Una despedida para Notho

Las inscripciones en verso nos abren pequeñas ventanas a la vida en la antigüedad. Contienen piezas de una cotidianidad que formaban parte de un contexto inmaterial, el día a día de personas como nosotros.

Esta placa, con un carmen diminuto, es un ejemplo del poder de información de una pequeña piedra silenciosa:

“A Noto, secretario amanuense. Tu mujer te ha construido este monumento no deseado, para que permanezcan tus restos en un lugar eterno, habiéndose regocijado en vano en la esperanza de Noto, a quien en su mejor momento se lo llevó el envidioso Plutón. A él también lo lloró una multitud de gente de toda clase y le impuso merecidamente el supremo honor fúnebre”

Detalle del texto original en latín

Noto era liberto o esclavo. Sabía leer y escribir. Ejercía de secretario. Copiaba libros y documentos y anotaba todo lo que se le dictaba. Su mujer estaba orgullosa de él y de su prometedora carrera, la misma que truncó la muerte inesperada no sabemos a qué edad. Este orgullo se ve reflejado en la parte en prosa de la inscripción, con letras más grandes, solo con el nombre y la profesión del difunto. Esto era lo que leía la gente desde lejos, a simple vista. Y, para ellos, su oficio fue aquí más importante que dejar constancia que los años que vivió.

Podría haber trabajado para un ente público o privado, si bien, esta lápida aparece en la tumba privada de una familia, por lo que suponemos que Noto debía de trabajar para ellos y recibió sepultura en la tumba de sus patrones. Para los romanos recibir unas honras fúnebres era fundamental, tanto que incluso se menciona en el poema que tuvo una despedida a la altura de sus méritos.

Este tipo de placa tan peculiar servía para cerrar el nicho de un columbario, dejando un pequeño espacio abierto para las ofrendas a las urnas que estaban dentro con los restos del muerto. Era la versión adinerada de otras más simples que os dejo en fotos, porque hasta para morirse hay clases y niveles, y la viuda de Noto y su familia no repararon en gastos.

Se conserva en Roma, en el Museo de las Termas de Diocleciano, y es del siglo I d.C.

Bibliografía: CIL VI, 06314, CLE 1014, C. Fernàndez, Poesia epigrafica latina, I, Madrid 1998, p. 473 (4.)

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