Fundado en 1554, el Colegio de San Pablo de Granada pronto se constituyó en uno de los principales ejes vertebradores de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús. Desde el primer momento, contó con el respaldo del arzobispo Pedro Guerrero, ferviente admirador de la Compañía desde que conoció a los padres Laínez y Salmerón durante el concilio de Trento. Reconocido como fundador, el prelado esperaba emplear a los jesuitas en dos tareas fundamentales. Por un lado, la educación; y, por otro, la evangelización de la población morisca, comenzando a funcionar en 1556 el Colegio jesuita de San Miguel, en el Albaicín, que perdurará hasta la rebelión de 1568. El fuerte carácter de apostolado del Colegio granadino se mantuvo, no obstante, después del final de la guerra en 1570, sirviéndose los jesuitas de las misiones populares como herramienta fundamental. Una de las más célebres de estas campañas misionales fue la que llevaron a cabo los padres Pedro de León y Tomás Sánchez en la Alpujarra y el valle de Lecrín en 1589. Destacó, igualmente, la realizada en 1590 bajo los auspicios del obispo de Guadix, consciente de las carencias espirituales de su diócesis; otra de 1592, centrada esta vez en Antequera, Coín y Marbella; y, ya en el siglo XVII, diversas misiones realizadas periódicamente en la costa del Reino de Granada. Tuvo gran celebridad, particularmente, la misión realizada entre 1668 y 1669 por el padre Tirso González, futuro prepósito general de la Compañía de Jesús, que focalizó su actividad en Motril y, más tarde, en la propia capital granadina.
El Colegio granadino de los jesuitas se convirtió, rápidamente, en un centro espiritual y teológico de primer orden. En 1587 sus continuos progresos hacían que fuera definido como colegio verdadero de la Compañía. Buena prueba de su importancia es que contó entre sus miembros con maestros tan destacados como el padre Juan de Pineda, profesor de Filosofía; con uno de los moralistas más destacados de la época de la Contrarreforma, Tomás Sánchez de Ávila, máximo especialista en todo lo concerniente a la institución del matrimonio; o con el padre Diego Granado, autor de una de las primeras obras que defendieron públicamente la concepción inmaculada de la Virgen María. La fiebre inmaculista fue, precisamente, la causa de que en el entorno del Colegio de San Pablo se publicaran hacia 1619 unas Conclusiones que afirmaban que la Virgen fue concebida sin pecado original y que, desde el momento de su concepción, vio claramente la divina esencia. Algo que fue motivo de una grave amonestación por parte del general de la Compañía, que consideró exagerada e inconveniente esta toma de partido doctrinal. En el siglo XVIII brilló especialmente el padre Manuel Padial, catedrático célebre por su sabiduría y por su vida ejemplar y virtuosa, cuyo proceso de beatificación quedó interrumpido por la expulsión y posterior supresión de la Compañía de Jesús.
Durante la primera mitad del siglo XVII el número de jesuitas de la provincia de Andalucía disminuyó ostensiblemente, pasando de contar con 600 operarios en 1616 a unos 460 en 1650. En lo que respecta al Colegio granadino, en 1587 lo poblaban 55 jesuitas, que pasaron a ser 90 en 1620 y 86 en 1624. En la primera década del siglo XVIII el colegio albergaba entre 112 y 116 sujetos. En 1767, en el momento de la expulsión, habitaban el Colegio 74 padres y 29 hermanos coadjutores.
El número de alumnos del Colegio de San Pablo osciló según la época, superando como norma general varios centenares de estudiantes. Su actividad docente se encuadraba, claramente, en los esquemas previstos por la Ratio Studiorum de la Compañía de Jesús. A partir de ella, se desplegaba un programa educativo que se distinguía por su modernidad y eficacia, adaptando el diseño de estudios clásicos ideado por el Humanismo renacentista. En 1583 el general Acquaviva verificó los estudios de Latinidad del Colegio granadino, en el que, en las décadas finales del Quinientos, también se impartían Retórica, tres clases de Gramática y una de Artes. En la primera década del siglo XVII se añadieron estudios de Teología dogmática y moral y de Sagrada Escritura, los cuales contaron desde el principio con la abierta oposición de la Universidad de Granada, con la que se llegó a una concordia en 1612. En 1649 inició su andadura el Colegio de Santiago, con un reglamento elaborado por el rector del Colegio de San Pablo y teniendo a los jesuitas como administradores de los bienes de su patronato. Estaba comunicado con la iglesia del Colegio de San Pablo mediante un pasadizo construido hacia 1698. El centro acogía a estudiantes de Teología y Leyes de la Universidad y, tras experimentar un período de crisis, reabrió en 1700 con una vinculación aún más estrecha con el vecino Colegio de la Compañía. En las primeras décadas del siglo XVIII, sin embargo, el modelo de educación jesuita en Granada parecía estar en crisis a tenor de las noticias suministradas a la casa generalicia de Roma. Sobre todo, en lo que concernía a los estudios de Gramática, disminuyendo el número de alumnos que los cursaban y sufriendo el Colegio la competencia de preceptores particulares, cuyo número parece haberse incrementado por esos años.
Durante sus más de dos siglos de existencia, el predicamento alcanzado por el Colegio de San Pablo en la ciudad no dejó de acrecentarse. Buena prueba de ello es que los padres Pedro Melgarejo y Diego Álvarez fueran, respectivamente, consejero y director espiritual del arzobispo Pedro de Castro; que el padre malagueño Jorge Hemelman, rector del Colegio desde 1622, dirigiera espiritualmente al cardenal arzobispo Agustín Spinola; los jesuitas tuvieron también una estrecha relación con el arzobispo Galcerán Albanell, antiguo preceptor de los hijos de Felipe III; los padres del Colegio granadino confesaban, igualmente, a las monjas del cercano convento de la Encarnación; y tuvieron también una presencia destacada en una institución fundamental en la Granada de los siglos XVI y XVII: la Inquisición, no siendo infrecuente que los jesuitas granadinos fueran calificadores del Santo Oficio. La popularidad de los hijos de San Ignacio entre la población se incremento, igualmente, gracias al papel que jugaron ante la llegada de la peste Atlántica en 1601, contagiándose y muriendo los padres y hermanos que se ofrecieron voluntarios para atender a los apestados en el Hospital Real. La influencia del Colegio granadino de la Compañía se manifestaba, especialmente, sobre las élites sociales, consolidándose como un auténtico referente en la ciudad. Así, albergó diversas congregaciones, como la del Espíritu Santo; la de la Santísima Trinidad o de los Caballeros, que incluía entre sus miembros a corregidores, alcaldes mayores, miembros de la Chancillería y caballeros veintiquatros; la del Salvador o de Nuestro Señor Jesucristo; y la de la Anunciata. La iglesia del Colegio, en consecuencia, fue durante todo el período moderno una de las más frecuentadas de la capital. Según los jesuitas, las comuniones generales del primer domingo de cada mes llegaban a las 14.000 y durante el jubileo de 1668 incluso se superaron las 20.000 comuniones.
En el plano económico, el Colegio de San Pablo llegó a acumular un importante patrimonio que no dejó de acrecentarse mediante donaciones, legados y compras. Siguiendo las máximas de la Compañía de Jesús, los distintos rectores que lo gobernaron se esforzaron siempre por explotar directamente sus propiedades, con las miras puestas en el logro de beneficios pecuniarios. Los jesuitas establecían, además, una eficiente cadena de mando en sus fincas, situando al frente de cada sector productivo a gentes de confianza. Destacando, al mismo tiempo, por sus constantes inversiones orientadas a la construcción de acequias, molinos, panaderías, almazaras y casas de labranza, dirigidas a aumentar y mejorar la productividad de sus tierras. Las grandes haciendas de la Compañía en la Vega granadina fueron cuatro: La Magdalena, Jesús del Valle, Aynadamar y San Ignacio. Poseían también otros cortijos de distinta extensión e importancia, como los de Santa Catalina, Olvíjar la Baja, Atarfe y Alboyar, además de otras fincas en Zafayona, Molvízar, Colomera, Monachil y Moclín y una importante propiedad en Santiago de Calatrava. Los jesuitas también eran dueños de una cuadra ganadera nada desdeñable, contando en 1755 con cerca de 8.000 cabezas entre ovejas y cabras, casi 100 caballos y otros muchos animales destinados a las faenas agrícolas y al pastoreo. Un hecho de importancia es que los jesuitas granadinos se esforzaban en comercializar por sí mismos la producción de sus tierras, disponiendo para ello de una tienda abierta al público, en la que vendían quesos, vino o fruta.
El Colegio de Granada acumuló también un importante patrimonio inmobiliario, contando con diversas casas que se ponían en alquiler tanto en Granada como en Málaga. El Colegio poseía, igualmente, valiosos juros en la renta de la seda del Reino de Granada; en la alcabala de la alhóndiga Zaida; en los azúcares del Reino de Granada; en las alcabalas de Málaga y Guadix; sobre la alcabala de Granada; y en las salinas del Reino de Granada. En Sevilla tenían juros en la renta de Millones, en el uno por ciento de Sevilla y en el segundo uno por ciento de Carmona. El Colegio granadino de San Pablo, por último, también era dueño de juros en las salinas de Andalucía; en el segundo uno por ciento de León; en las salinas de Zamora; y en la renta del papel blanco del Reino.
A nivel artístico, destaca el espléndido conjunto arquitectónico renacentista y barroco formado por el Colegio de San Pablo y su iglesia, actual parroquia de San Justo y Pastor, construidos entre 1554 y 1719. Si bien los edificios del colegio y las escuelas fueron muy transformados después de 1767, podemos hacernos una idea de su aspecto y disposición originales merced a una serie de planos que aún se conservan. Articuladas en torno a varios patios, las dependencias incluían los lugares de habitación y las aulas en las que se impartían las lecciones, contando además con teatro, librería, cocina, refectorio, enfermería, almacenes, despensas, bodegas, corrales, caballerizas, huerta y jardín para recreo. La portada del Colegio, construida entre 1715 y 1717, está dedicada a la Inmaculada Concepción. La magnífica iglesia titular del Colegio, por su parte, seguía los prototipos habituales de las construcciones auspiciadas por la Compañía de Jesús. De planta rectangular, el edificio cuenta con dos portadas, una elegante cúpula y una airosa torre dieciochesca. Su interior cuenta con seis capillas laterales, decorándolo frescos con escenas de la vida de jesuitas que habían subido a los altares junto con las virtudes cardinales y teologales. El templo conserva valiosos retablos, pinturas de artistas destacados, reliquias y ornamentos preciosos, fruto de continuas dádivas y limosnas piadosas procedentes de diversos particulares. Es también digna de mención la sacristía, en la que se desarrolla un ciclo iconográfico centrado en los santos de la Compañía y en el culto mariano. Es de reseñar, por último, la amplísima biblioteca que albergó en su seno el Colegio de San Pablo, compuesta por 7.983 volúmenes que comprendían 4.951 obras, entre las que figuran incunables, códices valiosos y numerosos manuscritos.
Autor: Julián José Lozano Navarro
Bibliografía
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