En las últimas décadas la historiografía se ha ocupado con inusitado interés del análisis de la fiesta pública renacentista y barroca. Ello ha llevado a la aparición de numerosas publicaciones que han incidido sobre todo en su enorme significación social y política; en la rica arquitectura efímera que solía estar vinculada a ella; en la compleja emblemática que le daba contenido y en las relaciones de fiestas o plasmaciones literarias de fastos tan variados como las proclamaciones, entradas o funerales de reyes, pontífices, arzobispos u otros dignatarios; canonizaciones, inauguraciones de templos y otras muchas festividades religiosas, como el Corpus Christi o la Semana Santa, y aún otras fiestas de carácter profano como torneos, carnavales o corridas de toros. La enorme versatilidad del asunto, con repercusiones sociales, políticas y artísticas de toda clase, no impide que sigan apareciendo publicaciones en las que algunos de los elementos menos atendidos hasta ahora son la presencia en la fiesta de los coches de caballos y de los carros triunfales.

El origen de estos últimos, de los que nos ocuparemos en esta ocasión, cabe remontarlo a la Antigüedad Clásica, vinculados a fastos públicos de carácter militar o deportivo y relacionados en ocasiones con arcos triunfales. En todo Occidente fue en el Renacimiento cuando se recuperó la tradición clásica del carro triunfal, a manera de escenarios itinerantes en las más importantes festividades públicas, ya que por su elevado costo sólo aparecieron en el ápice de estas celebraciones. Solían combinar figuras pictóricas, escultóricas y personajes reales, a lo que en ocasiones incluso se sumaban animales, como ocurrió en Granada, con motivo de la beatificación en 1610 de Ignacio de Loyola, en el carro que patrocinaron los estudiantes, en el que un órgano era simulado por unos perros cuyos ladridos evocaban la música.

Todo apunta a que en un primer momento se inspiraron en Los Triunfos de Petrarca y que se vincularon particularmente a la tradición mitológica y alegórica, como ponen de manifiesto las pinturas de Piero della Francesca relativas a la exaltación del duque de Urbino o los murales de la Casa del Deán, en Puebla de los Ángeles, México. No obstante, fue en el siglo XVII y, sobre todo, XVIII cuando más proliferaron, en un crescendo barroco que puso de manifiesto el antiguo ideal de la unidad de todas las artes.

Como su nombre indica, se trataba de carros que representaban o escenificaban algún asunto vinculado a la fiesta para la que se creaban y estaban caracterizados por su agudo sentido alegórico. En ocasiones eran varios, configurando verdaderas series. Ninguno se ha conservado materialmente, por lo que solo los conocemos por las referidas relaciones de fiestas, por la documentación que generó su hechura o, sobre todo, por unas pocas imágenes conservadas de los mismos. Su análisis completo y general, lejos de haberse realizado aún, merecería ser llevado a cabo in extenso en futuras investigaciones.  

Sin ánimo de agotar el asunto, cabe traer a colación dos ejemplos sevillanos de los cuales contamos con imágenes. El primero son los carros de la máscara en honor del infante y cardenal don Luis Jaime de Borbón, arzobispo de Sevilla. La correspondiente y anónima relación donde se alude a ellos lleva por título Aplauso real, aclamación afectuosa y obsequio reverente que en el lucido festejo de máscara joco-seria consagraron los escolásticos alumnos del colegio mayor de Santo Thomás de Aquino, del orden de predicadores, de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla en el día 2 de mayo de este de 1742 al serenísimo señor infante cardenal don Luis Jayme de Borbón y Farnese, en celebración de la possessión que de el arzobispado de Sevilla tomó a nombre de su alteza real su coadministrador el ilustrísimo señor don Gabriel Torres de Navarra…, publicada en Sevilla, en 1742.

Incluye este libro cuatro expresivos grabados abiertos por Agustín Moreno sobre dibujos de Domingo Martínez. El primer carro incluye un bosque del que destaca un castillo con varias figuras mitológicas, a manera de introducción. El segundo cuenta con una tribuna en la que los personajes aclaman a la casa de Borbón. El tercero exalta al cardenal y el último a la monarquía. Todos ellos son tirados por cuatro caballos conducidos por dos postillones.    

No obstante, el ejemplo más espectacular de estos carros triunfales es el recogido en la serie de ocho grandes lienzos pintados por Domingo Martínez y conservados en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Con pasmoso detallismo, tanto por lo que refiere a sus espectaculares carros, como a la propia ciudad y sus habitantes, refleja la máscara que por la proclamación de Fernando VI celebró la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla en 1747. Esta fiesta fue descrita en la correspondiente relación, titulada Nuevo mapa descripción iconológica del mundo abreviado, de la que fue autor el funcionario de la institución que la patrocinaba Ramón Cansino Casafonda y publicado en Sevilla en 1751.

Hasta siete de estos carros, en su versión más imponente y barroca, quedan así perfectamente reflejados, con tiros en este caso de seis caballos. El primero es el carro del Pregón, del que destaca que está cubierto como si de un verdadero edificio rodante se tratara, dedicado a Mercurio. El segundo es el de la Común Alegría, protagonizado por escenas báquicas; el tercero es el del Fuego; el cuarto el del Agua; el quinto el del Aire; el sexto el de la Tierra y el último el del Parnaso, donde se encontraban los retratos de los reyes, Fernando VI y Bárbara de Braganza.   

Estas fastuosas máquinas de madera tallada, dorada y policromada tenían una gran relación con los coches de caballos, aunque su denominación, carro, evidencia la gran diferencia con ellos, que era que los carros carecían de suspensión. Todo indica que su hechura, de la que tan poco sabemos, era en principio competencia de los maestros de hacer coches. En tal sentido apunta el proyecto de ordenanzas del gremio de hacer coches de Sevilla de 1698, que incluía entre las prerrogativas de estos profesionales, además de numerosos tipos de coches, “un carro triunfante”.   

No obstante, contamos con referencias que evidencian que en ocasiones fueron otros los profesionales que se ocuparon de su realización. Así, en 1662, con motivo de las solemnes fiestas por la inauguración del Sagrario de la catedral de Sevilla, se celebró una procesión para la cual la Hermandad Sacramental del Sagrario ejecutó un carro para la Inmaculada. De dicho carro la documentación indica que tenía “forma de nave”, a lo que sumaba sus enormes medidas, ya que tenía trece metros de largo, cuatro de ancho y cinco y medio de alto. Lo más interesante es que su autor fue el escultor Pedro de Borja, conocido sobre todo por su labor yesera. También se dice que en el carro aparecían en su parte delantera las figuras de Adán, Abraham, David y una culebra y en la trasera los cuatro papas que más habían auspiciado la devoción concepcionista, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV y Alejandro VII. No contamos con imágenes de tan compleja obra, sin duda, una clara alegoría concepcionista, pero la documentación sobre la misma indica que “la composición de dicho carro era de unas cortezas que formaban sus roleos rebestidos de plata y azul con sus adornos, máscaras y ojas”, descripción que sería aplicaba a cualquiera de las labores yeseras del referido Borja, la más importante de las cuales es la que recubre las cubiertas de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca.

Todos estos casos ponen en evidencia la relación de los carros triunfales con muy diversos ámbitos artísticos, como los pasos de Semana Santa, los retablos y con la decoración arquitectónica en general, por lo que no nos extrañaría que en los dos casos referidos de la Sevilla de mediados del siglo XVIII hubiesen intervenido retablistas. También estos carros tienen vinculación con el teatro y la literatura e incluso los referidos en honor de Fernando VI tienen una interesarse relación con la pintura, ya que sobre su superficie se desplegó un ciclo pictórico sorprendente, alusivo al asunto de cada uno de ellos y que quizá, pensamos, hiciera el propio Domingo Martínez, del que sabemos que fue pintor de coches.

Si bien es cierto que el apogeo del carro triunfal se alcanzó en la plenitud barroca, se siguió desarrollando a fines del siglo XVIII y principios del XIX con signo neoclásico y se prologó a lo largo del XIX, adentrándose en el mundo contemporáneo, lo que no hace más que poner en evidencia la enorme significación y polivalencia de este asunto.

 

Autor: Álvaro Recio Mir


Fuentes

Aplauso real, aclamación afectuosa y obsequio reverente que en lucido festejo de mascara joco-seria consagraron los escolásticos alumnos del colegio mayor de Santo Thomás de Aquino, del orden de Predicadores de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla en el día 2 de mayo de este año de 1742 al serenísimo señor infante cardenal don Luis Jayme de Borbón y Farnese en celebración de la possessión que de el arzobispado de Sevilla tomó  a nombre de su co-administrador el ilustrísimo señor don Gabriel Torres de Navarra, caballero del orden de Sant-Iago, del consejo de su magestad, arcediano titular y canónico de dicha santa iglesia y arzobispo electo de Meltene siendo rectos de estudiantes don Juan Rice de Calzada y diputados de la función el br. D. Joseph García de Valdés y el Br. D. Antonio de Cárdenas. Cuya descripción se dedica rendidamente a la sublime protección y feliz auspicio del ilustrísimo señor deán y cabildo de la santa metropolitana y patriarchal iglesia de dicha ciudad, Sevilla, Imprenta de los Recientes, 1742. En Biblioteca Nacional de España, 2/61095 (1).

Bibliografía     

CAMACHO MARTÍNEZ, Rosario y ESCALERA PÉREZ, Reyes (dirs.), Fiesta y simulacro, Sevilla, Consejería de Cultura, 2007. 

ESCALERA PÉREZ, Reyes, La imagen de la sociedad barroca andaluza. Estudio simbólico de las decoraciones efímeras en la fiesta altoandaluza. Siglos XVII y XVIII, Málaga, Universidad de Málaga-Junta de Andalucía, 1994.

GARCÍA BERNAL, José Jaime, El fasto público en la España de los Austrias, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006.

MORALES, Alfredo J., “Imagen urbana y fiesta pública en Sevilla: la exaltación al trono de Fernando VI”, en Reales Sitios, 165, 2005, pp. 2-21.

RECIO MIR, Álvaro, “‘Aquella segunda fábrica que ha de estar en lo interior de la otra’: los proyectos de tabernáculo para el Sagrario de la catedral de Sevilla y su realización efímera en 1662”, en Archivo español de arte, 301, 2003, pp. 55-70.

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