En mayo de 1766, Antonio de Ulloa es designado para la misión más compleja a la que tendría que enfrentarse, ser gobernador de Luisiana. Atrás quedarían sus años de formación no solo lejos de su Sevilla natal sino también de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz que debería haber sido su primer destino y que cambió para participar en la Expedición Geodésica. De esta manera se convirtió en un oficial de la Armada con mayores conocimientos científicos que marítimos y, dada su gran vocación de servicio, desarrolló sus años posteriores en destinos que poco tuvieron que ver con los de un marino al uso. Así en 1765 recibe su nombramiento como primer gobernador español de Luisiana con la misión de administrar y dirigir un territorio totalmente diferente a lo que conocía, una colonia de nueva incorporación que, había sido objeto del interés de España desde principios de siglo y que obtuvo, tras la guerra de los Siete Años, en un movimiento estratégico de Inglaterra y Francia.

El hecho de que el nuevo gobernador fuese considerado la persona idónea para llevar a buen término la labor que se le había encomendado, no haría que su tarea fuese más sencilla pues, aunque Luis XV había decidido ceder el territorio, su disposición no cambió el sentimiento de sus gentes, que veían con recelo la llegada de un nuevo monarca que impondría sus propias leyes haciendo peligrar su modo de vida. Debemos añadir que la llegada del nuevo gobernador tuvo una entrada muy desacertada en Luisiana eludiendo a las autoridades locales que se autodenominaban Consejo Supremo y que, a efectos prácticos, gobernaban el territorio. Dicha acción, aún pareciendo un acto de desafío, fue fruto del desconocimiento debido a que Ulloa, con la ayuda de su paisano y entonces gobernador de la isla de Cuba Antonio María Bucareli, se había informado no solo sobre los motivos de su designación sino sobre las costumbres y la administración del territorio, pero no tenía conocimiento del sentimiento de rechazo y temor imperante entre la población que veía peligrar sus leyes y la base de su economía.

Unido al malestar reinante en la colonia, Ulloa se encontraría con una serie de condiciones que dificultarían aún más su gobernación de entre las que el problema más acuciante era el sustento de la población. En este sentido, la base de su sustento estaba en el trigo, que resultaba difícil de cultivar tanto en las zonas aledañas como en el resto de la colonia y cuya escasa producción era generadora de carestías de las que se aprovechaban los comerciantes locales que lo recibían por medio de la exportación desde los territorios de las Trece Colonias consiguiendo pingües beneficios. Para solucionar esta problemática Ulloa recurre a varias medidas que resultaron fallidas, por una parte, establecer contacto con los ingleses de la Florida lo que provocó el descontento de los comerciantes locales y, por otra, solicitar a la Corona que les permitiese comerciar con el resto de colonias americanas, a lo que Carlos III se niega e incluso ordena que Luisiana permaneciese como territorio independiente del sistema colonial hasta estar seguros de los frutos que podía producir por sí misma. Por este motivo se establece una nueva normativa comercial en la que se permitía el comercio libre con otros puertos europeos (Francia e Inglaterra) pues era de ellos de quienes dependía la subsistencia, pero solo podrían tocar puertos naves españolas, quedando las foráneas solo con el permiso de navegar sin tocar tierra. Estas medidas afectaban directamente a comerciantes, dueños de barcos e intermediarios locales y no fueron recibidas con agrado; hasta tal punto llegaron las protestas que salieron a la luz las desavenencias que se habían producido desde la llegada de Ulloa y que terminaron por materializarse, en septiembre del mismo año, al ser denunciado el gobernador, ante el Consejo Supremo, por un grupo de afectados. Ante esto, la respuesta de Ulloa fue solicitar a Madrid autorización para disolver dicho Consejo, una petición que recibió aprobación, pero cuyo objetivo jamás se llevó a término.

A todo esto, hay que añadir el problema de la defensa del territorio, que debía llevarse a cabo con la escasa dotación que había llegado a la colonia junto a Antonio de Ulloa. Dicha cuestión generó que fueran constantes sus demandas a La Habana y a Madrid recibiendo escasa y tardía respuesta y que, cuando las obtenían, hacían que Ulloa se enfrentase a un problema mayor: la falta de capital para pagar a las tropas. Para paliar dichos problemas se optó, inicialmente, por ofrecer un buen sueldo a los soldados franceses que quedaban en la colonia para que se mantuviesen en ella mientras llegaban unas tropas de voluntarios gallegos que había prometido el capitán general de Galicia. Una cuestión que no mitigaba en absoluto la falta de fondos para los pagos; de manera que la única opción sería el situado, que no solo llegaba tarde sino en cantidades cada vez menores, acrecentando un problema de iliquidez que partía de una deuda que Francia había dejado en la colonia y que los pobladores pretendían que se cubriese también con los fondos de las arcas reales. Todo ello provocó que el gobernador se viese obligado a pedir préstamos a los mismos comerciantes afectados por sus nuevas medidas, quienes aceptaron con la promesa de que, con el situado, se les cubrirían las cantidades que se les habían solicitado. De esta forma, la gestión de Antonio de Ulloa se vería envuelta en una locura financiera que no hizo más que acrecentar la hostilidad que ya existía hacia la persona del gobernador y hacia el gobierno español.

Por si todo lo desarrollado fuese poco, la llegada de su esposa limeña no hizo más que empeorar su situación, ya que su actitud fue interpretada por las damas de Luisana cómo ofensiva. En este sentido, la pareja se instaló, tras la ratificación de su matrimonio por poderes, en Nueva Orleans que, al parecer, no fue del agrado de la joven dama quien veía el ambiente tosco y pueblerino comparado con el enorme esplendor y las comodidades que ofrecía Lima. Unido a esto, proliferaron los ataques directos hacia la esposa del gobernador que fue criticada, no solo por su lujosa forma de vestir sino por el hecho de desconocer el idioma. De esta manera, la barrera idiomática, junto con el escaso gusto del matrimonio por las recepciones, provocaban que la joven permaneciese la mayor parte del tiempo recluida en su casa y en compañía de sus criadas, lo que causaba que proyectase, o al menos los demás lo percibiesen así, la imagen de una persona altanera.

Todos los problemas expuestos y la hostilidad existente hacia el gobernador y los suyos fueron el caldo de cultivo de una revuelta que, instigaron algunos de esos miembros de alta sociedad que, con sus afiladas críticas, hostigaron a la señora de Ulloa y que encontraría su detonante, en octubre de 1768,  debido a una decisión de Carlos III que emitió un Real Decreto para regular la actividad comercial de Luisiana, en el que se establecía el comercio directo entre España y su colonia suprimiendo así su dependencia de las Antillas francesas. Un hecho que hubiese sido bien recibido de no ser porque, en los artículos de dicho decreto, se implantaba no solo que la actividad comercial debía ser exclusivamente en barcos españoles, sino que el tráfico se realizaría de manera directa, desde el puerto en cuestión hasta Nueva Orleans, sin hacer arribo en puertos antillanos o de Nueva España. De manera que, su disconformidad con las nuevas medidas, unida al deseo de volver a ser franceses llevaron a los vecinos a la rebelión.

Así, girando en torno a su autodeterminación, se sirvieron de una fuerte carga de argumentos filosóficos para sustentar sus exigencias esgrimiendo que ningún monarca podía ceder un territorio por su propia voluntad por lo que, si se tenía en cuenta que el ser súbditos de uno u otro rey era un derecho que solo pertenecía al pueblo, la cesión que había realizado Luis XV se consideraba nula y, en función de esto los vecinos de Nueva Orleans podían escoger libremente que querían seguir siendo franceses. Armados con estos argumentos, los líderes de la revuelta convocan a todos los vecinos para exigir la marcha de Antonio de Ulloa, que abandona Nueva Orleans para trasladarse a Baliza tras lo que, al día siguiente, el Consejo Supremo ordena su expulsión del territorio instándole a marcharse en un plazo de tres días. De este modo, e1 de noviembre de 1768, el marino con su esposa embarazada y su hija, parten hacia La Habana para, escasos meses después, ser sustituido por Alejandro O’Reilly, quien acabaría con todo atisbo revolucionario en el lugar.

Con su marcha se inicia una nueva etapa en su vida, lejos de destinos particulares y también apartado del continente en el que pasó la mayor parte de su vida y que le permitió adquirir todos los conocimientos que hicieron posible su extensa y convulsa trayectoria profesional y vital. De esta forma, abandonaría América después de haber ofrecido una imagen de sus paisajes, sus culturas y sus habitantes que, inevitablemente, se vio condicionada por los avatares de su vida y su pensamiento, manteniendo el continente vivo en su memoria hasta el final de sus días.

 

Autora: Ascensión López Vázquez


Bibliografía

SOLANO, Francisco de, La pasión de Reformar. Antonio de Ulloa, marino y científico 1716-1795, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1999.

HOFFMAN, Paul E., Luisiana, Madrid, Fundación Mapfre, 1992.

MOLINA MARTÍNEZ, Miguel, “El gobierno de Antonio de Ulloa en Huancavelica y Luisiana”, en LOSADA, Miguel y VALERA, C. (coords.), Actas del II Centenario de Antonio de Ulloa, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos-CSIC, 1995, pp. 169-184.

RODRÍGUEZ CASADO, Vicente, Primeros años de dominación española en la Luisiana, Madrid, CSIC, 1942.

RODRÍGUEZ CASADO, Vicente, “Don Antonio de Ulloa en la gobernación de Luisiana”, en Revista General de Marina, 125, 1943.

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