80. JUNIA CALVINA

80. JUNIA CALVINA

Era hija de Marco Junio Silano Torcuato y de Emilia Lépida, la hija de Julia la Menor, nieta de Julia la Mayor y bisnieta de Augusto. Así pues, Junia Calvina era tataranieta y descendiente directa del primer Princeps. Era una mujer muy hermosa y provocativa, según Tácito y Séneca, que la definen como la mujer más deliciosa de su tiempo. Su hermano Lucio Junio Silano Torcuato había sido prometido a Octavia, hija del emperador Claudio nacida de su matrimonio con Mesalina.

 

Roma

Tras la muerte de ésta, el emperador decidió casarse con su sobrina Agripina la Menor, lo que trajo la ruina de ambos hermanos en el año 49.  Aquella quería casar a su hijo Nerón con Octavia, así que el compromiso entre esta y Lucio Junio se deshizo. Agripina acusó a Junia Calvina y a su hermano de mantener relaciones incestuosas, de modo que Silano perdió su dignidad senatorial. El día de la boda entre Nerón y Octavia, Silano se suicidó y su hermana fue desterrada de Italia hasta que Nerón le permitió regresar tras la muerte de su madre Agripina. 

José Carlos Saquete

Universidad de Sevilla

Ettore Forti (1890 aprox.). La alcoba. Colección privada.

Fuentes principales

Séneca, Apocolocintosis, 8.

Suetonio, Vida de los doce césares, Vespasiano, 23.

Tácito, Anales, 12.4.8.1.

Selección bibliográfica

La Bédoyère, G. de, Domina. Las mujeres que construyeron la Roma Imperial (Barcelona 2019).

 

79. EMILIA LÉPIDA

79. EMILIA LÉPIDA

Fue una matrona que vivió entre los años 3 a. C. y el 43 d. C. Pertenecía a la dinastía Julio-Claudia, pues era hija del cónsul Lucio Emilio Paulo y Julia la Menor, nieta del emperador Augusto. Aunque se conserva poca información sobre su vida, se sabe que siendo muy joven estuvo comprometida con el emperador Claudio.

Sin embargo, al descubrirse que sus padres formaban parte del grupo de opositores al emperador se rompió el acuerdo y este enlace matrimonial nunca tuvo lugar. Además, sus progenitores sufrieron las penas correspondientes: Julia la Menor fue condenada al exilio, acusada en el año 8 de adulterio, y su padre fue ajusticiado al conspirar contra Augusto. 

 

Roma

Lépida se casó con Marco Junio Silano Torcuato, miembro de la familia de los Junios Silanos. Del matrimonio nacieron cinco hijos, descendientes directos por línea materna del emperador Augusto, a saber: Marco Junio Silano, Junia Calvina, Décimo Junio Silano Torcuato, Lucio Junio Silano y Junia Lépida. Emilia Lépida consiguió escapar de los infortunios del destino viviendo una vida serena con su esposo y ocupándose de la crianza de sus hijos. A todos ellos se les auguraba una prometedora carrera en el ámbito político. No se conocen las causas de su muerte. Tampoco vivió lo suficiente como para ver la desgracia que se cernía sobre su descendencia, quienes sufrieron las consecuencias de una etapa convulsa protagonizada por Nerón y Agripina. 

Patricia Téllez Francisco

Universidad de Sevilla

Ettore Forti (1890 aprox.). Palacio romano. Colección privada.

Fuentes principales

Dion Casio, Historia romana, 59.

Suetonio, Vida de los doce césares, Calígula, 24-36. 

Tácito, Anales, 14.2.

Selección bibliográfica

Devillers, O., Hurlet, F., “La portée des impostures dans les Annales de Tacite : la légitimé impériale à l’ouevre”, en Giua, M.A., Ripensando Tacito (e Ronald Syme). Storia e storiografia, Memorie e atti di convengi, 41 (Firenze 2006).

Fasolini, D., Aggiornamento bibliografico ed epigrafico ragionato sull’imperatore Claudio (Milano 2006).

78. JULIA, hija de Druso el Menor

78. JULIA, hija de Druso el Menor

Julia fue la hija de Druso el Menor y su mujer, Claudia Livia, más conocida como Livila. Era la mayor de los tres vástagos del matrimonio. Sus hermanos menores fueron gemelos, lo que otorgó gran estima a sus padres tanto dentro del entorno familiar como en Roma, pues los embarazos múltiples eran poco frecuentes y se consideraban una bendición. Sobre ella tenemos poca información. La primera mención que hacen las fuentes a su figura hace alusión a un momento trascendente en la vida de toda fémina romana, su matrimonio. Su primer marido, pues luego quedó viuda y se volvió a casar, fue Nerón César, uno de los hijos de Germánico y Agripina la Mayor. 

 

Roma

Sin embargo, su matrimonio con Nerón César finalizó con la muerte de éste que fue condenado por Tiberio. También fue un hecho relevante en la vida de Julia la muerte de su padre, Druso, quien habría sido asesinado por su esposa y su amante Sejano. Livila fue condenada por ello. Por tanto, su familia volvía a estar implicada en acusaciones que desembocaban en condenas a muerte. Pero, tras los escandalosos hechos, Julia volvió a contraer matrimonio, en esta ocasión con el orador Rubelio Blando, miembro de una familia modesta. Por ello, estos esponsales no fueron del agrado de Roma, posiblemente al ver cómo una julio-claudia que había estado casada con uno de los candidatos a ocupar el trono imperial, emparentaba con una familia de menor rango.

Además de estos datos, poco más se sabe de la figura de esta mujer hasta su final. Como si de una paradoja se tratase, también su propia muerte se enmarca en una conspiración, en este caso, urdida por Mesalina, la esposa de Claudio. No conocemos los detalles de su muerte porque el relato de Tácito está perdido en esta parte. En conclusión, la vida de esta mujer estuvo marcada por la tragedia, materializada en varias conspiraciones en las que se vio envuelta tanto su familia como ella misma. Su biografía, que deja poca información, muestra a una matrona del momento cuya principal forma de intervenir en la vida pública era el matrimonio y los hijos.

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Ettore Forti (aprox. 1890). Dentro de villa romana. Colección privada.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 2.84.

Suetonio, Vida de los doce Césares, Tiberio, 61.

Selección bibliográfica

Bellemore, J., “The Wife of Sejanus”, ZPE 109 (1995)255-266.

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “Mujeres de Germánico: visibles y marginadas según la historiografía altoimperial”, en González Fernández, J., Bermejo Meléndez, J. (eds.), Germanicus Caesar. Entre la Historia y la leyenda (Huelva 2021) 79-98. 

77. APICATA

77. APICATA

Sobre Apicata las fuentes aportan poca información. Su nombre queda relegado a un segundo plano, pero cobra relevancia en un determinado momento de su vida cuando descubre una conspiración en el seno de la familia imperial Julio-Claudia. Apicata fue la primera esposa de Sejano, el prefecto del pretorio de Tiberio que alcanzó gran relevancia en el círculo más próximo al emperador hasta que fue ajusticiado en el año 31. El ascenso de su carrera fue fulgurante hasta llegar a detentar el poder cuando el emperador se retiró a la isla de Capri, pero ese ascenso no estuvo exento de deslealtades y conjuras en contra de sus adversarios políticos.

Entre ellos se encontraba Druso el Menor, el hijo de Tiberio, cuya muerte se saldó con la del pretoriano, pero también con la de Apicata. 

 

Roma

Con la muerte de Germánico en el año 19, Sejano vio despejado su camino hacia el poder, pero aún quedaba un rival fuerte, Druso el Menor. Según las fuentes, Sejano entabló una relación con Claudia Livia Julia Livila, la mujer de aquel.  Para ello, rompió su unión con Apicata, quien le había dado tres hijos, demostrando así que sus intenciones de casarse con Livila eran ciertas. Desvelada la conspiración, Sejano fue ajusticiado por orden de Tiberio. La condena del prefecto del pretorio se saldó también con la muerte de sus hijos, motivando la acción de Apicata. Ésta, ante la muerte de sus vástagos, decidió acabar con su vida, pero, previamente al suicido, escribió una carta al emperador en la que revelaba la verdad de los hechos. En ella acusó a Livila como inductora del asesinato de su marido. 

Como se ha mencionado anteriormente, la información sobre Apicata es muy limitada. Sin embargo, su figura es determinante en un momento clave de la historia de la familia Julio-Claudia. Su actuación permitió sacar a la luz la naturaleza de un complot que se saldó con la muerte de uno de los miembros de la familia a manos de su propia esposa y la condena de ésta última. Apicata se muestra como una mujer resignada que acepta la separación de su marido sin tomar medidas en su contra – ya entonces podría haber mencionado la relación que lo unía a Livila-, pero como una madre abnegada que sólo ante la muerte de sus hijos decide mostrar la verdad de los acontecimientos. 

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

John William Waterhouse (1873). Desaparecido pero no olvidado. Colección privada.

Fuentes principales

Dion Casio, Historia romana, 58.11.

Suetonio, Vida de los doce césares, Tiberio, 55.

Tácito, Anales, 4.3.11.

Selección bibliográfica

Bellemore, J., “The Wife of Sejanus”, ZPE 109 (1995) 255-266.

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Kokkinos, N., Antonia Augusta: Portrait of a Great Roman Lady (London 2002). 

76. SOSIA GALA

76. SOSIA GALA

Sosia fue una mujer romana del siglo I. Su madurez transcurrió durante el reinado de Tiberio, pues se vio involucrada en algunas intrigas palaciegas que acabaron con su destierro. Sobre su vida conocemos pocos detalles, sólo que su marido fue Gayo Silio, amigo y compañero de Germánico.  La amistad que unió a ambos se reflejó en sus esposas, por lo que Sosia Gala frecuentaba la casa de Agripina la Mayor. Y fueron precisamente esos lazos los que condujeron a Sosia a la desgracia, pues con la muerte de Germánico se inauguraron una serie de complots que supusieron las condenas de su familia y amigos. 

 

Roma

Las consecuencias no se hicieron esperar y dieron comienzo unos procesos de acusaciones y condenas infundadas en contra del círculo de Germánico y Agripina. Uno de los encausados fue Gayo Silio, al que se acusaba de haber desoído órdenes y haberse enriquecido durante la guerra mediante el cobro de impuestos que revertía en sus propias riquezas. Silio, ante tales acusaciones en el Senado acabó con su vida. El proceso abierto contra su marido tuvo lógicas consecuencias en Sosia Gala, pues también ella fue acusada de cómplice. La condena sobre ella, en cambio, fue el destierro. De esta forma, se dejaba sola a Agripina, pues se apartaba de ella a uno de sus apoyos. 

La condena de Gala también implicaba la pérdida de sus bienes, sin embargo, la decisión de qué se haría con ellos fue causa de una discusión entre los senadores. Asinio Galo, quien propuso el exilio, era partidario de entregar una parte de la riqueza a los hijos del matrimonio y de subastar el resto. Pero, otra facción de la cámara apostaba por legar tres cuartas partes a los descendientes y repartir el cuarto restante entre los acusadores. Sea como fuere, Sosia Gala se vio privada de ellos. Ella es otro exponente de los riesgos que implicaba la vida cerca del poder. Las intrigas entre las diferentes facciones en pos del mismo se saldaban con la victoria de unos, pero con la consecuente derrota de otros. Sosia es el ejemplo de la suerte que corrían quienes se encontraban entre los segundos. La vida de Sosia muestra como el sino de una esposa estaba estrechamente vinculado al del marido. Por tanto, la caída en desgracia de uno repercutía en la otra.

El caso de Gala ilustra la relevancia de la figura femenina en las altas esferas de la sociedad romana, pues si fue acusada de cómplice se debió a dos posibles motivos: que se consideraba que tenía algún tipo de influencia y podría resultar una amenaza o que fuera un castigo ejemplarizante para advertir a otros. En cualquier caso, si hubiese sido invisible, su nombre no habría estado dentro de aquella causa ni en las fuentes ni en estas páginas. 

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Ettore Forti (1890 aprox.). Detalle de una canción de amor pompeyana. Colección privada.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 4.19.

Selección bibliográfica

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).  

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “Mujeres de Germánico: visibles y marginadas según la historiografía altoimperial”, en González Fernández, J., Bermejo Meléndez, J. (eds.), Germanicus Caesar. Entre la Historia y la leyenda (Huelva 2021) 79-98. 

Meléndez, J. (eds.), Germanicus Caesar. Entre la historia y la leyenda (Huelva 2021) 79-98. 

75. CLAUDIA PULCRA

75. CLAUDIA PULCRA

Claudia Pulcra vivió en el siglo I. Era hija de Marcela la Mayor, por lo que su abuela era Octavia, la hermana de Augusto, y de Publio Claudio Pulcro. Estuvo casada con Quintilio Varo con quien tuvo, al menos, un hijo del mismo nombre. De la vida de Claudia sabemos muy poco, pero sí tenemos más información de la condena a la que fue sometida. Los pocos datos que manejamos la muestran como miembro del círculo más cercano a su prima, Agripina la Mayor, quien, llegado el momento, se enfrentaría al propio Tiberio para intentar protegerla. De hecho, el final de Claudia Pulcra se enmarca en el conjunto de acciones emprendidas para acabar con Agripina una vez que había muerto Germánico. Así, Claudia Pulcra fue acusada falsamente por Cneo Domicio Afro de adulterio con Furno y de intentar atentar contra la vida de Tiberio. 

Roma

Los intentos de Agripina por defender a Claudia Pulcra frente a Tiberio fueron infructuosos, por lo que aquella fue condenada junto con su supuesto amante y desterrada. Poco después el hijo de Pulcra fue perseguido judicialmente también por Afro. 

La poca información que se tiene sobre ella evidencia que fue una víctima más de las intrigas palaciegas de la primera dinastía imperial que gobernó Roma. La condena de Claudia fue el resultado de un complejo proceso dirigido a acabar con Agripina. La amistad con ésta le costó a Pulcra el destierro. A través de su vida se observa que las mujeres sufrían en su piel las consecuencias del devenir político y que una acusación muy recurrente y eficiente, pues atacaba a la honorabilidad de la matrona, era el adulterio, aunque como en el caso de Claudia Pulcra no fuese cierto. 

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Lawrence Alma-Tadema (1893). Rivales inconscientes. Bristol Museum and Art Gallery, Bristol.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 4.52.

Selección bibliográfica

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).  

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “Mujeres de Germánico: visibles y marginadas según la historiografía altoimperial”, en González Fernández, J., Bermejo Meléndez, J. (eds.), Germanicus Caesar. Entre la historia y la leyenda (Huelva 2021) 79-98. 

74. MARTA

74. MARTA

Fue una mujer judía del siglo primero. Su nombre aparece en dos de los cuatro evangelios canónicos. Es citada junto a sus hermanos Lázaro y María en dos pasajes en el texto de Juan y una única vez, solo junto a esta última, en Lucas. Según los datos aportados por el cuarto evangelio era originaria de Betania (actual Al Azariyeh), cerca de Jerusalén. En ella tuvo lugar la resurrección de Lázaro, acontecimiento presenciado por Marta en cuyos labios el hagiógrafo coloca una de las profesiones de fe más contundentes al hacerla decir: “Tú eres el Cristo”. 

Cuando es nombrada en el texto lucano no se especifica su lugar de procedencia y teniendo en cuenta la ubicación de la cita dentro del recorrido narrativo del texto es difícil pensar que se encuentre en Betania.

Betania

Algunos investigadores han presentado algunas propuestas ante el vacío de Lucas respecto a la población en la que las dos hermanas se encontraron con Jesús. De entre ellas, la más significativa es la aldea de Magdala. Esta hipótesis es el motivo por el cual determinados autores han llegado a identificar a María de Betania con María Magdalena. Pero si la hipótesis puede tener algún fundamento con respecto a la identificación de la población, carece por completo del mismo con relación a la concordancia entre las dos marías. Con independencia del nombre de la población en la que Marta pudiera haberse encontrado con Cristo, llama la atención el tratamiento que los dos evangelistas hacen de ella pues en los pocos versículos que le dedican se aprecian grandes coincidencias con respecto al carácter y actitud de nuestra protagonista. Aparece siempre en disposición servicial, preocupada por acoger y atender en su casa no sólo al Maestro de Nazaret sino a cuantos lo acompañan en su itinerario. Su personalidad aparece en oposición a la de su hermana María, más inclinada en aprender de las enseñanzas de Jesús que de servirlo. 

Su papel como servidora y discípula del Galileo ha hecho de esta mujer una de las figuras claves del cristianismo primitivo. De hecho, es nombrada en Pistis Sophia, texto gnóstico del siglo segundo, donde aparece teniendo un encuentro con Cristo resucitado del que recibe una instrucción personal y una alabanza por su fe en Él. En el primer libro de este escrito, Marta aparece interpretando salmos de la Escritura junto con otras mujeres como María Magdalena, Salomé o la Virgen María. Que ella haya sido escogida como figura literaria para este texto que iba dirigido a las comunidades cristianas de vertiente gnóstica pone de manifiesto su relevancia para los seguidores de Cristo. Su huella se extendió con el transcurrir del tiempo generándose en torno a su persona una leyenda áurea que la ha convertido en protectora de la fe de cuantos creen en Jesucristo. Prueba de ello es la rica iconografía que se conserva de una mujer que ha pasado a los anales de la historia por acoger al Mesías en su hogar y haberlo servido con generosidad. 

José Manuel Martínez Guisasola

Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Henryk Siemiradzki (1886). Cristo en la casa de Marta y María. Museo Ruso, San Petersburgo.

Fuentes principales

Evangelio de Lucas, 10.38-42.

Evangelio de Juan, 11.1-40; 12.1-8.

La fe en la sabiduría, Los Evangelios apócrifos, 3.

Selección bibliográfica

Alarcón, P., “Santa Marta de Betania y Marcos” en Aldaba 45 (2019) 38-54.

De Juan Fernández, J., “Marta de Betania” en Vida sobrenatural 736 (2021) 331-342.

Gómez García-Argüelles, A., Marta de Betania (Madrid 1985).

Serrano Plazuelo, J.A., “Marta de Betania, la mujer que hospedó a Cristo: apuntes iconográficos de su representación a lo largo de la Historia del Arte” en Cabrera Espinosa, M.; López Cordero J.A., V Congreso Virtual sobre Historia de las Mujeres (Jaén 2013).

73. MARÍA MAGDALENA

73. MARÍA MAGDALENA

Fue discípula de Jesús de Nazaret, vivió en el siglo I y era originaria de Magdala, una población judía ubicada en la costa occidental del lago de Genesaret. Su importancia para el cristianismo primitivo está fuera de toda duda si tomamos en cuenta que es nombrada por los cuatro evangelios canónicos. Pertenecía al grupo de mujeres que ayudó a Cristo y a sus discípulos con sus bienes por lo que tendría una posición económica acomodada. 

Se convirtió en seguidora incondicional de Jesucristo, como demuestran los textos neotestamentarios al situarla al pie de la cruz junto a San Juan y a otras mujeres, pero sobre todo porque fue la primera persona en encontrarse con Cristo Resucitado.

Magdala

De este modo se convirtió en el primer testigo de la resurrección recibiendo el encargo de anunciar a los apóstoles lo que había presenciado. Por ello, el cristianismo primitivo siempre vio en ella un modelo de discipulado, por eso su sombra perduró en la memoria de las nuevas comunidades cristianas. Aparece citada incluso en varios textos gnósticos de los siglos II y III como, por ejemplo, en el Evangelio de María Magdalena. También es mencionada entre otros en el Evangelio apócrifo de Pedro del siglo II.

María Magdalena jugó un papel importante en la expansión de la nueva fe, algo que no solo fue apreciado por los integrantes de la religión cristiana sino también por sus más acérrimos detractores. Tal es el caso de Celso, filósofo griego del siglo II. En su obra Discurso verdadero contra los cristianos, del que no se conserva nada salvo las largas citas del teólogo alejandrino Orígenes, la menciona al afirmar que el nacimiento de esta nueva religión se debía a las palabras de “una mujer histérica”. El sintagma empleado por Celso en tono despectivo y con el que intentaba desacreditar el cristianismo entronca con la idea arraigada en el Imperio romano de que las féminas serían propensas a caer en los excesos religiosos y, por lo tanto, a creer e inventar todo tipo de fábulas mágicas. Efectivamente, el término griego paroistros utilizado por Celso para adjetivarla, se empleaba en el marco de la magia y la brujería para dar a entender que la nueva fe no era más que pura superchería propia de mujeres. 

Este descalificativo, precisamente, demuestra la importancia de María Magdalena por dos motivos. El primero porque es Cristo quien le manda informar sobre la resurrección aun sabiendo que en la cultura hebrea era necesario dos testigos varones para dar testimonio de un hecho. Y el segundo, es que si durante los primeros siglos del cristianismo su figura se destacó como iniciadora de la nueva fe aun sabiéndose que en la cultura romana no se veía con buenos ojos que las mujeres estuvieran en la génesis de los movimientos religiosos, es porque su acción evangelizadora al frente de algunas comunidades de creyentes no fue un dato inventado sino un hecho histórico. Con estos elementos culturales en contra, los seguidores de Jesús no habrían mantenido en el tiempo el papel de líder que a ella se le atribuyó.

José Manuel Martínez Guisasola

Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Tiziano (1533). María penitente. Galleria degli Uffizi, Florencia.

Fuentes principales

Evangelios canónicos: Mateo, 27.55-56; 28.1-5; Marcos, 15.45-47; 16.1-5; Lucas, 8.2; 24.1-10; Juan, 19.25; 20.1-2; 20.11-18.

Evangelios apócrifos. 

Selección bibliográfica

Bernabé, C., “Relevancia de la memoria de María Magdalena como testigo y apóstol”, Cuestiones Teológicas 41 (2014) 279-306. 

Bernabé, C., Qué se sabe de María Magdalena (Estella 2020) 

Macdonald, M., Las mujeres en el cristianismo primitivo y en la opinión pagana. El poder de la mujer histérica (Estella 2004). 

Schaberg, J., La resurrección de María Magdalena. Leyenda, apócrifos y Testamento cristiano (Estella 2008).

72. CLAUDIA LIVIA JULIA (LIVILA)

72. CLAUDIA LIVIA JULIA (LIVILA)

Claudia Livia Julia, que vivió entre el 13 a. C. y el 31 d. C., a menudo nombrada como Livila por las fuentes literarias, perteneció a la domus Augusta de la dinastía Julio-Claudia. Livila era hija de Nerón Claudio Druso (Druso el Mayor) y de Antonia la Menor. Por tanto, por vía paterna era nieta de Livia y sobrina de Tiberio y por vía materna nieta de Marco Antonio y de Octavia y sobrina nieta de Augusto. A su vez, Livila era hermana de Germánico César y del emperador Claudio.

Con trece años, casaron a Livila con el nieto primogénito e hijo adoptivo de Augusto, Gayo César, potencial sucesor al trono imperial. Sin embargo, este matrimonio duró solo cinco años, pues en el 4 d. C. Gayo César murió en Licia (Asia Menor) a los veintitrés años víctima de una herida provocada durante el conflicto armenio.

Roma

Ese mismo año, a Livila se la casó con su primo Druso el Menor, hijo de Tiberio. Tras el fallecimiento de Augusto, la llegada al trono de Tiberio y la repentina muerte de su hermano Germánico César, Livila volvió a estar muy cerca de ser la esposa de un aspirante al trono. 

No obstante, se dejó embaucar por el prefecto del pretorio, Lucio Elio Sejano, quien pretendía utilizar a Livila para conseguir el Imperio. Ésta, junto con su médico Eudemo y el eunuco Ligdo, envenenó a su marido Druso en el año 23 con el propósito de casarse con Sejano y reinar juntos. De hecho, para calmar los celos y la impaciencia de Livila, Sejano se divorció de su esposa Apicata, conocedora de la conspiración urdida por su marido y su amante. Sin embargo, cuando Sejano pidió a Tiberio la mano de la viuda Livila, el emperador rechazó tal solicitud aludiendo a las diferencias sociales entre ambos. Además, tras la muerte de Druso el Menor, Tiberio adoptó a los hijos mayores de Germánico y de Agripina la Mayor, Nerón y Druso, y los nombró herederos. Estos, debido a las maquinaciones de Sejano y a la influencia de este sobre el emperador, cayeron en desgracia junto con su madre en el 29. 

En octubre del 31, Antonia la Menor descubrió la conjura que Sejano había orquestado para hacerse con el Imperio. Ésta envió una carta alertándole de la situación. Tiberio denunció ante el Senado a Sejano, quien fue ejecutado el 18 de octubre de ese mismo año. La muerte de Sejano provocó una sangrienta represión en la que fueron condenados a la pena capital tanto sus hijos pequeños como sus más fieles seguidores. Cuando la ex mujer de Sejano conoció la noticia de la muerte de sus hijos, se suicidó, pero antes envió una carta a Tiberio acusando al ya fallecido Sejano y a Livila de haber envenenado a Druso el Menor ocho años atrás. 

Esta acusación fue confirmada por Eudemo y Ligdo bajo tortura, causando la condena a muerte de Livila. Según Dion Casio, Tiberio entregó a la condenada a su madre, Antonia la Menor, quien la encerró en sus aposentos, dejándola morir de inanición. Sobre las representaciones de Livila se aplicó a partir de entonces una damnatio memoriae.

Daniel León Ardoy

Universidad de Sevilla

Posible busto de Claudia Livia Julia (Livila). Siglo I. Antikensammlung, Berlín.

Fuentes principales

Dion Casio, Historia romana, 55.10; 57.22; 58.11.

Plinio el Mayor, Historia natural, 29.1.

Suetonio, Vida de los doce césares, Tiberio, 62.3; Claudio, 1.6; 3.2.

Tácito, Anales, 2.43.84; 3.29.56; 4.3.10.40.

Selección bibliográfica

Bauman, R.A., Women and Politics in Ancient Rome (London – New York 1992).

Kokkinos, N., Antonia Augusta: Portrait of a Great Roman Lady (London 2002). 

Levick, B., Tiberius the Politician (London 1976). 

71. DOMICIA LÉPIDA

71. DOMICIA LÉPIDA

Domicia Lépida, más conocida como Lépida, nació en el año 10 a. C. y fue una de las hijas del matrimonio formado por Lucio Domicio Enobarbo y Antonia la Mayor. Éstos tuvieron otra hija, a la que llamaban Domicia para distinguirla de su hermana, y a Cneo Domicio Enobarbo, el padre del emperador Nerón. Augusto era su tío abuelo, pues Octavia, la hermana de éste, era la abuela materna de Lépida. 

Lépida se casó con Marco Valerio Mesala Barbado Mesalino con quien tuvo a su hija Mesalina. Ésta fue la esposa del emperador Claudio y alcanzó gran notoriedad como modelo de mujer infame. Lépida, no obstante, tuvo más hijos.

Roma

Uno de ellos, también con su primer marido y llamado Marco Valerio Mesala Corvino, que alcanzó el consulado. Posteriormente se casó con Fausto Cornelio Sila Lúculo, descendiente del dictador Sila. De este enlace nació Fausto Cornelio Sila Félix. 

Además de sus tres hijos, cuidó de su sobrino, el futuro emperador Nerón, cuando su padre murió y su madre fue condenada al destierro. El joven vivió también con la hermana de Lépida, Domicia, a la que, según el relato de Suetonio, provocó la muerte.  Sobre el carácter y la vida de Lépida sabemos muy poco. El único pasaje en el que cobra cierta relevancia es en la muerte de su hija. Mesalina, tras haberse destapado la conspiración en la que había estado implicada para derrocar a su marido y poner en el trono imperial a su amante, Cayo Silio, fue condenada a muerte. 

Del discurso de Tácito, se desprende una imagen de esta mujer como una madre abnegada que, si bien no estuvo presente en la bonanza de su hija, no la dejó sola ante el trance de la ejecución, acogiendo el cuerpo de ésta cuando nadie más quiso estar cerca de ella por las consecuencias que pudiera conllevar mostrar simpatía hacia una ajusticiada.  Pero, su faceta como madre no sólo queda reflejada ahí. También se observa en los primeros años de su sobrino Nerón, a quien cuida ante la falta de los padres de éste. En su figura encontramos un buen exponente de la pietas romana, una virtud que autores como Cicerón relacionaban, entre otras cuestiones, con la protección de la familia. Lépida murió en el año 54.

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Jacques-François Fernand (1870). La muerte de Mesalina. Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts, París.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 12. 64-66.

Suetonio, Vida de los doce césares, Nerón, 34. 

Selección bibliográfica

Cantarella, E., Pasado próximo. Mujeres romanas de Tácita a Sulpicia (Madrid 1997; 1ª ed. en italiano, 1996).

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).  

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “La pietas e il carcere del foro olitorio: Plinio”, NH 121 (1997) 532-557.