Durante el siglo XVI las relaciones entre Castilla e Inglaterra fueron desde la alianza, con el matrimonio entre Catalina de Aragón y Enrique VIII, hasta la total desafección con los enfrentamientos entre Felipe II e Isabel I de Inglaterra. Estas continuas idas y venidas tuvieron un efecto directo en las relaciones comerciales entre ambos reinos, y concretamente en las comunidades mercantiles inglesas asentadas a lo largo de toda Castilla. Unos vínculos mercantiles que se retrotraen a tiempos medievales, y que se basaron principalmente en la importación de manufacturas textiles y estaño desde Castilla, y en la exportación de materias primas (aceite, vino, pasas, hierro, entre otros) hacia Inglaterra.
Concretamente en Andalucía contábamos con un importante contingente de mercaderes ingleses distribuidos a lo largo de puertos tan importantes como Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, Huelva y Málaga. De estos lugares, el eje Sevilla-Sanlúcar sobresaldría por el reseñable número de comerciantes establecidos y por su importancia estratégica, siendo Sanlúcar de Barrameda un centro de poder y reunión tras el establecimiento de la Andalusian Company.
Esta compañía de mercaderes contó con la protección del Duque de Medina Sidonia, obteniendo privilegios como el establecimiento de una figura de cónsul que actuaba como representante y juez de la nación en Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María y Cádiz. Este cónsul era elegido por representantes de las ciudades de Londres, Bristol y Southampton, y era ayudado por una serie de asistentes, siendo el primer cónsul conocido Guillermo Ostriche, mercader procedente de Bristol, que desempeñó su cargo desde 1538. Estos mercaderes establecieron su lugar de reunión en la Iglesia de San Jorge, y contaron con una serie de dependencias cercanas para desarrollar su actividad.
Los mercaderes ingleses estuvieron plenamente integrados en la sociedad castellana, llegando algunos de ellos a establecerse de forma definitiva a través del matrimonio con mujeres locales, convirtiéndose así en los comerciantes de referencia para los nuevos ingleses que acudían a la península para participar en el comercio. Asimismo, su plena participación en la economía de los distintos puertos y ciudades se refleja en su participación en grandes negocios como por ejemplo el arrendamiento y administración de las Almonas de Jabón de Sevilla, en las cuáles participaron de forma activa mercaderes como Thomas Mallart y los hermanos Thorne de Bristol.
Durante este siglo la integración de estos mercaderes se vio afectada en numerosas ocasiones por el contexto político. Sin lugar a duda el Cisma Anglicano marcaría un antes y un después en la vida de los mismos, sufriendo una serie de prejuicios de la sociedad castellana, así como una intensa vigilancia y persecución por parte de la inquisición. Esta ruptura provisional de las relaciones conllevó a la marcha de muchos de estos mercaderes a Inglaterra, permaneciendo muy pocos de ellos.
No es hasta los años finales del reinado de Enrique VIII cuando las relaciones comerciales empiezan a volver al cauce anterior, suponiendo la vuelta de muchos mercaderes y la venida de otros nuevos, pero sin llegar a los números que había con anterioridad. Una nueva oportunidad de alianza volvió a surgir durante el reinado de la católica María I de Inglaterra y su matrimonio con el príncipe Felipe, dando lugar a una intensa actividad comercial y financiera que reavivaría la actividad de la Andalusian Company y el establecimiento de una nueva generación de mercaderes a lo largo de toda Andalucía.
Finalmente, el reinado de Isabel I supondrá una vuelta al enfrentamiento religioso y político con Castilla, siendo protagonizado por el corsarismo y piratería en las posesiones castellanas, provocando que de nuevo los mercaderes ingleses establecidos a lo largo y ancho de la península fueran sometidos al recelo social y vigilancia religiosa, teniendo consecuencias en las relaciones comerciales y económicas entre ambos reinos. En ese sentido, a partir de los años 70, el consulado de mercaderes ingleses de Sanlúcar de Barrameda había perdido toda su influencia y contando con el recelo de la monarquía isabelina por su carácter católico. Finalmente en 1591 los edificios pertenecientes a esta hermandad pasaron a convertirse en un hospicio para alojar a refugiados católicos procedentes de Inglaterra.
Autora: María Grove Gordillo
Bibliografía
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