La intentona inglesa de 1587 no sirvió de mucho para una mejor fortificación de la urbe gaditana. Aunque en 1589 se finalizaba el fuerte del Puntal, sus dimensiones eran demasiado pequeñas como para cerrar eficazmente el acceso a la bahía interior, por lo que el obispo Antonio Zapata y Cisneros impulsó las defensas, si bien estos esfuerzos resultarían insuficientes.

El 29 de junio de 1596 se presentaba ante Cádiz el conde de Essex, favorito en aquellos momentos de la reina Isabel I, con una flota cuyos efectivos comprendían en torno a 160 navíos, ingleses, holandeses y algunos franceses. La ciudad estaba al tanto de la proximidad de la escuadra al menos un día antes, y en la Bahía se contaba con un total de 18 o 19 galeras mandadas por Juan de Portocarrero, cuatro galeones, de tres a seis fragatas, y de 36 a 40 navíos mercantes, que esperaban partir con destino a Nueva España.

El bastión de San Sebastián, cuyas obras habían concluido recientemente, fue el primero en tener que hacer frente a la flota enemiga, y los asaltantes intentaron sin éxito desembarcar en las proximidades del mismo, en un lugar conocido como La Caleta. Tras el estupor inicial, la ciudad se aprestó a la defensa, dándose la voz de alarma a las localidades vecinas, aunque muchas de las tropas enviadas desde Jerez de la Frontera y desde Sevilla nunca llegaron a Cádiz, siendo especialmente llamativo el contingente remitido por el duque de Medina Sidonia, que, como capitán general de las costas de Andalucía, era el responsable de la defensa del territorio. El inmortal Cervantes se haría eco de este fiasco en su conocido soneto:

Vimos en julio otra Semana Santa
atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta
que, en menos de catorce o quince días,
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su edificio por la planta.

Bramó el Becerro y púsoles en sarta,
tronó la tierra, escureciose el cielo,
amenazando una total ruïna;

y, al cabo, en Cádiz, con mesura harta,
ido ya el conde, sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina

La ciudad se vio sola ante el ataque angloholandés, correspondiendo al corregidor y al cabildo municipal la organización de la defensa, ya que algunos regidores eran caballeros de órdenes militares. En total se reunieron poco más de medio millar de hombres, sin formación militar suficiente, armas ni municiones. Se produjo un primer enfrentamiento naval a la entrada de la Bahía, y en menor escala en Matagorda, cerca de Puerto Real, pero los escasos y mal armados buques españoles no pudieron detener el avance de la flota angloholandesa, que consiguió efectuar un desembarco extramuros de la ciudad, en la zona de El Puntal. Un contingente avanzó hacia la urbe, en tanto un segundo se dirigía hacia el puente Zuazo para bloquear la llegada de refuerzos por tierra, aunque la resistencia efectuada por el alcaide del castillo les obligaría a replegarse, si bien saquearon a fondo la isla de León.

Mayor fortuna tuvo el contingente que se dirigía hacia la urbe gaditana, que apenas encontró obstáculos en su avance, ni siquiera en la puerta del Muro o de Tierra, donde la guarnición se había esfumado. Ya en el interior de la villa, el propio castillo cayó en poder del enemigo, sin apenas resistencia, exceptuando algunos focos aislados, a cargo de la caballería llegada desde Jerez, o la mantenida en el castillo de san Felipe. La ciudad había sido tomada, y un canónigo de la catedral intentó llegar a un compromiso con los asaltantes, que acabaron aceptando la evacuación de mujeres, niños y esclavos, con algunos efectos personales, mientras el resto de los bienes quedaba en manos de los conquistadores.

A cambio de permitirse la evacuación, extendida al poco a casi toda la población, se comprometió la entrega de 120.000 ducados por parte de los vencidos, que hubieron de proporcionar unos 59 rehenes para garantizar el pago. Todos ellos fueron enviados a Inglaterra, algunos murieron durante su exilio, en tanto otros no pudieron regresar a Cádiz hasta 1603, fecha en que se firmaba entre Inglaterra y España el tratado de Londres que ponía fin a las hostilidades. Los asaltantes, una vez evacuada la población, saquearon la ciudad a conciencia, destruyendo de paso numerosos objetos religiosos, siendo un ejemplo significativo una imagen de la Virgen del Rosario o de la Victoria, llamada la Vulnerata, sobre la que se ensañaron. La imagen fue trasladada con posterioridad al Colegio de los Ingleses de Valladolid, donde todavía se custodia en la actualidad. Aunque el incendio de la ciudad no figuraba entre sus planes iniciales, esta voluntad cambiaría cuando se vio que la permanencia en la urbe era imposible. Los daños sufridos fueron enormes, hasta el punto de que son muy raros los vestigios, arquitectónicos o documentales, existentes antes del asalto.

Fue enorme la conmoción provocada en la corte madrileña cuando se recibió la noticia, hasta el punto de que hubo voces que defendieron la evacuación y destrucción de la ciudad, asentando a sus pobladores en las localidades vecinas. Si la decisión de no hacerlo partió de Felipe II, de los ingenieros militares que le convencieron, de las autoridades que se hicieron cargo del gobierno de la ciudad, o de todos ellos a la vez, es algo que nunca sabremos.

 

Autor: Arturo Morgado García


Bibliografía

ABREU, Fray Pedro de, Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596, reed. de Manuel Bustos Rodríguez, Cádiz, Universidad, 1996.

BUSTOS RODRIGUEZ, Manuel, Nueva historia de Cádiz. Época Moderna vol. III, Madrid, Sílex, 2014.

CALDERON QUIJANO, José Antonio, Versiones inglesas de los ataques angloholandeses a Cádiz, Cádiz, Caja de Ahorros, 1985.

USHERWOOD, S. y E., El saco de Cádiz. Versión inglesa del ataque de 1596, según el diario del “Mary Rose”, Cádiz, Diputación, 2001.

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