El llamado “tercer rey de España” es a todas luces un personaje crucial del reinado de los Reyes Católicos, si bien su protagonismo excede ampliamente el marco andaluz. Aun así, tanto su relación con las tierras del sur, como en general su biografía, adolecen hoy de un análisis en profundidad que desvele e interprete todas las facetas de este personaje, al que la historiografía reciente tiene algo relegado.

Su destino fue desde el principio la carrera eclesiástica, cuyos estudios comenzó en Toledo en torno a los quince años de edad y después continuó en Salamanca, donde estuvo entre 1446 y 1452 y donde tuvo la oportunidad de codearse con una de las futuras figuras relevantes del reinado Fernando isabelino, como es fray Hernando de Talavera, destacado consejero y confesor de los Reyes Católicos, sobre todo de Isabel. Recordemos que Salamanca hospedaba a muchos profesores e intelectuales estrechamente vinculados con el círculo cultural del marqués de Santillana, padre de Pedro y activo propulsor de las letras, de la difusión del humanismo italiano y de fomentar la traducción al castellano de los textos de los clásicos para permitir su comprensión y asimilación. De hecho, encargó a su hijo la traducción al castellano de la Iliada, que acababa de ser traducida al latín por Pier Candido Decembrio y traída a España gracias a Juan de Mena.

 En 1452 entró al servicio de la capilla real de Juan II, tras ser con corta edad cura de Hita y arcediano de Guadalajara, pero estaba destinado a servicios episcopales que ejerció en Calahorra y La Calzada (nombrado en 1453) y en Sigüenza (desde 1467). Seis años más tarde se convirtió en cardenal (de Santa María in dominica y algo después de San Jorge, pasando en 1478 a ser cardenal de la Santa Cruz) y en 1474 recibió el arzobispado de Sevilla, además de ser abad de Valladolid y de San Zoilo en Carrión de los Condes. Abandonó la diócesis hispalense en 1482 para escalar a la sede primada de España, aunque sin renunciar nunca a la condición de obispo seguntino. Y fue también administrador de la sede de Osma, abad de Moreruela y de Fécamp, en este caso por deseo del rey de Francia. Hizo una amplia labor de mecenazgo artístico por todos aquellos lugares a los que fue destinado, incluyendo la construcción de la universidad de Sigüenza y del colegio de Santa Cruz en Valladolid.

Factor esencial en su biografía es la pertenencia a la familia Mendoza, de la que llegó a ser su cabeza en el periodo de asentamiento en el poder de Isabel y Fernando. Fue leal servidor de Enrique IV, participando en su Consejo (desde 1455), con un paréntesis de retiro debido a la enemistad del marqués de Villena, siendo canciller de la poridad y llegando a costear el sepulcro del rey en Guadalupe. Con él Enrique IV visitó tierras andaluzas en 1469. Si bien apoyó en un principio la causa de Juana, llamada la Beltraneja, su paso al bando isabelino en 1473 se considera crucial para el masivo apoyo castellano a su causa, siendo decisiva su participación en la victoria de Toro. Bautizó en Sevilla al heredero de los Reyes Católicos, el príncipe Juan, y en 1482 se convirtió en canciller del reino. Consta asimismo su participación en la concordia de Segovia, en los albores de la Inquisición, pese a sus reticencias iniciales, o en la empresa colombina.

Relevante fue también su papel cultural al favorecer, junto a Talavera, la aproximación de Nebrija a Isabel de Castilla para impulsar la publicación de sus gramáticas: de hecho, la primera edición de las Introductiones latinae, que vio la luz en 1481, estaba dedicada a Pedro González de Mendoza, una obra donde Nebrija expresa las intenciones de su trabajo: crear una gramática al alcance de la cultura de su tiempo. Un papel cultural que de alguna forma también ejerció en Roma, donde su hombre de confianza era el poderoso Bernardino López de Carvajal, embajador de los Reyes Católicos y hombre introducido en los más importantes círculos culturales romanos y que tanto operó para promocionar la misión de los Reyes Católicos en la guerra de Granada organizando festejos y celebraciones de la Reconquista en tierra granadina o promoviendo la edificación de obras arquitectónicas muy llamativas entre las cuales destaca, por su alto valor simbólico y artístico, el tempietto de Bramante en San Pietro in Montorio, per­fecta síntesis de la imagen que los Reyes Católicos querían proyectar de su reinado, o la restauración de la basílica de Santa Croce in Gerusalemme. También ayudó en 1486 al hermano de Pedro González de Mendoza, el conde de Tendilla, en su importante misión en Roma para obtener del papa el patronato real en Granada, la renovación de la bula de cruzada (necesaria para financiar la guerra de Granada) y la reconciliación del papa con Ferrante de Nápoles. Podemos así constatar el relevante papel reformista y estratégico que tuvo Pedro González de Mendoza para asentar internacionalmente la monarquía Fernando isabelina creando importantes canales de contacto y mediación con la curia romana, utilizando también la cultura y promocionando el desarrollo artístico y arquitectónico en el ámbito hispánico y romano.

Mediante la reina Isabel logró la legitimación pontificia de sus hijos: Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, Diego y Juan Hurtado de Mendoza, a los que acabó dejándoles incluso mayorazgos. Compaginó su tarea pastoral en Toledo con la Guerra de Granada, donde estuvo muy presente desde distintas perspectivas. En el aspecto político, se ha subrayado la determinación del cardenal en iniciar la guerra, contagiada a la propia reina, asegurando el apoyo popular y contribuyendo a difundir su carácter de cruzada; designado o no para ello, en la práctica ejerció un papel esencial en la dirección de la contienda. En el campo diplomático, logró de Inocencio VIII la bula Et si dispositione suprema (1485) para recaudar fondos para la guerra y sobre todo fue agente activo en la consecución y aplicación del regio patronato sobre las nuevas iglesias del reino de Granada, como ocurrió en Málaga, en Baza (abadía sufragánea de Toledo) y Guadix, Almería y Granada. En el aspecto económico, en fin, puso su peculio al servicio de la guerra y aportó, como recuerda F. J. Villalba, 972 jinetes y 942 peones, lo que suponía un gasto de más de seis millones de maravedís en 1491. Entretanto presidió varios concilios en tierras andaluzas.

Durante la guerra se le liga a las acciones de Alhama, Álora, Íllora, Málaga, Baza, Almería, Guadix…, pero sobre todo las tropas del cardenal tomaron Moclín (1486) y participaron en la caída de Vélez-Málaga (1487). Presente en la toma de Granada, su cruz se enarboló en la Torre más alta de la Alhambra y, según F. J. Villalba, abogó para que recibiera la alcaidía de la fortaleza y la capitanía general del reino su sobrino D. Íñigo López de Mendoza. Entre sus huestes se encontraban otros personajes relevantes de su linaje como el adelantado de Cazorla o el marqués del Cenete (su hijo). En la sillería baja del coro catedralicio de Toledo mandó dejar el más completo relato artístico de la Guerra de Granada, en 54 relieves. Ya en tiempos de Carlos V se encargó un retrato del cardenal para la Capilla Real de Granada.

Falleció en Santa María de la Fuente, en Guadalajara, en 1495 y se erigió su mausoleo en la catedral de Toledo.

 

Autores: Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz e Isabella Iannuzzi


Bibliografía

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