Paper selected and presented at the Biennial of Research in Architecture of the University of Seville, BIAUS 2024
SEVILLE / September 18, 2024.
Abstract
1. Introducción
El ser humano siempre se ha rodeado de lo que ha considerado más beneficioso para su salud. El usuario de una sociedad hiperconectada conoce a la perfección qué es positivo para él, qué alimentos debe o no consumir, qué actividades son mejores para su forma física o qué importancia tienen tanto su estado físico como psicológico. Ocurre lo mismo con los espacios, edificios, materiales, entornos y ciudades donde viven las personas. Con un nuevo activismo, cada día más intenso, los ciudadanos demandan que se eliminen los elementos nocivos de su entorno vital, construcciones o edificaciones, así como los perjuicios derivados de su uso, envejecimiento o mantenimiento. La sociedad actual exige que los ambientes, donde se desarrollan las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria: la casa, la comunidad, los lugares de trabajo o la propia ciudad, sean lo más saludables posibles.
Cuidar el entorno y cuidarse a sí mismo supone un ahorro importante a largo plazo para usuarios, empresas y administraciones, ya que previene y evita que determinados problemas pasen al ámbito hospitalario. Es más rentable invertir en un buen proyecto arquitectónico que incorpore factores saludables en la edificación que resolver, a posteriori, los perjuicios que causa su ausencia. Un diseño orientado hacia la salud de las personas produce importantes beneficios sociales, económicos y ambientales.
La arquitectura, como tercera piel que envuelve y da cobijo al habitar, genera estímulos físicos y cognitivos, tanto en la memoria como en la forma de experimentar y vivir el espacio. Diseñar entornos saludables consiste en indagar, conocer y trabajar con esos estímulos. La arquitectura saludable nace como un nuevo paradigma, que busca promover la presencia de activos que disminuyan los factores de riesgo e incorporar elementos que favorezcan la salud de los usuarios y su bienestar físico y emocional. Se trata de un enfoque que no se centra sólo en resolver problemas patogénicos, sino que su atención se focaliza en atender la influencia fisiológica, cognitiva y emocional que generan los espacios en las personas.
El grupo Healthy Architecture & City de la Universidad de Sevilla trabaja, desde su fundación en el año 2016, en investigar cuáles son las variables ambientales y los estímulos fisiológicos y cognitivos que influyen en el bienestar humano. Sus trabajos se desarrollan en el marco de varios proyectos de investigación I+D+i competitivos, estatales y autonómicos, de los que se obtienen datos y resultados que se aplican en forma de transferencia de conocimiento a las edificaciones. Este trabajo expone cuáles han sido los antecedentes de la arquitectura saludable, su génesis y las diferentes ramas o especialidades que la han conformado. Presenta también un decálogo de puntos a considerar en los proyectos arquitectónicos y termina con cinco principios básicos, que sintetizan y definen en qué consiste la arquitectura saludable.
2. Los paisajes invisibles de la arquitectura
Los problemas de la arquitectura vienen marcados por las circunstancias de su tiempo. En la actualidad, estas dificultades vienen provocadas, entre otras causas, por el cambio climático o la silenciosa revolución digital, acelerada por la reciente aparición de la inteligencia artificial. Para intentar resolver con solvencia esta creciente complejidad es necesario pensar la arquitectura como una indagación sobre sus propios límites o fronteras, más que como una práctica destinada a resolver contingencias. Para ello hay que adoptar una visión global e integradora que trascienda la anécdota del detalle, la resolución de dificultades puntuales o el último requerimiento normativo.
La arquitectura no es una suma de partes, no es un conjunto de soluciones agregadas, ni se construye a partir de reglamentos codificados técnicamente. Resolver la eficiencia energética o diseñar paredes táctiles inteligentes, puede aportar magníficas soluciones, pero por sí solas no levantan un buen edificio, ni definen su habitabilidad, tampoco consiguen que los edificios emocionen y se conviertan en arquitectura. Una de las dificultades del proyecto arquitectónico consiste en integrar adecuadamente todos los problemas, jerarquizar las diferentes respuestas y conseguir que la solución final, tenga el rigor, coherencia y precisión que la sociedad demanda. El valor añadido de un arquitecto es dotar de sentido y significado a lo construido para que emocione y ahí es donde el proyecto alcanza su plenitud e importancia. En la capacidad y calidad del proyecto, para pasar de lo abstracto a lo concreto, es donde radica la facultad de la arquitectura para emocionar y dar sentido a los espacios habitables.
La creciente demanda social de hacer una arquitectura más saludable, inclusiva y sostenible hace imprescindible comprender la naturaleza intrínseca del espacio, no sólo como el interior cualificado de un volumen sino también como sustancia física, química y biológica. La contaminación por monóxido de carbono, la pérdida de la capa de ozono o el aumento de la radiación ultravioleta son algunos de los elementos calificativos que hoy en día pueden usarse para describir el espacio en el que vivimos. Las numerosas radiaciones que hay en el ambiente afectan a los sistemas endocrino y neurovegetativo, provocan síntesis de vitaminas y estimulan la producción de encimas o fermentos. También la emisión de luz, la alternancia entre el día y la noche o las variaciones estacionales en la luminosidad ambiental interfieren en el metabolismo humano, actuando sobre los niveles de glucocorticoides, cortisol o melatonina, entre otras hormonas; todos ellos son factores que afectan al estado de ánimo, ritmos circadianos y al organismo en general.
Por otro lado, la reciente expansión de los sistemas de información y comunicación y, de modo particular, los campos electromagnéticos asociados a dispositivos electrónicos, a los emisores de luz o a las redes inalámbricas, forman en el medio ambiente inesperadas dimensiones artificiales que configuran patrones de un paisaje que es invisible. La creciente digitalización ha provocado la aparición de paradigmas basados en la tecnología, como por ejemplo la active and assisted living (AAL) o vida activa y asistida para personas mayores, un modelo que conllevará que determinadas formas habitacionales acaben adaptándose a ecosistemas plenamente conectados (Quesada-García et al. 2023a).
Si el desarrollo de los gloriosos años veinte del pasado siglo estaba representado por los sistemas de infraestructuras de carreteras y autovías, pasados cien años son las redes invisibles las que están definiendo los nuevos paisajes en construcción. Las recientes autopistas de la información demuestran estar tan presentes y ser tan generadoras de ruido como las vetustas autovías de tráfico rodado.
Mucho más que el hormigón o el acero, el principal material de construcción del espacio que habitamos es el aire; un medio invisible que propaga las ondas, radiaciones o gradientes. En el aire hay una constante emisión de compuestos, gases o energías con partículas ionizadas que modifican y alteran continuamente su contenido. Existen en el aire campos de energía que configuran un nuevo tipo de espacio sin deber de representación. Un espacio no representacional que, sin embargo, existe y actúa estimulando los mecanismos químicos y orgánicos que influyen en el bienestar de las personas. El espacio de estos campos es fluido, etéreo, emanante, radiante sin más límites que el despliegue físico de energía. La intersección en el aire de flujos eléctricos, sonoros, magnéticos o térmicos establece una nueva geografía, vibrante, abstracta, desarraigada, fluctuante. De aquí que el aire sea una materia más a considerar e incorporar en el proyecto arquitectónico.
Sobre la naturaleza fenomenológica de la atmósfera interior de los ambientes reflexionaba, en 1976, J. Navarro Baldeweg en su conocida exposición “Luz y metales” (Fig. 1) (González et al. 1990). Entendiendo el espacio así, éste se vuelve aún más abstracto y el artificio a proyectar es cada día más difícil, porque es invisible. Que una materia, presente en todos los lugares, sea invisible no significa que no pueda ser trabajada y manipulada por medio de variables cuantificables y medibles. Cualquier lugar determinado por una cantidad dada de energía puede ser medido y dibujado a través de las correspondientes emisiones de energía eléctrica, magnética o climática. Son parámetros que se pueden incorporar al proceso de proyecto. El paisaje resultante es la consecuencia de captar o mapear el ambiente a través de los datos producidos por la radiación de esos flujos. Es necesario abrirse a esta inadvertida vertiente del paisaje para poder entenderlo, medirlo o proyectarlo.
De aquí surge una nueva dimensión espacial, una geografía definida por parámetros con diversas magnitudes no métricas que, no obstante, delimitan entornos y que, irremediablemente, alteran y afectan al metabolismo humano. El paisaje contemporáneo ya no se forma por la transformación de diferentes formas de materia o por su estructura geométrica. El lugar ya no es una designación formal del territorio y no está ligado a su naturaleza visible, como han demostrado Herzog & de Meuron en varias de sus obras y proyectos (Quesada-García 2018).
Esa es la cartografía de los nuevos paisajes contemporáneos. Paisajes que son lugares desterritorializados, que suscitan una redefinición del cuerpo y de su metabolismo, porque establecen una profunda relación orgánica, un vínculo fisiológico entre cuerpo humano y ambientes. El espacio se define en ellos como un estimulador sensorial, físico y cognitivo de las personas, además de una condición natural, sociológica y cultural que interfiere de forma importante en las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria.
3. Nuevos paisajes, nuevas formas de proyectar
La arquitectura actúa de manera activa en la corporeidad del aire y del cuerpo humano, sin intermediarios, como una fuerza de campo; como el fuego de una hoguera que, al ser liberado, despliega la conquista del espacio y pone en marcha diversas fuentes de energía, como el calor, la luz o longitudes de onda, que son necesarias e imprescindibles para el equilibrio del metabolismo de las personas (Décosterd y Rahm 2002). El lugar habitable se convierte de esta manera en un entorno modificado y modificable, un campo sin límites precisos en el que el cuerpo humano entra y en el que sus órganos establecen una relación fisiológica. Frente a los límites del espacio, la arquitectura deja su estricto sentido formal para entrar en campos de acción determinados por esos flujos energéticos.
Esta línea de investigación ha sido explorada, durante los últimos veinte años, por varios equipos de arquitectos, tanto europeos como americanos. Generalmente han sido experimentaciones y ensayos presentados en instalaciones montadas en muestras, bienales y exposiciones. Los autores del High Line de Nueva York, Diller Scofidio + Renfro (DS+R), indagan en el proyecto Blur realizado con ocasión de la Exposición Nacional Suiza de 2002, cómo la construcción de una atmósfera artificial puede incentivar el uso de los sentidos (Fig. 2). Más tarde, en Venecia durante 2008, hacen un montaje experimental, basado en realidad virtual, en el que analizan las sensaciones que se producen al estar encerrado en una celda que se modifica en función del delito que se haya cometido. Sus indagaciones continúan con el montaje de Unspoken, presentado en 2016 en la 3ª Bienal de Estambul, donde estudian el proceso de ruborización de las personas cuando pasan por un recinto diseñado a propósito para producir esa emoción (Diller Scofidio + Renfro 2024).
Paralelamente a esas experimentaciones, los arquitectos suizos Décosterd y Rahm, proponen el novedoso concepto de Physiological Architecture, basado en el principio de que los fenómenos que sostienen la vida están constantemente determinados por condiciones físico-químicas que, en función de su presencia, ausencia o intensidad, constituyen algunas de las principales causas que influyen en el habitar y bienestar del ser humano (Décosterd y Rahm 2002).
Este estudio suizo es conocido por sus trabajos experimentales sobre la dimensión intangible o invisible de la arquitectura en instalaciones y montajes en salas de arte. Primero en los Arteplage de la Expo 01 de Suiza, en las playas del lago de Neuchâtel, y después en el MoMA de San Francisco. A sus instalaciones las llaman significativamente: Melatonin Room, Hormonarium o Paysages électromagnétiques (Fig. 3). En ellas, indagan la influencia sobre el ser humano de diferentes estímulos que son generados en espacios y entornos concretos. En el montaje Digestible Gulf Stream realizado en 2008, P. Rahm imita los principios físicos de la corriente del Golfo para crear un espacio habitable basado en un clima natural con condiciones atmosféricas cambiantes, liberándolo así de las sofisticadas y caras soluciones técnicas de los acondicionamientos artificiales (Rahm 2023).
En las experimentaciones antes descritas, la composición ya no se basa en una oposición de elementos heterogéneos dispuestos como figura y fondo, forma y superficie, espacio lleno y vacío, entendidos como componentes visuales. Los mecanismos compositivos se liberan de uno de los métodos tradicionales de la arquitectura, que consiste en darle forma al espacio a través del diseño de sus superficies y volúmenes. De estas experiencias cabe extraer que el proyecto arquitectónico toma conciencia de la necesidad de trabajar activamente con el ambiente en el que se encuentra inmerso el cuerpo humano, utilizando para ello parámetros diferentes a la dimensión, la proporción, la función o la forma.
Frente a una arquitectura enfocada únicamente en una respuesta visual, la comprensión del espacio se afronta en estos ejemplos desde una dimensión fenomenológica, sensible a los estímulos cognitivos, sensoriales, neurológicos o incluso químicos de los seres humanos. La comprensión de los mecanismos físico-químicos, que gobiernan las estructuras y ambientes, supone un cambio en la forma de pensar y entender el espacio y, por consiguiente, en las maneras de proyectar el entorno habitable para hacerlo más saludable e inclusivo.
Con este planteamiento, el proyecto arquitectónico no dirige su atención sólo a lo compositivo, sino que se centra en conseguir una adecuada recepción cognitiva y fisiológica del espacio por parte del sujeto que lo habita. Trabaja, por ejemplo, con el aire como materia, con su peso, densidad y características físico-químicas. La finalidad del proyecto es provocar un cambio en las relaciones físico-neurológicas entre el cuerpo humano y el medio ambiente para mejorar, de forma natural, el confort y el bienestar dentro de los entornos habitables. Se trata de actuar sobre la calidad del aire, no como actuación técnica destinada a corregir aspectos patológicos o insalubres de los edificios, sino como un acto arquitectónico realizado sobre la materia prima de la arquitectura que es el espacio, considerándolo ahora como un activo para la salud (Quesada-García et al. 2023b).
Desde este punto de vista, el proyecto supera las formas convencionales de representación, analógica, poética, estética o retórica, para utilizar otros mecanismos orgánicos de relación entre ambiente y organismo. Para hacer arquitectura, los edificios se pueden proyectar recurriendo no sólo a medios semánticos, culturales o plásticos, sino usando también parámetros alternativos que controlan los estímulos existentes entre espacio y cuerpo. El resultado es un espacio con una información que se recibe de inmediato por todos los sentidos, no sólo por la vista, y que actúa sobre el metabolismo corporal mejorando las condiciones del confort, bienestar y habitabilidad. Como consecuencia, el ambiente se convierte en un elemento eficaz para estimular física, sensorial y emocionalmente a las personas; lo que, en el caso que veremos a continuación, puede llegar a ser muy útil.
4. Proyectar para la ausencia de memoria
Somos memoria. En los procesos fisiológicos y cognitivos del ser humano, la memoria es lo que lo construye como un sujeto racional, libre y consciente. La memoria es necesaria para que el individuo pueda definir su identidad y su propio medio. La memoria produce intensas interferencias sobre la arquitectura y las ciudades, tanto la memoria personal como la colectiva. La primera genera tantos paisajes como personas. La segunda es la que cada sociedad, como sujeto histórico, ha desarrollado sobre su propia cultura como depósito de mitos, tradiciones e innovaciones, que interpreta dándoles significado. Es una memoria transmitida de manera social que está constantemente cambiando y que establece una relación simbólica entre el sujeto y el medio en el que habita (Quesada-García 2007).
Mantiene el psiquiatra C. Castilla del Pino que un organismo es sujeto cuando adquiere una identidad diferenciada. Esta singularidad se logra con la biografía o la historia, es decir, a partir de una serie de contextos o situaciones de las cuales el sujeto fue participe, miembro y co-constructor. Para ser sujeto se requiere un contexto en el que sea factible construirse o darse por construido. Este contexto es el grupo social sustentado en los parámetros de la cultura, entendiendo como tal la identidad de una sociedad. La función de la memoria es la conservación de la identidad. La memoria no sólo sirve para que sepamos quiénes somos sino para que los demás sepan quiénes somos para ellos (Castilla 2010).
La memoria se comprende con el estudio de su opuesto, desde el olvido. Además, agrega J. L. Borges, la memoria elige lo que olvida (Castilla 2010: 34). Por eficiencia y economía de la mente es necesario olvidar, por lo que nos queda por vivir y por nuestro compromiso con el presente. El olvido puede ser voluntariamente provocado o involuntariamente destruido. Cuando es almacenado o estratificado está disponible para ser utilizado de nuevo cuando interese, en el presente o en el futuro. Si el dato ha sido borrado o arrasado aparece el olvido por destrucción, verdadera negación del recuerdo.
Cuando se diluye el poderoso aglomerante de la memoria, como les ocurre a las personas afectadas por la enfermedad del olvido, como la llamó A. Alzheimer, la arquitectura de los recuerdos se derrumba. Esas personas recuerdan hechos, lugares o personas que los han emocionado a lo largo de su vida, vivencias que los han construido como sujetos. Se recuerda aquello que emociona. Pero el recuerdo no posee argumentación, no es una narración que pueda ser evocada por una línea secuencial: el recuerdo nos presenta lo vivido como fragmentos de situaciones e imágenes inconexas no ordenadas temporalmente a las que les falta un relato, un contexto y, por tanto, carecen de significación, de identidad.
En esa secuencia mental, el tiempo interfiere como elemento distorsionador o fragmentador en la interpretación de la realidad. El tiempo es una condición inseparable de la memoria y también es un material del proyecto arquitectónico, vinculado siempre a la especulación del futuro desde el presente. Esa relación que se establece con la realidad, a través del tiempo y la memoria, se transmite al proceso del proyecto e interviene en el trabajo arquitectónico.
Si la arquitectura es el arte de crear las mejores condiciones de vida para los seres humanos construyendo, por medio de la técnica, espacios que emocionan y, por otro lado, las emociones son los recuerdos que perviven aislados en las personas cuya memoria está siendo arrasada:
¿cómo proyectar para la ausencia de memoria?
La respuesta es sencilla: produciendo arquitectura. La arquitectura es memoria.
La relación entre arquitectura y memoria está siendo abordada y estudiada, desde el año 2016, por el grupo Healthy Architecture & City (HAC), dentro de su línea de investigación «proyectar para la ausencia de memoria». Los trabajos se están desarrollando en el marco de varios proyectos de investigación I+D+i. Uno de ellos, el proyecto DETER [i], tiene como finalidad determinar las variables espaciales, ambientales y arquitectónicas que influyen la vida diaria del paciente con enfermedad de alzhéimer. El proyecto ALZARQ tiene como objetivo validar cuantitativamente dichas variables. La visión que guía a ambos proyectos y, en general, las labores investigadoras del grupo HAC, es que las soluciones dirigidas a una población concreta con necesidades específicas son, a medio plazo, extrapolables al conjunto de la sociedad, debido al confort y bienestar que conlleva su aplicación en todas las personas (Fig. 4).
Producir arquitectura es una tarea ardua, abstracta y nada fácil de alcanzar. Los elementos necesarios para proyectar un espacio arquitectónico son, entre otros, la orientación, la luz, el color o la temperatura. Son factores espaciales que también son, en gran medida, abstractos. Pero si nos centramos en investigar los deseos y necesidades de un colectivo de personas con requisitos específicos, quizá podremos encontrar algunas pistas y senderos interesantes a recorrer. Los hallazgos y soluciones concretas a las que se llegan hacen evidente la importancia de algunos factores sobre otros. Esto permite jerarquizar y concretar cómo usar esos elementos según las circunstancias. Si diseñamos espacios arquitectónicos que tienen la capacidad de establecer reminiscencias con personas cuyo vínculo con la memoria está roto, podremos comprender mejor cuáles son algunos de los mecanismos cognitivos con los que trabaja la memoria. La investigación sobre las condiciones concretas de este grupo poblacional nos señala posibles caminos para hacer una mejor arquitectura.
Los resultados de los proyectos de investigación han demostrado cómo, para este colectivo de personas con pérdida de memoria, las soluciones más eficaces pasan por utilizar, en el proyecto arquitectónico, parámetros relacionados con la fisiología humana –orientación, iluminación, confort climático, estimulación sensorial– y no tanto con mecanismos semánticos –función, forma, geometría–. Adoptar esos parámetros en los proyectos permite diseñar espacios que pueden ser adaptados y adaptables a las cambiantes necesidades fisiológicas, físicas o cognitivas de estos habitantes. En línea con las experiencias de Diller, Scofidio + Renfro y el equipo de Rahm y Décosterd, el grupo HAC ha diseñado con realidad virtual un prototipo de vivienda, que funciona como un eficaz estimulador sensorial para personas que han perdido la memoria semántica y que no recuerdan, por ejemplo, qué significan las palabras baño o dormitorio y, por tanto, no encuentran esas estancias (Lozano-Gómez et al. 2024).
Se abre un insospechado e innovador campo de investigación arquitectónica que enlaza con la narrativa y planteamientos teóricos expuestos en esta contribución. Enfocando el proceso de diseño desde el punto de vista descrito, el proyecto arquitectónico se aleja de componentes meramente formales, visuales o semánticos y le reconoce al espacio su corporeidad y su influencia, más allá de intervenciones métricas y compositivas. La arquitectura resultante deviene en algo más que una tercera piel, envolvente inerte de un vacío, y pasa a ser un entorno estimulador, sensorial, cognitivo y emocional. Un espacio cambiante, mutable, que reacciona y es capaz de adaptarse a situaciones diversas en función de las necesidades fisiológicas o cognitivas de las personas, lo que permite una mayor flexibilidad y personalización espacial. Este es el reto que plantea el camino que estamos recorriendo y que seguimos explorando con pasión e ilusión.
5. Bibliografía
Castilla del Pino, Carlos. 2010. La meditación del habitante. Córdoba: Vimcorsa.
Décosterd, Jean-Gilles y Rahm, Phillippe. 2002. Physiological Architecture. Basilea: Birkhäuser.
Diller, Elisabeth y Scofidio, Ricardo. 2002. Blur: the making of nothing. New York: Harry N. Abrams.
Diller Scofidio + Renfro (DS+R). 2024. “project.” Consultado el 10 de mayo de 2024. https://dsrny.com/project/does-the-punishment y https://dsrny.com/project/unspoken-1
Gomá Lanzón, Javier. 2016. Filosofía mundana. Microensayos reunidos. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
González García, Ángel, Lahuerta, Juan José y Navarro Baldeweg, Juan. 1990. Juan Navarro Baldeweg: opere e progetti. Milano: Electa.
Lozano-Gómez, María, Valero-Flores, Pablo J. y Quesada-García, Santiago. 2024. “Diseño de entornos saludables para una Vida Activa y Asistida: el modelo AAL desde una visión arquitectónica.” En Actas del III Congreso Intersectorial de Envejecimiento y Dependencia. Málaga: Paraninfo Digital. Monográficos de investigación en salud.
Quesada-García, Santiago. 2007. “La memoria del paisaje.” Aldaba 22: 97-107.
Quesada-García, Santiago. 2018. “Herzog & de Meuron o la (renovada) mimesis de la naturaleza.” RA: Revista de Arquitectura 20: 118-129. https://doi.org/10.15581/014.20.118-129
Quesada-García, Santiago, Valero-Flores, Pablo J., y Lozano-Gómez, María. 2023a. “Active and Assisted Living, a Practice for the Ageing Population and People with Cognitive Disabilities: An Architectural Perspective.” International Journal of Environmental Research and Public Health 20 (10): 5886. https://doi.org/10.3390/ijerph20105886
Quesada-García, Santiago, Valero-Flores, Pablo J., y Lozano-Gómez, María. 2023b. “Towards a Healthy Architecture: A New Paradigm in the Design and Construction of Buildings.” Buildings 13 (8): 2001. https://doi.org/10.3390/buildings13082001
Rahm, Phillippe. 2023. Climatic architecture. Barcelona: Actar.
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[i] El acrónimo del proyecto DETER es un homenaje Auguste Deter, primera persona diagnosticada de la enfermedad del olvido por el doctor Alöis Alzheimer en 1903.
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Santiago Quesada-García. Dr. Arquitecto e Investigador Responsable
Pablo J. Valero-Flores. Dr. Arquitecto e Investigador
María Lozano-Gómez. Arquitecto e Investigador
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* Este trabajo ha sido posible gracias a la financiación obtenida en el proyecto de I+D+i US-1381654, financiado por la Universidad de Sevilla, el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) y la Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades de la Junta de Andalucía, dentro del Programa Operativo FEDER 2014-2020.
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