220. FABIOLA

220. FABIOLA

Fabiola era una cristiana perteneciente a una noble familia romana de la segunda mitad del siglo IV. Descendiente de la gens Fabia, su antepasado más ilustre fue Quinto Fabio, vencedor de los galos invasores de Roma en 390 a. C. Se divorció de su primer marido y volvió a casarse, lo que le granjeó críticas en los ambientes ascéticos cristianos de Roma. San Jerónimo, que es la única fuente sobre su vida, justifica esta decisión por el carácter disoluto de su marido. Jerónimo, que recuerda a menudo en sus cartas que una divorciada no puede volver a casarse en vida del marido, hace en el caso de Fabiola un alegato, poco común en los autores de la Antigüedad, a favor de la igualdad entre hombres y mujeres en materia de divorcio. Justifica el segundo matrimonio de Fabiola por razón de su juventud, que le impedía guardar castamente la viudez, y porque desconocía la doctrina cristiana en materia de segundas nupcias.

Roma

Cuando murió su segundo marido, Fabiola realizó penitencia pública: se vistió de saco, confesó públicamente su pecado y en los días que precedían a la Pascua se puso en el orden de los penitentes en la basílica de San Juan de Letrán. Cuando fue readmitida en la Iglesia se dedicó al ascetismo, vendió la parte de su hacienda de la que pudo disponer, que era muy cuantiosa, y la dedicó a socorrer a los pobres. Ella fue la primera que fundó en Roma un hospital para recoger a los enfermos de las calles, a quienes atendió en persona. Repartió también su fortuna entre clérigos, monjes y vírgenes de Roma y en las islas del mar Tirreno.  

Fabiola viajó a Tierra Santa y durante un breve tiempo fue huésped de Jerónimo y Paula en los monasterios de Belén, donde se dedicó al estudio de las Sagradas Escrituras, pero deseaba vivir en soledad y Jerónimo se encargó de encontrarle en Belén una vivienda digna de su nobleza. Cuando los hunos asolaron Oriente y corrieron rumores de que se dirigían a Jerusalén, Fabiola regresó a Roma, donde vivió en una casa prestada. Colaboró con el senador Pamaquio en la fundación de un hospitium o xenodochium (albergue para extranjeros) en Portus (en la desembocadura del Tíber)Murió en Roma. A petición del aristócrata cristiano Océano, amigo de ella, san Jerónimo escribió su elogio fúnebre en el 400, donde resume su vida y destaca sus virtudes.

Mar Marcos

Universidad de Cantabria

Jean-Jacques Henner (1800 aprox.). Fabiola. Colección privada.

Fuentes principales

Jerónimo, Epistolario.

Selección bibliográfica

Pietri Ch., Pietri, L. (dirs.), Prosopographie Chrétienne du Bas-Empire, 1 s.v. Fabiola 1 (Roma 1999) 734-735.

Marcos, M., Las mujeres de la aristocracia senatorial en la Roma del Bajo Imperio (312-410) (Santander 1990, Tesis doctoral) 267-289.

219. MARCELINA

219. MARCELINA

Marcelina, que nació a mediados del siglo IV, era hermana de Ambrosio, obispo de Milán. Su padre fue prefecto del pretorio de la Galia, donde nacieron Ambrosio y, probablemente, ella. Tuvo otro hermano, Uranio Sátiro. Entre sus antepasados estaba la virgen Soteris, que murió mártir durante la persecución de Diocleciano. Cuando murió su padre y Ambrosio era aún adolescente, la familia volvió a Roma, donde Marcelina se dedicó al ascetismo, una forma de vida cristiana que aprendió ella sola, sin maestros. En Roma vivió retirada en el ámbito doméstico, junto con su madre viuda y con una compañera de nombre desconocido. En su casa vivió también durante muchos años Indicia, tras haber sido consagrada a la virginidad por el obispo Zenón de Verona, de donde era originaria.

Roma

Galia

Marcelina fue consagrada solemnemente a la virginidad por el obispo Liberio de Roma el día de Navidad en la basílica de San Pedro. Ambrosio le dedicó el tratado Sobre las vírgenes, que contiene consejos para la vida de una virgen. En él describe la ceremonia de su velatio a manos del obispo, en la que Marcelina estuvo rodeada de un coro de vírgenes. Ambrosio le recomienda particularmente la moderación en los ayunos.  Marcelina se mantuvo en contacto permanente con Ambrosio a través de cartas para saber de sus actividades como obispo de Milán, haciéndole las más variadas consultas, tales como qué debe pensarse de quienes escapan de la violencia de la persecución suicidándose. Ambrosio le envió varias epístolas sobre distintos acontecimientos sobre su vida como obispo y de sus relaciones conflictivas con la pareja imperial.

            Vivió siempre en Roma y mantuvo contactos con las mujeres del círculo del Aventino, reunidas en torno a Marcela. Visitaba a su hermano en Milán, donde lo cuidó durante una enfermedad. Ambrosio le manifestó gran afecto, dirigiéndose a ella como la hermana “más querida que la vida y los ojos para él”. Murió después del 397 y fue una fuente importante de información para que Paulino, un diácono de Ambrosio en Milán, escribiera una biografía de éste.

Mar Marcos

Universidad de Cantabria

Jean-Jacques Henner (siglo XIX). Fabiola. Colección privada.

Fuentes principales

Ambrosio de Milán, Sobre las vírgenes, 669-720; Epístolas, Ep. Maur. 20= Ep. 76; Ep. Maur. 22= 77; Ep. Maur. 41= Ep. Extra collectionem 1.

Selección bibliográfica

Consolino, F.E., “Modelli di comportamento e modi di santificazione per l’aristocrazia femminile d’Occidente”, en Giardina, A. (ed.), Società romana e impero tardoantico. I: Istituzioni, ceti, economie (Bari 1986) 273-306.

Lizzi, R., “Ascetismo e monachesimo nell’ Italia tardoantica”, Codex Aquilarensis. Cuadernos de Investigación del Monasterio de Santa María la Real, 5 (1991) 55-89.

Marcos, M., Las mujeres de la aristocracia senatorial en la Roma del Bajo Imperio (312-410) (Santander 1990, Tesis doctoral).

218. ÁGAPE

218. ÁGAPE

La información que poseemos sobre esta mujer es muy escasa y las fuentes que se refieren a ella apenas aportan variedad de datos. Conocemos su existencia por la Crónica de Sulpicio Severo, y por la epístola 133 de Jerónimo. Perteneció a la élite de la sociedad hispanorromana de mediados del siglo IV. Tanto ella como su compañero Elpidio recibieron enseñanzas del hereje Marco de Menfis. Ambos instruyeron en el maniqueísmo, el gnosticismo, y las prácticas mágicas y astrales a Prisciliano, líder de la herejía que lleva su nombre. Así es recogido por Sulpicio Severo en su Crónica, posiblemente a partir de las acusaciones de Hidacio e Itacio contra el priscilianismo, y después fue transmitido por otros autores como Jerónimo e Isidoro de Sevilla. Jerónimo en la epístola 133 atribuye el liderazgo a Ágape, pues ella habría instruido a Elpidio y después éste enseñaría a Prisciliano, induciéndoles de esta forma a ambos al error de la doctrina priscilianista.

Gallaecia

Juana Torres

Universidad de Cantabria

Hermanos Limbourg (1411-1416). El hombre anatómico. Miniatura del manuscrito iluminado "Las muy ricas horas del Duque de Berry". Prisciliano enseñó que los nombres de los patriarcas estaban relacionados con partes del alma y, paralelamente, los signos del zodiaco con los del cuerpo.

Fuentes principales

Jerónimo, Epístolas, 113.

Sulpicio Severo, Crónica, 11.46.2-9.

Selección bibliográfica

Babut, E.Ch., Priscillien et le priscillianisme (Paris 1909). 

Chadwick, H., Prisciliano de Ávila (Madrid 1978, 1ª ed. inglesa 1976).

Escribano Paño, M.ªV., “El cristianismo marginado. Heterodoxos, cismáticos y herejes del siglo IV”, en Sotomayor, M., Fernández Ubiña, J. (eds.), Historia del cristianismo. I El mundo antiguo (Madrid 2003) 399-480.

217. OLIMPIA

217. OLIMPIA

Olimpia nació en Constantinopla a mediados del siglo IV, en una familia noble. Aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, así como el nombre de sus padres, si se sabe que su abuelo fue el cristiano Flavio Ablabio, prefecto del Pretorio de Oriente y cónsul bajo Constantino. Se quedó huérfana muy joven y el senador Procopio, en calidad de tutor, se encargó de administrar la herencia de Olimpia, tal como la ley establecía en caso de orfandad de una muchacha menor de 30 años. A partir de ese momento su educación fue encomendada a una mujer profundamente cristiana, Teodosia, hermana del obispo Anfiloquio de Iconio y prima de Gregorio de Nacianzo, futuro obispo de la capital. Bajo la orientación de ambos se fue forjando la personalidad de Olimpia.

Constantinopolis

Juan Crisóstomo, su confesor, señala en una de las cartas que le dirige, la inclinación de Olimpia, desde muy temprana edad, al ascetismo. Sin embargo Procopio, su tutor, a instancias del emperador Teodosio el Grande, eligió a Nebridio, prefecto de Constantinopla y pariente de la emperatriz Elia Flacila, como esposo. El matrimonio de Olimpia y Nebridio duró tan solo unos meses debido al temprano fallecimiento de este.  No obstante, la casa imperial continuó buscando un posible pretendiente para la joven, como Elpidio, también familiar del emperador. A pesar de las presiones, ella se mantuvo firme, abrazó el ascetismo y fue consagrada como diaconisa por el obispo de Constantinopla Nectario a los 30 años, en contra de la normativa eclesiástica que establecía una edad no inferior a los 60. Seguidamente, realizó donaciones extraordinariamente generosas a la Iglesia, al clero, a distintas instituciones y a particulares de Constantinopla y otros lugares de Oriente, lapidando casi por completo su fortuna. Con esta se fundaron hospitales, hospicios y un monasterio femenino, construido junto a la Iglesia de Santa Sofía y al lado de la casa episcopal. 

Allí transcurrían los días para Olimpia, en medio de las renuncias y mortificaciones físicas como la frugalidad en las comidas, la escasez de horas de sueño y la ausencia de higiene excepto por exigencia de la enfermedad.  El obispo cayó en desgracia, víctima de la confabulación en la que participaron, entre otros, Teófilo de Alejandría, miembros de la casa imperial e incluso la emperatriz Eudoxia, provocando su deposición y exilio en el 404. Olimpia sirviéndose de su influencia ante las autoridades civiles y eclesiásticas, intentó conseguir, sin éxito, la vuelta de su amigo. Fue víctima de persecuciones por parte de los enemigos de Juan Crisóstomo, que la llevaron a juicio ante el prefecto, siendo exiliada a Nicomedia hasta su muerte. Lo más doloroso para ella resultó, sin ninguna duda, la ausencia de Juan. Si bien es cierto que la comunicación entre ambos fue fluida, el desánimo y el abandono fueron haciendo mella en la diaconisa, hasta que terminaron con su vida. 

Juana Torres

Universidad de Cantabria

Icono ortodoxo que representa a la diaconesa Olimpia. Procedencia desconocida.

Fuentes principales

Juan Crisóstomo, Epístolas a Olimpia.

Paladio de Helenópolis, Diálogo sobre la vida de Juan Crisóstomo, 20.31-151.; Historia lausíaca, 5-6.

Sócrates, Historia eclesiástica, 5-7.

Sozomeno, Historia eclesiástica, 7. 

Vida anónima de Olimpia.

Selección bibliográfica

Rivas Rebaque, F., Santa Olimpia, noble cristiana y diaconisa (Barcelona 2018).

Teja, R., Olimpiade la diaconessa (Donne d’Oriente e d’Occidente, 3) (Milano 1997).

Torres, J., La mujer en la epistolografía griega cristiana: tipología y praxis social (Santander 1990).

Torres, J., “Mulieres diaconissae: Ejemplos paradigmáticos en la iglesia oriental” Studia Ephemeridis Augustinianum 117 (2010) 625-638.

216. SARA

216. SARA

Sara fue una asceta que vivió durante sesenta años en una celda del desierto egipcio de Esceté, o, según algunas fuentes, en el de Pelusio durante el siglo IV.  Practicó el celibato, ayuno y oración con el objetivo de lograr la perfección espiritual a través de la anacoresis. Recibió el apelativo de “amma” o madre, al igual que los ascetas varones que vivían en el desierto recibían el de “appa”, en virtud de esa sabiduría espiritual fruto de la soledad de su retiro en un entorno hostil. Esa sabiduría fue recogida en la obra Dichos de los padres.

La narración de la vida de Sara siguió los tópicos de la literatura hagiográfica del periodo. Perteneció a una familia de elevada posición, sintiendo desde muy temprana edad una particular predilección por la vida anacoreta.

Pelusium

Aunque la práctica ascética femenina más habitual era la realizada en el seno del hogar familiar, dentro del entorno urbano, Sara decidió continuar su recorrido ascético en el seno de una comunidad monástica. De esta forma vivió trece años y, como era habitual entre los ascetas, renunció a todas sus riquezas, con la venta de todos sus bienes y el compromiso con una vida de pobreza y oración, culminada finalmente en la soledad y el silencio del desierto. La fama de su santidad hizo que muchos devotos acudieran al desierto para conocerla.

El desierto cobra protagonismo en la construcción literaria de Sara como espacio de barbarie, que servía de acicate para forjar la virtud propia sin el amparo que podía ofrecerle la comunidad cristiana de la ciudad o del monasterio. Sara, tuvo que enfrentarse no solo a la severidad de la ascesis y de la vida en un medio tan extremo, sino también a las críticas por su condición de mujer y a las burlas lanzadas por los monjes que acudían a verla.  Estos veían con rechazo la presencia de mujeres en celdas próximas, pues hacían aún más presente y cercana la tentación de la carne. Pero tampoco a ellas les debió de resultar nada fácil y Sara alude en sus escritos a la tentación de la fornicación y al auxilio proporcionado por Cristo durante trece años de dura lucha por evitarla. 

Para poder permanecer en este entorno hostil, Sara tuvo que aceptar los patrones masculinos e imitarlos hasta el punto de hacer invisible su feminidad. Sara manifiesta haberse convertido en un monje perfecto, superando los límites del cuerpo y de la sexualidad. Su excelencia espiritual se expresa así a través de un comportamiento masculino, y su capacidad de superar tentaciones servía de modelo y acicate para otras devotas y monjes, que se esforzaban por perfeccionar su espíritu, al comprobar que, a pesar de su debilidad connatural, una mujer como Sara lograba vencer al demonio y cumplir con el rigor de las prescripciones ascéticas con una entereza superior a la de sus compañeros varones.

Clelia Martínez Maza

Universidad de Málaga

Frescos del Monasterio de los Sirios en Wadi Natrum. Desierto de Esceté, Egipto.

Fuentes principales

Los Apotegmas de los Padres del Desierto.

Selección bibliográfica

Albarrán Martínez, M.ªJ., Prosopographia asceticarum aegyptiarum (Madrid 2010).

Albarrán Martínez, M.ªJ., Ascetismo y monasterios femeninos en el Egipto tardoantiguo. Estudio de papiros y ostraca griegos y coptos (Barcelona 2011). 

Burton-Christie, D., La Palabra en el desierto. La Escritura y la búsqueda de la santidad en el antiguo monaquismo primitivo (Madrid 2007).

Mortari, L. Vida y dichos de los Padres del desierto (Bilbao 1996).

215. PAULA

215. PAULA

Paula fue una noble romana que nació en la Urbe en el 347 y murió en Belén en el 404. Fue hija de Rogato y Blesila. Según Jerónimo, por parte de madre era descendiente de tres grandes familias republicanas: los Emilios, los Escipiones y los Gracos. De Emilio Paulo recibió Paula su nombre. Su padre, Rogato, era rico y noble y, según se decía, descendía de Agamenón. Hacia los dieciséis años, Paula contrajo matrimonio con Julio Toxocio, cuya familia reclamaba el linaje de Eneas y de los Julios. Tuvo cinco hijos: Blesila, Paulina, Eustoquia, Rufina y Toxocio. Al enviudar, Paula abrazó el ascetismo. 

Roma

Tenía un gran número de esclavos a los que transformó en sus hermanos. Jerónimo fue su maestro espiritual y, cuando este abandonó Roma acusado de inmoralidad, Paula le siguió junto con su hija Eustoquia consagrada a la virginidad. Dedicó la mayoría de su fortuna a los pobres y a las fundaciones monásticas, una decisión criticada por sus parientes. Tras llevar a cabo junto con Jerónimo un viaje de peregrinación por Oriente y Egipto, ambos se instalaron en Belén. Paula fundó allí dos monasterios, uno masculino, regido por Jerónimo, y otro femenino, dirigido por ella, así como un albergue para peregrinos. Congregó a numerosas vírgenes, venidas de diversas provincias, procedentes de la nobleza y de otros sectores, y las dividió en tres grupos según su condición social. Estaban separadas para el trabajo y la comida y se reunían para el canto de los salmos y la oración. Cada grupo seguía a su propia superiora. Realizaban trabajo manual para su abastecimiento y para otros. A las nobles no les estaba permitido tener servidumbre traída de sus casas. Todas llevaban el mismo hábito y, excepto el vestido y la comida, no se permitía la posesión de bienes privados.

Hasta su muerte Paula vivió en Belén, dedicada al ascetismo y al estudio de las Sagradas Escrituras. Era inteligente y de agudo ingenio. Conocía, además del latín, el griego y el hebreo y exhortó a san Jerónimo a llevar a cabo traducciones y comentarios de los libros de la Biblia, colaborando en alguno de ellos, aunque es difícil precisar cuál fue su contribución. Existe una carta escrita a nombre de Paula y Eustoquia dirigida a Marcela, una noble romana también dedicada al ascetismo, en la que aquéllas exhortan a esta a que deje Roma y se traslade a Jerusalén para unirse a ellas. Seguramente la autoría de la carta, como aparece en algunos manuscritos, sea de Jerónimo. Fue enterrada a los tres días de su muerte bajo la iglesia de la Natividad, junto a la cueva donde había nacido Jesucristo. Jerónimo le dedicó un epitafio y un largo elogio fúnebre donde resume su carácter y los datos de su vida. 

Mar Marcos

Universidad de Cantabria

Claudio de Lorena (1639). El embarque de Santa Paula Romana. Museo Nacional de El Prado, Madrid.

Fuentes principales

Jerónimo, Epistolario, 108.

Paladio, Historia lausíaca, 41.

Selección bibliográfica

Cain, A., “Rethinking Jerome’s Portraits of Holy Women”, en Cain, A., Lössl, J. (eds.), Jerome of Stridon. His Life, Writings and Legacy (Ashgate 2009).

Consolino, F.E., “Modelli di comportamento e modi di santificazione per l’aristocrazia femminile d’Occidente”, en Giardina, A. (ed.), Società romana e impero tardoantico. I: Istituzioni, ceti, economie (Bari 1986) 273-307.

Marcos, M., Las mujeres de la aristocracia senatorial en la Roma del Bajo Imperio (312-410) (Santander 1990, Tesis doctoral).

Serrato Garrido, M., Ascetismo femenino en Roma: estudios sobre San Jerónimo y San Agustín (Cádiz 1993).

214. ALBIA DOMINICA

214. ALBIA DOMINICA

Albia Dominica, más tarde conocida como Domnia Augusta, fue esposa de Valente y, por lo tanto, emperatriz consorte entre los años 364 y 378. No se conocen la fecha de su nacimiento ni sus orígenes. Si bien algunos investigadores sugieren que Dominica procedía de una familia griega, hecho que habría favorecido la figura de Valente como emperador de Oriente. Su padre era el prefecto del pretorio de Constantinopla Petronio, un déspota y ambicioso militar cuya gestión provocó una serie de revueltas en las provincias que acabarían motivando la rebelión de Procopio en el 365.  Del matrimonio con el emperador nacieron Anastasia, Carosa y el futuro heredero, Valentiniano Galates, quien murió con tan solo siete años. 

Constantinopolis

Dominica era arriana en un contexto poco favorable. El Imperio romano se veía azotado por constantes guerras en las fronteras, inestabilidad, persecuciones y conflictos en el seno de la Iglesia. Su fe suscitó la sospecha de numerosos miembros de la corte que la acusaban de haber arrastrado a su marido hacia el arrianismo, llevando a cabo una persecución contra todos los contrarios al dogma de aquel. Tras las duras persecuciones a obispos, filósofos e intelectuales, murió Valentiniano Galates, dejando un horrible sentimiento de culpa a Dominica. Esta, según Sócrates de Constantinopla, decía que era un castigo por sus abusos al obispo Basilio de Cesarea. 

Albia Dominica ejerció como emperatriz regente tras la muerte de su esposo, en la batalla de Adrianópolis en el 378. Con las huestes enemigas de los godos atacando Constantinopla, Dominica organizó el contraataque, financiando el armamento de las milicias que se lanzaran al combate. Teodosio I pondría fin a la situación y se iniciaría un nuevo capítulo en la historia del Imperio romano de Oriente. Por desgracia no se sabe cómo ni cuándo murió Albia Dominica, tampoco las fuentes dan más testimonios de su descendencia. Su vida quedó silenciada ante el inminente cambio de dinastía.

Patricia Téllez Francisco

Universidad de Sevilla

Ruinas de la ciudad de Adrianópolis, Paflagonia. Siglo IV.

Fuentes principales

Amiano Marcelino, Historia romana, 26-6.

Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica, 4.

Teodoreto de Ciro, Historia eclesiástica, 5-5.

Zósimo, Nueva historia, 4.13-15.

Selección bibliográfica

Cordella, C., L’ultimo secolo di Roma (Milano 2015).

Lenski, N., Failure of Empire: Valens and the Roman State in the Fourth Century A.D (Berkeley – London – Los Angeles 2003).

213. MARINA SEVERA

213. MARINA SEVERA

Apenas se han conservado unas cuantas notas sobre la vida de Marina Severa en las fuentes. Algunos autores la citan como Marina y otros como Severa, por lo que su nombre original es fruto de la combinación de las distintas versiones. No se sabe nada acerca de sus orígenes, su carácter, sus experiencias o ambiciones. Pasó a la historia por ser la primera mujer del emperador Valentiniano I y madre del heredero al trono imperial Graciano. Las fuentes solo mencionan un triste episodio de su vida: su divorcio del emperador y posterior repudiación. Sus desposorios fueron previos al ascenso al trono imperial de Valentiniano. Según las fuentes, prendado de Justina, viuda del usurpador Magnencio, y no siendo consentida la bigamia, buscó una excusa para deshacerse de Marina Severa.

Constantinopolis

Algunos autores cuentan que se vio involucrada en una transacción económica desventajosa que pudo haber perjudicado al emperador. No fue suficiente el castigo a los malhechores, por lo que Valentiniano decidió divorciarse y repudiarla hacia el año 369 para casarse con Justina. Una vez muerto el emperador, su hijo Graciano, heredero al trono imperial, mandó llamar a su madre Marina. Algunos investigadores sostienen que el trato que recibió Marina por los autores cristianos era fruto de una predilección por Justina, al ser esta arriana. La hipótesis principal es que no hubo ningún divorcio, sino un alejamiento de la esposa principal. Sea como fuere, Valentiniano I fue enterrado con su primera mujer.  

Patricia Téllez Francisco

Universidad de Sevilla

Restos del palacio imperial de Sirmio. Sremska Mitrovica, Serbia. Lugar de nacimiento de Graciano, hijo de Marina Severa.

Fuentes principales

Amiano Marcelino, Historias, 20.27.

Juan, obispo de Nikiû, Crónica, 82.9-14.

Sócrates Escolástico, Historia eclesiástica, 14-31.

Selección bibliográfica

Conde Guerri, E., “La figura y la legislación matrimonial de Valentiniano I en la historiografía cristiana como paradigma bíblico”, Arte, sociedad, economía y religión durante el Bajo Imperio y la Antigüedad Tardía. Antig.Crist. 8 (1991) 71-88.

Lenski, N., Failure of Empire. Valens and the Roman State in the Fourth Century A.D. (Berkeley – London – Los Angeles 2002).

212. MARCELA

212. MARCELA

Marcela nació hacia el 340 y pertenecía a una familia romana muy noble. Era hija de Albina, quien, tras enviudar, vivió con ella en una mansión del Aventino. Marcela contrajo matrimonio, pero enviudó a los pocos meses. Decidida a dedicarse a la vida ascética, rechazó la oferta de un segundo matrimonio con Neracio Cereal, un hombre mucho mayor que ella, funcionario de la corte del emperador Constancio II y emparentado con la familia de Constantino. Su madre la exhortaba a aceptar la propuesta, que sería ventajosa para la economía familiar, pero ella se negó manifestando su deseo de consagrarse y no de buscar una herencia, sino realmente un marido. Su madre le rogó que dejara su herencia a los hijos de su hermano y Marcela aceptó legarles sólo sus joyas y su ajuar.

Roma

Según san Jerónimo, Marcela fue la primera noble romana en adoptar la vida ascética que entonces era una novedad en la Urbe. Aprendió esta forma de compromiso cristiano de unos maestros excepcionales. Primero de Atanasio de Alejandría y luego de Pedro, su sucesor en el episcopado alejandrino, que habían venido a Roma huyendo de la persecución arriana. A través de Atanasio conoció la Vida de Antonio y la ascesis de vírgenes y viudas en los monasterios que seguían la regla de san Pacomio de Egipto, que fueron fuente de inspiración para su conversión.

En su casa del Aventino Marcela reunió a una comunidad de vírgenes y viudas de la aristocracia sobre las que ejerció su magisterio. En el 382 conoció a san Jerónimo, con quien mantuvo una estrecha amistad. Asentado más tarde en Belén, Jerónimo la invitó a unirse a sus monasterios, pero ella nunca dejó Roma. Fue su discípula preferida a la que llamaba “aplicadísima”. Era reconocida por sus conocimientos teológicos y le consultaban presbíteros y obispos, aunque, de carácter discreto, decía que todo lo que sabía lo había aprendido de Jerónimo, de quien poseía todas las obras. Las sectas de los montanistas y de los novacianos trataron de captarla, sin éxito. Durante la controversia origenista, Marcela lideró en Roma la defensa de las ideas contrarias a esta herejía de san Jerónimo. Recibió de un autor desconocido un tratado de exhortación para soportar las adversidades.

En los últimos años de su vida se trasladó a los suburbios de Roma, en una propiedad donde reunió a un grupo de vírgenes, entre ellas Principia, su compañera más fiel.  Cuando Alarico tomó la ciudad, los bárbaros saquearon su casa. Marcela los recibió con serenidad. Cuando le pidieron el oro y ella les mostró su pobre túnica, la azotaron. Junto con Principia fue llevada a la basílica de San Pablo extramuros, donde Marcela esperaba una muerte segura, pero no fue así. Murió unos meses más tarde, con su menudo cuerpo aún vigoroso, a una edad senil.

Mar Marcos

Universidad de Cantabria

Jan Hovaert (1600-1658). San Jerónimo con sus discípulas Santa Paula y Santa Eustaquia. Chiesa di Santa Maria Maddalena, Génova.

Fuentes principales

Jerónimo, Epistolario, 127.

Pseudo-Jerónimo, Exhortación a Marcela, 30. col. 52-56.

Selección bibliográfica

Cain, A., “Rethinking Jerome’s Portraits of Holy Women”, en Cain, A., Lössl, J. (eds.), Jerome of Stridon. His Life, Writings and Legacy (Ashgate 2009).

Consolino, F.E., “Modelli di comportamento e modi di santificazione per l’aristocrazia femminile d’Occidente”, en Giardina, A. (ed.), Società romana e impero tardoantico. I: Istituzioni, ceti, economie (Bari 1986) 273-307.

Marcos, M., Las mujeres de la aristocracia senatorial en la Roma del Bajo Imperio (312-410) (Santander 1990, Tesis doctoral).

Serrato Garrido, M., Ascetismo femenino en Roma: estudios sobre San Jerónimo y San Agustín (Cádiz 1993).

211. MÓNICA

211. MÓNICA

Mónica nació el 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, en África, en una familia cristiana. Sobre ella sabemos que no tuvo ningún papel cívico como, por ejemplo, benefactora o alguna influencia política. Se la recuerda como esposa, madre, viuda cristiana; en fin, modelo de virtudes cristianas. La mayor parte de lo que sabemos de Mónica se desprende de más conocido de sus hijos, Agustín de Hipona (san Agustín), que le dedica algunos capítulos en sus Confesiones, escritas 10 años después de la muerte de su madre. Otras noticias proceden de otra obra de Agustín, Sobre la vida feliz. El retrato que realiza Agustín de su madre en estas obras, unas veces positivo otras negativo, refleja la estrecha relación y la influencia de Mónica en su papel de madre, así como la aprobación general que el hijo demuestra sobre ella.

Thagaste

Roma

Sabemos que Mónica se casó muy joven con el pagano Patricio, un funcionario de la administración imperial. El matrimonio entre Mónica y Patricio fue objeto de algunas consideraciones por parte de Agustín: el padre tenía un carácter iracundo, pero recibió el Bautismo en el lecho de muerte. Su esposa consiguió domar su carácter con ternura y bondad. Pronto se quedó viuda y tuvo que sacar adelante sola a sus tres hijos. Agustín dice que completó sus estudios “a expensas de mi madre”. Esto nos hace pensar que se ocupó personalmente de la educación de sus hijos.

Es probable que nuestra protagonista hubiese heredado una parte de las riquezas de Patricio, hecho que le habría permitido administrar y gestionar por sí misma y como viuda el patrimonio hasta la completa preparación de sus hijos y hasta que estos alcanzaran la independencia económica. Con la viudez, Mónica parece gozar, siguiendo el modelo de las viudas cristianas del siglo IV, de una mayor libertad de movimiento. De esta forma, se embarcó en un viaje de casi doscientas millas a través del Mediterráneo, desde Cartago a Milán, ciudad donde se incorporó de forma inmediata y activa a la comunidad católica liderada por el obispo Ambrosio (el futuro san Ambrosio). Aquí Mónica, junto con Ambrosio, asume un papel fundamental en la conversión de Agustín.

Como viuda cristiana, sus actividades eran las de asistir a los pobres y frecuentar asiduamente la Iglesia. En las páginas de la obra Sobre la vida feliz se nos muestra a una Mónica poseedora de una agudeza y una claridad intelectual que reflejan su nivel cultural y su preparación en materia filosófica. La muerte de Mónica es el último evento relatado en la parte autobiográfica de las Confesiones. A finales del 387 Agustín y sus compañeros se detienen a descansar en Ostia en su viaje de regreso a África desde Milán, y es aquí donde Mónica experimenta un éxtasis sobre las cosas creadas por la Sabiduría Divina poco antes de su muerte, nueve días después del suceso. Sus restos descansan en un sarcófago en la Basílica de San Agustín en Roma.

Beatrice Girotti

Università degli Studi di Bologna

Ary Scheffer (1854). San Agustín y Mónica. National Gallery, Londres.

Fuentes principales

Agustín de Hipona, Confesiones, 8.10.11;  Sobre la vida feliz.

Selección bibliográfica

Atkinson, W., “Your Servant, my Mother: The Figure of Saint Monica in the Ideology of Christian Motherhood”, en Atkinson, W. (ed.), Immaculate and Powerful. The Female in Sacred Image and Social Reality (Boston 1985) 139-172.

Bowery, A.M., “Monica: The Feminine Face of Christ”, en Stark, J.C. (ed.), Feminist Interpretations of Augustine (Philadelphia 2007) 69-96.

Coyle, J.K., “In Praise of Monica: A Note on the Ostia Experience of Confessions IX”, Augustinian Studies 13 (1982) 87-90.

McDuffie, F., “Augustine’s Rhetoric of the Feminine in the Confessions: Woman as Mother, Woman as Other”, en Feminist Interpretations of Augustine, en Stark, J.C. (ed.), Feminist Interpretations of Augustine (Philadelphia 2007) 97-118.

Moore, R., “O Mother, Where Art Thou? In Search of Saint Monnica”, en Stark, J.C. (ed.), Feminist Interpretations of Augustine (Philadelphia 2007) 147-166.