75. CLAUDIA PULCRA

75. CLAUDIA PULCRA

Claudia Pulcra vivió en el siglo I. Era hija de Marcela la Mayor, por lo que su abuela era Octavia, la hermana de Augusto, y de Publio Claudio Pulcro. Estuvo casada con Quintilio Varo con quien tuvo, al menos, un hijo del mismo nombre. De la vida de Claudia sabemos muy poco, pero sí tenemos más información de la condena a la que fue sometida. Los pocos datos que manejamos la muestran como miembro del círculo más cercano a su prima, Agripina la Mayor, quien, llegado el momento, se enfrentaría al propio Tiberio para intentar protegerla. De hecho, el final de Claudia Pulcra se enmarca en el conjunto de acciones emprendidas para acabar con Agripina una vez que había muerto Germánico. Así, Claudia Pulcra fue acusada falsamente por Cneo Domicio Afro de adulterio con Furno y de intentar atentar contra la vida de Tiberio. 

Roma

Los intentos de Agripina por defender a Claudia Pulcra frente a Tiberio fueron infructuosos, por lo que aquella fue condenada junto con su supuesto amante y desterrada. Poco después el hijo de Pulcra fue perseguido judicialmente también por Afro. 

La poca información que se tiene sobre ella evidencia que fue una víctima más de las intrigas palaciegas de la primera dinastía imperial que gobernó Roma. La condena de Claudia fue el resultado de un complejo proceso dirigido a acabar con Agripina. La amistad con ésta le costó a Pulcra el destierro. A través de su vida se observa que las mujeres sufrían en su piel las consecuencias del devenir político y que una acusación muy recurrente y eficiente, pues atacaba a la honorabilidad de la matrona, era el adulterio, aunque como en el caso de Claudia Pulcra no fuese cierto. 

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Lawrence Alma-Tadema (1893). Rivales inconscientes. Bristol Museum and Art Gallery, Bristol.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 4.52.

Selección bibliográfica

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).  

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “Mujeres de Germánico: visibles y marginadas según la historiografía altoimperial”, en González Fernández, J., Bermejo Meléndez, J. (eds.), Germanicus Caesar. Entre la historia y la leyenda (Huelva 2021) 79-98. 

74. MARTA

74. MARTA

Fue una mujer judía del siglo primero. Su nombre aparece en dos de los cuatro evangelios canónicos. Es citada junto a sus hermanos Lázaro y María en dos pasajes en el texto de Juan y una única vez, solo junto a esta última, en Lucas. Según los datos aportados por el cuarto evangelio era originaria de Betania (actual Al Azariyeh), cerca de Jerusalén. En ella tuvo lugar la resurrección de Lázaro, acontecimiento presenciado por Marta en cuyos labios el hagiógrafo coloca una de las profesiones de fe más contundentes al hacerla decir: “Tú eres el Cristo”. 

Cuando es nombrada en el texto lucano no se especifica su lugar de procedencia y teniendo en cuenta la ubicación de la cita dentro del recorrido narrativo del texto es difícil pensar que se encuentre en Betania.

Betania

Algunos investigadores han presentado algunas propuestas ante el vacío de Lucas respecto a la población en la que las dos hermanas se encontraron con Jesús. De entre ellas, la más significativa es la aldea de Magdala. Esta hipótesis es el motivo por el cual determinados autores han llegado a identificar a María de Betania con María Magdalena. Pero si la hipótesis puede tener algún fundamento con respecto a la identificación de la población, carece por completo del mismo con relación a la concordancia entre las dos marías. Con independencia del nombre de la población en la que Marta pudiera haberse encontrado con Cristo, llama la atención el tratamiento que los dos evangelistas hacen de ella pues en los pocos versículos que le dedican se aprecian grandes coincidencias con respecto al carácter y actitud de nuestra protagonista. Aparece siempre en disposición servicial, preocupada por acoger y atender en su casa no sólo al Maestro de Nazaret sino a cuantos lo acompañan en su itinerario. Su personalidad aparece en oposición a la de su hermana María, más inclinada en aprender de las enseñanzas de Jesús que de servirlo. 

Su papel como servidora y discípula del Galileo ha hecho de esta mujer una de las figuras claves del cristianismo primitivo. De hecho, es nombrada en Pistis Sophia, texto gnóstico del siglo segundo, donde aparece teniendo un encuentro con Cristo resucitado del que recibe una instrucción personal y una alabanza por su fe en Él. En el primer libro de este escrito, Marta aparece interpretando salmos de la Escritura junto con otras mujeres como María Magdalena, Salomé o la Virgen María. Que ella haya sido escogida como figura literaria para este texto que iba dirigido a las comunidades cristianas de vertiente gnóstica pone de manifiesto su relevancia para los seguidores de Cristo. Su huella se extendió con el transcurrir del tiempo generándose en torno a su persona una leyenda áurea que la ha convertido en protectora de la fe de cuantos creen en Jesucristo. Prueba de ello es la rica iconografía que se conserva de una mujer que ha pasado a los anales de la historia por acoger al Mesías en su hogar y haberlo servido con generosidad. 

José Manuel Martínez Guisasola

Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Henryk Siemiradzki (1886). Cristo en la casa de Marta y María. Museo Ruso, San Petersburgo.

Fuentes principales

Evangelio de Lucas, 10.38-42.

Evangelio de Juan, 11.1-40; 12.1-8.

La fe en la sabiduría, Los Evangelios apócrifos, 3.

Selección bibliográfica

Alarcón, P., “Santa Marta de Betania y Marcos” en Aldaba 45 (2019) 38-54.

De Juan Fernández, J., “Marta de Betania” en Vida sobrenatural 736 (2021) 331-342.

Gómez García-Argüelles, A., Marta de Betania (Madrid 1985).

Serrano Plazuelo, J.A., “Marta de Betania, la mujer que hospedó a Cristo: apuntes iconográficos de su representación a lo largo de la Historia del Arte” en Cabrera Espinosa, M.; López Cordero J.A., V Congreso Virtual sobre Historia de las Mujeres (Jaén 2013).

73. MARÍA MAGDALENA

73. MARÍA MAGDALENA

Fue discípula de Jesús de Nazaret, vivió en el siglo I y era originaria de Magdala, una población judía ubicada en la costa occidental del lago de Genesaret. Su importancia para el cristianismo primitivo está fuera de toda duda si tomamos en cuenta que es nombrada por los cuatro evangelios canónicos. Pertenecía al grupo de mujeres que ayudó a Cristo y a sus discípulos con sus bienes por lo que tendría una posición económica acomodada. 

Se convirtió en seguidora incondicional de Jesucristo, como demuestran los textos neotestamentarios al situarla al pie de la cruz junto a San Juan y a otras mujeres, pero sobre todo porque fue la primera persona en encontrarse con Cristo Resucitado.

Magdala

De este modo se convirtió en el primer testigo de la resurrección recibiendo el encargo de anunciar a los apóstoles lo que había presenciado. Por ello, el cristianismo primitivo siempre vio en ella un modelo de discipulado, por eso su sombra perduró en la memoria de las nuevas comunidades cristianas. Aparece citada incluso en varios textos gnósticos de los siglos II y III como, por ejemplo, en el Evangelio de María Magdalena. También es mencionada entre otros en el Evangelio apócrifo de Pedro del siglo II.

María Magdalena jugó un papel importante en la expansión de la nueva fe, algo que no solo fue apreciado por los integrantes de la religión cristiana sino también por sus más acérrimos detractores. Tal es el caso de Celso, filósofo griego del siglo II. En su obra Discurso verdadero contra los cristianos, del que no se conserva nada salvo las largas citas del teólogo alejandrino Orígenes, la menciona al afirmar que el nacimiento de esta nueva religión se debía a las palabras de “una mujer histérica”. El sintagma empleado por Celso en tono despectivo y con el que intentaba desacreditar el cristianismo entronca con la idea arraigada en el Imperio romano de que las féminas serían propensas a caer en los excesos religiosos y, por lo tanto, a creer e inventar todo tipo de fábulas mágicas. Efectivamente, el término griego paroistros utilizado por Celso para adjetivarla, se empleaba en el marco de la magia y la brujería para dar a entender que la nueva fe no era más que pura superchería propia de mujeres. 

Este descalificativo, precisamente, demuestra la importancia de María Magdalena por dos motivos. El primero porque es Cristo quien le manda informar sobre la resurrección aun sabiendo que en la cultura hebrea era necesario dos testigos varones para dar testimonio de un hecho. Y el segundo, es que si durante los primeros siglos del cristianismo su figura se destacó como iniciadora de la nueva fe aun sabiéndose que en la cultura romana no se veía con buenos ojos que las mujeres estuvieran en la génesis de los movimientos religiosos, es porque su acción evangelizadora al frente de algunas comunidades de creyentes no fue un dato inventado sino un hecho histórico. Con estos elementos culturales en contra, los seguidores de Jesús no habrían mantenido en el tiempo el papel de líder que a ella se le atribuyó.

José Manuel Martínez Guisasola

Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Tiziano (1533). María penitente. Galleria degli Uffizi, Florencia.

Fuentes principales

Evangelios canónicos: Mateo, 27.55-56; 28.1-5; Marcos, 15.45-47; 16.1-5; Lucas, 8.2; 24.1-10; Juan, 19.25; 20.1-2; 20.11-18.

Evangelios apócrifos. 

Selección bibliográfica

Bernabé, C., “Relevancia de la memoria de María Magdalena como testigo y apóstol”, Cuestiones Teológicas 41 (2014) 279-306. 

Bernabé, C., Qué se sabe de María Magdalena (Estella 2020) 

Macdonald, M., Las mujeres en el cristianismo primitivo y en la opinión pagana. El poder de la mujer histérica (Estella 2004). 

Schaberg, J., La resurrección de María Magdalena. Leyenda, apócrifos y Testamento cristiano (Estella 2008).

72. CLAUDIA LIVIA JULIA (LIVILA)

72. CLAUDIA LIVIA JULIA (LIVILA)

Claudia Livia Julia, que vivió entre el 13 a. C. y el 31 d. C., a menudo nombrada como Livila por las fuentes literarias, perteneció a la domus Augusta de la dinastía Julio-Claudia. Livila era hija de Nerón Claudio Druso (Druso el Mayor) y de Antonia la Menor. Por tanto, por vía paterna era nieta de Livia y sobrina de Tiberio y por vía materna nieta de Marco Antonio y de Octavia y sobrina nieta de Augusto. A su vez, Livila era hermana de Germánico César y del emperador Claudio.

Con trece años, casaron a Livila con el nieto primogénito e hijo adoptivo de Augusto, Gayo César, potencial sucesor al trono imperial. Sin embargo, este matrimonio duró solo cinco años, pues en el 4 d. C. Gayo César murió en Licia (Asia Menor) a los veintitrés años víctima de una herida provocada durante el conflicto armenio.

Roma

Ese mismo año, a Livila se la casó con su primo Druso el Menor, hijo de Tiberio. Tras el fallecimiento de Augusto, la llegada al trono de Tiberio y la repentina muerte de su hermano Germánico César, Livila volvió a estar muy cerca de ser la esposa de un aspirante al trono. 

No obstante, se dejó embaucar por el prefecto del pretorio, Lucio Elio Sejano, quien pretendía utilizar a Livila para conseguir el Imperio. Ésta, junto con su médico Eudemo y el eunuco Ligdo, envenenó a su marido Druso en el año 23 con el propósito de casarse con Sejano y reinar juntos. De hecho, para calmar los celos y la impaciencia de Livila, Sejano se divorció de su esposa Apicata, conocedora de la conspiración urdida por su marido y su amante. Sin embargo, cuando Sejano pidió a Tiberio la mano de la viuda Livila, el emperador rechazó tal solicitud aludiendo a las diferencias sociales entre ambos. Además, tras la muerte de Druso el Menor, Tiberio adoptó a los hijos mayores de Germánico y de Agripina la Mayor, Nerón y Druso, y los nombró herederos. Estos, debido a las maquinaciones de Sejano y a la influencia de este sobre el emperador, cayeron en desgracia junto con su madre en el 29. 

En octubre del 31, Antonia la Menor descubrió la conjura que Sejano había orquestado para hacerse con el Imperio. Ésta envió una carta alertándole de la situación. Tiberio denunció ante el Senado a Sejano, quien fue ejecutado el 18 de octubre de ese mismo año. La muerte de Sejano provocó una sangrienta represión en la que fueron condenados a la pena capital tanto sus hijos pequeños como sus más fieles seguidores. Cuando la ex mujer de Sejano conoció la noticia de la muerte de sus hijos, se suicidó, pero antes envió una carta a Tiberio acusando al ya fallecido Sejano y a Livila de haber envenenado a Druso el Menor ocho años atrás. 

Esta acusación fue confirmada por Eudemo y Ligdo bajo tortura, causando la condena a muerte de Livila. Según Dion Casio, Tiberio entregó a la condenada a su madre, Antonia la Menor, quien la encerró en sus aposentos, dejándola morir de inanición. Sobre las representaciones de Livila se aplicó a partir de entonces una damnatio memoriae.

Daniel León Ardoy

Universidad de Sevilla

Posible busto de Claudia Livia Julia (Livila). Siglo I. Antikensammlung, Berlín.

Fuentes principales

Dion Casio, Historia romana, 55.10; 57.22; 58.11.

Plinio el Mayor, Historia natural, 29.1.

Suetonio, Vida de los doce césares, Tiberio, 62.3; Claudio, 1.6; 3.2.

Tácito, Anales, 2.43.84; 3.29.56; 4.3.10.40.

Selección bibliográfica

Bauman, R.A., Women and Politics in Ancient Rome (London – New York 1992).

Kokkinos, N., Antonia Augusta: Portrait of a Great Roman Lady (London 2002). 

Levick, B., Tiberius the Politician (London 1976). 

71. DOMICIA LÉPIDA

71. DOMICIA LÉPIDA

Domicia Lépida, más conocida como Lépida, nació en el año 10 a. C. y fue una de las hijas del matrimonio formado por Lucio Domicio Enobarbo y Antonia la Mayor. Éstos tuvieron otra hija, a la que llamaban Domicia para distinguirla de su hermana, y a Cneo Domicio Enobarbo, el padre del emperador Nerón. Augusto era su tío abuelo, pues Octavia, la hermana de éste, era la abuela materna de Lépida. 

Lépida se casó con Marco Valerio Mesala Barbado Mesalino con quien tuvo a su hija Mesalina. Ésta fue la esposa del emperador Claudio y alcanzó gran notoriedad como modelo de mujer infame. Lépida, no obstante, tuvo más hijos.

Roma

Uno de ellos, también con su primer marido y llamado Marco Valerio Mesala Corvino, que alcanzó el consulado. Posteriormente se casó con Fausto Cornelio Sila Lúculo, descendiente del dictador Sila. De este enlace nació Fausto Cornelio Sila Félix. 

Además de sus tres hijos, cuidó de su sobrino, el futuro emperador Nerón, cuando su padre murió y su madre fue condenada al destierro. El joven vivió también con la hermana de Lépida, Domicia, a la que, según el relato de Suetonio, provocó la muerte.  Sobre el carácter y la vida de Lépida sabemos muy poco. El único pasaje en el que cobra cierta relevancia es en la muerte de su hija. Mesalina, tras haberse destapado la conspiración en la que había estado implicada para derrocar a su marido y poner en el trono imperial a su amante, Cayo Silio, fue condenada a muerte. 

Del discurso de Tácito, se desprende una imagen de esta mujer como una madre abnegada que, si bien no estuvo presente en la bonanza de su hija, no la dejó sola ante el trance de la ejecución, acogiendo el cuerpo de ésta cuando nadie más quiso estar cerca de ella por las consecuencias que pudiera conllevar mostrar simpatía hacia una ajusticiada.  Pero, su faceta como madre no sólo queda reflejada ahí. También se observa en los primeros años de su sobrino Nerón, a quien cuida ante la falta de los padres de éste. En su figura encontramos un buen exponente de la pietas romana, una virtud que autores como Cicerón relacionaban, entre otras cuestiones, con la protección de la familia. Lépida murió en el año 54.

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Jacques-François Fernand (1870). La muerte de Mesalina. Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts, París.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 12. 64-66.

Suetonio, Vida de los doce césares, Nerón, 34. 

Selección bibliográfica

Cantarella, E., Pasado próximo. Mujeres romanas de Tácita a Sulpicia (Madrid 1997; 1ª ed. en italiano, 1996).

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).  

Hidalgo de la Vega, M.ªJ., Las emperatrices romanas. Sueños de púrpura y poder oculto (Salamanca 2012).

Pavón, P., “La pietas e il carcere del foro olitorio: Plinio”, NH 121 (1997) 532-557.

70. AGRIPINA LA MAYOR

70. AGRIPINA LA MAYOR

Agripina la Mayor era hija del general vencedor en la batalla de Accio, Marco Vipsanio Agripa, y de Julia la Mayor, hija de Augusto. Pertenecía, por tanto, a la domus imperial de su abuelo. Su vida se desenvolvió entre la fortuna de formar parte de la primera de las familias de Roma y la desgracia que ello también conllevaba. Su padre murió cuando tenía dos años de vida, hecho que le obligó a padecer a un padrastro, Tiberio, al que no quería y que luego, por razones dinásticas, se convirtió en su suegro. Como el resto de sus hermanos, fue alejada de su madre Julia cuando Augusto decretó el destierro de esta a la isla Pandataria. 

Sus hermanos Lucio y Cayo fueron designados por su abuelo Césares y, por tanto, sucesores del Imperio, pero murieron en su juventud. Entonces Augusto decidió nombrar heredero a Tiberio, el hijo de Livia, pero con la condición de que este adoptara a Germánico, su sobrino e hijo de su hermano Druso el Mayor.

Roma

Esto ocurrió en el año 4 a. C., momento en que así mismo se celebró el matrimonio dinástico entre Germánico, nieto de Livia, pero también sobrino nieto de Augusto, y Agripina la Mayor, nieta de este. Estos esponsales se celebraron con la intención de asegurar una pareja imperial que sucediera a Tiberio y asentara la dinastía Julio-Claudia. Tuvieron nueve hijos, de los que seis sobrevivieron a la infancia: Nerón, Druso, Calígula, Agripina, Julia Drusila y Julia Livila. 

          Agripina amó intensamente a su marido hasta la muerte de este en extrañas circunstancias. Estuvo a su lado en todos los destinos que le fueron asignados como miembro de la casa del emperador, demostrando la entereza de carácter de una mujer que se sabía parte del sistema imperial y descendiente del divino Augusto. La muerte de Germánico, acaecida en el año 19 bajo el reinado de Tiberio, tío y padre adoptivo del finado, estuvo envuelta por sospechosas implicaciones, según Tácito y sus fuentes, que apuntan a altos miembros de la corte y familiares directos del propio Germánico. Este acontecimiento truncó el futuro glorioso al que estaba destinada la pareja formada por Germánico y Agripina. Ella asumió la defensa de los derechos dinásticos que tenían sus hijos tanto por vía paterna como materna, y se enfrentó con osada valentía y sin miedo a su enemigo que no era otro que el mismo emperador Tiberio.

        Este, si seguimos el relato de Tácito, hizo todo lo posible por hacer desaparecer la casa de Germánico, desterrando y acabando con la vida de Nerón y Druso, pero también con la de Agripina que luchó hasta su muerte por sus vástagos. Aunque no lo pudo ver, el destino hizo que su hijo Calígula ocupara el puesto que le habría correspondido a su marido Germánico, como también hizo que su hija Agripina desempeñara el que le estaba reservado a ella. 

 

Pilar Pavón

Universidad de Sevilla

Sir Lawrence Alma-Tadema (1866). Agripina visita las cenizas de Germánico. Colección Pérez Simón, México D.F.

Fuentes principales

Dion Casio, Historia romana, 60.31.8; 33.9.

Suetonio, Vida de los doce césares, Augusto, 64.86; Tiberio, 7.53; Calígula, 8. 26.27.29.43.44; Nerón, 7.28.34; Galba, 5. 

Tácito, Anales, 2. 43; 55-57, 71-72, 75; 3.1; 4.23.52.67.

Selección bibliográfica

Lindsay, H., “A Fertile Marriage: Agrippina and the Chronology of Her Children by Germanicus”, Latomus 54, 1 (1995) 3-17.

Pavón, P., “Livia contra Agripina: odio, enemistad y ambición femeninas según el relato taciteo”, en Marco Simón, F., Pina Polo, F., Remesal Rodríguez, J., (eds.), Enemistad y odio en el mundo antiguo. Col·lecció 75 Instrumenta (Barcelona 2021) 95-112.

Pavón, P. “Fulvia y Agripina la Mayor: paradigmas de matronas extravagantes”, en J. Mangas Manjarrés, J., Padilla Arroba, A. (eds), Gratias tibi agimus. Homenaje al Prof. Cristóbal González Román (Granada 2021) 541-570.

Shotter, D., “Agrippina the Elder: A Woman in a Man’s World”, Historia 49, 3 (2000) 341-357.

69. ANIA RUFILA

69. ANIA RUFILA

Ania Rufila fue una mujer romana del siglo I de la que se sabe muy poco. Podemos afirmar que fue coetánea a Druso el Menor, quien la condenó a prisión. Su nombre aparece vinculado a una inquietud de carácter jurídico surgida en el Senado y que consistía en la invocación de la figura del emperador para conseguir la impunidad. A este principio se acogió Ania Rufila para así poder increpar a las puertas de la curia al senador Gayo Cestio, que la denunció en la asamblea. 

La base de la protección que otorgaba la representación escultórica del príncipe era su carácter divino, que empezó a desarrollarse en vida de los emperadores a medida que el Principado se prolongaba en el tiempo.

Roma

En el caso que nos ocupa, según la descripción de Gayo Cestio, la acusada había empleado la imagen de Tiberio para obtener la impunidad cuando el senador la encausó por fraude. Pero, según éste, Ania Rufila, empleando la protección que le brindaba la figura del emperador, lo hostigaba e increpaba sin tener ninguna posibilidad de defenderse porque la mujer estaba amparada. 

Gayo Cestio apeló a Druso el Menor, hijo de Tiberio, y le conminó a dar una solución a un problema que no era sólo suyo, pues otros miembros de la cámara también tomaron partido y secundaron esta moción. Druso condenó a Ania Rufila a prisión. 

Esta es la única información conocida sobre su biografía que, no obstante, fue un ejemplo de acción pública por parte de las mujeres. Su nombre, aunque en clave negativa, aparece en los Anales de Tácito, dejando testigo de las actuaciones puntuales de algunas mujeres en la esfera pública. Casos como el de Ania Rufila no son frecuentes, pero tampoco inexistentes, por eso recogerlo es de gran utilidad para componer una imagen lo más fiel posible de la realidad de las mujeres en la Antigua Roma. Pues, si bien es cierto que el ámbito femenino por antonomasia era el privado, no podemos obviar la existencia de determinadas mujeres que constituyeron una excepcionalidad en sí mismas.

Ania Rufila, anteriormente acusada de fraude, fue condenada por increpar a un senador. Este hecho también tiene relevancia, pues pone de manifiesto que ella había estado desempeñando actividades fuera del ámbito del hogar que, además, eran fraudulentas. En conclusión, podemos señalar que la afirmación de que la mujer romana carecía de un lugar en el ámbito público es incompleta, porque excluye a mujeres como Ania Rufila, entre otras. 

Marta Moreno

Universidad de Sevilla

Sir Lawrence Alma-Tadema (1860 aprox.). Tras la audiencia. Colección privada.

Fuentes principales

Tácito, Anales, 3.36.

Selección bibliográfica

Cantarella, E., Pasado próximo. Mujeres romanas de Tácita a Sulpicia (Madrid 1997; 1ª ed. en italiano, 1996).

Cenerini, F., La donna romana. Modelli e realtà (Bologna 20132).

Cid López, R.M.ª, “Domus, mujeres y género. Imágenes y espacios de la dependencia femenina”, en García Sánchez, M., Garraffoni, R.S. (eds.), Mujeres, género y estudios clásicos: un diálogo entre España y Brasil (Barcelona 2019) 173-191.

Mentxaka, R., “El derecho de asilo en la Antigüedad clásica, en particular en el derecho romano”, en Tamayo Errazquin, J.Á. (ed.), Cristianismo y mundo romano (Bilbao – Guipuzkoa 2008) 171-191. 

68. JULIA LA MENOR

68. JULIA LA MENOR

Julia la Menor, que vivió entre el 19 a. C. y el 28 d. C., pertenecía a la domus Augusta durante el gobierno de la dinastía Julio-Claudia. Era hija de Marco Vipsanio Agripa y de Julia la Mayor, hija del emperador Augusto. Por tanto, Julia la Menor sería nieta del Princeps por vía materna. Fruto del segundo matrimonio de Julia la Mayor con Agripa nacieron Gayo y Lucio Césares (que fueron adoptados por su abuelo Augusto), Julia la Menor, Agripina la Mayor y Agripa Póstumo. Nacida en el año 19 a. C., Julia la Menor pasó su infancia en la casa de Augusto hasta que en el año 4 a. C. fue casada con Lucio Emilio Paulo. Ambos nietos de Escribonia, ya que la primera era hija de Julia la Mayor y, el segundo, era hijo de Cornelia

Roma

Sobre el 3 a. C. nació Emilia Lépida, primogénita de Julia la Menor y Emilio Paulo, quien estuvo prometida durante varios años con el futuro emperador Claudio. La vida de Julia la Menor tuvo trágicas coincidencias con la de su madre, pues también fue acusada públicamente de adulterio y condenada al exilio. Posiblemente influida por la ideología política y por la aversión de su madre hacia Tiberio, Julia la Menor se había convertido junto con su marido, Lucio Emilio Paulo, en los opositores a la designación de aquel como sucesor de Augusto y al afianzamiento de la gens Claudia dentro de la domus Augusta

Aunque no disponemos de bastante información acerca de la presunta conspiración encabezada por Julia la Menor y su esposo, según varios autores, éstos y su círculo más próximo podrían haber pretendido aupar a Agripa Póstumo como principal sucesor de Augusto. Asimismo, el poeta Ovidio sería otro de los damnificados por la represión de la supuesta conjura de Julia la Menor, pues fue condenado al exilio en Tomis (actual Constanza, Rumania). Como se ha mencionado, se utilizó como pretexto la acusación de adulterio para juzgar a Julia la Menor y relegarla de por vida a la isla de Tremiti. Augusto se negó a que su hija y su nieta tuvieran derecho a ser enterradas en su mausoleo cuando murieran. Posiblemente Lucio Emilio Paulo fuese condenado a muerte al descubrir la conspiración. A su vez, se rompió el compromiso de Claudio con Emilia Lépida, quien años más tarde se casaría con Marco Junio Silano Torcuato. 

Daniel León Ardoy

Universidad de Sevilla

Joseph Wright of Derby (1780). Una gruta en el golfo de Salerno, con la figura de Julia, desterrada de Roma. Colección Privada.

Fuentes principales

Plinio el Mayor, Historia natural, 7.58, 75 y 149.

Suetonio, Vida de los doce césares, 64.1-2 y 65.1.

Tácito, Anales, 3.24.2 y 4.71.4.

Selección bibliográfica

Cenerini, F., Dive e donne: Mogli, madri, figlie e sorelle degli imperatori romani da Augusto a Commodo (Bologna 2009).

Levick, B., “The fall of Julia the Younger”, Latomus 35.2 (1976) 301-339. 

Meise, E., Untersuchungen zur Geschichte der Julish-Claudischen Dynastie (München 1969).  

67. COLEUTIS

67. COLEUTIS

La documentación papirácea egipcia es una de las principales fuentes de información para conocer aspectos de la vida cotidiana del Egipto romano. Un porcentaje importante corresponde a contratos de trabajo o servicios que sacan a la luz cómo funcionaban muchas relaciones sociales durante esa época.

            Uno de estos papiros, fechado entre el 24 y el 25, permite conocer la historia de la pequeña Coleutis. En él se recogía la cláusula por la que su padre la ponía al servicio de un tercero durante un año, a modo de pago de una deuda de cuarenta y ocho dracmas. Las condiciones no debían ser fáciles para esta niña.

Tebtunis

Tenía que permanecer en todo momento con Harmisis, acreedor de su padre, cumpliendo lo que ordenase, sin poder ausentarse ni de día ni de noche, y acompañándole por todo Egipto. Su padre, Pabeleo, no podía retirarla, si ello ocurría o si la niña se escapaba, el progenitor tenía que hacer frente al pago de las cuarenta y ocho dracmas a las que se sumarían intereses. El mal comportamiento de la menor también era penado económicamente. 

            De esta manera, su labor se concebía como un pago por un endeudamiento contraído por su padre y no a modo de instrucción en un oficio, como sí se recoge en otros muchos documentos para otras menores. Su caso no es el único. Sabemos que muchas niñas fueron entregadas por sus propios padres, cumpliendo todas las cláusulas y permaneciendo con el maestro durante el periodo que les fueron confiadas, encargándose este de su sustento y manutención. Se corría el riesgo de que, si la deuda no era saldada, su trabajo temporal pasaría a un régimen de esclavitud. Así, con su labor se beneficiaban las familias como los acreedores y, además, la propia aprendiz, que asimilaba de esta manera un oficio mientras generaba riqueza económica. 

Marta Álvaro Bernal

Universidad de Sevilla

Gustave Boulanger (1882). Mercado de esclavos. Colección privada

Fuentes principales

Pap. Mich. X, 587.

Selección bibliográfica

Álvaro Bernal, M., “Niñas y trabajo infantil en la antigua Roma” en Rubiera Cancelas, C. (ed.), Las edades vulnerables. Infancia y vejez en la Antigüedad (Gijón 2018) 163-183.

Freu, C., “Apprendre et exercer un métier dans l’Égypte romaine” en Monteix, N., Tran, N. (eds.), Les savoirs professionnels des gens de métier Études sur le monde du travail dans les societés urbaines de l’Empire romain (Naples 2011) 27-40.

Migliardi Zingale, L., “Riflessioni in tema di apprendistato femminile e arte della tessitura: in margine a P. Oxy. LXVII 4596”, Aegyptus 87 (2007) 199-208.

Porena, P., “Il lavoro infantile” en Marcone, A. (ed.), Storia del lavoro in Italia. L’età. romana. Liberi, semiliberi e schiavi in una società premoderna (Roma 2016) 663-685.

66. HELVIA

66. HELVIA

El nombre de Helvia se conoce gracias a la obra que le dedicó su hijo Séneca, una de sus famosas Consolaciones. En ella, esta mujer de la Bética figura con las virtudes femeninas más admiradas en su época y propias de las matronas. Destacó su vida abnegada entregada a su familia, esposo e hijos. Para reconstruir su biografía, contamos también con testimonios epigráficos que ilustran lo que pudo ser la vida de muchas damas de las oligarquías de las provincias romanas, y de su contribución al ascenso social de sus familias.

Sobre la familia de este personaje, el nombre de Helvia ya es evocador. En el municipio de Urgavo (Arjona, Jaén), se conoce a Marco Helvio Novato, al que se identifica con su padre. Aquí debió nacer Helvia. Al parecer su progenitor disponía de una fortuna notable y llegó a ser dunviro y pontífice en esta ciudad.

Urgavo

De su madre, se sabe que falleció dándole a luz. Su padre se volvió a casar, convivió con su madrastra y sus otros hermanos, con los que parece mantuvo una cordial relación. 

Para ampliar la fortuna y las alianzas políticas, Helvia contrajo matrimonio con Lucio Aneo Séneca en el año 5; él tenía unos 50 años y ella tan solo 16. Su marido pertenecía al orden ecuestre y disfrutaba de un notable patrimonio, gracias al negocio del vino y el aceite. Quizá con ascendencia itálica, su familia se había establecido en la ciudad vecina de Córdoba. De esta unión nacieron tres hijos, uno de ellos el famoso Séneca. Para mejorar su educación y favorecer su carrera política, Séneca y sus hermanos se trasladaron con su padre a Roma. Helvia, la madre, permaneció en la Bética, atendiendo la casa y los negocios familiares, aunque viajaba a la Urbe para visitarlos.

Cuando llegaron a la edad adulta, sus hijos ocuparon cargos importantes en la administración. Marco Aneo Mela fue procurador, y padre del famoso poeta Lucano; el segundo accedió al consulado, tras ser adoptado y cambiar su nombre a Lucio Junio Galo Aneano. El último, Lucio Aneo Séneca, llegaría más lejos, como preceptor y consejero de Nerón. Sin embargo, años más tarde, cayó en desgracia y fue exiliado.

En este tiempo, Séneca le dedica una de sus Consolaciones para calmar su dolor ante su propio exilio, y reconfortarla porque en menos de un mes perdió a su esposo, a tres de sus nietos y a su tío. Helvia, en el retrato que hace su hijo de ella, fue una madre y mujer de extraordinario comportamiento, un auténtico ejemplo para las matronas, que contribuyó al ascenso de su familia. Desconocemos la fecha de la muerte de Helvia, pero probablemente ni conoció los éxitos de Séneca ni su trágico final.

Rosa María Cid López

Universidad de Oviedo

Monumento a Helvia, siglo XX. Arjona, Jaén.

Fuentes principales

CIL II 2115 = CIL II2 7.76.

Séneca, Diálogos. Consolaciones a Marcia. A su madre Helvia y a Polibio; Apocoloquintosis del divino Claudio, 4.2.

Selección bibliográfica

Gloyn, L., The Ethics of the Family in Seneca (Cambridge-New York 2017). 

Mangas, J., “Modelos de mujer en Séneca”, en Cid López, R.M.ª, González González, M., Mitos femeninos de la cultura clásica  (Oviedo 2003) 287-299.

Mirón Pérez, M.ªD., “Helvia y los viajes. A propósito de Séneca, Ad Helvetiam matrem de consolatione”, LEC 76 (2008) 233-254. 

Wilcox A., “Exemplary Grief: Gender and Virtue in Seneca’s Consolations to Women”, Helios 33, 1 (2006) 73-100.