“El humor es la capacidad de reírse del mundo mirándose uno mismo al espejo”.
Periodista especializado en el dibujo satírico, Vázquez de Sola encarna la idea de la persona como encrucijada, haciendo de la carcajada el puente que le permite recorrer el camino de ida y vuelta entre el padre, “de orden”, y la madre, “de izquierda”; el exilio en Francia y la vuelta a España, al Sur, Andalucía; el periodismo y la pintura; el reconocimiento de su tierra, a la cual concibe como “su madre”, y el olvido por parte de ésta. “Elegí periodismo porque soy amante de la verdad. Busco la verdad allí donde esté. Dudo de todo. La duda, la duda… Esa es la mayor virtud que se puede tener. Y actuar en conciencia, sin considerar a quién cause perjuicio”. Este modo de proceder le lleva a concebir su oficio como una práctica del disenso en favor de la justicia.
© Las manos del dibujante delatan una trayectoria vital colmada de experiencias. JAIME CINCA (El Salto Andalucía)
No se reconoce como “antifranquista”, a pesar de que tuviera que urdir un plan para huir a Francia en 1959: “soy republicano comunista, partidario de una sociedad sin clases y pacífica, donde todo el mundo tenga la posibilidad de ser feliz”. E insiste en la idea de que su trabajo no es un modo de lucha contra nadie, sino que trabaja “en positivo” con la finalidad de mostrar lo que está pasando. Esta es la principal razón por la cual: “a quienes más admiro en este mundo no es ni a los filósofos ni a los artistas, sino a los maestros. Ante un maestro de escuela, me pongo de rodillas. […] Dentro de mi modestia, ignorancia y mediocridad, si puedo enseñar algo, doy mi vida por ello”. Y luego: “¡Que la gente elija, si quiere gozar o no! […] Hacer y dar a conocer a la gente la cultura, para mí es felicidad”.
“... a quienes más admiro en este mundo no es ni a los filósofos ni a los artistas, sino a los maestros. Ante un maestro de escuela, me pongo de rodillas. [...] Dentro de mi modestia, ignorancia y mediocridad, si puedo enseñar algo, doy mi vida por ello”.
En 2014 recibió la Medalla de Andalucía y la aceptó porque, simbólicamente, pensó que sería “el único beso que voy a recibir de mi madre”. Entre su primer libro, La Triste vie d’un homme triste (1968), y el último: La verdadera historia del Gayumbo milagroso (2020), Andrés dice haber cambiado tanto que no reconoce ciertas partes de sí mismo, como sus ojos. Con estilo kafkiano, admite creer tener “ojos de bicho”. La trascendencia del momento se torna en risas compartidas, al acabar recitando los versos de una copla: “Yo no soy aquel quien era, ni quien debía de ser. Yo soy un mueblecito viejo, arrimaíto a la pared”. La carcajada emerge de entre las palabras, haciendo posible que el cuerpo desautorice al pensamiento. Porque Andrés es primero acción y sentimiento, y segundo pensamiento.