Muchos autores consideran que la zona mundial más desarrollada económicamente entre los siglos XV y XVIII no se encontraba en Europa, sino en Asia, y que por tanto la primacía occidental no dio inicio en realidad hasta la época de la Revolución Industrial. Más allá de los debates historiográficos al respecto, no cabe duda de que lo que animó las expediciones de Vasco da Gama, Cristóbal Colón o, algo más tarde, Hernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano no fue sino el deseo de alcanzar China y el lucrativo comercio oriental de las especias. El formidable encuentro con América y el desarrollo de un comercio atlántico sistemático nunca anularon tales deseos, que la Monarquía Hispánica terminó gestando a través del Galeón de Manila a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Desde la perspectiva de la Historia Global, la domesticación naval de los océanos Índico, Atlántico y Pacífico, así como el establecimiento de conexiones diversas entre sus diferentes rutas de comercio y navegación, sentaron las bases de una primera fase de la Globalización, lo que ha dado en llamarse la Primera Globalización o Globalización Temprana.
Andalucía, en principio, quedó muy alejada de los espacios propios del comercio asiático. No obstante, en virtud de esas conexiones globales, el mercado andaluz, uno de los más dinámicos del mundo, se vio afectado en cierta medida por la movilización mundial de los bienes orientales. Entre las diferentes vías que conectaron Oriente con la región, dos parecen destacar sobre las demás: 1) la Flota de Nueva España, que trajo a Andalucía a través de la Carrera de Indias productos orientales llegados primero a México a través del Galeón de Manila y reexportados a continuación hacia Europa; 2) el comercio entre Portugal y España, muy activo en una tierra fronteriza como Andalucía, entre cuya variada oferta se incluyeron artículos asiáticos importados por las vías de la ruta del Cabo de Buena Esperanza.
Solo al final del Antiguo Régimen se consolidó el comercio directo entre España y el Extremo Oriente, bien a través de la ruta del Cabo de Hornos, bien a través de la ruta del Cabo de Buena Esperanza. Se empleó un elemento característico del reformismo borbónico, adaptación de los adelantos mercantilistas procedentes del norte de Europa, la compañía privilegiada; en esta ocasión, la Real Compañía de Filipinas, creada en 1785 como refundación de la extinta Compañía Guipuzcoana de Caracas. A pesar de su nombre, que refleja su objetivo principal, la Compañía no solo comerció con Filipinas. También actuó en muchas regiones americanas, desde Nueva España hasta el Río de la Plata, incluyendo por supuesto Venezuela, y también lo hizo en Europa. La Compañía fue apuesta ambiciosa, pero no obtuvo grandes éxitos y acabó suprimida en 1834.
En la Andalucía Moderna se consumió así una buena cantidad de productos asiáticos. No se trató ni mucho menos del mercado más receptor de las mercancías de este origen. En muchas regiones americanas, tanto en el virreinato del Perú como sobre todo en el de México, se consumieron con mucho mayor asiduidad e intensidad. No obstante, el gusto andaluz por ellas es digno de mucha consideración, tal como demuestran fuentes documentales clásicas como los bienes post-mortem o las cuentas de gastos de instituciones hospitalarias. Estas fuentes nos enseñan que hubo un consumo masivo de especias, como el clavo o la pimienta entre otras, pero también de productos manufacturados, como textiles de seda, biombos decorados o marfiles hispano-filipinos.
Con el tiempo, el legado más característico de esta cultura material fue el afamado mantón de Manila. Como todos los grandes símbolos populares, su historia no es fácil de trazar con nitidez y aun hoy permanece en claroscuro. Sin duda, su origen se remonta inicialmente a China, aunque su nomenclatura nos remita a Manila, donde fueron importados y también fabricados por los sangleyes chinos del Parián. Otro enclave fundamental fue México, primer punto de arribada de los mantones asiáticos y donde su importación por el puerto de Acapulco se mezcló con los procesos de producción, siendo relacionables con los vestidos de “china poblana”. Finalmente, su importación también derivó en adaptación y producción propia en España, donde se mezcló e integró en varios ámbitos culturales como el del flamenco. Sus primeras noticias precisas se remontan al siglo XVIII; su uso se consolidó en la moda española durante el siglo XIX; y fue hasta el siglo XX una importante manufactura de bordado, que generó empleo femenino urbano y rural en regiones como Andalucía.
Autor: José Manuel Díaz Blanco
Bibliografía
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GIRALDEZ, Arturo, The Age of Trade. The Manila Galleons and the Dawn of the Global Economy, Lanham, Rowman and Littlefield, 2015.