Jacinta Martínez de Zusalaga y Villarreal nace en la primera mitad del siglo XVII, en 1619 en la ciudad de Vitoria. Era hija de Juan Martínez de Zusalaga y de María de Villareal, naturales y vecinos de la misma ciudad, perteneciente al “Obispado de Calahorra en el muy noble y muy leal señorío de Bizcaya”.

Tras quedar huérfana en el año 1644, esta joven alavesa emprende una gran aven­tura y un largo viaje, partiendo de su ciudad natal, para dirigirse al Emporio del Orbe (Cádiz), donde se encontraba su hermano Diego Martínez de Zusalaga. En esta ciudad, conviviría con él y su familia en el barrio de la Plazuela de las Tablas cercano al Convento de las Descalzas del señor San Diego.

Diego Martínez de Zusalaga era un emprendedor. Sus negocios atañían a la compra y venta de productos que salían en partidas al Nuevo Mundo: jarras, manteles, trigo y, sobre todo, lienzo de escoria en grandes cantidades. Tenía una pequeña Compañía con diferentes socios y relaciones laborales con distintos comerciantes de la costa gaditana, del Puerto de Sta. María, Sanlúcar y del interior concretamente de Jerez.

En 1648, Diego Martínez de Zusalaga firmaría su testamento, poco antes de fallecer, por el cual dejaba como albaceas al contador Juan Castellanos, a su mujer y a su hermana Jacinta quien, ya rozando la treintena, con­tinuaba viviendo al “amparo” de su hermano.

Aunque los primeros vascos que llegan a costas gaditanas fueron los guipuzcoanos y vizcaínos, no fueron pocos los alaveses que arribaron durante el siglo XVII; junto a Diego Martínez, lo hizo su primo, José de Arrate y Villareal, natural de Vitoria, que vivía en Cádiz desde antes de 1645, según el padrón de habitantes de ese mismo año.

De soltero residía en el barrio donde se encuentra el convento de San Francisco, concretamente en la calle los Flamencos, con dos paisanos suyos compartiendo alojamiento. Su lugar de trabajo se encontraba cerca, ejercía el puesto de contador de la Aduana Real de la Ciudad de Cádiz.

Jacinta y José debían de conocerse, y bastante íntimamente, antes del enlace. Tras varias vicisitudes, se produce el matrimonio ciertamente envuelto en polémica, puesto que, para evitar el escándalo social, por ser parientes en segundo grado y haber sucumbido al “pecado de la carne”, necesitaron de la bula papal de Inocencio X.

Las nupcias tuvieron lugar el 19 de marzo de 1652 en la Iglesia de Santa Cruz de Cádiz. Unos meses más tarde se celebraría la ceremonia de las velaciones, en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario el día 5 de octubre del mismo año. Dos años entonces de “trato ilícito” -desde 1650- habían precedido al matrimonio. Queda de manifiesto en los textos adjuntos.

Ytem, si saven que, sabiendo que éramos parientes en el dicho segundo grado de consanguinidad y, antes del día primero de diciembre del año próximo pasado de seis­cientos cincuenta, nos conocimos carnalmente y tuvimos cópula vencidos de la fragilidad humana de la carne, y no maliciosamente… (Expedientes Matrimoniales. Matrimonios Apostólicos. Carpeta 1904, José Arrate y Villareal-1652.  Archivo Diocesano de Cádiz. Documento Original)

No sólo les unía un lazo de consanguinidad sino el lugar de origen. Pero, en ese caso y al no haber aportado bienes por ninguno de los dos conyugues, fueron al matrimonio sin dote de la futura cónyuge, hecho que doña Jacinta lo citaría en varias ocasiones, orgullosa de que el patrimonio de ambos aumentara de manera más que considerable una vez producida la unión.

No tendrían hijos, pese a sus casi veinte años de convivencia; criaban, sin embargo, en su casa una niña huérfana de nombre María Cecilia desde los 4 años, que había sido bautizada en la Iglesia de la Sta. Catedral, con el Capitán Juan de Manurga como padrino, y a Miguel Ángel de la Madre de Dios, hijo de una esclava fa­llecida en sus moradas. 

El matrimonio era equilibrado y bien avenido. En el codicilo de 1675, ante el notario Juan Antonio Moreno, José de Arrate afirmaría “siempre mi mujer y yo dispusimos de los bienes comunes de ambos”, dejando claro en todo momento, al disponer sus mandas, que deberían realizarse si su mujer estaba de acuerdo con ello y que en el caso contrario podía cambiar términos y disposiciones.

Poco a poco doña Jacinta llegó a convertirse en una de las damas más acaudaladas y mejor relacionadas del Cádiz del Seiscientos; beneficio económico que, como mujer devota de su tiempo, revertiría en la salvación propia y ajena, colaborando en el apaciguamiento de la pobreza y la miseria. Consciente de la doble marginación que podrían sufrir las mujeres, más si eran pobres y estaban solas, la fundadora volcaba su interés en atenderlas.

El día 1 de septiembre de 1678, ante el escriba­no Juan de Sena y Lara, doña Jacinta, tras la reciente muerte de su esposo, donaría las casas que fueron de su morada, en pleno epicentro de la ciudad, poniéndolas a disposición y servicio de la fundación de una casa de acogimiento de mujeres; la razón: aminorar el número de prostitutas concentra­das en la ciudad y que pudieran salir de tal ocupación, lugar de recogimiento y conversión. Dejaba claro que no quería castigar; para ello, decía, había otras instituciones. Aludía con ello a un oficio perseguido por ambas jurisdicciones (seglar y eclesiástica) por ser competencia de fuero mixto.

Asimismo, Jacinta manifestaría su inquietud por el fu­turo de las doncellas a las que conocía, tanto por ser hijas de sus amistades en Cádiz, como por contarse entre sus familiares; por ellas temía, asignando a gran cantidad de jóvenes una dote y ayudas económicas para que tomasen estado. Mencionamos como ejemplo a Teresa Artega y Doña Antonia, su hermana, doncellas ambas.  Doña Teresa y Doña María, doncellas, hijas de María de Soto; también de sus bienes entregaría ajuar a una pobre huérfana.

Con las viudas tuvo una especial predilección; en sus documentos podemos observar su afán por asistir tanto a viudas familiares suyas, como conocidas e igual­mente aquellas que ya residían en la Casa de las Viudas. Algunas de las beneficiadas fueron: la mujer de Juan de Luna, maestro albañil y su nieta que sería de 16 años; Maria­na Pérez, viuda de Pedro Sotila y su hija Francisca Sotila, para sus necesidades; doña Beatriz de Adana y sus hijas; María de Valvereda, su madre Beatriz y su hija doña Isabel Soriano, para ayuda y asistencia; María Pérez, viuda de Miguel de Montoya. Igualmente, ayudaba tanto a beatas que asistían en la Casa de las Viudas, como a beatas con hábito descubierto y a beatas de la orden tercera. En 1692, ordenará entregar un escudo de plata a cada una de las viudas que hubiere en la Casa de las Viudas. A las 12 hermanas beatas del beaterio de hábito descubierto de San Francisco, a Doña María de Torres y su hermana, religiosas del convento de Santa María, Doña Isabel viuda de Don Pedro de Villasán. Atendería, igualmente, a 32 mujeres pobres entregándole una asignación.

Contribuyó al sustento de los niños expósitos, para ropa y alimento. Contribuyó al rescate de niños o niñas cautivos, dando diferentes donaciones para esta cuestión a la Congregación de Nuestra Señora de las Mercedes. Fundó una escuela en la Villa de Oiardo para la educación de niños, que estuvo en funcionamiento desde 1692 hasta el curso 1964-1965.

Doña Jacinta nos legó obras de gran valor social; gracias a su tesón, había logrado, lo que el cabido había rechazado a otras damas como María Rodríguez en 1651 o a el religioso franciscano Fray Joseph Gavaro veinte años después, fundar una Casa de Arrepentidas en Cádiz. Esta casa, contaría con el apoyo dos siglos después de la religiosa sevillana Dolores Már­quez Romero Onoro (en 1893), fundando la Nueva Casa de las Arrepentidas, dedicada, como ordenara Jacinta, al acogi­miento de prostitutas, ahora al mando de las madres filipenses hijas de María Dolorosa que siguieron hasta 2007 con su labor asistencial, en la calle Ancha.

No cabe duda que era una mujer sobresaliente y excepcional. Desprendida y piadosa, entregada a la causa de las mujeres necesitadas a las que ayudaría hasta el final de sus días, falleciendo en Cádiz en 1699 a la edad de 80 años.

Hoy en día el Patronato de legos de Jacinta Martínez de Zusalaga, sigue inscrito en el Registro de Fundaciones de Andalucía, resistiendo tres siglos; escribiendo de este modo, una importante página en la historia de la beneficencia gaditana. 

 

Autora: Sandra Domínguez Pichardo


Bibliografía

CANDAU CHACÓN, María Luisa, “El matrimonio clandestino en el siglo XVII: entre el amor, las conve­niencias y el discurso tridentino”, en Estudios de Historia de España, 8, 2006, pp. 175-202.

DOMÍNGUEZ PICHARDO, Sandra, Jacinta Martínez de Zusalaga: Filántropa alavesa en el Cádiz del s. XVII. Casa de las Arrepentidas de Cádiz y escuela de Oiardo, Puerto Real, Cádiz, Ecumar, 2019.

GARMENDIA ARRUEBARRENA, José, Cádiz, Los vas­cos y la carrera de Indias, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1992.

MORGADO GARCÍA, Arturo, La Diócesis de Cádiz: de Trento a la Desamortización, Cádiz, Universidad de Cá­diz, 2008.

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