectúa la fundación de la cartuja segoviana de El Paular, la primera en tierras castellanas, automáticamente se siembra la semilla de la pronta división de la geografía peninsular en dos provincias cartujas: por un lado, la aragonesa y por otro, la de Castilla, que daría cabida a las cuatro fundaciones de la orden en Andalucía.

La puntual extensión de los cartujos por tierras andaluzas rara vez partió de la propia orden y siempre estuvo condicionada por las voluntades piadosas de nobles y eclesiásticos. Así ocurrió con el caso de la Cartuja de las Cuevas, en plena isla del Guadalquivir a su paso por Sevilla, cuya fundación fue posible gracias a las gestiones de Ruy González de Medina, tesorero de la Casa de la Moneda y Caballero Veinticuatro de Sevilla a partir de 1398. A su entusiasmo se sumó la opinión favorable del arzobispo Gonzalo de Mena y Roelas, así como los informes positivos de la Cartuja de El Paular, que consiguió la licencia del Capítulo General en ese mismo año. Encabezado por el cartujo Dom Juan Carrillo, un grupo de cuatro monjes procedentes de Segovia tomaron posesión en 1401 de la ermita de la Virgen de las Cuevas, que hasta ese momento había sido administrada por los franciscanos.

La ratificación del papa Benedicto XIII llegó dos años más tarde a un monasterio que ya gozaba de una prosperidad cimentada sobre jugosas rentas y legados piadosos, con óbolos que procedieron incluso de la propia Santa Sede. La construcción de la iglesia conventual sería costeada por el adelantado Per Afán de Rivera entre 1410 y 1419 siguiendo líneas góticas retardatarias, enriquecidas durante el Barroco con lienzos de Ribera y Zurbarán, así como con tallas de Martínez Montañés o Duque Cornejo. La fama del monasterio y sus riquezas fue sonada en todo el reino, siendo alojamiento de monarcas en sus visitas a Sevilla desde Carlos V e incluso el propio Cristóbal Colón departió sobre sus planes con el prior de la Cartuja de las Cuevas antes de salir hacia Palos de Moguer. Se trata de una sucesión de siglos de prosperidad que únicamente truncó la exclaustración de 1835, tras la que el recinto pasó a ser prisión y, posteriormente, fábrica de loza. Desde 1997, es la sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.

Ante la pujanza de la Cartuja de Sevilla, el caballero genovés Álvaro Obertos de Valero legó por testamento todas sus posesiones para que, desde la capital del Guadalquivir, pudiesen iniciarse los trámites para fundar un nuevo monasterio cartujo en su ciudad de residencia, Jerez de la Frontera. Para cumplir con la voluntad del comitente, la orden escogió unos terrenos distantes de poblado, en las proximidades del río Guadalete, en los que comenzaron las labores de construcción del monasterio el 3 de mayo de 1463. Para el 13 de febrero de 1476, cuatro monjes sevillanos habían tomado ya posesión del nuevo cenobio, que se insertó en la trayectoria de prestigio, crecimiento y prosperidad que caracteriza a la mayor parte de las casas de la orden. Tras la gran reforma barroca de la iglesia en el siglo XVII, la vida de la comunidad permaneció imperturbable hasta el suceso de las exclaustraciones decimonónicas.

Pocos años después, Sevilla volverá a requerir atención, pues su nómina de candidatos era tan elevada que se vio en la necesidad de plantear al Capítulo General la erección de un monasterio filial en las proximidades de Sevilla. A su pequeña comunidad irían siendo destinados los monjes de mayor veteranía, mientras que los más activos permanecerían al servicio de la cartuja matriz. Es así como surge la iniciativa de establecer dicha comunidad filial en unos terrenos que la orden poseía cerca del municipio de Cazalla de la Sierra, donde se empieza a trabajar en 1477, aunque las obras de la iglesia no se iniciarían hasta 1506. No obstante y dados los niveles de exigencia económica que requería la cartuja hispalense, los trabajos de construcción en Cazalla evolucionaron muy lentamente y el cenobio no se daría por concluido hasta bien entrado el siglo XVIII, con la dedicación de la iglesia a la titularidad de la Inmaculada Concepción en 1753.

El lastre económico que suponía la condición de filial de Sevilla, llevó a la comunidad de la Cartuja de la Concepción a solicitar formalmente su constitución independiente en reiteradas ocasiones. Así, se solicitó el traslado a propiedades de sus mismos monjes en Huelva en 1534, también a Málaga en 1588 y, en los sucesivos Capítulos Generales, a Álora, El Pedroso, Antequera y Córdoba. Hasta 1715 en que se produce la última petición, el Capítulo General desestimó todos los intentos debido al considerable peso de la Cartuja de las Cuevas dentro de la orden. Finalmente, en 1730 desde Grenoble se accede a la segregación, en cumplimiento de las cláusulas de un legado testamentario, que imponían la permanencia de la comunidad en Cazalla de manera autónoma. En este estado permaneció hasta la exclaustración de 1835, con el breve lapso de la Invasión Francesa.

La expansión de la Orden de la Cartuja en Andalucía se cierra con la fundación de la Cartuja de Granada. Inicialmente consagrada como de Santa María de Jesús el 12 de diciembre de 1513, fue el resultado del encuentro fortuito de los intereses del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, en su pretensión de edificarse un grandilocuente recinto funerario en la ciudad, con los propios de la Cartuja de El Paular que desde 1458 andaba a la búsqueda de soluciones para fundar un monasterio filial que diese cabida al crecimiento de los aspirantes. Con ello, un primer monasterio se edificó en la parte alta del cerro de Aynadamar, gracias a la cesión de una serie de antiguas huertas de moriscos que el Gran Capitán contaba entre sus propiedades. Sin embargo, entre esta personalidad y los cartujos acabó habiendo desencuentros cada vez mayores, de modo que, fallecido aquel, su esposa la Duquesa de Sesa, decidió romper el acuerdo con los cartujos.

Paralelamente, los monjes obtuvieron licencia del Consejo de Castilla para trasladar el monasterio de ubicación, a unas tierras colindantes a las del Gran Capitán que ellos mismos habían ido comprando. El 10 de enero de 1516 se produjo el cambio de sede de una comunidad que crecía con la rapidez y prosperidad vistas en Sevilla, especialmente gracias al generoso legado de Alonso Sánchez de Cuenca, abogado de la Real Chancillería. Por ello, el siguiente objetivo fue el de conseguir la separación de El Paular, lo que tuvo lugar el 8 de julio de 1545, en que el cenobio granadino iniciaba su andadura, refundado como Cartuja de la Asunción, en una independencia que solo fue intervenida entre 1568 y 1569 a consecuencia del incumplimiento de algunos puntos de los Estatutos de la orden. Para 1629, la iglesia de Alonso de Covarrubias se encontraría finalizada y dispuesta para incrementar su fábrica con algunos de los trabajos de retablística, escultura y pintura más brillantes del Barroco español, en los que participaron incluso algunos de sus propios integrantes, como el célebre pintor fray Juan Sánchez Cotán. Lamentablemente, la destrucción impenitente que sucedió a la desamortización de Mendizábal privó al monasterio de buena parte de sus espacios y tesoros, a pesar de la persistencia del uso cultual en la iglesia.

En líneas generales, puede concluirse que el crecimiento de las cartujas andaluzas encuentra su final en 1835, aunque aún habría de vivir un agridulce epílogo, pues una iniciativa popular favoreció el regreso de los monjes a una expoliada Cartuja de la Defensión en 1948. Con todo, la nueva andadura tan solo duró hasta el año 2001, cuando el Capítulo General resolvió el cierre del monasterio y el traslado de los monjes a otras cartujas, ante la imposibilidad de mantener el cenobio en medio de la crisis vocacional que afecta a las órdenes contemplativas en la actualidad.

 

Autor: José Antonio Díaz Gómez


Bibliografía

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