La consecuencia más importante y, al tiempo, más dramática, de la guerra de las Alpujarras que se inició en la Navidad del año de 1568 fue la deportación masiva de los moriscos del reino de Granada. No obstante, en los años previos a la rebelión morisca, y en el marco del deterioro de las relaciones de convivencia entre moriscos y cristianos viejos, ya habían comenzado a sonar las ideas de expulsión de la población neoconversa. En concreto, en las postrimerías de 1565 los prelados granadinos se habían dirigido a Felipe V aconsejándole que procediera a una deportación selectiva de los más peligrosos y los aplicara a galeras o los desterrase a Castilla, en especial a aquellos que residían en las costas, por su potencial connivencia con el enemigo turco-berberisco. A la vez, comenzó a plantearse la necesidad de conducir hasta el reino de Granada a repobladores cristianos viejos, es decir, se argumentaba ya el proyecto que muy poco tiempo después se ejecutaría tras la sublevación morisca.
Apenas unos meses después de iniciada la guerra, en junio de 1569, se iniciaron las primeras deportaciones de los moriscos varones -de edades comprendidas entre los 10 y los 60 años- que fueron llevados hasta Andalucía occidental y La Mancha. En noviembre se acometió la expulsión de los de Huéscar, y en diciembre una nueva deportación parcial afectó a los de la ciudad de Granada. Las victorias de las tropas castellanas y su avance imparable por el territorio granadino corrieron en paralelo a la reclusión de los moriscos en las iglesias a fin de proceder a su inmediata expulsión. Sin embargo, desde el primer momento se suscitó el problema de qué hacer con los moriscos no alzados, los llamados “de paces”, que para las autoridades cristianas representaban un peligro por su potencial apoyo a los rebeldes, adoptándose finalmente la decisión por parte del Consejo de Guerra de sacarlos a todos del reino de Granada. En paralelo, en una fecha tan temprana como marzo de 1570 los moriscos de la vega de Granada, Baza y Guadix fueron deportados hacia tierras castellanas.
La decisión final sobre una expulsión general de todos los moriscos granadinos se adoptó el 28 de octubre de 1570 y sería puesta en práctica por don Juan de Austria a partir del día 1 de noviembre. Dos elementos incidieron en aquella medida, por un lado, el problema de la religión y reforma de costumbres, elementos inveterados del conflicto previo a la guerra, y por otro, la necesidad de reforzar la seguridad del reino, aunque con clara prevalencia del primer argumento.
La deportación de los moriscos, que más bien se podría calificar como éxodo, tuvo lugar en condiciones infrahumanas, en pleno invierno, debiendo soportar fríos, aguas y nieves, y con un alto grado de improvisación por parte de las autoridades cristianas. En la primera semana de noviembre los moriscos fueron concentrados en las principales ciudades del reino para ser conducidos hacia tierras de Castilla, todo de acuerdo con un plan inicial que no llegaría a fructificar del todo, y que tenía como objetivo alejarlos del reino de Granada, e incluso de Andalucía. Empero, la realidad de la deportación se alejó de lo planificado y la mayoría de los deportados fueron asentados en los antiguos reinos andaluces de Sevilla, Córdoba y Jaén, en La Mancha (Toledo, Ciudad Real y Albacete), en el reino de Murcia, en Extremadura y en Castilla la Vieja, en concreto en Salamanca, Valladolid, Palencia, Ávila y Segovia. En conjunto, se calcula que unas 50.000 personas fueron deportadas del reino de Granada, aunque no se disponen de cifras exactas acerca de cuántos llegaron hasta los lugares del destino pues fueron numerosas las muertes que se produjeron a lo largo del camino.
Los planes de reparto no se ejecutaron en su totalidad, ni siquiera el utópico que pretendía alejar a los moriscos lo máximo posible llevándolos hacia el noroeste de Castilla, Asturias y Galicia. No obstante, en noviembre de 1571 se puso en marcha un nuevo plan de reparto que pretendía alejar del reino de Granada a unos 20.000 moriscos, pero finalmente se calcula que tan solo salieron la mitad de ellos. Bernard Vincent, que reconstruyó la geografía de la dispersión de los moriscos, pudo concluir que los núcleos más importantes de moriscos se concentraron en el triángulo Sevilla, Toledo, Murcia, es decir, en las proximidades de los reinos de Granada y de Valencia y que, por tanto, la planificación inicial trazada por los ministros de Felipe II distó mucho de la realidad final.
En total, según los cálculos del citado historiador, el balance general de las expulsiones de los años 1570-1571 sería de un total de 80.000 personas, distribuidas entre los 20.000 moriscos deportados con anterioridad a noviembre de 1570, 50.000 durante ésta, y 10.000 en las posteriores, incluyendo en esta última a los moriscos de numerosos lugares de señorío que habían sido excluidos inicialmente. Dado que antes de la sublevación vivían en el reino de Granada unos 165.000 moriscos, se calcula que la diferencia estaría en los que murieron durante la guerra, los que huyeron al norte de África y un importante contingente -que se estima entre 10.000 y 15.000 personas- que permanecieron, unos legalmente en calidad de seises expertos en el funcionamiento de los usos sociales y tecnológicos de los sistemas de riegos, o en el trabajo de la seda, otros con autorización por su lealtad durante la guerra y, un amplio número que contó con el encubrimiento de los cristianos viejos.
De todos modos, el contingente más numeroso de moriscos que permanecieron en el reino de Granada fue el de la población esclava, con un claro predominio de mujeres, en tanto que los niños permanecerían “en administración” hasta llegar a los veinte años de edad. No en vano, como han demostrado los trabajos de Carlos Javier Garrido, el reino de Granada se convirtió en un enorme mercado esclavista, con numerosos compradores castellanos que acudieron hasta tierras granadinas para adquirir tan preciada “mercancía”. De este modo, en Castilla coincidieron en los mismos territorios moriscos deportados del reino de Granada en calidad de libres y moriscos -fundamentalmente moriscas- que habían sido capturados y capturadas durante la guerra. Se calcula que entre 25.000 y 30.000 personas fueron esclavizadas en el breve periodo de tiempo que duró la contienda, de las cuales una parte sustancial acabaron siendo “exportadas” a tierras castellanas.
En el mes de enero de 1584, de nuevo con carácter general, pues afectó a todo el reino de Granada, tuvo lugar una segunda expulsión de los moriscos. Un registro realizado cuatro años antes había arrojado de unas cifras que cuantificaban la presencia morisca en el reino en 8.700 personas, de las cuales entre 2.400 y 2.800 iban a ser expelidas en este nuevo proceso deportador, de modo que los que lograron sortear los decretos de expulsión superaron con creces a los expulsos. En esta ocasión se contaba ya con la experiencia de las expulsiones masivas precedentes y todo estuvo más planificado, amén de que el contingente a trasladar fue sensiblemente inferior al de aquellas. Todo se organizó con minuciosidad con el fin de coordinar la intervención de los corregidores del reino de Granada con los comisarios regios encargados de trasladar a los moriscos hacia Castilla y con los corregidores de los lugares de destino. Diseñado todo por el secretario del rey Juan González, una minuciosa instrucción planificó el procedimiento a seguir por cada uno de los comisarios, así como los itinerarios por donde debían discurrir las caravanas que portaban a los moriscos. En esta ocasión sí que se consiguió alejar del reino de Granada a los deportados pues dos de las seis caravanas organizadas llegaron hasta la ciudad de Salamanca, en tanto que las otras tuvieron como destino Aranda de Duero, Sepúlveda, Ciudad Rodrigo y Trujillo. Al igual que las anteriores expulsiones, en 1584 la época invernal elegida hizo que de nuevo adquiriera el carácter de éxodo, pues fríos, lluvias y mal estado de los caminos lastraron sobremanera el traslado de unos moriscos que, en su gran mayoría, eran pobres pues los que pertenecían a grupos sociales más elevados lograron, una vez más, sortear el decreto de expulsión.
Por tanto, en enero de 1584 culminaba un largo proceso de deportaciones que se había mantenido de forma continua desde 1570-1571. El objetivo de esta última expulsión no fue otro que alejar del reino tanto a aquellos moriscos que habían permanecido en calidad de seises y expertos como al elevado contingente de esclavos y esclavas que aún residían en el reino granadino. Tan solo quedaron exceptuados de esta postrera expulsión los moriscos de Antequera y Alcalá la Real, poblaciones limítrofes del reino que no fueron consideradas como granadinas, así como aquellos moriscos que habían quedado en el reino con “licencia del rey” desde la primera expulsión de 1570.
Autor: Francisco Andújar Castillo
Bibliografía
ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, “La segunda expulsión de los moriscos del reino de Granada: enero de 1584” (en prensa).
BARRIOS AGUILERA, Manuel, La convivencia negada. Historia de los moriscos del Reino de Granada, Ganada, Ed. Comares, 2008.
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SORIA MESA, Enrique, “Los moriscos que se quedaron. La permanencia de la población de origen islámico en la España Moderna: Reino de Granada, siglos XVII-XVIII”, en Vínculos de Historia, 1, 2012, pp. 205-230.
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VINCENT, Bernard, “Los moriscos que permanecieron en el Reino de Granada después de la expulsión de 1570”, en VINCENT, Bernard, Andalucía de la Edad Moderna: economía y sociedad, Granada, Diputación Provincial, 1985, pp. 267-286.