Es sobradamente conocida la importancia del catastro de Ensenada para estudiar muchas facetas de la vida e historia española del siglo XVIII, en general, y andaluza, en particular, pero pocos son aún los trabajos que se acercan a dicha huella documental desde otra perspectiva muy sugestiva y sugerente, y sobre todo de actualidad, como es la del género, una mirada desde el género, pese a sus potencialidades importantes e interesantes en tal sentido. Y, sin embargo, partiendo de las aportaciones al respecto de Johan W. Scott a Mary Nash, pasando por Nathalie Z. Davis, Mª Isabel del Val, Mónica Bolufer e Isabel Morant, o Ángela Muñoz, entre muchas otras, y solo citando las reflexiones más centradas en el estado de la cuestión, con el catastro ensenadista podemos conocer a las mujeres, ya estén solas o no, o ya sean laicas o eclesiásticas, a través del Interrogatorio General, si ostentan alguna ocupación en el sector secundario y/o terciario; y de las Respuestas Particulares de sus libros de Familias de Seglares y de Haciendas de Seglares, y de Haciendas de Eclesiásticos, o libros de “lo personal” y de “lo real”, respectivamente, que iluminan sobre tipos de hogares –edades, ocupaciones, convivientes- y realidad económica –trabajos, ingresos, gastos- del colectivo femenino. Pero como aquí debo elegir, para las laicas expondré cómo las ve y cómo aparecen en la fuente; para las eclesiásticas, una faceta muy poco aún explorada, los recursos que monjas y religiosas tienen como personas físicas, pese al obligado voto de pobreza, que, por tanto, se rompía, aunque por razones de espacio ahora debo obviar la justificación de dicha vulneración. Y, en ambos casos, tomando como base el medio rural, por ser signo incuestionable de la sociedad andaluza y española del Antiguo Régimen, en concreto, Espejo y Aguilar de la Frontera, para cada uno de sendos colectivos femeninos, y ambas, localidades bien representativas de la siempre importante zona de la campiña cordobesa.
Comenzando por las mujeres laicas, puede fijarse, efectivamente, cómo la fuente “habla” de ellas, cómo las refleja, o, en su caso, deja que se expresen; y cómo aparecen en sus unidades domésticas y recursos. En cuanto a lo primero, la observación más generalizada que detecto es que solo figuran nombres y apellidos –es decir, individualizan, identifican, total y completamente- cuando ellas encabezan directamente la casa, pero no de ninguna de las mujeres convivientes, ya sean familiares o no; ni tampoco cuando están casadas, con lo que la explícita constatación de su personalización o no quizás se algo más social que de género. Por eso se expresa así Francisco Jurado de Priego, casado, se sesenta y cuatro años, cuando dice de sí mismo que tiene en su casa dos hijos de mayor edad, uno, procurador del número de la villa, y, el otro, jornalero, y dos hijas; o Jacinta Serrano, viuda, de sesenta años, cuando sobre su propio hogar indica que tiene dos hijos, el uno de mayor edad, jornalero, y el otro, de menor, y dos hijas.
En cuanto a qué tipos de casas pueblan y de qué viven, lo que revela el examen de los hogares liderados por mujeres solas –viudas, solteras, y casadas abandonadas-, situación que es la que más me interesa para poder comparar con lo que se está realizando de forma similar también para otros lugares como Cádiz, Granada, Castilla La Mancha o Extremadura –aportaciones de Birriel Salcedo, García González, Pascua Sánchez, Testón Núñez y Sánchez Rubio, o Tovar Pulido, asimismo entre otras-, para comprobar su peso, integrantes y composición; y si estas jefaturas femeninas de casas, familias y hogares se corresponden o no con recursos económicos, esto es, si la pobreza, en cuanto total carencia de cualquier tipo de efectos –inmobiliario raíz, rústico y/o urbano; semovientes; y mobiliario o bienes de capital-, tiene rostro femenino o no, es que si bien casi siempre son viudas y solteras las figuras dominantes en la pobreza de solemnidad, lo que está indicando que a tal situación a la que se asocian socialmente, también aquí se hace muy presente lo social frente al género, pues casi siempre son los hogares de las nobles donde predomina el servicio o la esclavitud; e incluso, que podemos llevarnos sonoras sorpresas, como ocurre con las religiosas clarisas de la también localidad cordobesa de Palma del Río, por ejemplo, más ricas que sus convecinas carmelitas descalzas, y, en algunos conceptos del patrimonio, incluso superando al monacato masculino palmeño. Como decía, esta constatación de nuevo parece dirigir la cuestión e interpretación del fenómeno más a razones económicas, familiares y sociales que de género, pero esta es solo una de las varias y distintas dimensiones de esta problemática, sin olvidar que debo seguir profundizando para obtener resultados contundentes.
Será, efectivamente, posible obtenerlos cuando sume todas las declaraciones personales de sus vecinos y vecinas a casos como los de Juana Josefa de Soria, viuda, de sesenta años, y con un hijo entrado en los dieciocho, jornalero; doña Ana de Pineda, soltera, de cuarenta años; doña Crisanta Álvarez, labradora por mano ajena, soltera, de veintiocho años, y con dos sirvientas; María Chería, mesonera y mercera al por menor, viuda, de sesenta y seis años, con una hija y dos sirvientas; o María de Espejo, mujer de Juan de Porras, “ausente sin saber su paradero” (Libro 429 de cabezas de casa y familias de seglares del catastro ensenadista de la localidad, fº 104r.), de cincuenta y tres años, con dos hijos, uno de mayor edad, jornalero, y otro menor, y una hija. Nótese, en esa ya indicada interesante dimensión de la encuesta ensenadista desde el género que indaga cómo la fuente se expresa sobre las mujeres, o éstas lo hacen directamente, lo que ya señalé: que ya sean hijas, otras familiares, criadas o sirvientas, faltan nombres, edades y ocupaciones, pero igual que cuando los varones encabezan sus casas. Y, por supuesto, cuando tenga analizadas todas las confesiones que afectan a los patrimonios, única forma de saber si sobre la situación económica de las féminas, certificaciones “de lo real”, como las de María de la Ascensión Alcántara, dueña de una casa en la calle del Pilar, “de habitación baja y alta, con diez varas de frente y ocho de fondo”, y regulado su alquiler anual en sesenta y seis reales de vellón; de Juana de Luque Ramírez, asimismo propietaria de otra casa en la misma calle, aunque alquilable por ochenta y ocho reales; los mismos que se evalúan para la casa de María Josefa Lucena, sita en la calle de Santo Domingo, aunque ella también es dueña de “una pieza de tierra de secano plantada de olivos en líneas derechas al pago de la Alcantarilla, distante de la población media legua”, y tasada en cuarenta reales de vellón (libro 428 de Hacienda de Seglares), son puntuales y simbólicas, o parte de una presencia más sólida de las mujeres en la propiedad de bienes de distinta naturaleza y según el contenido de éstos, razón por la que suele ser frecuente que las mujeres sean propietarias de ganadería, según sucede en Córdoba capital.
Por lo que respecta a las religiosas, me apoyo en lo que dijeron poseer en el catastro de Ensenada las religiosas clarisas del convento aguilarense de Nuestra Señora de la Coronada, originado en el siglo XV cuando don Alonso de Aguilar fundó la ermita dedicada a aquel título, aunque es su nieta, doña Teresa Enríquez de Córdoba, quien, queriendo dejar su huella, en recuerdo a sus padres, en la villa de Aguilar, lo instituye, en la segunda mitad del Quinientos, por su fervor hacia la regla franciscana, permaneciendo las religiosas en él desde 1566 hasta 1873 en que lo abandonan por declararse en ruina. Y éste es el que en 1752 es catastrado en la encuesta ensenadista, ante el que detecto hasta tres situaciones diferentes de religiosas según la disponibilidad personal de peculio o bienes, pese, insisto, a la obligada pobreza reglar.
Por un lado, diecinueve religiosas con solo bienes de capital, al declarar tener solo la compensación monetaria que anualmente les abona el convento por razón de renuncia de legítimas “realizada al tiempo de su profesión” (Libro de Haciendas de Eclesiásticos, ff. 852r.): Es lo que se dijo de sor María de San José y Cañete, pero exactamente lo mismo para las dieciocho clarisas restantes.
Por otro lado, cuatro que solo tienen patrimonio inmobiliario, y donde destaca la religiosa doña Isabel de la Visitación, cuyo patrimonio está formado por inmueble urbano y rústico y tres obligaciones tributarias sobre una de sus tierras, lo que indica cierto nivel y status que aquilatará su origen familiar y adscripción socioprofesional. Pese a sus cargas en contra, el activo es mayor, por lo que balance positivo para sus finanzas. En su patrimonio urbano, media casa en calle Pintada, dotada de planta alta y baja, y una bodega abastecida de cuatro tinajas por valor de cuarenta reales; la asignación catastral de la vivienda, si estuviera alquilada, es de ciento sesenta reales de vellón, por lo que, junto al artefacto de la bodega, supone todo doscientos reales de vellón. En su patrimonio rústico, es propietaria de tres piezas de tierra, y obviamente todas en régimen de gestión indirecta al arrendarse, en los tres casos, al presbítero don Juan Luis de Toro, actividad agraria, efectivamente, hasta cierto punto frecuente en la clerecía rural; el valor catastral de todas esas propiedades rústicas supone mil ciento setenta y seis reales de vellón, montante quizás debido al alto valor de la producción dominante, el olivar en los tres casos, cultivo en auge en el Setecientos, como sabemos por otras localidades cordobesas, y cuantía a la que debe sumarse la renta que percibe por su gestión, trescientos ochenta y siete reales con diecisiete maravedíes, aumentando así el patrimonio personal de la religiosa. Sobre la última pieza agraria gravitan tres cargas en contra –dos censos redimibles y una memoria perpetua- a favor de distintos prestamistas, pero teniendo en cuenta que la última pieza de tierra tiene un valor de cierta enjundia –cuatrocientos setenta reales de vellón, integrando valoración y utilidad por la gestión-, y solo los réditos a pagar de las tres cargas indicadas, ascendientes a ciento nueve reales y dieciséis maravedíes de vellón, el balance total de la misma, y, por ende del patrimonio global de doña Isabel, es claramente positivo. En este mismo subgrupo constan también tres religiosas que figuran juntas en la misma entrada catastral, seguramente por relaciones de parentesco entre sí o de bastante proximidad, como para compartir patrimonio inmobiliario rústico –sor Isabel de la Cruz, sor María de Cristo y sor Juana de la Encarnación-, quienes poseen exclusivamente bienes rústicos, aunque las tres piezas de tierra de escaso valor presumiblemente por su poca extensión y productividad; por eso las religiosas las “benefician”, como reza la apuntación catastral, o administran directamente a través de un familiar; que no tengan cargas en contra, precisamente por incapacidad para sustentarlas; y que solo les reporte a las propietarias apenas sesenta y seis reales de vellón per capita, cifra algo superior a la media que las clarisas reciben de compensación monetaria del convento por renuncia de sus legítimas, pero obviamente cantidad bastante modesta.
Por último, solo una religiosa, sor Leonor de San Gregorio y Herrera, consta poseyendo riqueza rústica y compensación monetaria, ascendiendo su riqueza total catastrada a trescientos noventa y ocho reales de vellón, suma de los cuarenta y ocho que recibe del convento por la renuncia de legítimas que hizo al tiempo de su profesión, y los trescientos cincuenta que le reportan sus cuatro piezas de tierra de sembradura de secano en el Cerro de San Cristóbal, Fontanar de la Membrilla, y salida de la calle de las Obejas; con una superficie global muy pequeña de solo veintitrés celemines, todos de secano y alternando cebada madura o verde –alcacer- y trigo, pero de buena calidad, sin cargas, y de la que también dispone la propiedad, por lo que, pese a ser la única religiosa que combine ambas fuentes de ingresos, retenga algo más del 12% en el total de las clarisas catastradas con recursos propios.
En todo caso, dos importantes observaciones se abren paso de toda esta casuística. Una, el peso de la propiedad inmueble, en general, y de la rústica, en particular, lo que explica que el segundo grupo posea una mayor riqueza frente al primero, solo sustentado en la ya consabida compensación monetaria anual, diferencia aún más clamorosa si tenemos en cuenta el número de personas de cada grupo, prácticamente del sencillo al doble. Y otra, las diferencias, incluso las disparidades de que hablo casi desde el principio, y no solo obviamente entre los dos grupos analizados y en las que acabo de incidir, sino también intra grupos, tanto por las religiosas que perciben una anualidad del convento por la renuncia de sus legítimas al momento de la profesión; cuanto, y sobre todo, por las que poseen propiedades rústicas de distinta naturaleza, donde por sus extensiones y cultivos, y aun sin despreciar lo que acumula ella sola sor Leonor de San Gregorio, claramente destaca sor doña Isabel de la Visitación con su más del 88% frente a las otras tres religiosas propietarias de bienes rústicos, y prácticamente la mitad del patrimonio total de las veinticuatro clarisas catastradas con recursos propios en 1752.
Autora: María Soledad Gómez Navarro
Fuentes
Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, PARES.
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