198. ELENA

198. ELENA

A mediados del siglo III, posiblemente en Depranum, Bitinia, nació Elena, que pasaría a la posteridad como Santa Elena de Constantinopla. Es muy poco lo que se conoce sobre su origen y condición, aunque parece ser que Elena no pertenecía a una familia pudiente. En algún momento, también incierto, se casaría con Constancio Cloro, futuro emperador de Roma, naciendo de esa unión Constantino. El matrimonio no duraría demasiado, pues en su meteórica carrera, Constancio se divorció de Elena para casarse con Teodora, hija del augusto Maximiano. Elena no volvió a contraer nupcias y tampoco aparece más información sobre ella hasta el ascenso de su hijo al poder, con quien debió mantener una relación muy cercana.

Constantinopolis

Dentro de la corte de Constantino, Elena se convirtió en una parte muy importante de la misma. Fue nombrada Augusta por su hijo, que le otorgó total libertad de acción y medios, lo que la convirtió de facto en una de las mujeres más poderosas del Imperio. Su vida, no obstante, está muy ligada al ámbito del cristianismo, apoyando la decisión de Constantino de conceder la libertad de culto a los cristianos. Concretamente, a Elena se la asocia con obras de caridad y construcción de iglesias, pero también por la búsqueda y recopilación de numerosas reliquias cristianas, viajando por todo el oriente romano en busca de estas. Aun así, estos relatos están a medio camino entre la fe y la realidad, por lo que los hechos que de ella se relatan están llenos de sucesos extraordinarios, recopilados por unas fuentes de claro componente teológico.

Entre los episodios más conocidos se encuentra el hallazgo de la cruz donde crucificaron a Cristo. Según el relato, Elena dudaba sobre cuál de las cruces encontradas era la de Jesús, pues junto a esta se habían encontrado dos más, supuestamente correspondientes a los malhechores que lo acompañaron. Elena mandó entonces buscar a una persona moribunda, una mujer, para que tocase las tres cruces. Al palpar las dos primeras no ocurrió nada, pero con la tercera la mujer se curó, siendo esta la prueba de haber encontrado la cruz verdadera, “la Vera Cruz”. 

A pesar de sus humildes orígenes, Elena de Constantinopla consiguió convertirse en una de las mujeres más poderosas de la época, ligada siempre a la figura de su hijo. Su labor piadosa y dedicada a la investigación para encontrar reliquias cristianas le valió su posterior santificación, convirtiéndose en figura de culto del cristianismo. En cierto modo, este fue su gran triunfo, pues es recordada y venerada en la actualidad, a la manera de las antiguas augustas divinizadas, aunque cambiando la clásica apoteosis por el concepto de la santidad.

Antonio Fajardo Alonso

Universidad de Sevilla

Paolo Caliari llamado el Veronese (1580). Visión de Santa Elena. Museos Vaticanos, Roma.

Fuentes principales

Ambrosio de Milán, Sobre la muerte de Teodosio.

Amiano Marcelino, Historias, 15.

Eusebio de Cesarea, Sobre las alabanzas de Constantino, 3.25-43; 51-54.

Paulino de Nola, Cartas, 31.4.

Selección bibliográfica

Breubaker, L., “Memories of Helena: patterns in imperial female matronage in the fourth and fifth centuries”, en James, L., Women, Men and Eunuchs, Gender in Byzantium. (London – New York 1997) 52-75.

Consolino, F.E., “Helena Augusta: from Innkeeper to Empress”, en Fraschetti, A., Roman Woman (Chicago 2001) 141-159.

Drijvers, J.W., “Helena Augusta: Exemplary Christian Empress”, Studia Patristica 24 (1993) 85-90.

Drijvers, J.W., Helena Augusta: The Mother of Constantine the Great and The Legend of Her Finding of the True Cross (New York 1992).

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