La Congregación de Clérigos Regulares Menores es un instituto regular surgido en el contexto del oratorianismo italiano del siglo XVI que se iniciase con la orden de los teatinos. Concretamente, los clérigos regulares menores o caracciolinos aparecen dentro de los dominios hispánicos, pues será en la propia capital del reino de Nápoles donde tres eclesiásticos de notable posición social, Agustín Adorno, Agustín Caracciolo y Francisco Caracciolo, tomen la iniciativa de fundar una nueva congregación presbiteral en cuya regla trataban de aunar dinámicas de la vida contemplativa y activa encauzadas en casas congregacionales y colegios de latinidad. La promulgación de la bula Sacrae Religionis por el papa Sixto V el 1 de julio de 1588 marcaría el inicio de la expansión del instituto, limitado siempre a las principales ciudades de Italia y España.
La implantación dentro de las fronteras españolas tuvo lugar el 25 de julio de 1594, cuando el principal de los tres fundadores, san Francisco Caracciolo, obtuvo los permisos necesarios para establecer la Casa del Espíritu Santo en la carrera de San Jerónimo de Madrid, con un respaldo más que notable por parte de la aristocracia que residía en la Villa y Corte. Tras este hito, la difusión por las principales ciudades españoles fue rápida y, a comienzos del siglo XVII, ya se pensaba en la división de las fundaciones españolas en dos provincias eclesiásticas: por un lado la de Castilla, que aglutinaría a doce de las dieciséis casas y colegios que se asentaron en suelo peninsular, mientras que por otra parte se contaría la de Andalucía, con cuatro establecimientos, estando uno de ellos ubicado en la localidad extremeña de Alcántara desde 1680.
Por supuesto, el nacimiento de la nueva provincia caracciolina tendría lugar con la consolidación de la que fue la primera fundación andaluza, con la Casa del Espíritu Santo de Sevilla, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz. Los primeros intentos fundacionales se remontan al año 1604, en que el propio san Francisco Caracciolo trató sin éxito de conseguir la necesaria licencia del rey Felipe III. Dos décadas después, el provincial castellano, Juan Vélez Zabala, decidió retomar la iniciativa enviando a la capital hispalense a los caracciolinos Pedro de Sousa y Antonio Viera, quienes iniciaron la actividad misional con la creación de un hospicio para huérfanos, como venía siendo habitual en las praxis fundacionales de la orden, a fin de atraerse las simpatías populares. Así, una vez vencidos toda traba y trámites, el 9 de octubre de 1625 la sede caracciolina de Sevilla quedaba solemnemente establecida con el respaldo incondicional del arzobispo Luis Fernández de Córdoba y Portocarrero. El recinto de templo y casa congregacional quedaron dedicados a la intitulación del Espíritu Santo en imitación de la primera casa fundada en Castilla, de todo lo que únicamente subsiste la iglesia en la actualidad, por haber pasado en 1840 a convertirse en la nueva sede de la parroquia de la Santa Cruz.
La segunda fundación caracciolina de Andalucía vería la luz en la ciudad de Málaga como Colegio de la Purísima Concepción y Santo Tomás de Aquino en 1673. Fue en ese año cuando el obispo dominico, fray Alonso de Santo Tomás, otorgó su licencia a la iniciativa piadosa que el malagueño Alfonso de la Cruz venía preparando desde cuatro décadas antes, tras enviudar y entrar en el sacerdocio junto con su hijo Diego. Fue entonces cuando el legado familiar fue puesto en manos de la orden caracciolina a fin de promover un hospicio que habría de convertirse en colegio de latinidad, dentro de las propiedades situadas en la calle Nueva, colindantes con la preexistente iglesia de la Purísima Concepción que anexionaron al establecimiento colegial y enriquecieron con una interesante colección de pinturas. A pesar de que la comunidad caracciolina se disolvió en 1835, el templo pervive en la actualidad con la mayor parte de su elenco patrimonial, gracias a haber funcionado como ayuda de la parroquia de San Juan desde entonces y hasta convertirse en capilla del colegio de la Institución Sagrado Corazón con posterioridad.
Finalmente, para hablar de la tercera y última fundación caracciolina en Andalucía hay que mirar a la ciudad de Granada. Al igual que en las otras dos empresas andaluzas, la iniciativa granadina se remonta varias décadas atrás de su fundación oficial. De hecho, el caracciolino Félix Parrilla llegaba a Granada en la Cuaresma de 1639, convocado para predicar los ejercicios cuaresmales al personal de la Real Chancillería y de la cárcel de Corte. Con ello, lo que iba a ser una estancia transitoria, acabó por convertirse en una invitación formal de las autoridades para quedarse en Granada y, siguiendo las dinámicas de la orden, conformar hospicio que desembocase con el tiempo en una casa de ejercicios sólidamente establecida. Así ocurría en ese mismo año, cuando se asientan en la calle Elvira, en una casa cercana al hospital del Corpus Christi.
Su popularidad y el crecimiento de su actividad les forzarían a tener que mudar su sede en 1649 a las inmediaciones del Castillo de Bibataubín, donde entraron en el entorno de influencia de carmelitas y mercedarios calzados, quienes ejercieron una fuerte presión que culminó en el asalto popular al hospicio en marzo de 1651. Tras este suceso, la Chancillería volvió a brindarles su protección, consiguiéndoles del Ayuntamiento la cesión de la ermita de San Gregorio Bético, en la que esta institución tenía establecido el panteón de sus autoridades. De este modo, los caracciolinos mantuvieron su actividad como confesores de la Audiencia, a lo que sumaron los distintos cuerpos del Cabildo de la Ciudad, cuyos cultos eran ofrecidos en esta vieja ermita. Así, tras la adquisición de las casas colindantes, los caracciolinos fundaron de forma efectiva la Casa y Colegio de San Gregorio Bético el 17 de febrero de 1675, dentro de un recinto que siempre estuvo marcado por la mala fábrica y la penuria económica.
A pesar de ser pocas las casas y colegios que conformaban la provincia andaluza, estas se contagiaron de la actividad especuladora y mala administración que caracterizó al resto de casas españolas. Pese a que Granada llegó a dar un general a la orden, el padre Francisco Porro en 1791, los Capítulos Generales ponen de manifiesto la visión desfavorable que se tenía en Italia de las casas españolas, que nunca gozaron de estabilidad, lo cual quedó camuflado por la génesis de un nutrido elenco patrimonial salido del crecido número de cofradías que siempre vincularon a sus templos y que fueron una crucial fuente de ingresos. Por todo ello, una vez perdido el apoyo de las hermandades, las tres exclaustraciones decimonónicas supusieron golpes severos de los que nunca se recuperarían, desapareciendo por completo la congregación de España a partir de 1835.
Autor: José Antonio Díaz Gómez
Bibliografía
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