216. SARA
Sara fue una asceta que vivió durante sesenta años en una celda del desierto egipcio de Esceté, o, según algunas fuentes, en el de Pelusio durante el siglo IV. Practicó el celibato, ayuno y oración con el objetivo de lograr la perfección espiritual a través de la anacoresis. Recibió el apelativo de “amma” o madre, al igual que los ascetas varones que vivían en el desierto recibían el de “appa”, en virtud de esa sabiduría espiritual fruto de la soledad de su retiro en un entorno hostil. Esa sabiduría fue recogida en la obra Dichos de los padres.
La narración de la vida de Sara siguió los tópicos de la literatura hagiográfica del periodo. Perteneció a una familia de elevada posición, sintiendo desde muy temprana edad una particular predilección por la vida anacoreta.
Pelusium
Aunque la práctica ascética femenina más habitual era la realizada en el seno del hogar familiar, dentro del entorno urbano, Sara decidió continuar su recorrido ascético en el seno de una comunidad monástica. De esta forma vivió trece años y, como era habitual entre los ascetas, renunció a todas sus riquezas, con la venta de todos sus bienes y el compromiso con una vida de pobreza y oración, culminada finalmente en la soledad y el silencio del desierto. La fama de su santidad hizo que muchos devotos acudieran al desierto para conocerla.
El desierto cobra protagonismo en la construcción literaria de Sara como espacio de barbarie, que servía de acicate para forjar la virtud propia sin el amparo que podía ofrecerle la comunidad cristiana de la ciudad o del monasterio. Sara, tuvo que enfrentarse no solo a la severidad de la ascesis y de la vida en un medio tan extremo, sino también a las críticas por su condición de mujer y a las burlas lanzadas por los monjes que acudían a verla. Estos veían con rechazo la presencia de mujeres en celdas próximas, pues hacían aún más presente y cercana la tentación de la carne. Pero tampoco a ellas les debió de resultar nada fácil y Sara alude en sus escritos a la tentación de la fornicación y al auxilio proporcionado por Cristo durante trece años de dura lucha por evitarla.
Para poder permanecer en este entorno hostil, Sara tuvo que aceptar los patrones masculinos e imitarlos hasta el punto de hacer invisible su feminidad. Sara manifiesta haberse convertido en un monje perfecto, superando los límites del cuerpo y de la sexualidad. Su excelencia espiritual se expresa así a través de un comportamiento masculino, y su capacidad de superar tentaciones servía de modelo y acicate para otras devotas y monjes, que se esforzaban por perfeccionar su espíritu, al comprobar que, a pesar de su debilidad connatural, una mujer como Sara lograba vencer al demonio y cumplir con el rigor de las prescripciones ascéticas con una entereza superior a la de sus compañeros varones.
Clelia Martínez Maza
Universidad de Málaga
Frescos del Monasterio de los Sirios en Wadi Natrum. Desierto de Esceté, Egipto.
Fuentes principales
Los Apotegmas de los Padres del Desierto.
Selección bibliográfica
Albarrán Martínez, M.ªJ., Prosopographia asceticarum aegyptiarum (Madrid 2010).
Albarrán Martínez, M.ªJ., Ascetismo y monasterios femeninos en el Egipto tardoantiguo. Estudio de papiros y ostraca griegos y coptos (Barcelona 2011).
Burton-Christie, D., La Palabra en el desierto. La Escritura y la búsqueda de la santidad en el antiguo monaquismo primitivo (Madrid 2007).
Mortari, L. Vida y dichos de los Padres del desierto (Bilbao 1996).