Por todos es sabido que la Casa de la Contratación fue creada en Sevilla en 1503 y que, al igual que el Consejo de Indias, su misión fue “atender los asuntos indianos”. Muchas fueron sus funciones, pero la que aquí nos interesa y que viene al hilo de este trabajo es su papel como reguladora de la emigración.
Así, podemos afirmar que la Corona no obligó a nadie a trasladarse a los territorios indianos, pero tampoco dejó estos al libre albedrío de posibles pobladores. Por ello, para regular y controlar este posible flujo migratorio, fue preciso obtener de esta institución un documento denominado Licencia de embarque, requisito imprescindible para viajar a América de forma legal y que a la sazón contenía en su interior los siguientes documentos: en primer lugar, la solicitud expresa del emigrante donde especificaba sus datos personales de filiación como su nombre, estado civil, lugar de procedencia, edad y el destino, además de manifestar su expreso deseo de viajar a América para realizar una determinada actividad. Junto a él, aparecía la Real Orden que posibilitaba el viaje y que fue cambiando a lo largo del periodo colonial: más permisiva en el siglo XVI, más restrictiva en el XVII, a consecuencia de la crisis española y más selectiva en el XVIII como consecuencia de la Reformas Borbónicas. A continuación, se añadía la demostración de ser cristiano viejo, es decir, doscientos años de antigüedad cristiana, documento que venía avalado por tres individuos de la localidad de procedencia del emigrante adjuntando también a veces la partida de bautismo. Si el emigrante era casado, la Corona le obligaba a adjuntar un permiso de la esposa válido solo por un periodo de tres años, al cabo del cual debía reunirse de nuevo con ella en España o en América para hacer “vida maridable”. Por último, a veces, y no con carácter obligatorio, los futuros emigrantes incluían, a su petición, cartas privadas, con la intención de demostrar que tenían en América amigos, familiares o paisanos que podían proporcionar casa y trabajo, al menos en los primeros momentos de su llegada. Estas “cartas de llamada” -como las denominó Enrique Otte- nos han permitido ver el lado humano de esta emigración aproximándonos a lo que sentían al abandonar su tierra para dirigirse a otras de las que -se afirmaba- estaban “plagadas de riquezas”. Son, pues, documentos que transmiten lo personal, lo sensible y lo cotidiano de los hombres y mujeres que vivieron el fenómeno migratorio.
En cuanto a la cuantificación de este éxodo a lo largo del siglo XVIII, podemos aportar los siguientes datos: para la primera mitad del siglo, Isabelo Macías nos informa que viajaron a América de manera legal un total de 8203 emigrantes, de los cuales 7580 eran hombres (92,4%) y solo el 7,5% fueron mujeres (623). Del estado civil de estas últimas conocemos que el 47% eran casadas, un 49% solteras y un 4% de viudas. Por su parte, la otra mitad de la centuria y los primeros años del siglo XIX fueron trabajados por Rosario Márquez Macías que aporta la siguiente cuantificación: el total de emigrados en este periodo ascendió a 17231 emigrantes, con esta distribución: 14513 hombres (84,23%), con lo que sigue manteniéndose en predominio masculino de la primera etapa, ascendiendo el número de mujeres a un 15,7% (2718). En cuanto a su distribución por estados, las casadas aumentan hasta un considerable 50,88%, sin duda reclamadas por sus maridos ya asentados en el continente, frente a un 43,49% de solteras y un 5,63% de viudas.
Pero retomemos el asunto principal: la emigración femenina. Es una evidencia que la emigración americana tuvo un claro protagonismo masculino a lo largo de todo el periodo colonial. La consulta de algunas obras referidas al siglo XVIII y XIX así lo ponen de manifiesto. Sabemos que las limitaciones jurídicas y económicas que constreñían el espacio femenino del periodo moderno, haciendo de la mujer un ser dependiente del varón, marcarían sus vidas cuando este decida emprender la aventura americana. Pues las condiciones en que quedaron estas mujeres no eran nada alentadoras; así María José de la Pascua las definía bien en su libro como “Mujeres solas. Historias de amor y abandono en el mundo hispánico”.
El principal problema era de índole económica, ya que los que emprendían la aventura americana lo hacían para huir de la miseria, probando fortuna en unas tierras lejanas que se prometían plagadas de riqueza, por lo que, antes que nada, debían realizar un desembolso económico que costeara un viaje que no estaba al alcance de todos los bolsillos. Pues las ayudas económicas -en el mejor de los casos- tardaban al menos dos años en llegar, por lo que la familia afrontaba un largo periodo de penuria económica.
Para salvar esta situación, las mujeres de los emigrados solían acogerse al amparo de familiares directos, que no siempre recibían con agrado esta nueva carga; otras intentaban tomar las riendas de la economía familiar desempeñando algún trabajo -para el que no siempre estaban preparadas- en tanto la otra opción pasaba por la reunión definitiva con sus maridos al otro lado del océano. No debemos olvidar que cuando el hombre que partía era casado, la ley limitaba su tiempo de permanencia en Indias. Siendo la protección de la familia y la convivencia marital una de las preocupaciones de la Monarquía Hispana.
Es en este contexto donde incluimos las cartas privadas que a continuación se detallan, donde los esposos, inspirados por la soledad, el abandono o por la fuerza de la propia ley mandaban llamar a sus mujeres con frases como estas: “Y así amada Dionisia… no te detengas de venir a consolar a este pobre incógnito con tu amable compañía y la de nuestra amada hija” (Carta privada de Antonio de Torquemada a su esposa Dionisia Buitrago y su hija María Francisca, 1789. AGI, México, 2494. Stangl, Ibídem, p. 322).
Incluimos a continuación algunos de los párrafos de estas cartas que derrochan ternura, añoranza, consejos, recomendaciones -o simple protocolo- para la anhelada reunión familiar.
Así Antonio de Torquemada escribía a Dionisia, su esposa, en los siguientes términos:
Amada esposa mía de mi corazón… por lo que te suplico rendidamente que no desmayes en tan noble empresa y santa resolución de embarcarte con nuestra amada hija… En el anterior correo recibió mi señor amo carta (de difunto) quien le comunicaba que en todo marzo o abril quedábais embarcadas cuya noticia me fue tan plausible que no cabía mi triste corazón en su lugar de contento y te aseguro a la ley de hombre de bien que no he tenido en mi vida noticia más llena de júbilo y alegría… pero la fortuna me ha demorado un poco más en esta dicha y no por eso resfriará mi voluntad ni por todas las contingencias del mundo pues creo firmemente que así nos convendrá y que dios quiere mortificarme pero no desampararme que espero en su misericordia santísima que nos ha de proporcionar todo lo necesario para que logremos esta misión feliz (carta privada de Antonio de Torquemada a su esposa Dionisia Buitrago y su hija María Francisca 1789, AGI, México 2494, Stangel p. 322).
Mientras que Manuel de Vidamia informaba a su esposa Matea de lo siguiente:
Esposa y querida mía: luego que esta recibas te vas aprontando para irte a Cádiz a casa de D. Manuel López Bartolomé a quien escribo en esta flota para que te tenga en su casa y te facilite embarcación, te suministre todo lo necesario hasta que llegues a Veracruz que así lo tengo avisado en dos que te he escrito. En ellas te digo cómo no puedo ir yo por ti que se me origina mucha pérdida dejar esta hacienda en administración y mayormente entre la gente que me hallo que son todos indios. Bien sabe dios lo que siento no ir en persona por ti, pero quedo con el consuelo que vienes segura por la conducta de nuestro paisano D. Manuel (carta privada de Manuel Vidamia a su esposa Matea Fernández 1758. AGI Indiferente General 2019. Stangel p. 70).
Sabedor de la llegada de su esposa, Asensio Altolaguirre informa a su esposa María Josefa que:
Mi estimada esposa: Me ratifica José Ángel (hijo) en su apreciable de 16 de mayo escrita en Olite tu venida en su compañía con los dos sobrinos y sobrina Bárbara Antonia quien te servirá aquí para un todo y más si sabe coser bien. Tú pasarás buena vida en mi compañía porque tengo dos indias viejas que saben cuánto es necesario en una casa… Deseo verte tanto que no eres capaz de considerar los tantos motivos favorables que le resultan a tu prenda que bajara a Veracruz o Jalapa luego que sepa de tu llegada a darte las gracias” (carta privada de Asensio Altolaguirre a su esposa María Josefa Ansorena 1796, AGI México 2497, Stangel p. 62).
El significado de esta carta tiene especial protagonismo ya que hacía veintidós años que José Nogales, su emisor, había marchado a América; de ahí su desespero ante la larga ausencia de su esposa Rosa Nogales a la que suplicaba su viaje en los siguientes términos:
Mi muy estimada esposa y señora de todo mi aprecio. No podré decirte el incomparable placer con que he visto tus deseadas de 11 de febrero de este presente año, pues deseaba sobre toda ponderación lograr esta ventura y cuando pensaba tener el feliz anuncio no solo de tu cabal salud sino de la mejor disposición para emprender el viaje que te facilito todo para el logro de nuestra reunión, veo (sabe Dios con cuan sensible dolor mío y de las personas distinguidas que me estiman y desean mis más prósperas ventajas que temes el mar) y recelas agravarte de los achaques que padeces y te amenazan (…) No niego tu razón, pero debo no obstante hacerte presente que no habrá para mí felicidad que verdaderamente pueda ser feliz sin disfrutarla en tu amable compañía (…) Dios nuestro Sr ha sido servido de proporcionarme con que pasar la vida pero es con el azar que tu no seas partícipe de mi fortuna y esto no puedo verificarlo de otra suerte que abandonando tú los temores que te retraen y haciendo ánimo fuerte de poner de tu parte algo y es solo convenir con mis rendidas súplicas que lleno de amor y afecto te reitero (…) A esta afectuosa pretensión me estimula no solo el amor natural forzoso y obligatorio hacia a ti que fuertemente me arrastra sino también la grave obligación que en conciencia me exige (y no menos a ti) de vivir y morir unidos siendo el cumplimiento todo del matrimonio. Esta necesidad que en conciencia nos constriñe me precisa hacerte nueva instancia y rogarte con el mayor encarecimiento quiere venir a que viviendo y residiendo juntos llenemos el fin para el que la benignidad de la Sta madre iglesia nos unió. (carta privada de José Nogales a su esposa Rosa Nogales 1788, AGI México 2496, Stangel p. 49).
No siempre la reunión era posible; así parecía ser el caso de la carta que Francisco de Celis enviara a Ana Aguilar, su esposa: “Hija de mi corazón… como verás si tú no te quieres o no te determinas venir no te hago fuerza, que yo cumplo con mi obligación y procuraré el cumplirla con ir en otro viaje que se ofrezca, aunque lo padezca por servir a Dios y darte gusto” (carta privada de Francisco de Celis a su esposa Ana de Aguilar 1690, AGI, Contratación 5454. Stangel p. 46).
En conclusión, la correspondencia privada se nos presenta como una fuente-revelación que nos permite unir a los ausentes mostrándonos el lado humano de este flujo migratorio. Como hemos visto en las páginas precedentes, derrochan intimidad, cotidianidad y ternura, aspectos difíciles de detectar en cualquier otro tipo de documentación que el historiador tenga a su alcance. Aportando así un nuevo enfoque a los estudios ya existentes.
Autora: Rosario Márquez Macías
Bibliografía
MACÍAS DOMÍNGUEZ, Isabelo, La llamada del Nuevo Mundo: la emigración española a América (1701-1750), Sevilla, Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 1999.
MÁRQUEZ MACÍAS, Rosario, “Cartas de mujeres emigrantes: nostalgias y recuerdos (siglos XVIII-XIX)”, en CHIVITE DE LEÓN, María José, HERNÁNDEZ PÉREZ, María Beatriz y MONZÓN PERDOMO, María Eugenia (coords.), Frontera y género: en los límites de la multidisciplinariedad. México D. F., Plaza y Valdés, 2011, pp. 171- 185.
MÁRQUEZ MACÍAS, Rosario, La emigración española a América, 1765-1824, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1995.
DE LA PASCUA, María José, Mujeres solas. Historia de amor y de abandono en el mundo hispánico, Málaga, Diputación de Málaga, 1999.
TESTÓN NUÑEZ, Isabel y SÁNCHEZ RUBIO, María Rocío, “Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas”, en Cuadernos de Historia Moderna, 19, pp. 91-119.