La sucesión de Carlos II fue un tema largamente anticipado por las cancillerías europeas que trataron de formar facciones afines a sus intereses en la corte madrileña. En el testamento firmado en octubre de 1700, el monarca designaba como heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Un mes después fallecía Carlos II y se proclamaba a Felipe V como nuevo soberano. La recepción en Castilla de la nueva dinastía fue generalmente positiva y de la misma forma correspondieron las ciudades andaluzas. Sin embargo, la aproximación entre Francia y España y los temores a una posible unificación motivaron que en 1701 las potencias rivales formasen la Gran Alianza para defender los derechos sucesorios del archiduque Carlos de Austria. En esta coalición se encontraba Austria, tradicional aliada dinástica de España, pero también Inglaterra y Holanda, enfrentadas a Francia y con vistas al comercio americano.

Andalucía tuvo un papel fundamental durante la Guerra de Sucesión debido a dos factores. El primero de ellos fue su peso en términos demográficos y económicos, siendo especialmente relevante su condición de puerto de entrada del comercio americano. El segundo vino dado por su condición de doble frontera: terrestre con Portugal, vecino todavía receloso por su reciente independencia de la Monarquía Hispánica, y marítima, donde podían operar las flotas de potencias no tan próximas geográficamente.

La candidatura del archiduque Carlos al trono español no tuvo apenas seguimiento en Andalucía, ni siquiera cuando las fuerzas de la Gran Alianza comenzaron a movilizarse. Tampoco en 1702, cuando llegó a las costas andaluzas una flota austracista angloholandesa de 50 navíos encontró esta las adhesiones que esperaba. Pese a que trataron de presentarse como aliados de la casa de Austria durante los primeros desembarcos tomaron las localidades de Puerto Real, Rota y el Puerto de Santa María, donde algunos desmanes cometidos por las tropas -y el recuerdo de los anteriores ataques ingleses en la región- provocaron un inmediato rechazo y la movilización de tropas para la defensa. La única vía para mantener la ocupación pasaba por la toma de Cádiz, plaza fuerte donde podía establecerse una base sólida para resistir los contraataques desde el interior. El asedio a la ciudad se prolongó durante un mes, pero el robusto sistema defensivo unido a los refuerzos que recibió la ciudad y el papel que jugaron guarnición y población civil permitió aguantar el tiempo suficiente para obligar a retirarse a la escuadra angloholandesa, no sin antes saquear las plazas que ya habían tomado.

El rechazo a las posiciones austracistas, y sobre todo el recelo frente a ingleses y holandeses, quedó manifiesto en la baja Andalucía, que a partir de entonces colaboró de forma activa del lado de Felipe V. La Bahía de Cádiz era un área de especial sensibilidad y pese a que la escuadra no consiguió sus objetivos militares sí que infligió un duro golpe a la economía andaluza, pues forzó a la flota de Indias a desviarse hacia Galicia donde finalmente fue atacada y hundida en la Ría de Vigo por la misma flota angloholandesa. Aunque buena parte del tesoro que contenía pudo ser rescatado, este acabó incautado por las autoridades borbónicas que trataban de allegar fondos para la guerra, por lo que no disminuyó el impacto para el comercio andaluz que esperaba la llegada de esa flota.

Tras esta primera incursión austracista, Andalucía se mantuvo bajo control borbónico con la figura del Marqués de Villadarias como capitán general, mientras en su frontera occidental Portugal se unía a la Gran Alianza y se abría por tanto un nuevo frente, ahora terrestre. Durante estos primeros años del conflicto, Felipe V y sus ministros se esforzaron en levantar y organizar un ejército que defendiese la corona. Para ello recurrió a los diferentes territorios que le eran fieles, solicitando a los vasallos andaluces la participación en la milicia. Como han señalado diversos estudios al respecto, la contribución de la región al esfuerzo bélico en hombres fue considerable, si bien existieron también numerosas contrapartidas en forma de honores otorgados por la corona a las oligarquías por su participación en el reclutamiento.

En agosto de 1704 Andalucía volvía a convertirse en escenario directo del conflicto con un nuevo ataque de la escuadra angloholandesa comandada por el almirante Rooke sobre Gibraltar, que conseguía tomar esta ciudad en nombre de Inglaterra. Tras conquistar Gibraltar la flota austracista continuó por la costa andaluza hasta encontrarse en las costas de Málaga con la francesa comandada por el Conde de Toulouse. Tras varias horas de combate ambas flotas se retiraron sufriendo numerosas pérdidas y sin vencedor claro. Gibraltar, consolidada ya como una plaza británica, se convirtió en uno de los principales objetivos terrestres por parte de los borbónicos, aunque sus defensas resistieron los diversos intentos gracias también al dominio del que gozaba la armada británica. Mientras, la flota angloholandesa trataba de sumar apoyos en tierras andaluzas y de instigar a la población afín al bando austracista. Aunque estos levantamientos cuajaron en Valencia y Cataluña, en Andalucía no pasaron de pequeñas conspiraciones que fueron descubiertas y reprimidas.

Con la entrada de un ejército austracista angloportugués por Extremadura, que avanzó hasta tomar Madrid y Toledo, Andalucía quedaba en buena medida aislada y dependiente de sus propias defensas para mantener la frontera portuguesa, toda la costa y ahora también Sierra Morena, desde donde podía llegar un nuevo ataque. La batalla de Almansa en 1707, con participación de los regimientos andaluces, se saldó con victoria borbónica y permitió un cierto alivio al despejar esta nueva amenaza. Tras estos acontecimientos la guerra se desarrolló fuera del territorio andaluz, si bien este siguió siendo una región fundamental en la provisión de hombres y fondos para la causa borbónica en el resto de escenarios bélicos.

Con la muerte del emperador y el ascenso al trono del Sacro Imperio del Archiduque Carlos se perfilaba una posible unificación hispano-austríaca que no fue vista con buenos ojos por Inglaterra y Holanda, que se abrieron a reconocer a Felipe V como monarca para firmar la paz. Las negociaciones de paz se ratificaron en el Tratado de Utrecht, que tuvo un fuerte impacto para Andalucía pues sancionaba por un lado el dominio británico sobre Gibraltar, punto clave en el control de la región. Por otro, los ingleses obtenían también posiciones muy ventajosas en el comercio americano, como era el asiento de negros para la South Sea Company que permitía la introducción de esclavos en la américa española, o el envío de un navío de permiso anual para comerciar directamente entre Inglaterra y los territorios americanos españoles. Estas condiciones supusieron un revés para el comercio andaluz con las Indias pues abrían nuevas vías en el cada vez más maltrecho monopolio comercial con América.

En términos generales, Andalucía no sufrió una gran división social ni tampoco grandes cambios políticos a consecuencia de la Guerra de Sucesión, tampoco se puede contar dentro de los escenarios más castigados directamente por las operaciones militares, pero su participación en hombres y recursos estuvo entre las más importantes para el bando borbónico. Por otro lado, sí fue una de las zonas más claramente perjudicada por el Tratado de Utrecht, tanto por los tratados de comercio como por la posición que desde entonces ocuparía Gibraltar y los problemas para el comercio que traería este enclave británico.

 

Autor: Francisco Gil Martínez


Bibliografía

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CONTRERAS GAY, José, Las milicias provinciales en el siglo XVIII: estudio sobre los regimientos de Andalucía, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1993.

CONTRERAS GAY, José, “La unión defensiva de los reinos de Andalucía en la Guerra de Sucesión”, en CASTAÑEDA DELGADO, Paulino, GÓMEZ PIÑOL, Emilio (eds.), La Guerra de Sucesión en España y América: actas X Jornadas Nacionales de Historia Militar, Deimos, 2001, pp. 15-78.

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