Pedro Leonardo Villacevallos y Vera fue uno de los mayores representantes de la anticuaria andaluza del siglo XVIII, conocido por haber formado en su residencia cordobesa un importante museo integrado por piezas numismáticas, epigráficas y escultóricas.
La familia Villacevallos, aunque era oriunda del valle de Carriedo en Santander, había llegado a Córdoba a mediados del siglo XVII, ocupando algunos cargos de la administración local. El abuelo de Pedro Leonardo, Francisco de Villacevallos, fue en 1666 alcalde ordinario de la Santa Hermandad de Córdoba y, posteriormente, ocupó un cargo en Madrid como oficial del Santo Oficio. Se casó en Córdoba con Catalina Paniagua y Messa, natural de la ciudad, con quien tuvo dos hijos: Rafael y Pedro Antonio. El primogénito, Rafael de Villacevallos y López Paniagua, contrajo matrimonio con Ana de Vera Landaverde y fruto de esta unión nació Pedro Leonardo. Este se casó en 1723 con su prima hermana por parte de padre Catalina Estefanía de Villacevallos, con quien tuvo dos hijos: Andrea, que murió soltera, y Rafael María, militar en el regimiento de milicias de Córdoba, que no heredó la pasión erudita y coleccionista de su padre.
Villacevallos vivió siempre en la casa vinculada al mayorazgo familiar en su Córdoba natal, donde llegó a ser alcalde ordinario y de la Santa Hermandad en 1747. No en vano, se lamentaba continuamente en su correspondencia de la ausencia de círculos intelectuales en la ciudad y de las dificultades para acceder a determinadas obras bibliográficas especializadas. Córdoba no era, en efecto, el centro intelectual de Andalucía, lugar que ocupaban Sevilla y Cádiz, pero la región sí que facilitó a Pedro Leonardo saciar sus intereses coleccionistas gracias a su riqueza arqueológica. Por otra parte, el erudito suplió la ausencia de un ambiente intelectual consolidado en la ciudad tejiendo una nutrida red de contactos por correspondencia, lo que le llevará a escribirse con reconocidos eruditos andaluces -como los marqueses de la Cañada Juan y, su hijo, Guillermo Tyrry; Miguel Espinosa, conde del Águila; Livino Ignacio Leirens; Fernando López de Cárdenas, cura de Montoro; o el presbítero del Arahal Patricio Gutiérrez Bravo-, así como de la Corte y otros puntos peninsulares -entre los que destacan figuras como Gregorio Mayans, Andrés González de Barcia, Fernando José de Velasco o el padre Flórez-. Además, aunque sorprendentemente no formó parte de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, sí que fue miembro de la Real Academia de la Historia de Madrid desde 1754.
Gracias a estos vínculos y a su propio autodidactismo, sobre todo a través de los libros, fue desarrollando y perfeccionando su afición por la anticuaria y el coleccionismo. En este sentido, Pedro Leonardo dedicó su vida al estudio y a la catalogación de su colección, aunque las obras que elaboró no llegaron a publicarse nunca. Su colección numismática estaba integrada por unas 6.000 monedas y medallas, entre las que predominaban las monedas romanas de acuñación hispana, poseyendo también algunas monedas árabes, medievales cristianas y modernas, junto a una pequeña serie de entalles y camafeos. A esta había que añadir la colección epigráfica, que ascendía casi al centenar; y la escultórica, formada por unas treinta piezas, procedentes de Córdoba y de otros lugares de la geografía andaluza, como Porcuna y Carmona, y en la que destacaba una escultura romana thoracata de Montoro.
La colección de monedas, las gemas y los libros se localizarían en un gabinete en el interior de la casa. Para las piezas numismáticas se sabe que contaba con tres monetarios de madera de cedro. Uno de ellos se lo había regalado el marqués de la Cañada y en él las monedas se colocaban en bandejas. Las esculturas e inscripciones estaban ubicadas en uno de los patios de la casa, espacio al que el propio Villacevallos denominaba como “su museo”. Pedro Leonardo creó un típico patio arqueológico, que seguía el modelo renacentista italiano. Se conoce la disposición de este gracias a algunos escritos del propio Villacevallos y a una descripción que el médico Antonio Capdevila realizó para Gregorio Mayans. La disposición de las piezas era simétrica y heráldica y, aunque lo común en este tipo de museos era que las piezas expuestas fueran en su totalidad epigráficas, Villacevallos poseía además de las inscripciones, puestas en las paredes o apoyadas sobre el suelo, algunas esculturas.
Pedro Leonardo de Villacevallos falleció en 1774 y, pese a que sus descendientes no se interesaron por la anticuaria, su colección se preservó casi íntegra hasta el siglo XIX. A lo largo de dicha centuria se vendió el monetario y muchas de las inscripciones y esculturas. Finalmente, Jorge Lorings, marqués de Casa-Loring, compró lo que quedaba de la colección, que trasladó a Málaga para formar parte de su “Museo Loringiano”, ubicado en la Hacienda de La Concepción. En la actualidad, hay algunas piezas que se conservan en la mencionada hacienda, pero la mayoría se encuentran en el Museo de Málaga.
Autora: Isabel María Sánchez Andújar
Bibliografía
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