El coleccionismo artístico y arqueológico está estrechamente ligado al interés que surge durante el Renacimiento por los estudios sobre la Antigüedad Clásica. Los eruditos de los siglos XVI y XVII no solo atesoraban en sus “gabinetes de curiosidades” o “cámaras de maravillas” piezas curiosas y exóticas, sino también “antigüallas”. El ejemplo más representativo de España es la colección del rey Felipe II en la biblioteca de El Escorial, que fue creada asimismo como museo y gabinete científico. Para el caso concreto de Andalucía, destaca la colección artística y escultórica de los duques de Medinaceli en la Casa de Pilatos de Sevilla.
En el siglo XVIII, la influencia de las propuestas científicas y críticas vinculadas a la Ilustración conllevó una nueva visión de los estudios eruditos en España, los cuales se promovieron de manera especial por parte de la propia Corona, así como desde las emergentes instituciones ilustradas, las Academias. En este sentido, sobresale la Real Academia de la Historia (1738), que, con la pretensión de realizar una Historia General de España basada en los nuevos presupuestos científicos, llevó a cabo revisiones históricas y viajes ilustrados, que despertaron el interés por la historia y las antigüedades locales y extendieron el gusto por el coleccionismo entre otros grupos sociales, como la burguesía y la nobleza local, quienes emplearon el coleccionismo como un elemento de prestigio social.
En el ámbito andaluz jugaron un importante papel la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (1751), en torno a la que se aglutinaron la mayor parte de los eruditos ilustrados de la región, y la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752), desde la que se fomentó sobre todo el estudio de la herencia islámica. De este modo, por ejemplo, en 1766 se envió a un grupo de arquitectos a Granada -integrado por José de Hermosilla, Juan de Villanueva y Juan Pedro Arnal- para que estudiaran y dibujaran el monumento árabe de la Alhambra, así como el legado renacentista de la ciudad: el palacio de Carlos V y la catedral.
Estos eruditos y anticuarios andaluces mantenían contacto entre ellos por correspondencia, a través de la cual compartían los estudios que realizaban de sus piezas y bibliografía especializada; se enviaban dibujos y transcripciones de sus adquisiciones; y realizaban intercambios para completar sus colecciones y series. No fue común que publicaran los resultados de sus análisis anticuarios, aunque algunos de ellos sí que elaboraron catálogos de sus colecciones.
Entre ellos podemos destacar a Francisco de Bruna, quién, como alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, reunió en las salas de la institución diversas piezas arqueológicas del reino de Sevilla, muchas de ellas del yacimiento romano de Itálica, donde él mismo excavó en 1781 y 1788. En la ciudad sevillana también despuntó la colección del conde de Águila, alcalde mayor de Sevilla, que poseía un pequeño museo; una extensa colección de lienzos, grabados y dibujos originales de reconocidos artistas, como Murillo, Velázquez o Cano; y una de las bibliotecas más grandes y sobresalientes del siglo XVIII.
En Córdoba, Pedro Leonardo de Villacevallos era conocido por haber formado un importante museo integrado por piezas numismáticas, epigráficas y escultóricas. Y, en Cádiz, Guillermo Tyrry, marqués de la Cañada, poseía una gran colección de pinturas, dibujos y grabados, una biblioteca, un escogido gabinete de monedas y un museo en su residencia de El Puerto de Santa María, iniciado por su padre y conformado por antigüedades orientales, americanas y gaditanas. Por ejemplo, en su colección contaba con un sepulcro de mármol de Medina Sidonia en cuyo frente tenía “dos bustos de baxo relieve, y dos figuras de sátiros como sosteniendola: en los demás se ven esparcidas figuras de amorcillos y bacantes, con diferentes ornatos”; y con una cineraria encontrada en la playa de Cádiz “con dos cabezas de Júpiter Amon por asas, y adornadas con follajes de exquisito gusto” (Gómez Román, 1997, 216).
Si bien, la actividad de estos eruditos no se limitaba a sus colecciones, muchos realizaron, como ya se ha señalado, excavaciones y, otros, emprendieron viajes para recabar información del pasado hispánico, como el marqués de Valdeflores, oriundo de Málaga y formado en Granada -donde fue integrante de la Academia del Trípode-, que llevó a cabo, como miembro de la Real Academia de la Historia, un “viaje arqueológico” entre 1752 y 1760 por Castilla la Nueva, Extremadura, León, Salamanca, Andalucía, Ceuta y La Mancha.
Autora: Isabel María Sánchez Andújar
Bibliografía
BELTRÁN FORTES, José y LÓPEZ RODRÍGUEZ, José R. (coords.), El museo cordobés de Pedro Leonardo de Villacevallos. Coleccionismo arqueológico en la Andalucía del siglo XVIII, Málaga, Universidad de Málaga, 2003.
BELTRÁN FORTES, José, GASCÓ LA CALLE, Fernando y SARACHO VILLALOBOS, José T. (eds.), La Antigüedad como argumento. Historiografía de Arqueología e Historia Antigua en Andalucía, Sevilla, Junta de Andalucía, 1993.
GÓMEZ ROMÁN, Ana María, El fomento de las artes en Granada: mecenazgo, coleccionismo y encargo (siglos XVIII-XIX), Granada, Universidad de Granada, 1997.
SALAS ÁLVAREZ, Jesús, “El coleccionismo numismático en Andalucía durante la Ilustración”, en NVMISMA, 252, 2008, pp. 149-176.