Cuando murió la reina Isabel II de Inglaterra, comentaba con mis amigas la pena que nos daba pensar en la tristeza de sus perritos, que ahora esperarían en una eterna soledad a una dueña que ya no va a volver. Isabel tuvo a lo largo de su vida más de 30 corgis a los que estoy segura de que quiso con el mismo cariño que todos les tenemos a nuestras mascotas. Para los romanos los perros eran también uno más de la familia. Lloraban la pérdida de sus animalitos igual que nosotros. Conservamos bastantes epitafios de perros pero yo hoy os traigo un último adiós en verso a la altura de cualquier corgi real.
‘Te he traído, querida perrita, en mis brazos lleno de lágrimas, como hace quince años más contento yo hice. Pero ahora, Patrice, ya no me darás mil besos, ni en mi cuello, gozosa, podrás echarte. Triste, te he puesto esta tumba de mármol y te uní para siempre a mis manes.
¡Ay, que delicia de mascota hemos perdido! Tú, dulce Patrice, solías acercarte a mi mesa y en mi regazo, mimosa, pedir comida. Solías lamer la copa que mis manos para ti a menudo sostenían y recibirme siempre, cansado, moviendo la cola…’
El epitafio de Patrice se ha transmitido por tradición manuscrita (la piedra se conserva parcialmente) pero entronca con una tradición de la que ya os he traído otros ejemplos conservados como el epitafio de Margarita o el de Myia. Que Patrice era una más de la familia es evidente. Pero, por si no quedaba claro, su dueño nos dice que la ha unido a sus manes, los dioses de sus parientes difuntos, de su familia de ancestros. Había vivido con ellos fielmente durante 15 años, su vida empezó y terminó en brazos de su dueño y no se merecía menos que el honor de descansar eternamente con el resto de su casa.
Es del siglo II d.C. y se conserva en Salerno (Italia) en la iglesia de S. Marina.
Bibliografía: CIL X, 659, CLE 1176, E. Courtney, Musa Lapidaria. A Selection of Latine Verse Inscriptions, Atlanta 1995, p. 196 sg. nr. 203 , cfr. p. 408 sg.