Nacida en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María en el seno del matrimonio constituido por Diego Campbell, Capitán de Caballería, y de Juana Francisca Wodron. De origen escocés se habían afincado en España donde su padre desarrolló una carrera militar que le hizo desplazarse por diferentes destinos como Cádiz o Granada, ciudad donde tuvo lugar su fallecimiento.

En 1758 se cursó a la Cámara de Castilla la correspondiente solicitud para que Felipa fuera admitida como educanda en el Real monasterio de la Visitación de Madrid, vulgo Salesas, donde se encontraba su hermana Juana Francisca como religiosa de coro, la cual había sido una de las primeras españolas en ingresar a la orden salesa. El convento, de patronato regio, se debía al empeño personal de la reina Bárbara de Braganza, muy interesada en la educación femenina. La reina quiso dejar patente su patronazgo religioso mediante la fundación real de un centro educativo para las mujeres  dirigido por una orden dedicada a la docencia que, al mismo tiempo, pudiera convertirse en su residencia en caso de fallecimiento del rey, además de panteón real, donde había dispuesto su enterramiento. La solicitud fue aprobada pocos días después, de manera que Felipa se vería formando parte del primer grupo de alumnas que ingresaron en el convento.

En 1765 fue la protagonista de un suceso ocurrido en la vivienda del Marqués de San Leonardo y que se conoce por la descripción realizada en una carta que dirigió a su hermano, el Duque de Berwick, a la sazón residente en París, fechada en Aranjuez el 20 de mayo de 1765. Al parecer, la mañana del 3 de abril Felipa había amanecido con un gran dolor muscular en la nalga y muslo de la pierna derecha que no conseguía hacer desaparecer a pesar de los diversos remedios con que lo intentaron los médicos; en esa lamentable situación Felipa desde el principio se puso bajo la protección del Venerable Palafox (1600-1659), demandando una reliquia que no lograría conseguir hasta el día 14, a la que se encomendaba con tal fervor que cuando el día 17 se levantó sin dolor proclamó a gritos que estaba curada gracias a la intercesión del Venerable. Tras haber celebrado un tedeum con la presencia de un agustino, su esposa, criados y criadas del cuerpo de casa, el marqués puso tal hecho en conocimiento del rey. Su interés en comunicárselo rápidamente se explica por el respaldo manifestado por el monarca en pro de la causa de beatificación de Palafox, iniciada en la diócesis de El Burgo de Osma en 1666 y en Puebla de los Ángeles en 1688. De hecho, el rey, nada más enterarse de la noticia, la puso en conocimiento del Patriarca para que hiciera una averiguación, por si pudiera interpretarse como un posible milagro que pudiera favorecer la causa de beatificación que se seguía en Roma.

Ese mismo año de 1765 se celebró su matrimonio con el marino Pedro González de Castejón (1719-1783), Caballero de Santiago, que seguiría desarrollando una brillante carrera hasta ser nombrado en 1776 Secretario de Estado y del Despacho de Marina; un puesto que desempeñó hasta su muerte, obteniendo el título de marqués por merced real ese mismo año, y la concesión de la Gran Cruz de la Orden de Carlos III un año después. No tuvieron descendencia.

Su viudedad transcurrió en su residencia madrileña, visitando a su hermana con la que se encontraba muy unida hasta el punto de hacerla heredera en su testamento protocolizado el 13 de marzo de 1792. Fue el primero de los tres que llegó a formalizar en diferentes momentos de su vida, como ahora veremos; en él aclara su condición de viuda y, como tal, heredera universal de los bienes de su marido, Pedro González de Castejón, según constaba en el testamento que éste había formalizado en 1783, poco antes de su muerte. En él disponía una serie de cláusulas religiosas y otras relativas a su enterramiento, que se repetirán en los posteriores testamentos. Su intención era ser enterrada con el hábito de las monjas Salesas en la bóveda de dicho convento siempre que las religiosas lo permitieran; deseaba, así mismo, ser sepultada con la cruz de plata que siempre llevaba encima desde que fuera alumna del citado colegio, y fijaba para el día de su entierro, o los siguientes, celebrar una misa cantada de cuerpo presente con los sufragios acostumbrados y que, además, se oficiaran por su alma dos mil misas rezadas de cuatro reales, repartidas en los conventos e iglesias que eligieran sus albaceas. Para las mandas forzosas legaba cien reales de vellón.

En cuanto a las disposiciones económicas en el primero de los citados testamentos  instituía como heredera universal de sus bienes su hermana Juana Francisca. En el momento que realiza el segundo, ya había fallecido su hermana, “en opinión de santidad y juzgando por eso podrá algún día promoverse de la causa de beatificación”, por lo que deja al convento un legado de 291.115 reales para hacer frente a los gastos correspondientes al proceso de beatificación de su hermana, si fuera iniciado en algún momento; el remanente de las acciones que tenía en el Banco de San Carlos habría de ser repartido entre las distintas personas que ella dejara escrito. El título nobiliario lo cede al sobrino carnal de su difunto marido Felipe Castejón y Tovar, y si éste hubiese muerto a su hijo primogénito y personaje que llevara la casa y mayorazgo del apellido Castejón. Después del pago de todo ello y demás gastos que se produjeran, el resto de sus bienes se los lega a su mayordomo Santiago Llano “por lo bien que le ha servido y sirve”, y si éste muere antes que ella, esos bienes deberían ser empleados en misas por su alma. Felipe cursó sus estudios en Cascante y Calatayud y se decidió por la carrera militar; por su matrimonio emparentó con el V Marqués de San Adrián y tuvo un papel protagonista en la Sociedad Económica de Amigos del País de Tudela.

Asimismo, fue nombrando distintos testamentarios y albaceas, cuyos nombres aparecen en los tres testamentos; a destacar los personajes pertenecientes al círculo de su marido, con los que había mantenido constantes relaciones profesionales y de amistad, tanto en vida como tras su muerte, a los que seguía mostrando su confianza. Eran Antonio Valdés Bazán, a la sazón Secretario de Estado y del Despacho de Marina, Antonio Luis del Real Lombardón, entonces jefe de escuadra y Consejero de Guerra, y Andrés Valdivieso, caballero comendador de la Orden de San Juan. En cuanto a los de condición eclesiástica nombra en el primero a su confesor, Manuel Nicasio de la Cuesta, cura propio de la iglesia parroquial de Santiago y si este hubiera fallecido, el que lo fuere entonces, a su director espiritual Juan Francisco Avendaño, Capellán Mayor y confesor de las Salesas, y si éste hubiera fallecido, el que lo fuese entonces, y a su mayordomo Santiago Llano, todos juntos y cada uno in solidum.

Siempre mantuvo una predilección devocional por el Obispo Palafox, al que nunca dejó de adjudicar la intervención que había tenido en su curación. Prueba de ello es el envío de un exvoto con su retrato a la catedral de la población de El Burgo de Osma en junio de 1785 donde las Actas Capitulares recogen su recepción con las siguientes palabras: “un retrato de la Marquesa de González Castejón viuda que había obtenido repentina curación por intercesión del Venerable”.

 

Autora: Gloria Ángeles Franco Rubio


Fuentes

ANÓNIMO, Historia de la Fundación de este primer monasterio de la Visitación de Santa María de Madrid y de los sucesos ocurridos en él hasta nuestros días. Madrid, 1747-1749, tomo I.

Archivo Histórico Nacional, OM. Santiago, Exp. 10058.

Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 19.549, fols. 82r-86v.

Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 19.555, fols. 96r-99r.

Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 19.554, fols. 81r-90r.

Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 19.540, fols. 129r-132v.

Bibliografía

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CEPEDA ADÁN, José, Sociedad, vida y política en la época de Carlos III, Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 1967.

FRANCO RUBIO, Gloria A., “Patronato regio y preocupación pedagógica en la España del siglo XVIII: El Real Monasterio de la Visitación de Madrid”, en Espacio, Tiempo, Forma. Serie IV. Historia Moderna, 7, 1994, pp. 227-244.

FRANCO RUBIO, Gloria A., “Ordenes religiosas femeninas y cambio social en la España del siglo XVIII: de la vida contemplativa a la actividad docente”, en Enrique Martínez Ruiz y Vicente Suárez Grimón (eds.), Iglesia y Sociedad en el Antiguo Régimen, Las Palmas, Publicaciones de la Universidad, 1995, pp. 277-290.

FRANCO RUBIO, Gloria A., “Educación femenina y prosopografía:  las alumnas del colegio de las Salesas Reales en el siglo XVIII”, en Cuadernos de Historia Moderna, 19, 1997, pp. 171-182.

FRÍAS BALSA, José Vicente, “Un bello retrato de la I Marquesa de González de Castejón en la Catedral de El Burgo de Osma”, en Soria-goig. Disponible en línea.

GUIJARRO SALVADOR, Pablo, “Felipe González de Castejón y Tovar (1745-1803): socio fundador y primer director de la Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público”, en Huarte de San Juan. Geografía e Historia, 18, 2011, pp. 185-218.

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