La densidad de la geografía conventual franciscana en la Andalucía moderna reproduce una amplia red de bibliotecas hoy casi desconocida. Entre 1231 y 1756 se fundaron en Andalucía 102 conventos observantes (de las provincias Bética, de Granada, Los Ángeles y Cartagena), 36 descalzos entre 1589 y 1728 (provincias de San Diego y San Pedro de Alcántara), y otros 16 de terciarios regulares entre 1395 y 1747. En total 154 casas que llevaron la presencia franciscana a todas las ciudades grandes y medianas de Andalucía (Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Jaén, Úbeda, Andújar, Baeza, Palma del Río, Belalcázar, Montilla, Lucena, Antequera, Priego, Écija, Marchena, Osuna, Estepa, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, Arcos de la Frontera, Algeciras, Gibraltar, Moguer, Ayamonte, Alhama, Loja, Alcalá la Real, Ronda, Vélez-Málaga, Guadix, Almería, etc.) y a numerosas localidades de todos los rincones de la región, tanto en el valle del Guadalquivir como en el antiguo reino de Granada.
Para conocer esas bibliotecas apenas contamos con los inventarios realizados hacia 1646-1647 y en la década de 1830 a causa de la Desamortización, aparte de listas de libros y catálogos manuscritos de las propias bibliotecas franciscanas que en contadas ocasiones han llegado hasta nosotros. No pocos de los libros supervivientes que pertenecieron a aquellos conventos reposan hoy en bibliotecas universitarias o provinciales, y gracias a sus marcas de posesión nos permiten también, siquiera de forma fragmentaria, reconstruir los fondos hoy perdidos y dispersos de aquellas bibliotecas conventuales.
Actualmente, apenas disponemos de estudios acerca de un puñado de estas bibliotecas franciscanas, y solo en contadas ocasiones nos resulta posible conocer de manera completa los fondos que acumularon a lo largo de su historia secular. Entre estas pocas bibliotecas de las que tenemos información se cuentan las de los conventos de San Francisco de Sevilla, San Francisco de Córdoba Casa Grande, y San Francisco de la Arruzafa, también en Córdoba; Cinco Mártires de Marruecos en Belalcázar, San Antonio de Padua de Lora del Río, San Diego de Cazalla, San Francisco del Monte en Villaverde del Río y San Luis en Palma del Río, estos últimos de la Provincia de Los Ángeles; Santa María de los Ángeles de Miraflores en Málaga; Caños Santos, de la Orden Tercera Regular, y el convento de San Juan de Aznalfarache. También conocemos muy fragmentariamente las antiguas bibliotecas de los Colegios franciscanos de San Buenaventura y de San Pedro de Alcántara, ambos en Sevilla.
El volumen y contenido de cada biblioteca conventual estaba directamente relacionado con la historia del propio convento y la función que este cumplía en el seno de la provincia a la que pertenecía. En efecto, normalmente los grandes conventos urbanos de origen medieval disponían de un mayor número de libros antiguos, lo que en la Edad Moderna significará poseer no solo manuscritos medievales sino también impresos incunables. No obstante, también es cierto que los conventos que se fueron fundando durante los siglos XVI, XVII y XVIII solían recibir libros antiguos procedentes de los ya existentes, a fin de dotarlos de las obras básicas de referencia que no debían faltar en ninguna biblioteca franciscana, desde la Biblia y los comentarios y obras de Nicolás de Lira († 1349) a los escolásticos de la propia orden (San Buenaventura, Duns Escoto, Ricardo de Mediavilla, Gabriel Biel, etc.) que constituían el núcleo de la formación teológica de los frailes franciscanos; también era habitual que las nuevas fundaciones recibiesen los libros que se hallaban repetidos en las bibliotecas ya existentes en su provincia.
Aquellos conventos en los que se encontraba el Estudio de teología o de gramática de su provincia solían disponer de bibliotecas mejor nutridas y más diversificadas. Es el caso del convento de San Francisco de Sevilla (fundado en 1248) o el de los Cinco Mártires de Marruecos en Belalcázar (fundado en 1490), que fueron centros de estudios de sus provincias. El convento de San Antonio de Padua de Lora del Río también acumuló una importante biblioteca como consecuencia de su pretensión de obtener un Estudio.
Los libros de autores pertenecientes a la propia orden franciscana solían clasificarse y ordenarse dentro de la biblioteca conventual según las siguientes materias: Expositivos (de la Sagrada Escritura), Escolásticos, Predicables o Sermonarios, Morales, Espirituales, Sobre la Regla, Historia, Extravagantes o de varias materias, entre las que se encontraban los de Medicina, Derecho, Ciencias Naturales, Heresiología, diccionarios, catecismos, etc. Obviamente, la mayor presencia de unas u otras temáticas dependía de las funciones principales de cada convento (estudio, formación de novicios, atención pastoral, misiones, …), si bien no solía faltar ninguna de las principales temáticas en ningún convento. Además, parece claro que las bibliotecas de cada provincia funcionaban como un verdadero sistema bibliotecario, pues no siempre era posible tener ejemplares de todas las obras de referencia en cada convento, de modo que unas y otras bibliotecas en el seno de la misma provincia eran complementarias y entre ellas circulaban los libros.
No debe pensarse que las bibliotecas conventuales franciscanas eran de carácter estrictamente religioso. Gracias a la conservación del manuscrito del Index methodicus de la biblioteca del convento de San Francisco de Sevilla, sabemos que sus miles de libros se organizaban en las siguientes veintiuna disciplinas: Léxico, Gramática, Retórica, Lógica, Oratoria, Poética, Metafísica, Física, Aritmética, Geometría, Cosmografía, Astronomía, Geografía, Óptica, Música, Ética, Económica, Política, Teología, Derecho y Medicina. La clasificación habla por sí sola del carácter universitario de la biblioteca, que recogía los grandes saberes de la Universidad de aquellos siglos, apoyándose su aprendizaje en las artes del lenguaje, las matemáticas y las ciencias naturales y sociales. Esta organización bibliotecaria era reflejo fiel de una determinada y asentada concepción del saber, y muestra claramente que estas bibliotecas franciscanas de Andalucía fueron similares a las que existieron en otras regiones de Europa, América o Asia durante la Edad Moderna. A ello contribuía asimismo el hecho de que una buena parte de los autores presentes en las estanterías de aquellas bibliotecas conventuales fuesen extranjeros, y que muchos de sus libros procediesen de muy diversas imprentas de Francia, Italia, Alemania o los Países Bajos, entre otros países, lo que nos informa de que los grandes debates de la época llegaban a Andalucía también gracias a bibliotecas como éstas. De este modo, el carácter supranacional de la orden franciscana propició que sus bibliotecas andaluzas se nutriesen de los circuitos europeos de venta de libros y que en sus estanterías se pudiese encontrar y leer, fundamentalmente en latín o español, mucho de lo que se publicó durante aquellos siglos.
Autor: Rafael Mauricio Pérez García
Bibliografía
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