206. HIPACIA

206. HIPACIA

Fue una filósofa neoplatónica nacida en Alejandría a comienzos del siglo IV. Se sabe que adquirió formación especializada en el campo de la matemática y la astronomía en el seno del hogar familiar, pues su padre Teón fue uno de los matemáticos más afamados del momento. Su competencia en las matemáticas quedó reflejada en sus comentarios a tres de las grandes obras del mundo antiguo: La aritmética de Diofanto, Las cónicas de Apolonio y la Sintaxis matemática de Ptolomeo, el tratado astronómico más importante hasta la llegada de Copérnico. Con sus comentarios ofrecía a los estudiantes versiones accesibles y actualizadas de las grandes obras científicas. 

Alexandria

La intervención de Hipacia no se limitó a una simple labor de edición, sino que introdujo propuestas que revelan su brillantez como científica. En el caso de la obra ptolemaica procede a una actualización de las tablas astronómicas y propone un nuevo cálculo de la órbita solar: el año sótico (365 días 6 horas y varios minutos). El interés de Hipacia por la ciencia no es ajeno a su labor en el ámbito de la filosofía. Como neoplatónica de la Escuela Alejandrina ofrecía a sus discípulos una instrucción bien distinta de la desarrollada en la Academia Ateniense (orientada sobre todo a la teúrgia), y dirigida al conocimiento de las disciplinas científicas como el adiestramiento más adecuado para alcanzar la unión con la divinidad. Impartía magisterio en foros públicos como cualquier otro colega de la escuela alejandrina y contó entre sus alumnos a jóvenes de las elites de las principales ciudades del Mediterráneo oriental. La enseñanza impartida por Hipacia no precisó de cooperación alguna de ningún filósofo, sino que la ejerció en igualdad de condiciones que el resto de sus compañeros de escuela, y cuenta con un grupo de discípulos que mantuvieron una relación de respeto, admiración y afecto por su maestra lo que explica también que su influencia en los circuitos intelectuales primero y después en los políticos (nutridos por antiguos alumnos suyos) fuera enorme y desconocida para el resto de las filósofas. Su magisterio y auctoritas trasciende los límites de la domus, para alcanzar espacios de proyección pública, y su influencia social incluso política fue sin duda enorme, hasta el punto de que su presencia fue percibida por el patriarca de la ciudad Cirilo, como amenazadora.

No resulta extraño que el retrato que las fuentes cristianas hacen de ella fuera negativo y así se la presenta como una maga capaz de doblegar con filtros amorosos la voluntad del prefecto Orestes, cristiano, para explicar su influencia en los asuntos municipales. Su macabro asesinato a manos cristianas durante la Pascua del año 415, arrastrada por un carro, desollada y descuartizada en pedazos que fueron luego incinerados en cada uno de los barrios de la ciudad, fue considerado símbolo de la violencia del conflicto religioso, pero lo cierto es que, tras su muerte, paganos y cristianos siguieron conviviendo durante más de un siglo. Hipacia fue más bien víctima de un conflicto de intereses políticos y con su asesinato se pretendía eliminar el símbolo de la alianza entre paganos, judíos y cristianos, contraria a los intereses del patriarca.

Clelia Martínez Maza

Universidad de Málaga

Elbert Hubbard (1908). Hipacia en Los pequeños viajes de Homes de los grandes maestros, v. 23.

Fuentes principales

Damascio, Vida de Isidoro.

Juan de Nikiû, Crónicas, 84-87.

Sinesio de Cirene, Cartas, 16.

Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica, 7.

Selección bibliográfica

Martínez Maza, C., Hipatia (Madrid 2009). 

Martínez Maza, C., “Hipatia: la auctoritas de una científica como amenaza”, en Fuente, M.ª R., Ruiz Franco, R. (eds.), Mujeres peligrosas (Madrid 2019) 55-76.

Martínez Maza, C., “Hypatia’s heterodox Scientific Teaching”, en Coronel Ramos, M.A. (ed.), Overarching Greek Trends in European Philosophy (Amsterdam 2021) 223-250.

Watts, E. J., Hypatia. The Life and Legend of an Ancient Philosopher (Oxford 2017).

205. CECILIA LOLIANA

205. CECILIA LOLIANA

Cecina Loliana fue una matrona que vivió a comienzos del s. IV. Perteneció a una de las familias más prestigiosas de la aristocracia senatorial romana cuyos orígenes pueden rastrearse hasta comienzos del principado. Su marido, Gayo Ceyonio Rufio Volusiano Lampadio, ocupó los cargos de pretor bajo Constantino, prefecto de la Galia bajo Constancio y finalmente prefecto urbano en Roma en el 365-366. Como otras familias paganas, tanto Volusiano como su esposa hicieron gala de sus inclinaciones religiosas en dedicaciones donde muestran una especial predilección por las divinidades mistéricas de Isis, Cibeles y Atis, convertidas en el más inmediato competidor del cristianismo en este momento. 

Roma

Esta predilección por las devociones mistéricas hizo que Cecina Loliana se convirtiera en sacerdotisa isíaca, uno de los escasos puestos de la jerarquía del culto egipcio al que podían tener acceso las mujeres. Tuvo cuatro hijos varones y dos hijas. Los primeros perpetuaron los cultos tradicionales profesados por sus padres, ocupando cargos sacerdotales vinculados a los misterios, aunque dos de ellos tuvieron esposas cristianas. Estas uniones mixtas son reflejo de una sociedad cambiante y revelan la libertad de elección religiosa que poseían las mujeres, y, con ello, la coexistencia pacífica en el seno del hogar de credos distintos. Esa devoción cristiana femenina se debe, sobre todo, a la reducida intervención de la esposa en la transmisión del patrimonio religioso de la familia y siempre que quedara garantizado que los hijos varones mantuvieran el credo familiar. Sus dos hijas también mostraron su filiación pagana en la devoción a los cultos mistéricos. 

El compromiso de esta familia con el paganismo fue el resultado de la desaparición de la financiación proporcionada por el aparato estatal para dichos cultos, dependiendo estos del patrocinio particular de las élites. Fueron estos los únicos con medios suficientes para asumir los gastos derivados de las prácticas rituales y el mantenimiento de los lugares sagrados. Al mismo tiempo, la familia hizo de estos cultos mistéricos un símbolo de su pertenencia al grupo senatorial. La asunción del cuidado de tales cultos se convierte en una forma de defender el estatus socioeconómico en un periodo en el que la influencia del cristianismo era cada vez mayor.

Clelia Martínez Maza

Universidad de Málaga

Arca dedicada a Cecilia Loliana. Siglo V. Roma.

Fuentes principales

CIL VI, 512.

Selección bibliográfica

Cameron, A., The Last Pagan of Rome (Oxford 2010).

Chastagnol, A., “Le senateur Volusien et la conversion d’une famille du Bas-Empire”, REA 58 (1956) 241-253.

Martínez Maza, C., “Devotas mistéricas en la Roma tardoimperial”, Aevum 77 (2003) 53-68.

Salzman, M.R., Sághy, M., Lizzi-Testa, R., Pagans and Christians in Late Antique Rome:  Conflict, Competition and Coexistence in Late Antique Rome (Cambridge 2015).

204. SUSANA

204. SUSANA

Susana fue una diaconisa que nació a finales del siglo III en Palestina. Su padre Artemios era pagano y su madre, Marta, judía. Susana se hizo cristiana y su compromiso religioso fue tan fuerte que abrazó el ascetismo. En una práctica habitual entre las ascetas, se deshizo de todos sus bienes, liberó a sus esclavos y asumió una identidad travestida para, como monje, ingresar en un monasterio de Jerusalén. Contamos con otros casos de santas travestidas que hacen del cambio de indumentaria un primer peldaño en el camino de la perfección espiritual que le permitiría alcanzar a Dios. 

Eleuteropolis

El descubrimiento del verdadero sexo de la devota suele producirse tras su fallecimiento, al preparar al cadáver para su sepultura o como, en este caso, en un episodio en el que se duda de la moralidad de la protagonista. Susana como miembro de la comunidad jerosolimitana fue acusada de seducir a una monja enamorada de él/ella. En ese momento, Susana solicitó al obispo Cleofás de Eleuterópolis que convocara a dos diaconisas y dos vírgenes consagradas, con objeto de revelar su verdadero sexo ante ellas. Llama la atención el número de testigos que precisa. Las dos diaconisas presentes pudieron formar parte de la iglesia de Cleofás mientras que las dos vírgenes no estaban ordenadas y tenían por lo tanto el mismo estatus que Susana. Cuando las testigos llegaron, entraron todas en el diaconicón y allí se desnudó ante sus hermanas para mostrar que era mujer de nacimiento y virgen como ellas. Allí también les confesó que, para salvar su alma, había tomado los hábitos de un monje y cambió su nombre a Juan, aunque su nombre real era el de Susana. Entonces, las lágrimas y gritos de las testigos fueron tales que alertaron al obispo, el resto de los monjes y los lacios que acudieron veloces ante el temor de que hubiera sucedido algo improcedente. Allí, las cuatro testigos reprodujeron la confesión de Susana y confirmaron su condición de mujer, alabaron su fe, su modestia y castidad. 

Sin embargo, los hasta entonces compañeros de monasterio, no conformes con el resultado, se lanzaron a apedrear al que consideraban falso asceta y el obispo entonces la tomó bajo su protección, la llevó a Eleuterópolis y la nombró superiora del monasterio de las vírgenes, ordenándola además diaconisa. En este, como en otros casos, podemos comprobar que la dirección de un monasterio femenino no exigía la ordenación al diaconado y también que, las diaconisas podían formar parte de una comunidad monástica sin asumir las tareas de dirección. Ejemplos como el de Susana permiten comprobar la vitalidad del diaconado femenino en Oriente, el único cargo dentro de la jerarquía eclesiástica al que tenían acceso las mujeres. Comportaba una ordenación ante el obispo y un conjunto de responsabilidades eclesiásticas siempre orientadas al cuidado exclusivo de las devotas de la congregación.  Murió en prisión y por lo tanto como confesora (dando testimonio de su fe, aunque sin llegar a morir bajo suplicio como los mártires) durante el gobierno del emperador Juliano.

Clelia Martínez Maza

Universidad de Málaga

Fresco de Santa Susana "la Diaconisa". Procedencia desconocida.

Fuentes principales

Hechos de los santos, 46.151- 60.

Selección bibliográfica

Madigan, K., Osiek, C., Ordained Women in the Early Church. A Documentary History (Baltimore 2005).

Torres, J., “Mulieres diaconissae. Ejemplos paradigmáticos en la Iglesia oriental de los ss. IV-V”, Diakonía, Diaconiae, Diaconato. Semantica e Storia nei Padri della Chiesa, Studia Ephemeridis Augustinianum 117 (Roma 2010) 625-638.

Wijngaards, J., No Women in Holy Orders? The Women Deacons of the Early Church (Norwich 2002).

203. LUCILA

203. LUCILA

Lucila fue una poderosa mujer que vivió a finales del siglo III y principios del siglo IV. Según las fuentes, ejerció un papel decisivo en el cisma donatista. Los datos que se poseen sobre ella son escasos y aparecen en algunas obras relacionadas con la cuestión donatista, como el Tratado contra los donatistas de Optato de Milevi, (Mila, actual Argelia), los tratados de Agustín de Hipona Contra Crescentiano y Contra Petiliano, y en su epístola 43. En los primeros años del siglo IV la admiración de los cristianos africanos por sus mártires se convirtió en un culto exagerado, contraviniendo incluso las normas de las autoridades eclesiásticas. Mensurio, obispo de Cartago, criticó tales manifestaciones de piedad, al igual que su archidiácono Ceciliano, que se granjeó así el odio de Lucila. 

Milevi

Esta tenía la costumbre de besar el hueso de un mártir antes de recibir la eucaristía y Ceciliano la reprendió públicamente por esa actitud, provocando en ella la ira y su enemistad. Cuando Mensurio murió, le sucedió Ceciliano, con la fuerte oposición de un grupo de eclesiásticos que ambicionaban el puesto. El líder de ese movimiento sedicioso fue Donato, que daría nombre al cisma donatista, y contó con el inestimable apoyo y el abundante oro de Lucila, que no estaba dispuesta a soportar la disciplina eclesiástica, decidió no permanecer en comunión con la Iglesia. Después compró e instigó a muchos obispos en contra de Ceciliano, hasta conseguir que los donatistas declararan nula su consagración en un sínodo celebrado en Cartago y que eligieran en su lugar a Mayorino, su servidor y candidato favorito.

Juana Torres

Universidad de Cantabria

Sir Lawrence Alma-Tadema (1871). La carta del ausente. Colección privada.

Fuentes principales

Agustín de Hipona, Contra Crescentiano, 22. 27; Contra Petiliano, 1.106; Epístolas, 43.47.57.58.60. 61.70.108.109.110.111.112.120.

Optato de Milevi, Tratado contra los donatistas, 1.15.

Selección bibliográfica

Duval, Y., Loca sanctorum Africae. Le culte des martyrs en Afrique du IVe au VIIe siècle, t. II (Paris 1982).

De Veer, A.C., “Le rôle de Lucilla dans l’origine du schisme africain”, Bibliothéque Augustinienne 31 (Paris 1968) 799-202.

Labrousse, M., Optat de Milève, Traité contre les donatistes, 2 vols., SCh 412 (Paris 1995, 1996).

Wisniewski, R., “Lucilla and the Bone. Remarks on an Early Testimony to the Cult of Relics, JLA 4 (2011) 157-161.

202. EULALIA

202. EULALIA

Sabemos de Eulalia de Mérida gracias a Aurelio Prudencio Clemente, noble ciudadano de origen hispano, que escribió el Peristephanon o Libro de las Coronas hacia el año 405 y que en su capítulo tercero recogía el Himno a Eulalia, debatiéndose entre los especialistas tanto sus posibles fuentes como su autenticidad histórica. La celebración de la festividad en su ciudad natal acaece el diez de diciembre, y, originariamente, tuvo como fundamento el presunto martirio de Eulalia, cuyo nombre significa “la que habla bien”, en época de Diocleciano (284-305). En el caso que nos ocupa el poema de Prudencio nos remite a una passio, y por esta y otras razones histórico-jurídicas ha sido cuestionado respecto de la autenticidad de su contenido, si bien su culto se difundió en Hispania a partir del siglo IV, y en opinión de algunos especialistas, se desdobló en el siglo VII dando lugar al de Eulalia de Barcelona. 

Emerita Augusta

El poema inicia presentando a una joven virgen, de noble familia, nacida en Mérida, que tenía doce años. Se la describe como una adolescente virtuosa, modesta, recatada y sencilla, que no gustaba de joyas y oropeles. El poema afirma que su padre la llevó al campo para evitar su persecución en aplicación, probablemente, del cuarto edicto de Diocleciano, hecho que no consiguió. La valerosa muchacha, amparándose en la oscuridad de la noche, huyó sin que la viera nadie, logrando a la mañana siguiente llegar a la ciudad y personarse voluntariamente ante el tribunal.  Según Prudencio, Eulalia tomó la iniciativa ante el magistrado realizando un acto de provocación pisoteando a los ídolos y despreciando las imágenes demoníacas. A la vista de la obcecación de la joven virgen fue sometida a las más crueles torturas y finalmente falleció. La lectura del himno nos permite hablar de un escrito concebido como un elogio sin límites, en el que se nos da cuenta de la fortaleza de Eulalia para hacer frente a los interrogatorios, las torturas, el enfrentamiento con el magistrado, la defensa de la fe y, finalmente, el martirio heroico.

Rosa Mentxaka

Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Cripta de la basílica de Santa Eulalia. Siglo V, Mérida.

Foto cedida por el Consorcio Ciudad Monumental de Mérida.

Fuentes principales

Prudencio, Libro de las coronas, Canto 3.

Selección bibliográfica

Mentxaka, R., “Reflexiones histórico-jurídicas sobre el martirio de Eulalia de Mérida”, Seminarios Complutenses de Derecho Romano, 33 (2020) 141-178. 

Mentxaka, R, “Eulalia de Mérida, ¿mártir dioclecianea?”, Cuena Boy, F. (ed.), Jornadas romanísticas internacionales INTER-AMICOS: Cultura jurídica romana y comunicación al Presente. Análisis históricos y jurídicos (Miranda de Ebro 2021) 81-86.

Mentxaka, R, “Elucubraciones acerca del escrito de Prudencio sobre el martirio de Santa Eulalia de Mérida”, Valmaña, A., Bravo, M.ªJ., Rodríguez, R., (eds.), Mujeres de la Hispania Romana. Una mirada al Patrimonio (Madrid 2021) 343-350.

San Bernardino, J., “Eulalia emeritam suam amore colit: consideraciones en torno a la fiabilidad de un testimonio prudenciano (PE. 3.186-215)”, Habis 27 (1996) 205-223.

VV.AA., Eulalia de Mérida y su figura histórica. Actas del Congreso del XVII centenario del Martirio de Eulalia Mérida, 2004 (Sevilla 2006). 

201. FLAVIA MÁXIMA FAUSTA

201. FLAVIA MÁXIMA FAUSTA

Flavia Máxima Fausta fue una matrona romana perteneciente, por matrimonio, a la dinastía Constantiniana. Era la hija del emperador Maximiano Hercúleo, que gobernó como Augusto junto a Diocleciano entre los años 286 y 305, y de Eutropia, mujer de origen sirio. A su vez, Fausta era la hermana menor del emperador Majencio, que gobernó sobre Italia y el Norte de África. La infancia de Fausta permanece ignota debido a la parquedad de las fuentes literarias hasta el año 307. Su padre, la prometió en matrimonio con Constantino I para sellar una alianza política. Este tuvo que repudiar a su primera esposa, Minervina, con la que había tenido ya un hijo, Flavio Julio Crispo.

Constantinopolis

 De este nuevo matrimonio, Fausta dio a luz a cinco hijos: los futuros emperadores Constantino II, Constancio II, Constante I, y las princesas Constantina y Elena. En el año 310, el suegro de Constantino I planeó una conjura para deponer a su yerno. Para ello, pretendió involucrar a su hija Fausta como colaboradora. Sin embargo, esta lo delató revelándole la conjura a su marido. Maximiano fue ajusticiado por su yerno. En el 324, Fausta fue proclamada Augusta junto con Elena, la madre de Constantino. Sin embargo, dos años más tarde, en el 326, Fausta sería condenada a muerte por su esposo poco después de la ejecución de su primogénito, Crispo. Existen diversas versiones sobre el motivo de la acusación a Fausta. En unas se dice que Fausta habría sido despechada por Crispo y, en venganza, le acusó de intentar propasarse con ella. Otra versión señala que Fausta fue la autora intelectual de un complot para librarse de un posible rival de sus hijos en la sucesión imperial. Una tercera versión señala que los dos amantes conspiraban una traición contra el emperador, quien los descubriría y mandaría ejecutar. Constantino I aplicó una damnatio memoriae sobre su esposa e hijo.

Daniel León Ardoy

Universidad de Sevilla

Retrato de Fausta, esposa del emperador Constantino I. Siglo IV. Museo del Louvre, París.

Fuentes principales

Filostorgio, Historia eclesiástica, 2.4.

Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 30.

Zonaras, Epítome de Historia, 13.2.38-41.

Zósimo, Nueva historia, 2.10.5-7, 11, 29.

Selección bibliográfica

Burckhardt, J., The Age of Constantine the Great (London 1949).

Drijvers, J.W., “Flavia Maxima Fausta: Some Remarks”, Historia 41 (1992) 500-506.

Temporini-Gräfin, H. (ed.), Die Kaiserinnen Roms: Von Livia bis Theodora (München 2002).  

Varner, E.R., “Portraits, Plots, and Politics: Damnatio Memoriae and the Images of Imperial Women”, MAAR 46 (2001) 41-93.

200. GALERIA VALERIA

200. GALERIA VALERIA

Galeria Valeria fue la hija del emperador Diocleciano y de su esposa Prisca. En el 293 contrajo matrimonio con Galerio, quien, posteriormente, sería nombrado César y sucesor de Diocleciano. Este matrimonio tendría como objetivo el fortalecimiento de los lazos familiares entre los componentes de la Tetrarquía, el nuevo sistema político instaurado por Diocleciano. Para ello, Galerio tuvo que divorciarse de Valeria Maximila, su primera esposa. A pesar de que tanto su padre como su marido llevaron a cabo persecuciones contra los cristianos, Galeria Valeria mostró sus simpatías hacia esa religión. Lactancio nos informa que ella era cristiana, aunque fue obligada a realizar sacrificios en honor a los dioses romanos durante la gran persecución que promovió Diocleciano en el 303. 

Salonica

El matimonio formado por Galerio y Valeria no tuvo descendencia, pero sabemos que ella acogió a Candidiano, el hijo ilegítimo de Galerio, como si fuera su propio vástago. Posteriormente, Diocleciano se retiró y dejó el poder en el 305, por lo que el marido de Valeria se convirtió en Augusto. A partir de ese momento, ella recibió el título honorífico de Augusta y se le concedió el epíteto de mater castrorum, privilegios que solían tener algunas de las consortes de los emperadores romanos. Además, su retrato aparece en las monedas que fueron acuñadas durante el mandato de Galerio. 

En el 311 falleció Galerio, provocando un duro golpe en su vida. Tuvo que huir del emperador Licinio que se había apropiado de las provincias que había gobernado su difunto esposo, junto con su hijastro y su madre. El heredero de Galerio, Maximino Daya, intentó obligarla a casarse con él cuando ella aún guardaba luto por Galerio. Daya planificó este casamiento con el fin de legitimar su gobierno vinculándose con Diocleciano, pero ella lo rechazó. Lactancio escribió sobre los argumentos que Valeria expuso para no aceptar la propuesta de Daya. El autor la presenta como un modelo de virtudes que rechaza al nuevo gobernante porque había pasado poco tiempo de la muerte de su esposo, ya que supondría el repudio de la fiel esposa de Daya y porque se consideraba que una fémina de su rango no debía volver a casarse de nuevo. 

Esa decisión tuvo serias consecuencias para Valeria, ya que sus bienes fueron confiscados, se ordenó la ejecución de varias de sus amigas y ella fue desterrada a Siria junto con su madre. A través de mensajeros secretos, consiguió informar de su situación a su padre, Diocleciano. Este último intentó que le fuera entregada su hija, pero sus peticiones no fueron atendidas. Tras la victoria de Licinio frente a Maximino, el primero ordenó la detención y la ejecución de Valeria, aunque pudo escapar de él disfrazada de plebeya y esconderse durante más de un año. Sin embargo, al final fue capturada en el 315 y asesinada por orden de Licinio. Ella y su madre fueron decapitadas y sus cuerpos arrojados al mar. También Candidiano, su hijastro, murió asesinado por Licinio.  

Francisco Cidoncha Redondo

Escuela Universitaria “Francisco Maldonado” de Osuna (Sevilla)

Denario dedicado a Galeria Valeria. Anverso: busto de Galeria Valeria. Leyenda: GAL. VALERIA AUG. Reverso: representación estante de la diosa Venus. Leyenda: VENERE VICTRICI. Siglo IV. RIC VI 41 Serdica mint. Grade: F/AVF.

Fuentes principales

Amiano Marcelino, Historias, 15. 

Aurelio Víctor, Libro de los césares, 9.11.

Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 9.22.

CIL III, 13661 = ILS 8932. 

Selección bibliográfica

Bleckmann, B., “Valeria”, DNP 12-1 (2002) 1088-1089. 

Casella, M., “Il ruolo di Galeria Valeria nelle dinamiche della politica tetrarchica”, Klio 102-1 (2020) 236-272. 

Clauss, M., “Die Frauen der diokletianisch-konstantinischen Zeit”, en Temporini-Gräfin Vitzthum, H. (ed.), Die Kaiserinnen Roms. Von Livia bis Theodora (München 2002) 340-369. 

199. AURELIA VERNILA

199. AURELIA VERNILA

Conocemos a Aurelia Vernila por la inscripción de un sarcófago de un monumento funerario familiar erigido durante el siglo III o inicios del IV, en una necrópolis de Salona, capital de la provincia de Dalmacia (Croacia).

Tres son los integrantes del grupo familiar: Aurelia Vernila, que indica su condición de plumbaria, y que dispuso la erección del mausoleo para ella, su marido Aurelio Lucio y su hija Aurelia Estercoria, añadiendo una cláusula con una multa de cien mil denarios para quien enterrase otros cuerpos en la tumba. 

Salona

Vernila era propietaria de un taller de fontanería. Aunque en ocasiones el término plumbarius puede referirse al obrero especializado que fabrica e instala las cañerías de abastecimiento. En este, como en muchos otros casos, estamos ante la dueña y gestora de una officina que procesaba el plomo para el suministro hidráulico. No se estima que su marido fuera también plumbarius porque, en ese caso, se habría puesto el oficio en plural. Da la impresión de que aquí, frente a la norma usual, es ella la que dirige el taller y no su marido.

La industria del plomo, como la del ladrillo, es un campo privilegiado para visibilizar la presencia femenina en la gestión de negocios y en ciertos niveles de la economía romana. De las inscripciones que recuerdan los trabajos de una persona, menos del 15% está referido a mujeres. Un cierto número de mujeres figuran en los sellos sobre cañerías de plomo en Roma y en Ostia indicando su papel como gestoras en los talleres para la fabricación de fistulae, representando apenas una décima parte de los 300 plumbarii conocidos. Se las encuentra tanto en talleres que trabajan para la casa imperial como para una clientela privada de la élite. Aparte de las plumbariae documentadas en Roma, se conocen muy pocas en otros lugares del Imperio.

La excepcionalidad de la mención del oficio de plumbaria, su originalidad y rareza en la expresión epigráfica, marcaron la posición social de Vernila en su comunidad, individualizándola y visibilizándola, reforzando su prestigio como mujer de negocios entre los sectores medios. Mediante la práctica de su oficio se ha construido una identidad profesional, ubicándose en un nivel superior entre los miembros de la plebe urbana. El caso de Vernila constituye así un ejemplo de autonomía y libertad de acción poco frecuente en la dimensión del trabajo femenino.

Salvador Ordóñez Agulla

Universidad de Sevilla

Ruinas de la antigua ciudad de Salona en actual Croacia.

Fuentes principales

CIL III 2117 = EDH 63051.

Selección bibliográfica

Becker, H., “Roman Women in the Urban Economy. Occupations, Social Connections and Gendered exclusions”, en Turfa, J., Budin, S. (eds.), Women in Antiquity. Real Women Across the Ancient World (London 2016) 915-931.

Bruun, C., The Water Supply of Ancient Rome. A Study of Roman Imperial Administration (Helsinki 1991).

Hemelrijk, E.A., Women and Society in the Roman World: A Sourcebook of Inscriptions from the Roman West (New York 2020).

Ivanisevic, D., Epitaphic Culture and Social History in Late Antique Salona (ca. 250 – 600 C. E.) (Budapest 2016).

Raepsaet-Charlier, M.-Th., “Un aspect de la visibilité des femmes romaines: les métiers féminins d’après l’épigraphie latine”, en Pavón, P., Conditio feminae. Imágenes de la realidad femenina en el mundo romano (Roma 2021) 231-265.

198. ELENA

198. ELENA

A mediados del siglo III, posiblemente en Depranum, Bitinia, nació Elena, que pasaría a la posteridad como Santa Elena de Constantinopla. Es muy poco lo que se conoce sobre su origen y condición, aunque parece ser que Elena no pertenecía a una familia pudiente. En algún momento, también incierto, se casaría con Constancio Cloro, futuro emperador de Roma, naciendo de esa unión Constantino. El matrimonio no duraría demasiado, pues en su meteórica carrera, Constancio se divorció de Elena para casarse con Teodora, hija del augusto Maximiano. Elena no volvió a contraer nupcias y tampoco aparece más información sobre ella hasta el ascenso de su hijo al poder, con quien debió mantener una relación muy cercana.

Constantinopolis

Dentro de la corte de Constantino, Elena se convirtió en una parte muy importante de la misma. Fue nombrada Augusta por su hijo, que le otorgó total libertad de acción y medios, lo que la convirtió de facto en una de las mujeres más poderosas del Imperio. Su vida, no obstante, está muy ligada al ámbito del cristianismo, apoyando la decisión de Constantino de conceder la libertad de culto a los cristianos. Concretamente, a Elena se la asocia con obras de caridad y construcción de iglesias, pero también por la búsqueda y recopilación de numerosas reliquias cristianas, viajando por todo el oriente romano en busca de estas. Aun así, estos relatos están a medio camino entre la fe y la realidad, por lo que los hechos que de ella se relatan están llenos de sucesos extraordinarios, recopilados por unas fuentes de claro componente teológico.

Entre los episodios más conocidos se encuentra el hallazgo de la cruz donde crucificaron a Cristo. Según el relato, Elena dudaba sobre cuál de las cruces encontradas era la de Jesús, pues junto a esta se habían encontrado dos más, supuestamente correspondientes a los malhechores que lo acompañaron. Elena mandó entonces buscar a una persona moribunda, una mujer, para que tocase las tres cruces. Al palpar las dos primeras no ocurrió nada, pero con la tercera la mujer se curó, siendo esta la prueba de haber encontrado la cruz verdadera, “la Vera Cruz”. 

A pesar de sus humildes orígenes, Elena de Constantinopla consiguió convertirse en una de las mujeres más poderosas de la época, ligada siempre a la figura de su hijo. Su labor piadosa y dedicada a la investigación para encontrar reliquias cristianas le valió su posterior santificación, convirtiéndose en figura de culto del cristianismo. En cierto modo, este fue su gran triunfo, pues es recordada y venerada en la actualidad, a la manera de las antiguas augustas divinizadas, aunque cambiando la clásica apoteosis por el concepto de la santidad.

Antonio Fajardo Alonso

Universidad de Sevilla

Paolo Caliari llamado el Veronese (1580). Visión de Santa Elena. Museos Vaticanos, Roma.

Fuentes principales

Ambrosio de Milán, Sobre la muerte de Teodosio.

Amiano Marcelino, Historias, 15.

Eusebio de Cesarea, Sobre las alabanzas de Constantino, 3.25-43; 51-54.

Paulino de Nola, Cartas, 31.4.

Selección bibliográfica

Breubaker, L., “Memories of Helena: patterns in imperial female matronage in the fourth and fifth centuries”, en James, L., Women, Men and Eunuchs, Gender in Byzantium. (London – New York 1997) 52-75.

Consolino, F.E., “Helena Augusta: from Innkeeper to Empress”, en Fraschetti, A., Roman Woman (Chicago 2001) 141-159.

Drijvers, J.W., “Helena Augusta: Exemplary Christian Empress”, Studia Patristica 24 (1993) 85-90.

Drijvers, J.W., Helena Augusta: The Mother of Constantine the Great and The Legend of Her Finding of the True Cross (New York 1992).

197. JUSTA

197. JUSTA

Justa fue la mayor de dos hermanas hispalenses nacidas a finales del siglo III, ella en 268 y Rufina en 270, que profesaron la fe cristiana por cuya causa sufrieron el martirio bajo el reinado de Diocleciano. Los pocos datos sobre su vida proceden del llamado Martirologio jeronimiano (s. VI) y del Pasionario hispánico (s. VII). Estas obras contienen relatos de martirios y pasiones de santos venerados por la Iglesia que se escribieron con la finalidad de proporcionar modelos cristianos ejemplificadores para un público ávido de lecturas edificantes cristianas. La pasión de Justa y de su hermana Rufina, contenida en el Pasionario hispánico, fue escrita a partir de una versión concisa, datable entre finales del siglo III o principios del IV, próxima a los acontecimientos que acabaron con las vidas de ambas, enmarcados en un contexto político imperial de persecuciones del cristianismo.

Hispalis

Según la pasión de Justa y Rufina, estas eran jóvenes que se dedicaban a la alfarería y a practicar su fe cristiana que no ocultaron en una ocasión cuando se negaron a realizar cultos en honor a la diosa siria Salambó que procesionaba por las calles hispalenses durante sus festividades del 17, 18 y 19 de julio. Accedieron a la entrega de donativos para los necesitados, pero no a rendir culto a una divinidad pagana como pretendían sus devotos. Ante esta negativa, estos arremetieron contra las vasijas de las alfareras y ellas reaccionaron destruyendo la imagen de la diosa ante el pavor de los asistentes. Por ese motivo fueron encarceladas y torturadas hasta la muerte, sin que ellas manifestaran ningún síntoma de arrepentimiento, sino una profunda reafirmación y confianza en su fe cristiana. Justa fue la primera en morir, al no resistir las inclemencias de la cárcel. Luego le siguió Rufina, ejecutada en prisión por medio de la fractura de cuello. Sus cadáveres fueron quemados y arrojados a un pozo. Sus restos fueron recogidos por el obispo Sabino quien les dio santa sepultura. 

Aunque lleno de elementos verosímiles, pero también de otros más propios de los aderezos narrativos de este tipo de relatos, lo cierto es que la pasión de Justa y de su hermana Rufina muestra la existencia de una arraigada comunidad cristiana en la ciudad de Hispalis, dentro de un ambiente politeísta, que resistió la política de persecuciones de los emperadores romanos. La devoción popular hispalense posterior a los acontecimientos y durante los siglos siguientes acrecentó la veneración a las mártires, siguiendo el culto a los santos patronos de las comunidades urbanas que proliferaron por el suelo hispano y por el resto de las ciudades del Imperio romano hasta la actualidad.

Pilar Pavón

Universidad de Sevilla

Bartolomé Esteban Murillo (1666). Santas Justa y Rufina. Museo de Bellas Artes de Sevilla, Sevilla.

Fuentes principales

Martirologio jeronimiano.

Pasionario hispánico, 10.

Selección bibliográfica

Castillo Maldonado, P., Los mártires hispanorromanos y su culto en la Hispania de la Antigüedad tardía (Granada 1999).

Gil, J., “Los comienzos del cristianismo en Sevilla”, en Sánchez Herrero, J. (coord.), Historia de las diócesis españolas. Sevilla, Huelva, Jérez, Cádiz y Ceuta (Madrid – Córdoba 2002) 5-58.

Pavón, P., “Murillo y la Antigüedad hispalense: las Santas Patronas Justa y Rufina”, en Palomero Páramo, J.M. (coord.), Murillo y Sevilla (1618-2018). Conferencias en la Facultad de Geografía e Historia (Sevilla 2018) 277-290.

Sotomayor, M., La Iglesia en la España romana y visigoda (siglos I-VIII). García Villoslada, R. (coord.) Historia de la Iglesia en España I (Madrid 1979).