Vida y labor como docente y religioso

Francisco Suárez de Toledo nació en la ciudad de Granada el 5 de enero de 1548. Hijo del abogado Gaspar Suárez de Toledo y de Antonia Vázquez de Utiel, fue sobrino de Francisco de Toledo, el primer cardenal jesuita. Su familia era descrita como muy cristiana, noble, distinguida, limpia de sangre y procedente de León, si bien tenía realmente raíces conversas, contando entre sus ancestros a varios condenados a la hoguera por judaizantes. Francisco Suárez recibió la tonsura clerical en Granada hacia 1558, estudiando cuatro años de latín y retórica con el célebre Juan Latino antes de comenzar a cursar Derecho en Salamanca. El mismo año de finalizar su formación jurídica, solicitó la admisión en la Compañía de Jesús, siendo rechazado en dos ocasiones al valorársele como inepto y sujeto mediocre. Algo que, dada la potencia intelectual demostrada más adelante por el personaje, podría parecer una excusa que ocultara una negativa motivada por los antecedentes conversos de Suárez, que la Compañía no podía desconocer. Finalmente aceptado en la Orden ignaciana en junio de 1564, comenzó su noviciado en Medina del Campo y perseveró en los estudios –se decía que dedicaba entre 10 y 12 horas diarias al trabajo intelectual– mostrando pronto un talento y memoria excepcionales, que sus hagiógrafos atribuyeron a que Dios le alumbró repentina y misteriosamente el entendimiento. Entre 1566 y 1570 cursó Teología en Salamanca, ordenándose como sacerdote en 1572 y comenzando su carrera como docente de Filosofía en Segovia hasta 1573 y como maestro de Teología en 1575, labor que compaginaba con su participación activa en diversas misiones populares realizadas en aldeas y pueblos cercanos. Profesor en Valladolid a partir de 1576, fue llamado a Roma en 1580 por el general de la Compañía, Everardo Mercuriano, para enseñar Teología en el Colegio Romano, donde fue maestro del futuro general Muzio Vitelleschi. En 1585, de vuelta en España, empezó a enseñar en Alcalá de Henares, lugar en el que publicó sus primeras obras. Pasó de nuevo a Salamanca como profesor en 1593. En 1597, por voluntad de Felipe II, se encargó de la cátedra de Prima de la Universidad de Coímbra, donde recibió el grado de Doctor, del que aún carecía pese a su creciente prestigio intelectual. De nuevo en Roma en 1604, su obra en defensa de la potestad pontificia frente a Venecia le hizo acreedor del título de teólogo Eximio y Piadoso, que le concedió Paulo V Borghese el 2 de octubre de 1607. Jubilado en Lisboa en 1617, falleció el 25 de noviembre del mismo año, siendo enterrado en la iglesia de San Roque, el templo del Colegio de la Compañía de Jesús en la capital portuguesa. Suárez murió rodeado de una fama de vida ejemplar, compostura, modestia e, incluso, de santidad. Uno de sus biógrafos, el padre jesuita Antonio Ignacio Descamps, le describía como un hombre que, durante toda su vida, atendió solamente a ser sabio y a ser santo. El padre Juan Eusebio Nieremberg, por su parte, traía a colación una supuesta aparición mariana cuando Suárez era estudiante, siendo el jesuita granadino más adelante uno de los grandes defensores de la Inmaculada Concepción de María.

Pensamiento y trascendencia posterior

Suárez no dio ninguna de sus obras a la imprenta hasta los 42 años de edad, tras haber adquirido una sólida experiencia como profesor durante más de dos décadas. Pese a ello, el volumen de sus escritos es enorme, permaneciendo cerca de la mitad de los mismos todavía sin publicar cuando murió en 1617. Como tratadista, Suárez es fiel reflejo de la época inmediatamente posterior al Concilio de Trento, presidida por la encendida dialéctica establecida entre Reforma y Contrarreforma y marcada por el espíritu ignaciano de la Compañía de Jesús. Un carisma éste último, fundamentado particularmente sobre la importancia concedida a la formación intelectual y la sujeción al Papado. Suárez se desenvolvía en un mundo en el que la ruptura de la Universitas Christiana medieval estaba impulsando, de modo decisivo, la recuperación del Derecho Romano y su idea de obligación jurídica y civil; y que veía surgir nuevos debates sobre la ley natural y el origen del poder político, asistiendo al nacimiento de teorías contrapuestas, como la del tiranicidio y la del derecho divino de los reyes.

A grandes rasgos, el pensamiento de Suárez trató de superar la crisis del Renacimiento y del Humanismo volviendo, de algún modo, al teocentrismo agustiniano y a la sumisión completa del individuo a Dios, sirviéndose para ello del principio de obediencia jerárquica. El jesuita, además, realizó un esfuerzo consciente por reunir Teología, Metafísica, Filosofía política, Moral y Derecho –separados tradicionalmente por la Escolástica– en un sistema de pensamiento unitario y coherente, al que añadió un enfoque probabilista, típico de la Compañía de Jesús, aplicado a la problemática jurídica. Para algunos autores, después de San Agustín y Santo Tomás de Aquino no ha habido un autor a quien la Iglesia Católica haya concedido mayor estima y admiración que al padre Francisco Suárez. Como teólogo, se inspiraba en el Tomismo y en la Escolástica sin renunciar, por ello, a innovar y a apartarse del principio de autoridad cuando lo consideraba justificado. Convirtiéndose, en consecuencia, en el padre de un sistema teológico armónico, caracterizado por una apabullante erudición y una profunda sabiduría cristológica aplicada al conocimiento de Dios en sus facetas de Creador, Redentor, Santificador y Glorificador. Suárez también se involucró en la polémica De auxiliis, poniéndose de parte de su compañero de Orden, Luis de Molina, a la hora de tratar de conciliar el libre albedrío humano con un determinismo divino que podía llegar a estar demasiado en línea con los postulados luteranos y, sobre todo, con la predestinación calvinista. Su implicación en esta polémica le hizo escribir en castellano un memorial destinado al público lego, desatando las iras de los dominicos y granjeándole problemas con la Inquisición en 1594. A caballo entre el pensamiento de la Edad Media y la Modernidad, en Filosofía Suárez fundó, usando como base las formas y conceptos aristotélicos, el primer sistema filosófico cristiano de Metafísica. En este sentido, fue un metafísico que, sin renunciar a Aristóteles, analizó las opiniones de los tratadistas más importantes, para plantear luego su propia postura personal. En consecuencia, algunos grandes filósofos del siglo XIX, caso de Heidegger, consideraron que el padre Suárez era el pensador que más había influido en el nacimiento de la Filosofía moderna –incluso superando a Descartes–, siendo su obra muy estudiada, tanto en la Europa católica como en la reformada, hasta bien entrado el siglo XVIII. Como moralista, Francisco Suárez esbozó un complejo sistema del ente moral, sobre todo en sus obras de publicación póstuma. En su faceta de estudioso del Derecho y pensador político, su obra ha gozado de una autoridad incontestable. Influyó, de modo decisivo, en los debates acerca del origen y los límites del poder; en la caracterización de la tiranía y del derecho de resistencia; en la formación posterior de las teorías democráticas; en las ideas acerca de libertad religiosa y tolerancia; en la naturaleza de la ley en la Modernidad; o en la génesis del Derecho de gentes y el Derecho internacional. Suárez se opuso con contundencia a las doctrinas protestantes, mostrándose firme defensor de la autoridad pontificia frente a los escritos de Jacobo I de Inglaterra. Ante la expulsión de los moriscos en 1609, el jesuita se mostró bastante moderado, admitiendo la capacidad de los conversos para cambiar de religión y defendiendo que los neófitos podían creer verdaderamente, aunque fallaran en sus prácticas. De esta forma, se mostraba contrario al tratamiento de los moriscos como colectivo, no bastándole la sospecha general sobre el grupo para dirigir un acto moral hacia las personas como individuos concretos. Desde su punto de vista, además, la defensa frente a los ataques contra la religión solamente podía ser ordenada por la Iglesia, no por el Estado.

Obras destacadas

El catálogo de los trabajos de Francisco Suárez es verdaderamente ingente. Durante su vida, el jesuita granadino escribió diversos tratados sobre materias muy variadas, entre las que figuran los sacramentos, la excomunión, la Trinidad, la Gracia, las virtudes teologales, los ángeles, el estado religioso o las virtudes de la Compañía de Jesús. En este sentido, resulta de mayor utilidad traer a colación sus obras más destacadas y que alcanzaron mayor trascendencia:

Commentariorum ac Disputationum in Tertiam Partem Divi Thomae Tomus Primus, Alcalá de Henares, 1590. Más conocida por el título De Verbo Incarnato, aborda el estudio de la parte de la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino que se ocupa del misterio de la Encarnación de Cristo. Se estructura a partir de 56 disputationes.

De mysteriis vitae Christi, Alcalá de Henares, 1592, es continuación de la obra anterior. Estructurada en 58 disputationes, está especialmente dedicada a la Virgen María, centrándose en su santificación, virginidad, matrimonio, purificación, mérito, gracia, muerte y Asunción. A raíz de esta obra, a Suárez se le ha considerado como el fundador de una mariología sistemática.

Metaphysicarum Disputationum, Salamanca, 1597. Conocida como Disputaciones metafísicas, fue publicada en dos extensos volúmenes, en los que Suárez cita prácticamente a todos los autores griegos y árabes, a los padres de la Iglesia y a los principales escolásticos medievales. Pese a su envergadura, la obra tuvo un éxito inusitado en toda Europa, publicándose nada menos que 17 ediciones de la misma hasta 1636, en lugares como Venecia, Maguncia o París.

Varia Opuscula Theologica…, Madrid, 1599. Conocida como Opuscula, consta de seis tratados teológicos, incluyendo la postura de Suárez sobre la controversia De auxiliis, que por esos años enfrentaba a jesuitas y a dominicos.

Tractatus de legibus ac Deo legislatore, Coímbra, 1612. Conocida como De Legibus, consta de 10 libros en los que Suárez recorre y caracteriza la ley en todas sus manifestaciones: divina, natural, positiva y de gentes. Incluye reflexiones de enorme trascendencia en el pensamiento político posterior sobre el origen del poder y la autoridad del Estado, refutando la doctrina del derecho divino de los monarcas.

Defensio fidei catholicae apostolicae adversus Anglicanae sectae errores…, Coímbra, 1613. Conocida como Defensio fidei, la obra le fue encomendada a Suárez directamente por Paulo V con el fin de desmontar las tesis de Jacobo I de Inglaterra. En el tratado, el jesuita granadino defiende la teoría de la potestad indirecta papal en cuestiones temporales, negando que los soberanos recibieran su poder directamente de Dios y justificando el derecho de resistencia a un monarca tirano. Estas ideas de Francisco Suárez escandalizaron a media Europa, siendo su tratado quemado públicamente en Londres y París en 1613 y 1614, respectivamente.

Opera omnia, Venecia, 1740-1751. Publicada en 23 volúmenes, es la primea vez que se abordó llevar a la imprenta las obras completas de Francisco Suárez.

 

Autor: Julián José Lozano Navarro


Bibliografía

AMEZÚA, Luis Carlos, “La teología como herramienta biopolítica. Expulsión de los moriscos y estrategias de asimilación (De Jaime Bleda a Francisco Suárez)”, en Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía, 9, 2015, pp. 53-62.

DESCAMPS, S. J., Antonio Ignacio, Vida del venerable padre Francisco Suárez, de la Compañía de Jesús…, Perpiñán, Imprenta de Juan Figueroa, 1671.

ELORDUY, S. J., Eleuterio, “Padre francisco Suárez, S. J. Su vida y su obra (1548-1617)”, en Revista nacional de educación, 26-27, 1943, pp. 7-28.

FONT OPORTO, Pablo, Límites de la legitimidad del poder político y resistencia civil en Francisco Suárez, Tesis Doctoral, Universidad de Sevilla, 2014.

O’NEILL, S. J., Charles E. y. DOMÍNGUEZ, S. J., Joaquín Mª., Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 2001.

VILARROIG MARTÍN, Jaime, “El desencuentro entre Suárez y Báñez en torno a la polémica de Auxiliis”, en Franciscanum 172, vol. LXI, 2019, pp. 1-15.

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