Historia léxica en Andalucía
Si la historia de la fonética andaluza está muy trabajada, y la de la gramática, por inexistente, apenas tiene algo que decir, la del vocabulario es mucho más complicada de hacer y de presentar en un panorama global como éste. Para empezar, no es nada fácil decidir en el vocabulario qué es lo andaluz: ¿lo que solo se usa en Andalucía, haya sido siempre, o no, exclusivo de este territorio? ¿lo que parece caracterizar el habla de los andaluces, aunque se use también en otros lugares del mundo hispánico? ¿cualquier voz propia de Andalucía, ignorada o poco usada fuera de aquí, sea cual sea su ámbito de empleo y difusión, incluso si es desconocida para la mayoría de los andaluces? Dado que no se carece de un repertorio fiable y exhaustivo de andalucismos léxicos, hay que reconocer que nos movemos en un terreno particularmente espinoso y movedizo.
Hasta el momento, el conocimiento de la historia del léxico andaluz ha ido del presente al pasado. Delimitados, con mejor o peor fortuna, los vocablos que se consideran andaluces (etiqueta siempre necesitada de revisión), el investigador ha ido a establecer sus orígenes remotos. Y así se ha construido el elenco de mozarabismos, arabismos, dialectalismos hispánicos para esas voces andaluzas. En ello se ha llegado a constataciones interesantes: así, por ejemplo, que el número de voces mozárabes y árabes es particularmente reducido en el ámbito de las tareas rurales, pero mayor en el campo de la alimentación o en el de la construcción. Ello parece sugerirnos interesantes conclusiones acerca de qué es lo que a los castellanos llegados al valle del Guadalquivir les pudo atraer de las gentes que aquí habían vivido (la comida y la casa, básicamente). Pero también se ha llegado a otras comprobaciones que parecían obvias: así, no es de extrañar que en Huelva o Sevilla abunden, hasta cierto punto, voces que provienen de León, Extremadura o Portugal; ni que en Almería o Granada las palabras unan tantas veces a estos territorios con la vecina Murcia, que, además, les sirvió muchas veces de canal por el que entraron palabras de orígenes más lejanos (Aragón o Cataluña, por ejemplo). De todo ello, los libros de dialectología andaluza dan abundantes muestras.
En los casos mencionados, así como en otros donde la etimología nos lleva fuera de Castilla, parece observarse que el vocabulario andaluz viene a ser como un contrapeso conservador, arcaizante, al supuesto revolucionarismo de su fonética. En efecto, no solo muchas de esas voces árabes o regionales ya no se usan en otros ámbitos hispánicos, sino que castellanismos tan castizos como candela u orilla (para el tiempo atmosférico) parece que solo han quedado en Andalucía. Sin embargo, la imagen no es, nuevamente, unilineal: la derivación léxica (fuguillas, capillita o frutear) nos muestra un habla viva, expresiva, rápida en la innovación, aunque no es seguro que en mayor grado que otras (en el campo de la innovación léxica en español, parece que hoy América lleva las de ganar).
Poco más se puede decir de la historia del léxico andaluz. Al fin y al cabo, tampoco es mucho lo que se puede decir, en líneas generales, sobre la historia del léxico español en su conjunto. Tenemos miles de historias de palabras, pero falta una visión global de la historia en su conjunto. Para Andalucía, ni siquiera tenemos lo primero. Falta por hacer un seguimiento histórico de cómo se crearon, se difundieron y se usaron vocablos en Andalucía no usuales en el resto del mundo hispanohablante. Y cómo se fueron haciendo propias de Andalucía voces que antes lo habían sido de todo el español, o, al menos, de otros ámbitos. Para ello, no hay sino volver a los textos, escritos en Andalucía, por andaluces o sobre Andalucía y los andaluces. Y comprobar después las noticias con lo que los estudios generales sobre el léxico español, o los particulares de otras regiones, nos puedan informar. Ardua tarea, ingrata en muchas ocasiones, pero necesaria.