Nació en Sevilla en el año 1608 y recibió las aguas bautismales en la parroquia de San Juan de Palma. Fue la segunda hija del matrimonio compuesto por Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa, V marqués de Priego -apodado “el Mudo”-, y Juana Enríquez de Ribera y Girón. Pese a que el árbol genealógico derivado de esta unión divide sus ramas en 15 hijos, lo cierto es que solamente 7 de ellos superaron la barrera de la persistente mortalidad infantil y desarrollaron su vida plenamente.

Poco se sabe de la infancia de doña Ana y los aspectos relativos a su educación. Sin embargo, sin duda el apartado religioso fue determinante a la hora de forjar una personalidad y forma de pensamiento que se hizo visible en el momento de su fallecimiento, en el año 1679.

Contrajo matrimonio en dos ocasiones, ambas con personajes relevantes de la nobleza española y con un cursus honorum igualmente reseñable. En el año 1625 se celebraron sus primeras nupcias, a la edad de 17 años, con don Gómez IV Suarez de Figueroa y Córdoba, III duque de Feria, de 38 años.

Para don Gómez este significaba su segundo matrimonio, pues había estado casado anteriormente con doña Francisca Cardona y Córdoba, con quien no tuvo descendencia. Su vida estuvo dedicada al servicio de la Monarquía, ocupando cargos diplomáticos y militares. Actuó como embajador en diferentes ocasiones, fue miembro del Consejo de Estado y Guerra y ostentó el cargo de virrey en Valencia, Cataluña y Milán, recogiendo en este último destino el testigo de Ambrosio Spínola. Falleció en 1634 tras una infección por tifus durante una estancia en Mónaco, corte del elector de Baviera.

La duquesa consorte de Feria residió junto a su marido en los territorios donde este fue destinado por el rey. Uno de los pocos datos relativos a este primer matrimonio que se han podido conocer a raíz del estudio testamentario de doña Ana fue su papel como tutora de uno de los descendientes del duque, pues pese a que se ha mencionado la falta de prole del primer matrimonio, lo cierto es que don Gómez IV contaba con un hijo bastardo, llamado Carlos Suarez de Figueroa y Córdoba. El niño fue reconocido en el testamento del propio duque, quien pidió en sus últimas voluntades que su hijo fuese educado en el camino eclesiástico. Sin embargo, don Carlos optó por no seguir las voluntades de su padre y casó con doña Violante de Piedra. No se conoce nada de la vida de este joven, si bien sabemos que doña Ana fue su tutora en la niñez y administradora de sus bienes tras su fallecimiento. La temprana muerte de su hijastro no evitó que, por el cariño que le tuvo, doña Ana redactase en sus últimas voluntades que la viuda del ilegítimo heredero fuese beneficiaria de los bienes correspondientes a su difunto marido, y en caso de defunción, lo fuesen sus herederos

Doña Ana y don Gómez tuvieron tres hijos, de los que solamente sobrevivió el IV duque de Feria, Lorenzo. El heredero tomó el título a la muerte de su padre, aunque ese mismo año de 1634 su repentino y temprano fallecimiento -con 18 años- hiciera pasar el título al siguiente heredero. Ante la falta de estos dentro de la prole del matrimonio, el ducado de Feria pasó en ese momento a su madre Ana, recayendo por lo tanto en su padre, Alonso Fernández de Córdoba. El que pasaría a llamarse marqués-duque fue el primero en disfrutar del inesperado resultado de la unión entre la casa de Priego y Feria, unida en plenitud en la figura de Luis Ignacio, hermano de Ana, VI duque de Feria a la muerte de su padre.

Apenas existen datos relativos a doña Ana durante los treinta años que permaneció viuda. Fue en 1664 cuando contrajo un segundo matrimonio con don Pedro Antonio de Aragón Folch de Cardona, VIII duque de Segorbe (1611-1690). Para él se trataba también de su segundo matrimonio, tras haber enviudado sin descendencia en 1641 de doña Jerónima de Guzmán Dávila y de Ribera, marquesa de Pobar, con quien se había casado en 1629.

La vida política de este personaje estuvo muy relacionada con el principado catalán y el reino de Aragón, llegando a ser presidente del Consejo de este mismo reino y virrey del principado de Cataluña. Una de las etapas más importantes de su carrera tuvo que ver con los turbulentos años de inestabilidad que trajeron la revuelta catalana de 1640, periodo durante el que estuvo totalmente involucrado dentro de las estrategias de reconciliación de la Monarquía con el territorio catalán y el conflicto con Francia. Destacó en su papel como capitán de la guardia alemana -borgoñona- durante la firma del tratado de los Pirineos de 1659, todo ello tras un exilio de diez años producido por su caída en desgracia en la corte a raíz de la muerte del príncipe heredero Baltasar Carlos en 1646. En lo que respecta a su vida matrimonial con doña Ana, se sabe que ambos vivieron en Nápoles en calidad de virreyes tras su designación como tal por parte de la regente Mariana de Austria, cargo que desempeñó entre 1666 y 1672. Tuvo una importante actividad política en el reino napolitano, no solo en su tarea de pacificar el territorio, sino también en la mejora de la propia ciudad de Nápoles.

Durante su etapa allí, doña Ana participó activamente de la vida política que su cargo como virreina ofrecía y requería. De igual forma lo hizo en su vida en palacio, destacando en sus activas intervenciones en relación con el nombramiento de artistas al servicio del virrey. Durante el viaje de su marido a Roma en 1671, en calidad de embajador especial con motivo de la coronación del papa Clemente X, doña Ana permaneció en el palacio Stigliano, tratando de calmar las opiniones contrarias dentro de la corte napolitana contra su marido. La ausencia de don Pedro Antonio por sus obligaciones diplomáticas sacaron a la luz las críticas de sus opositores, escenario en el que la virreina defendió los intereses de su esposo con total efectividad.

Es, además, bien conocida la colección artística que el matrimonio realizó durante sus años de vida en tierras italianas, así como la enorme biblioteca que consiguieron conformar. Muchas de estas obras fueron enviadas al monasterio del Poblet, lugar de entierro de los Cardona y donde la propia doña Ana fue enterrada según sus últimas voluntades.

El testamento y el codicilo de doña Ana recogían sus últimas voluntades, entre las que se encuentra una magna empresa, la fundación del Colegio de Nuestra Señora de la Paz, en Madrid. En dicha escritura justificaba las razones que le llevaban a tomar dicha decisión y formalizaba las normas mediante las cuales se debería regir la institución. Entre los motivos expresados para su fundación, doña Ana mostraba una clara preocupación por las niñas residentes en la Inclusa de Madrid -la desgracia de su orfandad o la incapacidad de los progenitores de socorrer a sus hijas a causa de su situación de pobreza-. Pese a que dichas problemáticas buscaban ser solventadas gracias a instituciones como la Inclusa, el gran número de niños y niñas que ingresaban en ella y la falta de medios para mantenerlos hacían que las niñas, una vez crecían, fueran enviadas a servir, redundando así en el incremento de mujeres carentes de una educación y tendentes a las malas costumbres, rozando los límites de la marginalidad.

La institución del Colegio de Nuestra Señora de la Paz pasaría, por lo tanto, a complementar las trayectorias de las niñas acogidas en la Inclusa, quienes a partir de los siete años ingresarían en este centro para ser educadas en diferentes actividades que las convirtieran en mujeres útiles dentro de la sociedad.

 

Autores: Marcos Fernández García y Natalia González Heras


Fuentes

Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, tomo 10.900.

SAN BERNARDO, Francisco de, Vida del prodigioso Iob de estos siglos el venerable padre Fr. Tomás de la Virgen, Roque Rico de Miranda, Madrid, 1678.

Bibliografía

BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, “Pedro Antonio de Aragón y Fernández de Córdoba”, en Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. Disponible en línea.

CARRIÓ-INVERNIZZI, Diana, El virreinato de Nápoles y el triunfo de las imágenes (1664-1672), Madrid, Iberoamericana, 2008

RUBIO MASA, Juan Carlos, El mecenazgo artístico de la casa ducal de Feria, Mérida, Editorial Regional de Extremadura, 2001.

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