Desde su pérdida a manos británicas en 1704, la recuperación de Gibraltar y Menorca fueron objetivos primordiales de la corona española. Si a ello se sumamos las tensiones generadas por la presencia inglesa en el continente americano y sus rutas comerciales, se explican en buena medida los numerosos conflictos habidos a lo largo del siglo XVIII entre Gran Bretaña y España como la Guerra del Asiento (1739-1748) o la Guerra de los Siete Años (1761-1763). La rebelión de las colonias inglesas en Norteamérica, que a la postre acabaría desembocando en la independencia de los Estados Unidos, supuso una nueva oportunidad para la Monarquía Hispánica de desgastar al tradicional adversario en el nuevo continente y, de paso, intentar recuperar las plazas perdidas. Así, el 16 de junio de 1779 España, alineándose con Francia, declaró la guerra a Gran Bretaña.
El peñón ya había sido objeto de asedios como el de 1727, por lo que en el campo frente a la plaza se mantenía un sistema de trincheras y fortificaciones que fueron nuevamente puestas en servicio durante el verano de ese mismo año al comenzar el sitio a la ciudad. Para garantizar el aislamiento de la plaza se había destacado una flota en Cádiz al mando de Juan de Córdova, que debían impedir el acceso al estrecho al tiempo que protegían la costa occidental, mientras que para tomar la plaza se había congregado bajo el mando de Martín Álvarez de Sotomayor un contingente hispanofrancés de 14.000 hombres y una flotilla de 15 patrulleras comandada por Antonio Barceló. Enfrente se encontraban 5.000 defensores británicos que contaban además con el apoyo de un navío, tres fragatas y una goleta. La experiencia de sitios anteriores dejaba claro que con esas fuerzas no se podía aspirar a la conquista inminente de la ciudad, sino al mantenimiento del bloqueo hasta rendirla, por lo que el asedio se fue alargando mientras el conflicto proseguía en otros escenarios.
En octubre de 1779 llegaron otros 20.000 soldados para reforzar el ataque, lo que aumentó sensiblemente la presión sobre la ciudad que comenzaba a quedarse sin alimentos. La suerte de Gibraltar dependía de la ayuda que pudiera llegar de Gran Bretaña, por lo que en 1780 al almirante Rodney partió con una flota de 21 navíos de línea con el objetivo de alcanzar el peñón. A la altura del Cabo San Vicente entabló batalla con una flota española de menor envergadura de la que salió victorioso, aunque con daños en parte de los navíos, y llegó a Gibraltar en enero 18 de enero de 1781. La flotilla española que bloqueaba la ciudad se vio obligada a retirarse a Algeciras, permitiendo el reabastecimiento de la plaza. Rodney dividió su flota dejando en Gibraltar varios navíos, aunque no se mantuvo en la misma para evitar un posible contraataque de la flota española que aún permanecía en Cádiz.
Este primer abastecimiento no cambió realmente la situación de la plaza, pues con el alineamiento de Marruecos con los intereses españoles y una vez que el grueso de la escuadra británica hubo abandonado el puerto este volvía a quedar aislado. Varios meses después, los defensores de Gibraltar volvían a encontrarse en la misma situación de escasez, llegando a aparecer entre ellos el escorbuto fruto de la mala alimentación, motivando una nueva expedición inglesa. El 12 de abril de 1781 el almirante Darby, al mando de una flota de 28 navíos y 10 fragatas, consiguió desembarcar y abastecer Gibraltar. Con la moral nuevamente repuesta y nuevas tropas los británicos realizaron una salida nocturna para desmantelar la nueva línea de baterías que amenazaban las defensas gibraltareñas. La operación fue un éxito, volando parte de ellas y desbaratando los avances logrados por los sitiadores.
A la altura de 1782 el mando hispanofrancés decidió dar un nuevo impulso a la toma de la plaza nombrando comandante de las fuerzas de D. Luis de Berton de Balbe de Quiers, duque de Crillón, que acababa de conquistar Mallorca. Contaba para el asedio con algo más de 25.000 hombres, mientras que defendían Gibraltar en ese momento unos 7.500 soldados británicos. La falta de avances frente a las defensas terrestres llevó a probar un complejo y arriesgado plan articulado por el ingeniero francés Jean-Claude-Eléonore le Michaud D’Arçon. Se trataba de construir una decena de baterías flotantes que permitiesen el bombardeo de la ciudad desde la Bahía de Algeciras, atacando las zonas más desprotegidas. Las baterías sumaban un total de 142 cañones y estaban operadas por más de 5.000 hombres. El 13 de septiembre, colocadas en una posición diferente a la prevista por su inventor, las baterías abrieron fuego sobre la ciudad. La artillería gibraltareña respondió haciendo uso de las balas rojas -proyectiles al rojo vivo que se empleaban para provocar incendios en los barcos-. Según el proyecto inicial las baterías debían estar preparadas frente a esta técnica, pero una de ellas se incendió y acabó explotando y extendiendo el fuego a otras, generando un caos que llevó a que se acabasen hundiendo todas para evitar que pudieran caer en manos británicas. En conjunto una operación desastrosa con más de 1.000 bajas que fue el último gran intento directo contra la plaza.
Pese a la resistencia de la plaza a los ataques, la cuestión de los suministros seguía siendo problemática, lo que llevó a una tercera expedición de socorro. En este caso fue el almirante Richard Howe quien, al mando de una flota se acercó a la ciudad el 12 de octubre de 1782 pero un temporal la alejó hacia la costa de Marbella. En esta ocasión las fuerzas navales españolas que bloqueaban la ciudad eran más nutridas que en años anteriores, por lo que Howe rehusó plantar batalla y se resguardó en Tetuán, donde dejó varios de los transportes saldrían después para abastecer Gibraltar. Mientras, el grueso de la escuadra volvía al atlántico perseguida por la española. Pese a que fue alcanzada a la altura del Cabo Espartel donde tuvo lugar una batalla, esta se resolvió sin grandes pérdidas para ambas flotas. La maniobra de aprovisionamiento fue exitosa pues el día 15 llegaron barcos con los bastimentos a la ciudad y pudieron descargar, sirviendo estas provisiones para el resto del conflicto.
En 1783 la paz firmada entre España y Gran Bretaña ponía fin a más de tres años de asedio sin que la plaza llegase a caer. Existe un cierto debate entre los historiadores a la hora de valorar el asedio, pues mientras que muchos han señalado el fracaso de las armas hispanofrancesas en este escenario, otros autores, como Thomas E. Chávez, han planteado que el asedio a Gibraltar obligó a Gran Bretaña a derivar buena parte de sus fuerzas navales para mantenerla, repercutiendo así en su capacidad de actuar en otros frentes. Entre los argumentos de este historiador se encuentra la relativamente escasa dedicación de fuerzas por parte de las potencias borbónicas a la plaza andaluza mientras se movilizaban grandes contingentes hacia América, donde se estaban consiguiendo buenos resultados. Igualmente cita también la desprotección de otros frentes que generaba la ocupación constante de flotas para el abastecimiento de Gibraltar como el caso de que un gran convoy naval había caído en 1780 en manos españolas por ir pobremente defendido u otro convoy británico atacado por una flota francesa en 1781 mientras se producía el segundo socorro de Gibraltar; amén de citar la toma de Mallorca por tropas españolas en 1782. En conclusión, parece claro que la importancia otorgada al peñón por Gran Bretaña fue superior, como lo fue también el coste de su defensa.
Autor: Francisco Gil Martínez
Bibliografía
CHÁVEZ, Thomas E., “«Vender cara la victoria al enemigo»: España, el escenario europeo y la independencia de los Estados Unidos”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 14, 2001, pp. 545-562.
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SÁEZ RODRÍGUEZ, Ángel, “Fortificaciones y aspectos militares en el Campo de Gibraltar”, en A Revista de Estudios Campogibraltareños, 34, 2007, pp. 135-152.
TERRÓN PONCE, José L., El Gran Ataque a Gibraltar de 1782 (Análisis militar, político y diplomático), Ministerio de Defensa, Madrid, 2000.