73. MARÍA MAGDALENA

73. MARÍA MAGDALENA

Fue discípula de Jesús de Nazaret, vivió en el siglo I y era originaria de Magdala, una población judía ubicada en la costa occidental del lago de Genesaret. Su importancia para el cristianismo primitivo está fuera de toda duda si tomamos en cuenta que es nombrada por los cuatro evangelios canónicos. Pertenecía al grupo de mujeres que ayudó a Cristo y a sus discípulos con sus bienes por lo que tendría una posición económica acomodada. 

Se convirtió en seguidora incondicional de Jesucristo, como demuestran los textos neotestamentarios al situarla al pie de la cruz junto a San Juan y a otras mujeres, pero sobre todo porque fue la primera persona en encontrarse con Cristo Resucitado.

Magdala

De este modo se convirtió en el primer testigo de la resurrección recibiendo el encargo de anunciar a los apóstoles lo que había presenciado. Por ello, el cristianismo primitivo siempre vio en ella un modelo de discipulado, por eso su sombra perduró en la memoria de las nuevas comunidades cristianas. Aparece citada incluso en varios textos gnósticos de los siglos II y III como, por ejemplo, en el Evangelio de María Magdalena. También es mencionada entre otros en el Evangelio apócrifo de Pedro del siglo II.

María Magdalena jugó un papel importante en la expansión de la nueva fe, algo que no solo fue apreciado por los integrantes de la religión cristiana sino también por sus más acérrimos detractores. Tal es el caso de Celso, filósofo griego del siglo II. En su obra Discurso verdadero contra los cristianos, del que no se conserva nada salvo las largas citas del teólogo alejandrino Orígenes, la menciona al afirmar que el nacimiento de esta nueva religión se debía a las palabras de “una mujer histérica”. El sintagma empleado por Celso en tono despectivo y con el que intentaba desacreditar el cristianismo entronca con la idea arraigada en el Imperio romano de que las féminas serían propensas a caer en los excesos religiosos y, por lo tanto, a creer e inventar todo tipo de fábulas mágicas. Efectivamente, el término griego paroistros utilizado por Celso para adjetivarla, se empleaba en el marco de la magia y la brujería para dar a entender que la nueva fe no era más que pura superchería propia de mujeres. 

Este descalificativo, precisamente, demuestra la importancia de María Magdalena por dos motivos. El primero porque es Cristo quien le manda informar sobre la resurrección aun sabiendo que en la cultura hebrea era necesario dos testigos varones para dar testimonio de un hecho. Y el segundo, es que si durante los primeros siglos del cristianismo su figura se destacó como iniciadora de la nueva fe aun sabiéndose que en la cultura romana no se veía con buenos ojos que las mujeres estuvieran en la génesis de los movimientos religiosos, es porque su acción evangelizadora al frente de algunas comunidades de creyentes no fue un dato inventado sino un hecho histórico. Con estos elementos culturales en contra, los seguidores de Jesús no habrían mantenido en el tiempo el papel de líder que a ella se le atribuyó.

José Manuel Martínez Guisasola

Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Tiziano (1533). María penitente. Galleria degli Uffizi, Florencia.

Fuentes principales

Evangelios canónicos: Mateo, 27.55-56; 28.1-5; Marcos, 15.45-47; 16.1-5; Lucas, 8.2; 24.1-10; Juan, 19.25; 20.1-2; 20.11-18.

Evangelios apócrifos. 

Selección bibliográfica

Bernabé, C., “Relevancia de la memoria de María Magdalena como testigo y apóstol”, Cuestiones Teológicas 41 (2014) 279-306. 

Bernabé, C., Qué se sabe de María Magdalena (Estella 2020) 

Macdonald, M., Las mujeres en el cristianismo primitivo y en la opinión pagana. El poder de la mujer histérica (Estella 2004). 

Schaberg, J., La resurrección de María Magdalena. Leyenda, apócrifos y Testamento cristiano (Estella 2008).

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